De ALTAMIRA al - Fiestabrava

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Evolución Fiesta Brava taurómaca del famoso don Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador). Fernández de Moratín, afirma que El Cid lanceó a un toro, que había causado el pánico entre los caballeros moros que estaban en aquella fiesta. Ello pudo suceder hacia 1080. La hazaña, tal vez, creada por la imaginación del poeta: El Cid nunca lanceó toros, se dedicó a alancear moros. En contradicción con lo de Fernández Moratín está lo afirmado por tres buenos historiógrafos: don Ramón Menéndez Pidal, don Pascual Millán y el Conde de las Navas (Don Juan Gualberto López Valdemoro). Pero, en toda la época de la reconquista hubo fiestas de toros, aunque El Cid no haya tomado activa participación en la brega. Alfonso X El Sabio dio una infamante ley para los toreros. Lo que ya indica la tendencia de hacer de la Tauromaquia ejercicio propiedad de la nobleza en aquellas lejanas épocas, porque la ley era para los hombres que traicioneramente hieran o maten a las fieras, después que los caballeros hayan luchado con ellas. Y, efectivamente, Las siete Partidas protegían especialmente el espíritu caballeresco: Pero cuando un hombre lidiase…, con bestia brava por probar su fuerza, non sería enfamado… Porque todas las prerrogativas estaban del lado del caballero que se enfrentaba al peligro, con esa tónica que informaba toda la vida de aquella Edad. Se trata de un código jurídico escrito bajo la dirección de Alfonso X el Sabio (1221-1284), que es, desde el punto de vista literario… un monumento inapreciable, según el sentir de Narciso Alonso Cortés. En el ámbito taurino, se nota una clara tendencia del Monarca-legislador a frenar la labor de los matatoros que, con los trovadores, juglares, danzantes y saltinbanquis, formaban la pléyade andariega y buscavidas en la Edad Media. Porque ¿qué bestias bravas que no fueran toros habían de lidiar los españoles? No podía, pues, el Rey referirse más que al matatoros, profesional que, al margen de la lidia caballeresca de los 58 TOMO I hombres de armas, se dedicaban a rematar toros por dinero, cuando los caballeros no lograban hacerlo con sus lanzas, realizando tal suerte en las fiestas de villas y lugares. El toreo a pie, según esto, existió siempre, aunque al retroceder el caballeresco, tomara una importancia decisiva y la fiesta se encauzara por los derroteros que nos han traído las corridas hasta nosotros, según López Izquierdo. Al término de la gran batalla de Alcoraz, acaecida el (25-11-1096), sobre la llanura de su nombre, al sur de la ciudad de Huesca, entre las tropas del emir de Zaragoza Mostain II y el ejército cristiano al mando de don Pedro I de Aragón, el monarca en conmemoración de esta batalla, mandó edificar en el sitio del combate una iglesia dedicada a San Jorge, patrón de la milicia aragonesa, adoptando desde entonces en su escudo la Cruz del Santo, en campo de plata, y en sus ángulos cuatro cabezas rojas en recuerdo de los caudillos moros muertos en la batalla. Sin embargo, al regresar Pedro I el Cruel, hermano de Alfonso I, a la ciudad de Burgos, asistió a una corrida de toros, según nos lo describió el canciller Pedro López de Ayala, escritor, poeta y político español, nacido en Vitoria, en 1332 y muerto en 1407, quien señala en su obra Crónica de Don Pedro I, textualmente: «E ese día domingo - que pudo ser el primer o segundo domingo del mes de diciembre de 1096-, por cuanto el rey -se refiere a Don Pedro I- era entrado nuevamente a la cibdad -expresión árabecastellanizada- de Burgos, corrían toros en aquella plaza...» Los lidiados bien pudieron ser procedentes del Jarama... y uno de ellos bien pudo haberse llamado Don Pedro. En los reinados posteriores al de Alfonso X El Sabio, continuaron los festejos taurómacos. Fue en el de don Juan II, cuando construyó en Madrid la primera plaza de toros, frontera al palacio de los Duques de Medinaceli. Con el gobierno de la dinastía titulada de la Casa de Austria, la fiesta de toros adquirió solidez y esplendor. El emperador El PUERTO de SANTA MARÍA

