análisis del año 2006 - Facultad de Ciencias Sociales - Universidad ...

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130 ANÁLISIS DEL AÑO 2006 - Departamento de Sociología de la Universidad de Chile siempre disponer de la violencia, administrarla con el juicio propio de la jefatura del Estado. Por esto, era evidente que la tensión tendría que aparecer. La llegada de Bachelet al gobierno fue un fenómeno en tanto le subyacía la esperanza de la libertad. Esto confirma su capacidad de representar la ausencia de violencia organizadora. Se reactivaron las voces, pero las voces se hicieron demandas, las demandas se transformaron en discusiones, las discusiones en paros, marchas y huelgas. Y de pronto Bachelet, a poco andar, se encontró con “El Fantasma de la Libertad”, para decirlo con Buñuel. Muchos la miraron y le dijeron que no sabía gobernar, se reactivó la tesis de que no daba al ancho y apareció el temor a que la violencia volviera, pero ahora en forma desorganizada. El ícono de este fenómeno se marcó en la Revolución Pingüina, esto es, el movimiento de los estudiantes secundarios que criticaron los costos de la PSU, del pase escolar, la educación pública y todo lo demás. Al principio hubo simpatía y admiración por jóvenes jugados por sus ideas. Incluso hubo sorpresa porque tenían ideas aun cuando provenían de colegios públicos. Se constituyó una enorme comisión donde discutirían con toda la fauna de nuestra educación, asumiendo que se pondrían de acuerdo desde el rector de la Universidad Católica hasta el estudiante pobre y revolucionario. Pero no hubo encuentro. La mega comisión de más de 70 personas no logró encontrar acuerdos más allá del diagnóstico. No es que haya sido un fracaso, porque en el gobierno ciudadano ‘dialogar’ siempre es un triunfo. Pero parece que ni siquiera se dialogó tanto. Las demandas estudiantiles marcaron el hito que más o menos representa la convicción de que en pedir no hay engaño y, sobre todo, de que es necesario pedir hasta que duela. Surgieron más demandas, huelgas, paros y muchos tipos se acordaron de sus derechos. Hasta la gente que se quedaba en Argentina por culpa del cierre del paso Los Libertadores apelaba a que la presidenta debía ayudar a todos los chilenos y que debía enviarles un avión a buscarlos. La tesis de fondo era que todo dolor, toda frustración, es política. Y había otra tesis, no tan de fondo pero harto importante: se asumió que la presidenta, la madre doliente, estaba llena de dinero por un cobre que no paraba de subir y por un país con excedentes más que suficientes. Al punto que se propuso un incremento de sobre un 10% para el gasto público. De este modo, a los tres o cuatro meses el fantasma de la libertad ya recorría Chile. Se necesitaban nuevos líderes, se necesitaban enérgicos sujetos que devolvieran el orden, que reconstituyeran las rutinas productivas, que pacificaran el Arauco indómito. Por eso, no se encontró nada mejor que desatar la carrera presidencial a tres meses de haber asumido Bachelet. Lo sorprendente no es tanto que haya un par de locos activos, sino todos los locos pasivos que observamos como verosímil ese acto y nos pusimos a discutir sobre Insulza, Lagos, Longueira, Piñera y hasta de Eyzaguirre y otros más. Aun cuando es posible que haya sido un simple deseo por volver a la violencia organizadora.

ALBERTO MAYOL MIRANDA - De Pinochet a Bachelet 131 En ese panorama de pronto la presidenta dijo que en realidad había un malentendido. Que nunca se había hablado de gobierno ciudadano, que eso no existía, que el gobierno es gobierno y todo lo demás. Todo se gatilló por el poder de las encuestas: Adimark dijo que la presidenta había caído 10 puntos en junio. Razón suficiente para cambiar el discurso. Mientras el 11 de marzo, en el cambio de mando, dijo que “éste será el gobierno de los ciudadanos”, ya el 9 de julio dijo en El Mercurio que ella en realidad no ‘usaba’ esa palabra (gobierno ciudadano) y que sólo quería decir “con, para y por los ciudadanos, pero no gobierno ciudadano”. Y fue así como el fantasma de la libertad comenzó a ser combatido, volviendo a Luis XIV y su “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Tampoco hay que hacerse ilusiones: nuestra tradición no es de despotismo ilustrado, como el de Luis XIV, sino que es sólo despotismo. Por eso, para terminar con el fantasma de la libertad, apareció Belisario. Un par de operativos de seguridad para demostrar a los delincuentes que no sería perdonados, un par de frases bruscas y de pronto todo era muy claro: había vuelto la violencia organizadora. Tres o cuatro meses duró el dolor como energía de gobierno. La violencia volvió y la presidenta se encargaría de retomar la sólida tradición de un gobierno que vuelve a alinearse con las fuerzas que estén lo más lejos posible de los ciudadanos. Quizás como el dolor y el perdón perdieron protagonismo, Bachelet no quiso funerales de Estado para Pinochet y no fue a su entierro. Ese acto cristiano de reencuentro tal vez lo habría hecho si hubiese tenido fe en el gobierno del dolor. De todos modos, el espíritu del perdón sigue presente. En la Concertación hacen mea culpa de la corrupción y confiesan que se imaginaron que había que luchar contra la injusticia y la desigualdad. No soportaron ver tanta injusticia, ver que sus partidos no tienen financiamiento privado y los de derecha sí. Y decidieron que eso no debía seguir más. Había que luchar con las armas disponibles. Y vieron que esas armas estaban en el Estado, por lo que en un acto de redistribución sin precedentes, tomaron ese dinero y empataron la riqueza con gastos reservados y fondos concursables. Y aunque piden perdón, dicen que había razones superiores. Y se entiende. “Todo por el pueblo”. Finalmente, un pequeño homenaje a un logro concertacionista que tiene ya muchos años. La Concertación descubrió que “lo importante no es ganar, sino empatar”. Su gestión del debate político se basa en el empate permanente. No es raro. En las culturas primitivas se valora de sobremanera el empate. Levi Strauss describe como tribus en el Amazonas jugaban algo muy parecido al fútbol, pero tenían el desafío de que el encuentro debía culminar en un empate, por lo que a veces el juego duraba muchas horas o incluso días. El mundo no puede estar sometido al imperio de la diferencia, a la injusticia insólita del éxito de uno y la derrota del otro. Eso es muy noble. Pero en nuestra vida política hemos inventado una teoría del empate algo distinta: son los pecados los que se igualan. Pero además, los pecados se descuentan

