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1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas

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que necesitan tiene que estar en una zona donde haya gran cantidad de mariposas<br />

nocturnas y otros insectos que vuelen por la noche. No hay muchas cuevas que<br />

cumplan todos esos requisitos; en todo el suroeste norteamericano no hay más de<br />

una docena. Pero hay gran cantidad de murciélagos y en consecuencia las cuevas<br />

están atestadas. Varias de ellas contienen más de cinco millones de murciélagos.<br />

Una, la cueva de Bracken, en Texas, alberga más de veinte millones.<br />

En el interior de esas cuevas el aire es sofocante a causa del hedor de<br />

amoniaco que se desprende de la capa de excrementos que tapiza el suelo. El calor<br />

procedente de la masa de cuerpos apiñados mantiene la temperatura en torno a 38<br />

°C. Para aventurarse en la cueva es conveniente ir provisto de una máscara antigás<br />

que filtre la fetidez y de ropas protectoras ante la continua lluvia de excrementos y<br />

orina que cae del techo. El mejor momento para ver las guarderías de murciélagos<br />

es por la noche, porque las hembras no acarrean innecesariamente a las crías<br />

cuando salen volando en busca de alimento. En lugar de eso, las instalan en una<br />

zona especial de guardería, muy apretadas para reducir al máximo la pérdida de<br />

calor de sus cuerpos desnudos. A primera vista esas guarderías pueden no<br />

reconocerse como tales: parecen partes de la húmeda pared de roca con un<br />

inesperado tinte rosado. Mirando de cerca con las linternas se ve que esas grandes<br />

manchas son crías sin pelo, como pequeñas ciruelas brillantes apiñadas en<br />

densidades de mil seiscientas por metro cuadrado. Parece imposible que ninguna<br />

madre sea capaz de encontrar su cría en medio de tal muchedumbre. De hecho,<br />

hasta hace poco nadie pensaba que lo hiciera. Se creía que las hembras regresaban<br />

después de una noche de cacería y amamantaban a la primera cría que lograra<br />

agarrarse a su pezón. Recientemente, capturando hembras con crías a las que<br />

daban de mamar y realizando pruebas genéticas sobre ambas, se ha comprobado<br />

que esto no es así.<br />

La hembra cuando vuelve se posa a unas decenas de centímetros de donde<br />

dejó a su hijo por última vez. Es muy poco probable que vuelva al mismo punto,<br />

aunque pudiera encontrarlo, porque durante la noche hay gran agitación entre los<br />

jóvenes y todos pueden haberse desplazado más o menos unos cuarenta y cinco<br />

centímetros.<br />

En cuanto la madre aterriza, llama a la cría durante unos segundos y ésta le<br />

responde. Es difícil de creer que tanto la madre como la cría puedan reconocer la<br />

voz del otro en medio del tumulto de la cueva, pero los murciélagos son famosos<br />

por su capacidad de desentrañar los ecos de sus chillidos de alta frecuencia y<br />

utilizarlos como referencia para orientarse. En comparación con esa capacidad, el<br />

problema que afronta ahora la madre parece simple. Los gritos individuales son<br />

muy variados. Si se disminuye su frecuencia hasta que el oído humano pueda<br />

captarlos, se puede apreciar que varían en volumen, duración, tono y frecuencia y<br />

comprenden chillidos, gañidos, gruñidos y gorjeos. Cuando la madre y el hijo se<br />

reconocen mutuamente la voz, intentan acercarse por la roca. Pero eso no es fácil.<br />

Mientras ella se abre paso a codazos por entre la masa de crías, éstas se apelotonan<br />

intentando arrebatar un sorbo de leche. Los pezones están en las axilas, por lo que<br />

la hembra procura mantener las alas cerradas en la medida de lo posible mientras<br />

da patadas y muerde a los que la acosan. Hay tal confusión que quizá no encuentre<br />

a su cría y tenga que salir volando y empezar de nuevo. Cuando al final se<br />

encuentran, ella levanta el ala y la cría introduce el hocico en la axila para mamar.

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