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PDF - Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento ...

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mente. Berkeley y Spinoza, también confortablemente instalados en el reino <strong>de</strong> la mente,<br />

no pue<strong>de</strong>n sin embargo prescindir <strong>de</strong> la referencia a Dios. Sin Él, sus sistemas no cierran.<br />

No obstante, cierto malestar se hacía sentir. Más allá <strong>de</strong> la grosería materialista,<br />

fácilmente <strong>de</strong>sarticulada por el i<strong>de</strong>alismo, la existencia resistía tenazmente su reducción al<br />

concepto (o, si se quiere, a las “i<strong>de</strong>as” o “impresiones” <strong>de</strong> los empiristas). Azuzado en<br />

parte por este malestar, Manuel Kant buscó por dos caminos diferentes -aunque<br />

intercomunicados- sobrepasar la cárcel <strong>de</strong> la mente. La existencia trascien<strong>de</strong> al concepto<br />

tanto en lo referente a la proyección y constitución <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> objetividad<br />

fenoménica, como en lo que concierne a lo real, que escapa a la representación empírica.<br />

Fenómeno y cosa en sí. Pero la trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l fenómeno quedó reducida a las<br />

intuiciones puras, con lo que la mente logró salir <strong>de</strong> sí sin abandonarse, engullir lo otro <strong>de</strong><br />

sí, <strong>de</strong>jándolo reposar en su (pseudo)exterioridad. Otro tanto ocurrió con la cosa en sí: al<br />

poblarla Kant <strong>de</strong> fantasmas inteligibles, <strong>de</strong>l viejo mundo <strong>de</strong> las abstracciones metafísicas -<br />

los noúmenos-, la mente mantuvo allí su imperio, aun cuando en su figura <strong>de</strong> razón<br />

teórica no pudiera efectivizarlo. El uso práctico <strong>de</strong> la razón reducirá la cosa en sí a la<br />

mente, como la razón teórica lo hiciera con el fenómeno.<br />

La ampliación kantiana <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> la mente, es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> la subjetividad mo<strong>de</strong>rna,<br />

cartesiana, dio lugar a que el i<strong>de</strong>alismo alemán -en particular Hegel, con su razón<br />

dialéctica- expandiera las murallas hasta per<strong>de</strong>rlas completamente <strong>de</strong> vista, convirtiendo<br />

el encierro en prisión domiciliaria <strong>de</strong> todas y cada una <strong>de</strong> las cosas <strong>de</strong>l mundo y, por fin,<br />

<strong>de</strong>l mundo mismo. “Todo lo real es racional y todo lo racional, real”, dicho esto, claro está,<br />

el servicio <strong>de</strong> la racionalidad subjetiva que a partir <strong>de</strong> ahora adquiere el nombre y el rostro<br />

<strong>de</strong> la subjetividad absoluta.<br />

El último paso, <strong>de</strong>cisivo, lo dio Marx, al advertir que la subjetividad absoluta hegeliana<br />

era una metáfora i<strong>de</strong>alista <strong>de</strong>l Capital. El sujeto mo<strong>de</strong>rno, cartesiano, expandido hasta el<br />

límite extremo <strong>de</strong> sus posibilida<strong>de</strong>s, hasta i<strong>de</strong>ntificarse con el mundo, sin per<strong>de</strong>r por ello el<br />

ensimismamiento <strong>de</strong>l cogito, su cercanía infinita consigo, es el Capital. No nos extrañe<br />

pues su dominio planetario, ni que los intentos <strong>de</strong> alterar su lógica inexorable hayan<br />

fracasado miserablemente. Los extraordinarios experimentos sociales llevados a cabo en<br />

esta dirección -paradigmáticamente los socialismos marxistas, aunque también, en cierta<br />

medida, los fascismos y el nacional-socialismo- <strong>de</strong>splazaron transitoriamente al<br />

capitalismo liberal-<strong>de</strong>mocrático, pero jamás conmovieron la estructura lógica <strong>de</strong>l Capital,<br />

negatividad absoluta <strong>de</strong> la subjetividad mo<strong>de</strong>rna, voluntad <strong>de</strong> voluntad, que sólo busca su<br />

reproducción ampliada.<br />

Demás está <strong>de</strong>cir que el propio Marx nunca estuvo a la altura <strong>de</strong> su <strong>de</strong>scubrimiento<br />

porque, entre otras cosas, fue incapaz <strong>de</strong> siquiera vislumbrar las implicancias metafísicas<br />

<strong>de</strong>l mismo. De ahí, sus propuestas ridículas e inconducentes, inspiradas -sobre todo en su<br />

juventud- por el “materialismo” y el “humanismo” feuerbachianos, tan a contramano <strong>de</strong> la<br />

evolución <strong>de</strong> la subjetividad mo<strong>de</strong>rna. No se trata <strong>de</strong> “alienaciones” ni “reapropiaciones”;<br />

esos no son más que lamentos románticos <strong>de</strong> configuraciones atrasadas, marginales y,<br />

en el fondo, fantasiosas, <strong>de</strong>l hombre europeo. Es casi innecesario agregar que los<br />

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