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eaparecer, tal vez, un poco más allá, si siempre está demasiado enredada como para sacar conclusiones, ¿no será más sincero dejar que al narrarla queden cabos sueltos? Una narración más enredada con los hechos y menos asociada a la pura ficción tendrá más dificultades para alcanzar una forma simétrica. La verdad relatada sin compromisos siempre tendrá bordes deshilachados (Melville, 1987: 381). Hay personajes transparentes, que hacen posible la producción de una narración comprensible. Y hay personajes opacos, que bloquean la comprensión y plantean el desafío de narrar lo imposible de narrar, lo incomprensible. Unos parecen sólidamente instalados en la cordura, otros parecen siempre al borde de la locura. Pero no se trata de buscar que un tipo de personaje termine triunfando sobre el otro, sino de mantenerlos en tensión; entrelazando las distintas perspectivas, sin atarlas, insinuando hasta qué punto los extremos se oponen, pero también se rozan, aunque nunca lleguen a fusionarse. Podría incluso imaginarse que esas tensiones son una expresión del forcejeo que el escritor mantiene con ese ángel terrible llamado arte. Para dar forma, para crear vida, cosas muy distintas deben encontrarse y aparearse: la llama debe derretirse y el viento congelarse; pero con eso no basta, deben también fundirse con el corazón místico de Jacob y forcejear con el Arte, ese Ángel (Melville, 1891: 37, versión libre). Todo gran escritor termina pactando con algún personaje oscuro, con seres que no son caricaturas ni metáforas, que insisten en visitarlo, aunque no los invite. Trata de no entregarles el alma, pero lo fascinan, pues vislumbra que le revelan nuevas formas de ver y de sentir, y cree poder usar la oscuridad que brota de ellos como un medio para producir juegos de luces y sombras; juegos que acaso permitan ver lo que ninguna luz, por sí sola, podría hacer ver. A través de las bocas de personajes oscuros se insinúan cosas que sentimos aterradoramente verdaderas, que las personas considerarían una locura decir o incluso sugerir. Pero esa oscuridad se convierte en medio para producir luces y sombras, sin su gran poder no se puede balancear el mundo… la oscuridad revela el movimiento constante del amanecer, que eternamente avanza a través de ella, envolviéndola (Melville, 1950: versión libre). Si se acepta que la lucha por el arte es inseparable de la lucha contra las formas convencionales que pasan por ser arte, puede también aceptarse que la lucha por la verdad es inseparable de la lucha contra lo que pasa por verdad, cualquiera sea el nombre que ésta adopte. Para un escritor, la búsqueda de la verdad, más que estar unida a la ciencia, la religión, o la política, está vinculada al arte. Puede que tal búsqueda quede siempre inconclusa, pero vale la pena ponerse a escribir e intentarlo. La búsqueda de la verdad a través de la escritura es inseparable de la interpretación de sus signos, y 220
las interpretaciones disponibles, más que una ayuda, son un obstáculo. El escritor es como un cazador intentando descifrar las huellas de una presa furtiva, que ora parece excederlo en malicia e inteligencia, ora no parece siquiera verlo. El arte de relatar la verdad parece reclamar la creación de un nuevo lenguaje y para crear un nuevo lenguaje hay que violentar las gramáticas y los diccionarios. En definitiva, la lucha por la verdad es inseparable de la lucha contra la “verdad” y sus sucedáneos: “naturaleza”, “dios” y, sobre todo, “yo”, que en lugar de permitir que el sujeto respire libremente, lo ahogan cada vez más. En cuanto decimos Yo, Dios, Naturaleza, pateamos el banco y nos colgamos de una viga. Sí, tan pronto hacemos eso, nos convertimos en el ahorcado. Si se elimina a Dios del diccionario, tal vez se Lo encuentre en la calle (Melville, 16? de abril, 1851b). Todo gran escritor crea grandes infractores, rebeldes