De ALTAMIRA al - Fiestabrava
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TOMO I<br />
de lo auténtico, y en el goce anímico de practicar<br />
esa autenticidad o presenciarla estimulan<br />
estas supervivencias que fueron desde<br />
tiempos encestr<strong>al</strong>es el gran placer de los<br />
hombre primitivos y sigue siendo apasionante<br />
espectáculo para el hombre civilizado.<br />
Nadie podrá extinguirla ¡mientras<br />
conserve su autenticidad...! y ésta no<br />
dependerá jamás de los que «viven fuera de<br />
ella, por lo que los únicos que pueden ponerla<br />
en peligro son los que viven dentro de la<br />
misma Fiesta.» Qué razón tiene don José<br />
María de Cossío, cuando dice que «la mayor<br />
censura que suele lanzarse contra este<br />
género de deportes es lo innecesario de su<br />
práctica, y éste es su mayor elogio. Los que<br />
gustamos de ellos sabemos bien de su<br />
autenticidad dolorosa, y les aceptamos, pero<br />
si la sinceridad de los que les censuran fuera<br />
auténtica se aunarían en una liga superadora<br />
de todas las que suponen preocupaciones, o<br />
restos de preocupaciones, ancestr<strong>al</strong>es, para<br />
suprimir el dolor, los asesinatos y las guerras,<br />
y lo cierto es que no lo hacen, aunque lo<br />
prediquen, ni sería bien que lo hicieran. La<br />
crueldad ha ido siempre en compañía<br />
indestructible con el hombre.<br />
El PUERTO de SANTA MARÍA<br />
Evolución Fiesta Brava<br />
¿Cuántos miles de años<br />
separan ambas<br />
cornamentas?<br />
Nos cuenta, Pío Baroja, que en un<br />
pueblo vasco permanecía en una vieja casa<br />
un escudo en cuyo campo se representaba<br />
un corazón atravesado por un puñ<strong>al</strong>, y una<br />
leyenda <strong>al</strong>rededor que decía: «El mundo es<br />
así.» <strong>De</strong>bemos procurar que no lo sea, pero<br />
es necia campaña la de pretender desmontar<br />
el ingente edificio de la crueldad humana<br />
comenzando por el inofensivo remate y no<br />
por los cimientos.»<br />
Absurdo sería aceptar que los<br />
españoles somos los únicos que supuestamente<br />
gozamos en la crueldad, dado que<br />
íntegramente lo sean nuestras corridas. Su<br />
aspecto de primitivismo, que sin duda<br />
poseen, resulta a toda vista inevitable en<br />
fiesta que tiene una indiscutible tradición<br />
milenaria y ancestr<strong>al</strong>. En este sentido, nos<br />
dice don José María de Cossío, «que <strong>al</strong><br />
español se le hubiera ocurrido organizar un<br />
espectáculo tremendo en nuestros días se<br />
hubiera dedicado, por ejemplo, a fomentar la<br />
preparación de corredores de automóviles,<br />
como viene haciendo en estos primeros años<br />
del siglo XXI.»<br />
Ciertamente, cuando se trata de<br />
seguir la evolución del arte de torear, la<br />
mayoría de los autores siente la inclinación<br />
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