1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas
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con su machete o saca el nido de la grieta de la roca con un bastón, y extrae los<br />
panales chorreando de rica miel de un color marrón oscuro. Esto es lo que él<br />
quiere, pero no lo que quiere el pájaro. Éste prefiere las larvas. Sin embargo, la<br />
tradición establece que el hombre debe dejar como mínimo parte de los panales<br />
para el pájaro, clavados en una ramita o colocados en algún otro lugar prominente.<br />
Ahora el indicador puede tomar su parte. Vuela hacia los restos del nido destruido<br />
y extrae las larvas de abeja, blancas y gruesas, de las celdas de los panales. También<br />
se alimenta de la cera, ya que es uno de los pocos animales que puede digerirla.<br />
El pájaro no encuentra los nidos de abejas por casualidad. Tiene un<br />
conocimiento muy detallado de su territorio y sabe el emplazamiento exacto de<br />
cada colonia de abejas que se encuentra en él. Algunos observadores camuflados<br />
vieron un pájaro visitando cada uno de sus nidos de abejas día tras día, como si<br />
comprobara su estado. En un día frío, cuando las abejas están inactivas, puede<br />
posarse en el extremo de la entrada y observar el interior con curiosidad. Cuando el<br />
pájaro empieza a guiar al hombre, no se mueve al azar, sino que le conduce al nido<br />
más cercano. Y la razón por la cual el pájaro abandona al hombre durante un rato<br />
después de su primer encuentro es para volar al nido en el que está pensando,<br />
quizá para comprobar que aún está en condiciones. Además, si habiendo llegado al<br />
nido, el hombre no lo abre por cualquier razón, el pájaro, al cabo de un rato,<br />
emitirá su llamada de «sígueme» una vez más, y le conducirá hacia otro nido.<br />
El hecho de que el pájaro tenga un sistema digestivo adaptado para asimilar la<br />
cera, sugiere que ya hace mucho tiempo que come nidos de abejas y que, por lo<br />
tanto, su relación con el hombre viene de antaño. Los seres humanos han recogido<br />
miel en esta parte del mundo durante unos veinte mil años, y está comprobado a<br />
través de las pinturas rupestres de las rocas de la parte central del Sahara y de<br />
Zimbabwe, donde están representados llevando a cabo dicha actividad. Esta<br />
asociación ya tenía lugar entonces, pero incluso antes el pájaro disponía de otros<br />
ayudantes para recolectar miel. Al ratel o tejón abejero de El Cabo, un pariente de<br />
las mofetas del tamaño de un tejón, con las partes inferiores de color negro y con<br />
un lomo de un color blanco muy intenso, también le encanta la miel. Un indicador<br />
que se encuentre uno de ellos se comportará igual que con el hombre, insistiéndole<br />
con persistencia para que le siga. El ratel responde con gruñidos y trota detrás de<br />
él. Cuando llegan al nido de abejas, el ratel lo pone al descubierto con gran eficacia.<br />
Es un gran excavador con patas delanteras muy poderosas y logra pasar por<br />
aberturas muy estrechas. Puede incluso tranquilizar a las abejas mejor que un<br />
hombre. Como sus primas las mofetas, posee una glándula odorífera en la parte<br />
inferior de la cola, con la cual impregna y frota todo el exterior de la entrada del<br />
nido, de manera que la madera o la roca quedan impregnadas por el olor. Éste es<br />
tan fuerte que las abejas quedan aturdidas, y los seres humanos que observaron el<br />
interior de un nido saqueado después de la visita de un ratel han dicho que se<br />
quedaron tan mareados como las mismas abejas.<br />
Los mensajes que las distintas especies se intercambian entre sí, no son siempre<br />
amistosos. Los enemigos también encuentran provechoso comunicarse entre ellos.<br />
Las gacelas de Thomson, como la gacela saltarina y otros antílopes pequeños,<br />
cuando son perseguidas por licaones o hienas, se comportan de un modo extraño y<br />
dramático. Saltan, brincan en el aire y mantienen sus patas rígidas y rectas hacia<br />
abajo, posándose sobre sus cuatro patas al mismo tiempo. Con frecuencia realizan