que devuelven golpe por golpe o que resisten de manera radicalmente pacífica. Desmesurados que insisten, por una buena razón o sin razón alguna, en sentir y obrar como si no hubiera poder en el cielo, el infierno o la tierra que esté por encima de ellos, como si fueran soberanos de sí mismos. Seres que suelen perecer, víctimas de su propia desmesura o de la desmesura de otros. Puede que perezca, pero mientras vive insiste en tratar igual a todos los Poderes. Si alguno de ellos opta por guardar ciertos secretos, que así sea; eso no afecta su soberanía, no le hace pagar ningún tributo. De todas maneras, tal vez, no haya ningún secreto (Melville, 16 de abril de 1851). La verdad, si existe, se ofrece de manera encubierta y a través de destellos fugaces. Tal vez, la verdad es que no se puede pretender capturar la verdad, sin matarse o matarla en el intento. El arte de relatar la verdad, si existe, consistiría en disturbar el juego de la verdad lo más, pero también lo menos, posible. Pues en este mundo de mentiras, la Verdad se ve forzada a volar, asustada como una paloma blanca en el bosque; y sólo se revelará a través atisbos astutos, tal como ocurre en Shakespeare y otros maestros del gran Arte de Relatar la Verdad, aunque sea siempre de manera encubierta y por arrebatos momentáneos (Melville, 1950: ). III-Devenir animal Si me preguntaran qué es un animal, respondería “Es estar al acecho, es un ser fundamentalmente al acecho”… ves las orejas de un animal, no hace nada sin estar al acecho (Deleuze y Parnet, 1988-1989, “A” de animal). El animal está siempre al acecho. Cada animal tiene un mundo propio cuyo alcance y complejidad coincide con el alcance de sus órganos sensoriales (auditivos, táctiles, 221
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inseparable <strong>de</strong> la lucha contra la “verdad” y sus sucedáneos: “naturaleza”, “dios” y, sobre<br />
todo, “yo”, que en lugar <strong>de</strong> permitir que el sujeto respire libremente, lo ahogan cada vez<br />
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En cuanto <strong>de</strong>cimos Yo, Dios, Naturaleza, pateamos el banco y nos colgamos <strong>de</strong> una viga.<br />
Sí, tan pronto hacemos eso, nos convertimos en el ahorcado. Si se elimina a Dios <strong>de</strong>l<br />
diccionario, tal vez se Lo encuentre en la calle (Melville, 16? <strong>de</strong> abril, 1851b).<br />
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Seres que suelen perecer, víctimas <strong>de</strong> su propia <strong>de</strong>smesura o <strong>de</strong> la <strong>de</strong>smesura <strong>de</strong> otros.<br />
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La verdad, si existe, se ofrece <strong>de</strong> manera encubierta y a través <strong>de</strong> <strong>de</strong>stellos fugaces. Tal<br />
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el intento. El arte <strong>de</strong> relatar la verdad, si existe, consistiría en disturbar el juego <strong>de</strong> la<br />
verdad lo más, pero también lo menos, posible.<br />
Pues en este mundo <strong>de</strong> mentiras, la Verdad se ve forzada a volar, asustada como una<br />
paloma blanca en el bosque; y sólo se revelará a través atisbos astutos, tal como ocurre<br />
en Shakespeare y otros maestros <strong>de</strong>l gran Arte <strong>de</strong> Relatar la Verdad, aunque sea siempre<br />
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III-Devenir animal<br />
Si me preguntaran qué es un animal, respon<strong>de</strong>ría “Es estar al acecho, es un ser<br />
fundamentalmente al acecho”… ves las orejas <strong>de</strong> un animal, no hace nada sin estar al<br />
acecho (Deleuze y Parnet, 1988-1989, “A” <strong>de</strong> animal).<br />
El animal está siempre al acecho. Cada animal tiene un mundo propio cuyo alcance y<br />
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