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como un nudo entre naturaleza y cultura, pues el cuerpo es un ser natural, perceptivo, y a su vez es un ser expresivo, que instituye sentido y comprende el sentido instituido. Ontología de la carne Nos esforzaremos ahora en esbozar breve y claramente la ontología merleau pontiana, partiendo de la “fe perceptiva” como modo de acceder al mundo directamente, en lugar de situarse en el conocimiento que de él [mundo] se posee. La percepción aquí dejará de ser vista como un acto de conciencia que se dirige hacia un objeto con su intencionalidad, para enfocarse en la percepción en tanto vínculo del individuo con el mundo. No se trata de que un sujeto “salga” al mundo para acceder al objeto, a eso ontológicamente diferente a él. Merleau-Ponty parte del hecho de que el sujeto ya está ahí, con las cosas, percibiendo, en constante estado de apertura, sin reflexionar sobre lo percibido. Esta pertenencia implica un dejar entrar al mundo en el sujeto, no se trata de un vínculo unidireccional. Así se rompe con una concepción dualista del mundo y la inmediata objetivación del cuerpo. Recuperando el sentido griego del término “elemento” es como el autor caracterizará primeramente la noción de carne: aquello de lo que todo está hecho, tanto lo inerte como lo viviente. “Es la cosa general a mitad de camino entre el individuo espacio temporal y la idea, especie de principio encarnado que introduce un estilo de ser dondequiera que haya una simple parcela suya.” 1 . La carne es lo que se encuentra ya aquí en el mundo, no es algo que se deba descubrir. Es en tanto que el sujeto tiene un cuerpo que puede acceder al mundo, acceso que no sería un momento determinado, una decisión individual, sino el descubrimiento de su apertura ya dada en tanto encarnado. Y a la inversa: el mundo es dehiscencia del ser carnal, apertura hacia el sujeto; no hay un privilegio temporal de apertura de uno a otro ni posibilidad de distinguir qué aporta el cuerpo en la experiencia ni qué aporta el mundo, sino más bien habría simultaneidad e indistinción de implicaciones. Ahora bien, este ser carnal en tanto carne es dimensional, no es un principio ideal sino que es el tejido del mundo y por ende del cuerpo; es la garantía de la visibilidad y de que el sujeto sea vidente. No por tratarse de un ser rugoso, con cierta textura, constituirá un obstáculo para acceder al mundo: no es algo que la percepción deba sortear para tener un acceso verdadero, ni es lo que muestra la necesidad de buscar un suelo trascendental para asentar la unidad con el mundo. Este espesor constituye la visibilidad de la cosa; es en esa toma de distancia a la par de un estar en el mundo que la carne se me impone apareciendo lo visible, mi cuerpo se descubre como vidente y visible. Pero la visibilidad será sólo uno de los modos de acceder al mundo, de habitar ese ser carnal; si algo caracteriza la carne es su intersensorialidad y la estesiología como abordaje propio de un ser de cuya apertura está hecho lo que hay. Intersubjetividad-intercorporeidad Dentro de una ontología como la aquí presentada no cabe hablar de la búsqueda del fundamento del otro, o de la evidencia para considerarlo como uno igual a mí y no pensar que se trata de una máquina o un zombi. El caso es que lo primero en relación con el encuentro con otro no es “desconfiar” de su humanidad, sino que a nivel de la fe perceptiva se da una especie de coexistencia silenciosa, el encuentro entre dos 1 Merleau-Ponty, Maurice. Lo visible y lo invisible… , pág.174 206
