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PDF - Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento ...

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allá a las almas que han sido actuantes y virtuosas en el mundo terrenal mas no a<br />

aquellas que se entregaron a los placeres y los vicios.<br />

Sin embargo, en el mito escatológico, la “verda<strong>de</strong>ra tierra” se halla lejos <strong>de</strong> tener<br />

algo que ver con la nuestra, ya que posee las cualida<strong>de</strong>s que Platón le ha adjudicado a lo<br />

divino. Pero se podría pensar que lo corruptible pue<strong>de</strong> no tener que ver con lo contingente<br />

y lo somático, ya que, como él mismo afirma, también las almas son corruptibles, en tanto<br />

pue<strong>de</strong>n ser viciadas y alejarse, así, <strong>de</strong> la armonía <strong>de</strong> la virtud, la pureza y la perfección.<br />

Lejos <strong>de</strong> querer protestar sobre la “<strong>de</strong>gradación” platónica <strong>de</strong>l mundo sensible<br />

(que, vale aclara, no es total), hemos intentado mostrar ciertas concepciones que pue<strong>de</strong>n<br />

llevar a una antropología binaria, <strong>de</strong>svinculando la realidad humana <strong>de</strong> lo corporal al<br />

asimilarla primeramente a lo espiritual.<br />

Analizaremos dos libros <strong>de</strong> las Confesiones <strong>de</strong> San Agustín, para mostrar la<br />

jerarquización <strong>de</strong>l hombre con respecto a Dios y el hostigamiento <strong>de</strong> la corporalidad que,<br />

creemos, tiene su raíz en la dualidad platónica alma-divina/cuerpo-terrenal.<br />

Des<strong>de</strong> el inicio <strong>de</strong>l Libro décimo, pue<strong>de</strong> verse la <strong>de</strong>gradación <strong>de</strong> la vida terrenal, en<br />

tanto en ella no se goza ni se llora rectamente.<br />

Existe una relación estrecha entre el hombre y Dios a partir <strong>de</strong>l diálogo; el hombre<br />

ve su interior en el diálogo con otro Tú que se halla en el fondo <strong>de</strong> su alma (y, por lo tanto,<br />

presente), pero que es trascen<strong>de</strong>nte. Este Tú es el que pue<strong>de</strong> conocer verda<strong>de</strong>ramente al<br />

yo inmanente <strong>de</strong>l alma. Es el Señor a cuya mirada la conciencia <strong>de</strong>l hombre se <strong>de</strong>snuda.<br />

Esta confesión se hace con palabras y voces <strong>de</strong>l alma y <strong>de</strong> la mente, más no <strong>de</strong> carne.<br />

Agustín habla también <strong>de</strong> una visión interior (“ojos míos ocultos”) como la presencia divina<br />

en el alma 1<br />

.<br />

Aquí me gustaría simplemente remarcar la ironía <strong>de</strong>l pensamiento <strong>de</strong>l hombre:<br />

sólo intenta conocer lo inaccesible a través <strong>de</strong> lo accesible, sólo vislumbra lo inefable con<br />

palabras difusas, sólo pue<strong>de</strong> pensar lo divino a través <strong>de</strong> metáforas <strong>de</strong> lo corpóreo, sólo<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no acce<strong>de</strong> a aquello trascen<strong>de</strong>nte pero lo pronuncia siempre en un<br />

intento <strong>de</strong> acceso <strong>de</strong>sesperado.<br />

En contraposición con la bondad, misericordia y verdad plena <strong>de</strong> Dios, el hombre<br />

queda relegado a una naturaleza empobrecida y subordinada a Él. Vemos la finitud como<br />

culpa en tanto el bien siempre es atribuido a y atributo <strong>de</strong> Él. Lo que es bueno, podríamos<br />

<strong>de</strong>cir también bello y <strong>de</strong>seable, no es virtud <strong>de</strong>l hombre, sino <strong>de</strong> su Dios.<br />

El “yo”, rebajado, humillado ante el Tú, se presenta como siervo suyo, poseedor <strong>de</strong><br />

cualida<strong>de</strong>s como “flaqueza”, “<strong>de</strong>bilidad” e “inexperiencia” y se <strong>de</strong>scribe como<br />

“pequeñuelo”, “miserable”, “impío”, <strong>de</strong> alma “ciega y lánguida, torpe e in<strong>de</strong>cente”. El único<br />

motivo <strong>de</strong> placer en él es Dios y su palabra, que permite el único gozo verda<strong>de</strong>ro.<br />

1 San Agustín, Confesiones, Ed. Lumen, Buenos Aires. Pág. 207.<br />

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