1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas
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el otro va al mar para alimentarse. Puede viajar incluso a más de 1000 kilómetros a<br />
lo largo del océano, mientras su compañero permanece inmutable protegiendo el<br />
huevo. Pueden pasar varias semanas antes de que el que vagaba en busca de<br />
comida tome su turno y permita al compañero irse y alimentarse.<br />
Cuando al final eclosiona el huevo, las labores de los adultos se intensifican.<br />
Cada día uno de ellos vuela para recoger comida, digiriéndola mientras está en el<br />
mar y regurgitándola para el pollo en forma de un rico aceite concentrado, un<br />
método que permite al padre traer la máxima cantidad de calorías nutritivas.<br />
Pasadas tres semanas, el ritmo en la alimentación disminuye y los padres viajan<br />
más y más lejos para conseguir alimento. El seguimiento de estos adultos vía<br />
satélite reveló que, de forma casi increíble, pueden volar cerca de 1300 kilómetros<br />
en un día, explotando el viento y planeando durante largos períodos, batiendo rara<br />
vez sus alas. Pero el vínculo de la pareja es tan fuerte que, incluso después de un<br />
viaje de varios miles de kilómetros, recorrerán todo el camino de regreso con sus<br />
estómagos llenos para alimentar a su cría y permitir a su compañero abandonar el<br />
nido y comer.<br />
La joven ave requiere un largo tiempo para crecer. Debe desarrollar unas alas<br />
fuertes, ya que una vez abandonado el nido, deberá estar en el aire durante mucho<br />
tiempo y permanecer lejos de tierra durante años. Formar unos músculos y huesos<br />
adecuados para esto requiere una gran cantidad de alimento. Los adultos trabajan<br />
duro transportando comida, pero incluso así transcurren diez meses desde que se<br />
puso el huevo y el joven extiende sus alas y se desliza lejos sobre el océano por<br />
primera vez.<br />
Una vez criado con éxito su pollo, los padres pueden ahora cuidarse a sí mismos.<br />
Necesitan más de dos meses para recuperar la condición de cría y para ello se van<br />
lejos, al mar, durante más de un año. Pasados dos años desde la última puesta,<br />
siguiendo cada uno su propia ruta, vuelven a reencontrarse de nuevo en el mismo<br />
lugar del nido o cerca de él. Las largas tareas necesarias para criar su retoño dictan<br />
que el macho y la hembra deben permanecer juntos si han de tener éxito como<br />
padres, y los lazos de pareja desarrollados por las danzas de sus nupcias parecen<br />
inquebrantables.<br />
Cualquiera que pase algún tiempo observando a los animales debe concluir que,<br />
por encima de todo, el propósito de la existencia de un animal es pasar alguna parte<br />
de sí mismo a la siguiente generación. Muchos lo hacen directamente. Unos pocos,<br />
como los miembros del equipo de la mangosta enana, las abejas obreras o los<br />
arrendajos de Florida, que ayudan en el nido, lo hacen indirectamente asistiendo a<br />
un individuo reproductor cuyos genes comparten. De la misma manera que las<br />
herencias que los humanos dejan en testamento a la siguiente generación no sólo<br />
son genéticas sino, en el mismo grado, culturales, esto es también válido para el<br />
reino animal.<br />
Para conseguir este fin, los animales, incluyéndonos a nosotros, soportan toda<br />
clase de adversidades y superan todo tipo de dificultades. Los depredadores son<br />
burlados, se consigue el alimento, se pelea con los rivales, se selecciona la pareja y<br />
se vencen las complejidades del apareamiento hasta que, al final, la siguiente<br />
generación es traída al mundo. Entonces llega su propio turno de transmitir los<br />
genes a través de un nuevo ciclo de la interminable prueba de la vida.