horizontes del mismo mundo. El otro se me aparece como ya estando conmigo y lo primero que encuentro es un comportamiento y no una conciencia. Esto es lo que me permite acercarme a él y descubrir que su modo de habitar el mundo es igual al mío; en su comportamiento se traslucen sentidos que puedo comprender e incluso integrar a los míos y lo mismo sucede a la inversa sin prioridad de uno por sobre el otro. Por lo tanto, lo que posibilita la intersubjetividad es la carne, es la pertenencia al mismo ser carnal igualmente abierto para ambos; al establecerse el vínculo primero a nivel corporal se habla aquí de una intercorporeidad. A su vez acontece un descentramiento desde ambas partes: la aparición de un semejante opera una suerte de reordenamiento del mundo sin perder mi subjetividad. Es esa alteridad y participación en el mismo ser, esta ambigüedad, lo que caracteriza la intercorporeidad entendida según Merleau-Ponty. A diferencia de planteos como los de Sartre, el otro no anula mi subjetividad, no me convierte en un en sí. En Merleau-Ponty el otro me muestra aquello mío que se me mantiene oculto, funciona como el espectador de lo que no alcanzo a percibir y como disparador de nuevas perspectivas del mundo y de mi mismo. En esta relación hay un intercambio e institución conjunta de sentidos que se llevan a cabo ya dentro de una cultura, de una historia, de un lenguaje, es decir, se trata de una deformación de lo sedimentado llevada a cabo por los individuos inmersos en esta intercorporeidad. En otras palabras, no se trata de una nueva capa que se adhiere a la esfera de lo existente, sino que cada nuevo sentido permite volver a lo original y repensarlo en este movimiento de lo instituido-instituyente. Por lo tanto es la concepción del cuerpo como poseedor de un esquema corporal, como expresión de la carne lo que ofrece ese suelo común sobre el que pensar la intercorporeidad. Surge así, una corriente de expresiones y experiencias no clausuradas ni atomizadas sino que es, por el contrario, lo que posibilita ese suelo común de la comunicación dentro de una cultura gracias a una ontología homogénea. En palabras de Merleau-Ponty: “no existe aquí el problema del alter ego porque no soy yo ni él los que vemos, porque a ambos nos invade una visibilidad anónima, una visión en general, en virtud de esa propiedad primordial de la carne por la que, estando aquí y ahora, se irradia por todas partes y siempre, y, siendo individuo, es también dimensional y universal” 1 . Conclusión Así, al considerar el encuentro prerreflexivo y no tético de los cuerpos - mediado por el comportamiento y los gestos- la naturaleza resulta el ámbito de encuentro primario de dichos cuerpos, la cuna de la intercorporeidad, base y sostén permanente de la cultura, de los sentidos que de ésta emergen, quedando de esta manera anulada la antigua dicotomía entre naturaleza y cultura. El cuerpo en tanto entrelazo de lo natural y lo cultural es el primer objeto cultural, sobre y mediante el cual se instauran sentidos, sin olvidar su origen natural. “No hay duda de que la expresión marca el paso del mundo sensible al de la cultura, pero sólo hay cultural porque lo físico incorpora y transfiere el espíritu y porque el cuerpo es ya ‘simbolismo natural’, o simbolismo tácito de indivisión o evidencia precientífica en la que se funda todo simbolismo y toda razón.” 2 La intercorporeidad en tanto pliegue del ser carnal es el vehículo que permite concebir la reversibilidad entre la naturaleza y la cultura, siendo ambas expresiones del mismo Ser requiriendo ser abordadas mediante una hiperdialéctica que siempre dé cuenta de sus 1 Merleau-Ponty, Maurice. Op. Cit. pág. 177 2 López Sáenz, Carmen Intersubjetividad como intercorporeidad…, pág.62 207
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como un nudo entre naturaleza y cultura, pues el cuerpo es un ser natural, perceptivo, y a<br />
su vez es un ser expresivo, que instituye sentido y compren<strong>de</strong> el sentido instituido.<br />
Ontología <strong>de</strong> la carne<br />
Nos esforzaremos ahora en esbozar breve y claramente la ontología merleau pontiana,<br />
partiendo <strong>de</strong> la “fe perceptiva” como modo <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r al mundo directamente, en lugar <strong>de</strong><br />
situarse en el conocimiento que <strong>de</strong> él [mundo] se posee. La percepción aquí <strong>de</strong>jará <strong>de</strong> ser<br />
vista como un acto <strong>de</strong> conciencia que se dirige hacia un objeto con su intencionalidad,<br />
para enfocarse en la percepción en tanto vínculo <strong>de</strong>l individuo con el mundo. No se trata<br />
<strong>de</strong> que un sujeto “salga” al mundo para acce<strong>de</strong>r al objeto, a eso ontológicamente diferente<br />
