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82 La luz detrás de la puerta abandonarse al proceso. O quizá sí lo hicieron, pero al momento de parasitar las literaturas, todos quieren sonar convincentes, exactos y racionales. Existe la tentación de acercarse a las literaturas desde el rigor de lo científico. Steiner lo sintetiza de la siguiente manera: “La disolución, la trivialización del concepto de investigación en las humanidades y el régimen de lo parasitario que ello sustenta en nuestra cultura se explica por dos causas. La primera es la profesionalización de la búsqueda y la apropiación académica de las artes liberales […] El segundo motivo es el de la imitación humanística de lo científico”. 14 Tal vez leen empuñando la lógica artificiosa en pos de la certeza de la ciencia. El silencio exegético advierte que en la lectura no hay un final concreto y verificable. Las literaturas son inaprensibles. Leer sin abandonarse al proceso es leer sin valentía y con asepsia. Acobardado ante el evento dramático del cual Quignard advierte. Asido al mundo de lo tangible, buscando seguridad en el encuentro. Cuando se lee así se le da la espalda al proceso y al acontecimiento. Se olvida en el perchero la vestimenta del cabalista que no interpreta prosaicamente, sino que se ilumina. Y, no es el comentario o la crítica lo que se convierte en parasitario, sino la nula responsabilidad creativa ante la escritura. Creo en la autonomía del lector tanto como creo que un escritor sin autonomía no es autor. Considero que éste no debe pensar en un lector al momento de escribir, de la misma forma que presumo que un lector no debe pensar en el autor cuando lee. En ambos hay hambre de sobrevolar el vacío. No es sólo la escucha del escritor quien trae a presencia la Cosa plenamente, es también la exégesis 14 G. Steiner, op. cit., p. 54.

El significado oculto de las palabras: el silencio exegético del lector, su escucha e interpretación no intelectualizada, quien la invoca. Callo lo que leo. No es sencillo expresar verbalmente el proceso por el cual he atravesado. Pennac piensa que es el placer de conservar un secreto, además, se necesita que el tiempo realice su delicado proceso de destilación: “Ese silencio es la garantía de nuestra intimidad. Una vez terminado el libro seguimos en él”. 15 El libro no fue escrito por el lector pero algo le hace sentir que emergió de su propio laberinto. Las palabras dicen cosas que sólo él escucha, por lo mismo, ese significado es intransferible. Los libros poseen lecturas más allá de la literalidad. El silencio exegético procura al lector-niño, al lector-abertura, al lector-Minotauro; el que vaga de la misma forma que el escritor, sin temor a perderse en un laberinto, pero temblando ante la posibilidad de verse empujado a la dimensión de su tragedia. Para ser el lector-niño-abertura-Minotauro se necesita pisar algunos peldaños, según lo recomienda el apóstata Gervasio de la Cruz en su Tratado sobre el método contemplativo en la imploración de la divinidad en las palabras y sus cosas: 1. Lectio/oratio. Creo en la palabra porque es poderosa. Me apasiona engarzarla porque amo sus posibilidades rizomáticas. Me obsesionan los significados ocultos que respiran detrás de ellas y el sinfín de posibilidades que presentan en el tono de cada autor. Como primera parte del proceso, leo con el pensamiento. Releo, sobre todo, si algo no queda claro o si me distraje con la estática que interrumpe mi mente. Para cuando logro vagar entre las 15 D. Pennac, Como una novela, p. 82. 83

El significado oculto <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras: el silencio exegético<br />

<strong>de</strong>l lector, su escucha e interpretación no intelectualizada, quien<br />

<strong>la</strong> invoca.<br />

Callo lo que leo. No es sencillo expresar verbalmente el proceso por<br />

el cual he atravesado. Pennac piensa que es el p<strong>la</strong>cer <strong>de</strong> conservar<br />

un secreto, a<strong>de</strong>más, se necesita que el tiempo realice su <strong>de</strong>licado<br />

proceso <strong>de</strong> <strong>de</strong>sti<strong>la</strong>ción: “Ese silencio es <strong>la</strong> garantía <strong>de</strong> nuestra intimidad.<br />

Una vez terminado el libro seguimos en él”. 15<br />

El libro no fue escrito por el lector pero algo le hace sentir que<br />

emergió <strong>de</strong> su propio <strong>la</strong>berinto. <strong>La</strong>s pa<strong>la</strong>bras dicen cosas que sólo<br />

él escucha, por lo mismo, ese significado es intransferible. Los<br />

libros poseen lecturas más allá <strong>de</strong> <strong>la</strong> literalidad. El silencio exegético<br />

procura al lector-niño, al lector-abertura, al lector-Minotauro;<br />

el que vaga <strong>de</strong> <strong>la</strong> misma forma que el escritor, sin temor a per<strong>de</strong>rse<br />

en un <strong>la</strong>berinto, pero temb<strong>la</strong>ndo ante <strong>la</strong> posibilidad <strong>de</strong> verse<br />

empujado a <strong>la</strong> dimensión <strong>de</strong> su tragedia.<br />

Para ser el lector-niño-abertura-Minotauro se necesita pisar algunos<br />

peldaños, según lo recomienda el apóstata Gervasio <strong>de</strong> <strong>la</strong> Cruz<br />

en su Tratado sobre el método contemp<strong>la</strong>tivo en <strong>la</strong> imploración <strong>de</strong> <strong>la</strong> divinidad<br />

en <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras y sus cosas:<br />

1. Lectio/oratio. Creo en <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra porque es po<strong>de</strong>rosa. Me apasiona<br />

engarzar<strong>la</strong> porque amo sus posibilida<strong>de</strong>s rizomáticas. Me<br />

obsesionan los significados ocultos que respiran <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> el<strong>la</strong>s y<br />

el sinfín <strong>de</strong> posibilida<strong>de</strong>s que presentan en el tono <strong>de</strong> cada autor.<br />

Como primera parte <strong>de</strong>l proceso, leo con el pensamiento. Releo,<br />

sobre todo, si algo no queda c<strong>la</strong>ro o si me distraje con <strong>la</strong> estática<br />

que interrumpe mi mente. Para cuando logro vagar entre <strong>la</strong>s<br />

15 D. Pennac, Como una nove<strong>la</strong>, p. 82.<br />

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