TOMO I Carlos V, no solamente fue aficionado platónico del ejercicio de bregar con los toros, sino que tomó participación activa, lanceando. Felipe II, menos valiente que su ancestro, se conformaba con matar toros arcabuceándolos desde lugar bien seguro. Felipe III, era igualmente gran aficionado y los nobles le imitaban. No había ocasión para júbilo, en la que no hubiera fiesta de toros. En el reinado de Felipe IV, desde el monarca hasta los más humildes de los súbditos, en alguna vez se hacían lidiadores. Carlos II, festejó sus dos casamientos con lidias de toros. Felipe V, no fue adicto, pero los permitía. Fernando VI mandó edificar la Plaza de Toros en Madrid que duró hasta 1874, cuando fue inaugurada la penúltima. Y así contamos con las primeras referencias de matatoros en la figura deGil Juan Alcait, quien, en unión de Juan de Zaragoza, intervino en una corrida de toros celebrada en Pamplona el año 1388, que mandó celebrar el rey Carlos III el Noble, en honor del duque de Borbón. Y del mismo año, a Juan de Santander, lidiador que actuó en 1388 rematando astado de la antigua ganadería de Navarra propiedad de de don Joan Gris, de Tudela (Navarra), cuyo nombre aparecía por primera vez lidiando toros esa temporada, convirtiéndose en el primer ganadero conocido históricamente. Los historiadores del Reino de Navarra recogen el nombre de Juan Gris como el de un comisionado –en otros escritos figura como ganadero-, por el rey Carlos III el Noble, para recoger los toros más bravos que en la Ribera encontrase y que habrían de ser dedicados a las fiestas celebradas con ocasión de la visita del duque de Borbón el citado año de 1388. Sábese también que uno de los más notorios matatoros fue el referido Juan de Santander que debió torear al menos entre los años 1388 a 1401 cuando menos y que alcanzó gran fama en Pamplona, donde en 1401 recibió diez florines como pago de su tarea. Ningún nombre ganadero hallamos en estos siglos y por tanto quizás no sea aventurado el decir El PUERTO de SANTA MARÍA Evolución Fiesta Brava Felipe III, fue igualmente gran aficionado y los nobles le imitaban que específicos criadores de toros no existían tal y como hoy entendemos esta actividad pecuaria, ya que entonces la mayor parte del ganado bravo se criaba en grandes extensiones comunitarias y eran los propios vecinos los encargados de capturarlos, venderlos y cobrarlos. Y dando un salto pasamos al siglo XVI, que fue en el que se marcó el inicio del período de transición del toreo de a caballo al de a pie (13, a pie de la siguiete página) siendo una figura relevante de ese período don Fernando Álvarez Bohórquez, célebre toreador de a caballo del citado siglo. En el Epílogo de Utrera..., de donde, sin duda, era natural, escrito por don Pedro Román Meléndez, leí de él las siguientes curiosas noticias: «El más celebrado que conoció su edad en la vara larga y rejones, y en su cuerpo y fuerza gigantescos. La espada de que usaba no podía manejar otro. Era lo regular con la vara levantar al toro y echarlo de espaldas. Si daba cuchillada, lo ordinario era dejarlo muerto. En este ejercicio se le quebró el brazo derecho; y habiendo curado, le quedó inútil, y permitió que se lo volviesen a desen- 59

Evolución Fiesta Brava<br />

taurómaca del famoso don Rodrigo Díaz de<br />

Vivar (El Cid Campeador). Fernández de<br />

Moratín, afirma que El Cid lanceó a un toro,<br />

que había causado el pánico entre los<br />

cab<strong>al</strong>leros moros que estaban en aquella<br />

fiesta. Ello pudo suceder hacia 1080.<br />

La hazaña, t<strong>al</strong> vez, creada por la<br />

imaginación del poeta: El Cid nunca lanceó<br />

toros, se dedicó a <strong>al</strong>ancear moros. En<br />

contradicción con lo de Fernández Moratín<br />

está lo afirmado por tres buenos historiógrafos:<br />

don Ramón Menéndez Pid<strong>al</strong>, don<br />

Pascu<strong>al</strong> Millán y el Conde de las Navas (Don<br />

Juan Gu<strong>al</strong>berto López V<strong>al</strong>demoro). Pero, en<br />

toda la época de la reconquista hubo fiestas<br />

de toros, aunque El Cid no haya tomado<br />

activa participación en la brega. Alfonso X El<br />

Sabio dio una infamante ley para los toreros.<br />

Lo que ya indica la tendencia de hacer de la<br />

Tauromaquia ejercicio propiedad de la<br />

nobleza en aquellas lejanas épocas, porque<br />

la ley era para los hombres que traicioneramente<br />

hieran o maten a las fieras, después<br />

que los cab<strong>al</strong>leros hayan luchado con ellas.<br />

Y, efectivamente, Las siete Partidas<br />

protegían especi<strong>al</strong>mente el espíritu cab<strong>al</strong>leresco:<br />

