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32 La luz detrás de la puerta lo que abre la puerta al milagro”, 19 entiende por fin José conforme avanza El libro vacío. Escribir es mi silencio. La escritura se desborda ajena a mí. Sólo la luz que se cuela por los resquicios del umbral de la puerta me enraíza, o me libera, al punto más lejano de mis pensamientos. La veo resplandecer por el espacio formado entre ésta y el marco que la sostiene. Un recuadro luminiscente que dota de claridad el muro de concreto. De este lado de la puerta: yo, apostado sobre la hilera de teclas, levemente alumbradas por una lámpara de mesa. Del otro lado de la puerta: no sé, pasos, sombras y ruidos, los cuales me recuerdan que la vida sigue mientras mi reclusión avanza hacia un punto donde no habrá retorno. Si me fijo bien, parece haber alguien que desea entrar. Descubro sus pasos atajando el claro de luz con la suela negra de sus zapatos. Alguien está parado detrás como si quisiera irrumpir, pero no se atreve. Casi logro escuchar su respiración al tiempo que permanece estático. Lo imagino parado frente a la puerta, con las brazos colgando y el rostro equidistante de la madera laqueada con el número 402 de mi departamento. ¿Quieres entrar?, pregunto. Apenas escucho el leve toquido intercalado con sus pasos que no deciden si permanecer o marcharse. De pronto se queda nuevamente tieso ante mi respiración suspendida: es él, el extranjero. Se escribe desde un conocimiento más allá de la razón, ahí es donde encuentro la posibilidad de decir, ahí, donde ya no podía decir nada. El silencio me concede la probabilidad de una apertura que aparece en el instante en que el habla falla. Eso que no puedo decir es lo que el extranjero me dice. Primero, el silencio. George Steiner escribió que la teoría “trascendente” del lenguaje postula un proceso o un momento de 19 J. Vicens, op. cit., p. 108.

El silencio que somos: el silencio ontológico “creación especial”; la noción de un pensamiento preverbal está desprovista de sentido, asimismo “rechaza la idea de que los esquemas evolutivos de mutación, de selección competitiva y de especialización puedan dar una explicación coherente de las relaciones, casi tautológicas, entre la identidad del hombre y el uso que éste hace del lenguaje”. 20 Heidegger ubica el ser-en-el-mundo como parte del todo, las cosas no precisan entrar en él, porque él es parte de ellas y, justamente, formar parte de ese mismo espaciotiempo lo convierte en ser-en-el-mundo. Heidegger lo simplifica en una frase: “Que el Dasein, existiendo es su Ahí, significa, por una parte, que el mundo es ‘ahí’; su ser ahí es el estar en”. 21 El lenguaje y el Hombre no pueden separarse porque ambos son-enel-mundo parte del todo. De este modo las palabras dejan de ser etiquetas que sólo nominan cosas. Es el lenguaje quien habla desde el silencio y, cuando más parece oscurecerse, es tal vez cuando más se aclara. En este ocultamiento la palabra despliega el velo de las posibilidades infinitas, moviéndome del centro en el cual los discursos establecidos me han colocado. Las literaturas siempre estarán por develarse, quizá por eso a los poetas se les ubica como los verdaderos escuchas del lenguaje, aunque no creo que sean los únicos, pero a decir de algunos pensadores, los poetas han aprendido otro modo de “pensar”. Lo cierto es que la utilización del lenguaje como una mera representación, o signo, agota el camino hacia lo que está por venir. Quien escucha al silencio, a pesar de que no logre discernirlo, se convierte en una mediación del ser. Nietzsche ya lo había sugerido en El origen de la tragedia: “Pues en cuanto a artista, el sujeto 20 George Steiner, Los logócratas, p. 14. 21 M. Heidegger, El ser y el tiempo, p. 146. 33

32 <strong>La</strong> <strong>luz</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong><br />

lo que abre <strong>la</strong> <strong>puerta</strong> al mi<strong>la</strong>gro”, 19 entien<strong>de</strong> por fin José conforme<br />

avanza El libro vacío.<br />

Escribir es mi silencio. <strong>La</strong> escritura se <strong>de</strong>sborda ajena a mí. Sólo<br />

<strong>la</strong> <strong>luz</strong> que se cue<strong>la</strong> por los resquicios <strong>de</strong>l umbral <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong> me<br />

enraíza, o me libera, al punto más lejano <strong>de</strong> mis pensamientos.<br />

<strong>La</strong> veo resp<strong>la</strong>n<strong>de</strong>cer por el espacio formado entre ésta y el marco<br />

que <strong>la</strong> sostiene. Un recuadro luminiscente que dota <strong>de</strong> c<strong>la</strong>ridad el<br />

muro <strong>de</strong> concreto. De este <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong>: yo, apostado sobre <strong>la</strong><br />

hilera <strong>de</strong> tec<strong>la</strong>s, levemente alumbradas por una lámpara <strong>de</strong> mesa.<br />

Del otro <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong>: no sé, pasos, sombras y ruidos, los cuales<br />

me recuerdan que <strong>la</strong> vida sigue mientras mi reclusión avanza hacia<br />

un punto don<strong>de</strong> no habrá retorno. Si me fijo bien, parece haber<br />

alguien que <strong>de</strong>sea entrar. Descubro sus pasos atajando el c<strong>la</strong>ro <strong>de</strong><br />

<strong>luz</strong> con <strong>la</strong> sue<strong>la</strong> negra <strong>de</strong> sus zapatos. Alguien está parado <strong>de</strong>trás<br />

como si quisiera irrumpir, pero no se atreve. Casi logro escuchar su<br />

respiración al tiempo que permanece estático. Lo imagino parado<br />

frente a <strong>la</strong> <strong>puerta</strong>, con <strong>la</strong>s brazos colgando y el rostro equidistante<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>la</strong>queada con el número 402 <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>partamento.<br />

¿Quieres entrar?, pregunto. Apenas escucho el leve toquido interca<strong>la</strong>do<br />

con sus pasos que no <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n si permanecer o marcharse. De<br />

pronto se queda nuevamente tieso ante mi respiración suspendida:<br />

es él, el extranjero. Se escribe <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un conocimiento más allá <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

razón, ahí es don<strong>de</strong> encuentro <strong>la</strong> posibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, ahí, don<strong>de</strong><br />

ya no podía <strong>de</strong>cir nada. El silencio me conce<strong>de</strong> <strong>la</strong> probabilidad<br />

<strong>de</strong> una apertura que aparece en el instante en que el hab<strong>la</strong> fal<strong>la</strong>. Eso<br />

que no puedo <strong>de</strong>cir es lo que el extranjero me dice.<br />

Primero, el silencio. George Steiner escribió que <strong>la</strong> teoría “trascen<strong>de</strong>nte”<br />

<strong>de</strong>l lenguaje postu<strong>la</strong> un proceso o un momento <strong>de</strong><br />

19 J. Vicens, op. cit., p. 108.

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