ALBERTO MAYOL MIRANDA - De Pinochet a Bachelet<br />

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En ese panorama <strong>de</strong> pronto la presi<strong>de</strong>nta dijo que en realidad había un<br />

malentendido. Que nunca se había hablado <strong>de</strong> gobierno ciudadano, que eso no<br />

existía, que el gobierno es gobierno y todo lo <strong>de</strong>más. Todo se gatilló por el po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> las encuestas: Adimark dijo que la presi<strong>de</strong>nta había caído 10 puntos en junio.<br />

Razón suficiente para cambiar el discurso. Mientras el 11 <strong>de</strong> marzo, en el cambio <strong>de</strong><br />

mando, dijo que “éste será el gobierno <strong>de</strong> los ciudadanos”, ya el 9 <strong>de</strong> julio dijo en El<br />

Mercurio que ella en realidad no ‘usaba’ esa palabra (gobierno ciudadano) y que<br />

sólo quería <strong>de</strong>cir “con, para y por los ciudadanos, pero no gobierno ciudadano”. Y<br />

fue así como el fantasma <strong>de</strong> la libertad comenzó a ser combatido, volviendo a Luis<br />

XIV y su “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Tampoco hay que hacerse<br />

ilusiones: nuestra tradición no es <strong>de</strong> <strong>de</strong>spotismo ilustrado, como el <strong>de</strong> Luis XIV, sino<br />

que es sólo <strong>de</strong>spotismo.<br />

Por eso, para terminar con el fantasma <strong>de</strong> la libertad, apareció Belisario. Un par<br />

<strong>de</strong> operativos <strong>de</strong> seguridad para <strong>de</strong>mostrar a los <strong><strong>de</strong>l</strong>incuentes que no sería perdonados,<br />

un par <strong>de</strong> frases bruscas y <strong>de</strong> pronto todo era muy claro: había vuelto la violencia<br />

organizadora. Tres o cuatro meses duró el dolor como energía <strong>de</strong> gobierno. La<br />

violencia volvió y la presi<strong>de</strong>nta se encargaría <strong>de</strong> retomar la sólida tradición <strong>de</strong> un<br />

gobierno que vuelve a alinearse con las fuerzas que estén lo más lejos posible <strong>de</strong> los<br />

ciudadanos.<br />

Quizás como el dolor y el perdón perdieron protagonismo, Bachelet no quiso<br />

funerales <strong>de</strong> Estado para Pinochet y no fue a su entierro. Ese acto cristiano <strong>de</strong><br />

reencuentro tal vez lo habría hecho si hubiese tenido fe en el gobierno <strong><strong>de</strong>l</strong> dolor.<br />

De todos modos, el espíritu <strong><strong>de</strong>l</strong> perdón sigue presente. En la Concertación hacen<br />

mea culpa <strong>de</strong> la corrupción y confiesan que se imaginaron que había que luchar contra<br />

la injusticia y la <strong>de</strong>sigualdad. No soportaron ver tanta injusticia, ver que sus partidos<br />

no tienen financiamiento privado y los <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha sí. Y <strong>de</strong>cidieron que eso no <strong>de</strong>bía<br />

seguir más. Había que luchar con las armas disponibles. Y vieron que esas armas<br />

estaban en el Estado, por lo que en un acto <strong>de</strong> redistribución sin prece<strong>de</strong>ntes, tomaron<br />

ese dinero y empataron la riqueza con gastos reservados y fondos concursables. Y<br />

aunque pi<strong>de</strong>n perdón, dicen que había razones superiores. Y se entien<strong>de</strong>. “Todo por<br />

el pueblo”.<br />

Finalmente, un pequeño homenaje a un logro concertacionista que tiene ya muchos<br />

<strong>año</strong>s. La Concertación <strong>de</strong>scubrió que “lo importante no es ganar, sino empatar”. Su<br />

gestión <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>bate político se basa en el empate permanente. No es raro. En las<br />

culturas primitivas se valora <strong>de</strong> sobremanera el empate. Levi Strauss <strong>de</strong>scribe como<br />

tribus en el Amazonas jugaban algo muy parecido al fútbol, pero tenían el <strong>de</strong>safío<br />

<strong>de</strong> que el encuentro <strong>de</strong>bía culminar en un empate, por lo que a veces el juego duraba<br />

muchas horas o incluso días. El mundo no pue<strong>de</strong> estar sometido al imperio <strong>de</strong> la<br />

diferencia, a la injusticia insólita <strong><strong>de</strong>l</strong> éxito <strong>de</strong> uno y la <strong>de</strong>rrota <strong><strong>de</strong>l</strong> otro. Eso es muy<br />

noble. Pero en nuestra vida política hemos inventado una teoría <strong><strong>de</strong>l</strong> empate algo<br />

distinta: son los pecados los que se igualan. Pero a<strong>de</strong>más, los pecados se <strong>de</strong>scuentan

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