Pero cuando un hombre lidiase…,<br />

con bestia brava por probar su fuerza, non<br />

sería enfamado… Porque todas las prerrogativas<br />

estaban del lado del cab<strong>al</strong>lero que se<br />

enfrentaba <strong>al</strong> peligro, con esa tónica que<br />

informaba toda la vida de aquella Edad. Se<br />

trata de un código jurídico escrito bajo la<br />

dirección de Alfonso X el Sabio (1221-1284),<br />

que es, desde el punto de vista literario… un<br />

monumento inapreciable, según el sentir de<br />

Narciso Alonso Cortés.<br />

En el ámbito taurino, se nota una clara<br />

tendencia del Monarca-legislador a frenar la<br />

labor de los matatoros que, con los trovadores,<br />

juglares, danzantes y s<strong>al</strong>tinbanquis,<br />

formaban la pléyade andariega y buscavidas<br />

en la Edad Media. Porque ¿qué bestias<br />

bravas que no fueran toros habían de lidiar<br />

los españoles? No podía, pues, el Rey<br />

referirse más que <strong>al</strong> matatoros, profesion<strong>al</strong><br />

que, <strong>al</strong> margen de la lidia cab<strong>al</strong>leresca de los<br />

58<br />

TOMO I<br />

hombres de armas, se dedicaban a rematar<br />

toros por dinero, cuando los cab<strong>al</strong>leros no<br />

lograban hacerlo con sus lanzas, re<strong>al</strong>izando<br />

t<strong>al</strong> suerte en las fiestas de villas y lugares. El<br />

toreo a pie, según esto, existió siempre,<br />

aunque <strong>al</strong> retroceder el cab<strong>al</strong>leresco, tomara<br />

una importancia decisiva y la fiesta se encauzara<br />

por los derroteros que nos han traído<br />

las corridas hasta nosotros, según López<br />

Izquierdo.<br />

Al término de la gran bat<strong>al</strong>la de<br />

Alcoraz, acaecida el (25-11-1096), sobre la<br />

llanura de su nombre, <strong>al</strong> sur de la ciudad de<br />

Huesca, entre las tropas del emir de Zaragoza<br />

Mostain II y el ejército cristiano <strong>al</strong> mando de<br />

don Pedro I de Aragón, el monarca en<br />

conmemoración de esta bat<strong>al</strong>la, mandó<br />

edificar en el sitio del combate una iglesia<br />

dedicada a San Jorge, patrón de la milicia<br />

aragonesa, adoptando desde entonces en su<br />

escudo la Cruz del Santo, en campo de plata,<br />

y en sus ángulos cuatro cabezas rojas en<br />

recuerdo de los caudillos moros muertos en<br />

la bat<strong>al</strong>la. Sin embargo, <strong>al</strong> regresar Pedro I el<br />

Cruel, hermano de Alfonso I, a la ciudad de<br />

Burgos, asistió a una corrida de toros, según<br />

nos lo describió el canciller Pedro López de<br />

Ay<strong>al</strong>a, escritor, poeta y político español,<br />

nacido en Vitoria, en 1332 y muerto en 1407,<br />

quien señ<strong>al</strong>a en su obra Crónica de Don<br />

Pedro I, textu<strong>al</strong>mente: «E ese día domingo -<br />

que pudo ser el primer o segundo domingo<br />

del mes de diciembre de 1096-, por cuanto el<br />

rey -se refiere a Don Pedro I- era entrado<br />

nuevamente a la cibdad -expresión árabecastellanizada-<br />

de Burgos, corrían toros en<br />

aquella plaza...» Los lidiados bien pudieron<br />

ser procedentes del Jarama... y uno de ellos<br />

bien pudo haberse llamado Don Pedro.<br />

En los reinados posteriores <strong>al</strong> de<br />

Alfonso X El Sabio, continuaron los festejos<br />

taurómacos. Fue en el de don Juan II, cuando<br />

construyó en Madrid la primera plaza de<br />

toros, frontera <strong>al</strong> p<strong>al</strong>acio de los Duques de<br />

Medinaceli. Con el gobierno de la dinastía<br />

titulada de la Casa de Austria, la fiesta de toros<br />

adquirió solidez y esplendor. El emperador<br />

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