a él. Merleau-Ponty parte <strong>de</strong>l hecho <strong>de</strong> que el sujeto ya está ahí, con las cosas,<br />
percibiendo, en constante estado <strong>de</strong> apertura, sin reflexionar sobre lo percibido. Esta<br />
pertenencia implica un <strong>de</strong>jar entrar al mundo en el sujeto, no se trata <strong>de</strong> un vínculo<br />
unidireccional. Así se rompe con una concepción dualista <strong>de</strong>l mundo y la inmediata<br />
objetivación <strong>de</strong>l cuerpo.<br />
Recuperando el sentido griego <strong>de</strong>l término “elemento” es como el autor caracterizará<br />
primeramente la noción <strong>de</strong> carne: aquello <strong>de</strong> lo que todo está hecho, tanto lo inerte como<br />
lo viviente. “Es la cosa general a mitad <strong>de</strong> camino entre el individuo espacio temporal y la<br />
i<strong>de</strong>a, especie <strong>de</strong> principio encarnado que introduce un estilo <strong>de</strong> ser don<strong>de</strong>quiera que haya<br />
una simple parcela suya.” 1<br />
. La carne es lo que se encuentra ya aquí en el mundo, no es<br />
algo que se <strong>de</strong>ba <strong>de</strong>scubrir. Es en tanto que el sujeto tiene un cuerpo que pue<strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r<br />
al mundo, acceso que no sería un momento <strong>de</strong>terminado, una <strong>de</strong>cisión individual, sino el<br />
<strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> su apertura ya dada en tanto encarnado. Y a la inversa: el mundo es<br />
<strong>de</strong>hiscencia <strong>de</strong>l ser carnal, apertura hacia el sujeto; no hay un privilegio temporal <strong>de</strong><br />
apertura <strong>de</strong> uno a otro ni posibilidad <strong>de</strong> distinguir qué aporta el cuerpo en la experiencia ni<br />
qué aporta el mundo, sino más bien habría simultaneidad e indistinción <strong>de</strong> implicaciones.<br />
Ahora bien, este ser carnal en tanto carne es dimensional, no es un principio i<strong>de</strong>al sino<br />
que es el tejido <strong>de</strong>l mundo y por en<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cuerpo; es la garantía <strong>de</strong> la visibilidad y <strong>de</strong> que<br />
el sujeto sea vi<strong>de</strong>nte. No por tratarse <strong>de</strong> un ser rugoso, con cierta textura, constituirá un<br />
obstáculo para acce<strong>de</strong>r al mundo: no es algo que la percepción <strong>de</strong>ba sortear para tener<br />
un acceso verda<strong>de</strong>ro, ni es lo que muestra la necesidad <strong>de</strong> buscar un suelo trascen<strong>de</strong>ntal<br />
para asentar la unidad con el mundo. Este espesor constituye la visibilidad <strong>de</strong> la cosa; es<br />
en esa toma <strong>de</strong> distancia a la par <strong>de</strong> un estar en el mundo que la carne se me impone<br />
apareciendo lo visible, mi cuerpo se <strong>de</strong>scubre como vi<strong>de</strong>nte y visible. Pero la visibilidad<br />
será sólo uno <strong>de</strong> los modos <strong>de</strong> acce<strong>de</strong>r al mundo, <strong>de</strong> habitar ese ser carnal; si algo<br />
caracteriza la carne es su intersensorialidad y la estesiología como abordaje propio <strong>de</strong> un<br />
ser <strong>de</strong> cuya apertura está hecho lo que hay.<br />
Intersubjetividad-intercorporeidad<br />
Dentro <strong>de</strong> una ontología como la aquí presentada no cabe hablar <strong>de</strong> la búsqueda <strong>de</strong>l<br />
fundamento <strong>de</strong>l otro, o <strong>de</strong> la evi<strong>de</strong>ncia para consi<strong>de</strong>rarlo como uno igual a mí y no pensar<br />
que se trata <strong>de</strong> una máquina o un zombi. El caso es que lo primero en relación con el<br />
encuentro con otro no es “<strong>de</strong>sconfiar” <strong>de</strong> su humanidad, sino que a nivel <strong>de</strong> la fe<br />
perceptiva se da una especie <strong>de</strong> coexistencia silenciosa, el encuentro entre dos<br />
1 Merleau-Ponty, Maurice. Lo visible y lo invisible… , pág.174<br />
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