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28 La luz detrás de la puerta Los libros que sacudo en los estantes de la biblioteca son una forma de mostrar sin decir, donde parte de lo dicho no está en las palabras sino entre éstas. Son los espacios en blanco los que descubren al hombre liberado de su memoria y sus prejuicios. El silencio ontológico no se oculta detrás de las palabras, aunque en ellas se permea, no existe letra que lo defina. Mi escritura es tan sólo evocación, soplo, y le priva de toda esencia, aún así, no se cristaliza en el intruso que pervierte el fondo de mis cicatrices y mis huellas, por el contrario, se torna en la proyección disforme de su entraña, en una proyección asible del abismo negro que me constituye: “la nece sidad del alma de ser algo exterior”, 12 le llamaría Pessoa. De entre los libros que cuido, uno de los que más atesoro es la primera edición de 1958 de El libro vacío de Josefina Vicens. Recuerdo a José, el personaje principal, lo tengo presente a él y a su urgencia de escribir sobre sí mismo. Jamás lograba articular aquello que le rebasaba y, justo en esa imposibilidad, es que quedó dicho. El silencio facilita la escucha serena, me encabalga a un silencio anterior que llamo ontológico. José lo enfrentó y expresó así: “Hablo de angustias, atracción, de abismo, pero estas palabras no reflejan lo que quiero yo decir; son burdas, burdas aproximaciones. Lo que quiero decir es otra cosa”. 13 La historia, narrada en primera persona, cuenta la vida cotidiana de José, un hombre simple, casado, culpable de un adulterio aburrido, padre de dos hijos y con un trabajo gris. Un cincuentón cuya vida siente escapar y, como único antídoto contra su insignificancia, decide escribir. Casi un tipo igual que yo. El alma de José sintió la necesidad de salir —si escuchamos a Pessoa—. Su intento se frustra en cada paso que da, es decir, en la caligrafía con la cual intenta nombrar la inmensidad que le supera, 12 Fernando Pessoa, El libro del desasosiego, p. 361. 13 J. Vicens, op. cit., p. 92.

El silencio que somos: el silencio ontológico en su libreta donde escribe sólo ideas que no son dignas de llevar al libro vacío. Lo inefable que Vicens cargaba en sus propios hombros es puesto sobre los hombros de José, un personaje de vida anodina y con el ímpetu de escribir sobre sí. La manera en que la escritora muestra esa imposibilidad de decir está en las dos libretas de anotaciones que José lleva: en una apunta todo lo que formará parte de su libro y en la otra lo escribirá. La primera se llena de anotaciones, mientras la segunda permanece vacía. Esto es, el libro que José nunca pudo escribir, probablemente quedó en la primera libreta, la de notas, como excrecencias a las que no les dio importancia. No sucedió así con Vicens en su novela donde dejó asentado el peso férreo y conmovedor del vacío que originan las palabras. ¿Qué empujó a José al deseo impetuoso de escribir un libro? Al inicio de la novela se vislumbra una razón posible. “El niño, como el hombre, no posee más que aquello que inventa”, 14 dice al referirse a su naciente avidez por escribir, a su deseo de aprehender aquello que ya ha perdido, “regresar por el recuerdo, para poseer con mayor conciencia lo que comúnmente sólo usamos”. 15 Sin saberlo, en la imposibilidad de su propia escritura José encumbró al silencio, el cual dice aún más que las palabras que intentaba plasmar, un silencio ya advertido para Heidegger: “Sólo en el auténtico discurrir es posible un verdadero callar. Para poder callar, el Dasein debe tener algo que decir, esto es, debe disponer de una verdadera y rica aperturidad de sí mismo. Entonces el silencio manifiesta algo y acalla la ‘habladuría’”. 16 Su escucha, la de José, la de Vicens, la mía, es una escucha que no sucede a través del sentido del oído, porque es cuidadosa, reflexiva, rigurosa y sobria, suspendida en el 14 Ibid., p. 18. 15 Ibid., p. 19. 16 Martin Heidegger, El ser y el tiempo, p. 167, http://www.philosophia.cl/biblioteca/heidegger/htm. 29

El silencio que somos: el silencio ontológico<br />

en su libreta don<strong>de</strong> escribe sólo i<strong>de</strong>as que no son dignas <strong>de</strong> llevar<br />

al libro vacío.<br />

Lo inefable que Vicens cargaba en sus propios hombros es puesto<br />

sobre los hombros <strong>de</strong> José, un personaje <strong>de</strong> vida anodina y con el<br />

ímpetu <strong>de</strong> escribir sobre sí. <strong>La</strong> manera en que <strong>la</strong> escritora muestra<br />

esa imposibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir está en <strong>la</strong>s dos libretas <strong>de</strong> anotaciones<br />

que José lleva: en una apunta todo lo que formará parte <strong>de</strong><br />

su libro y en <strong>la</strong> otra lo escribirá. <strong>La</strong> primera se llena <strong>de</strong> anotaciones,<br />

mientras <strong>la</strong> segunda permanece vacía. Esto es, el libro que José<br />

nunca pudo escribir, probablemente quedó en <strong>la</strong> primera libreta,<br />

<strong>la</strong> <strong>de</strong> notas, como excrecencias a <strong>la</strong>s que no les dio importancia.<br />

No sucedió así con Vicens en su nove<strong>la</strong> don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jó asentado el<br />

peso férreo y conmovedor <strong>de</strong>l vacío que originan <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. ¿Qué<br />

empujó a José al <strong>de</strong>seo impetuoso <strong>de</strong> escribir un libro? Al inicio <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> nove<strong>la</strong> se vislumbra una razón posible. “El niño, como el hombre,<br />

no posee más que aquello que inventa”, 14 dice al referirse a<br />

su naciente avi<strong>de</strong>z por escribir, a su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> aprehen<strong>de</strong>r aquello<br />

que ya ha perdido, “regresar por el recuerdo, para poseer con<br />

mayor conciencia lo que comúnmente sólo usamos”. 15 Sin saberlo,<br />

en <strong>la</strong> imposibilidad <strong>de</strong> su propia escritura José encumbró al silencio,<br />

el cual dice aún más que <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras que intentaba p<strong>la</strong>smar,<br />

un silencio ya advertido para Hei<strong>de</strong>gger: “Sólo en el auténtico discurrir<br />

es posible un verda<strong>de</strong>ro cal<strong>la</strong>r. Para po<strong>de</strong>r cal<strong>la</strong>r, el Dasein<br />

<strong>de</strong>be tener algo que <strong>de</strong>cir, esto es, <strong>de</strong>be disponer <strong>de</strong> una verda<strong>de</strong>ra y<br />

rica aperturidad <strong>de</strong> sí mismo. Entonces el silencio manifiesta algo y<br />

acal<strong>la</strong> <strong>la</strong> ‘hab<strong>la</strong>duría’”. 16 Su escucha, <strong>la</strong> <strong>de</strong> José, <strong>la</strong> <strong>de</strong> Vicens, <strong>la</strong> mía,<br />

es una escucha que no suce<strong>de</strong> a través <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong>l oído, porque<br />

es cuidadosa, reflexiva, rigurosa y sobria, suspendida en el<br />

14 Ibid., p. 18.<br />

15 Ibid., p. 19.<br />

16 Martin Hei<strong>de</strong>gger, El ser y el tiempo, p. 167, http://www.philosophia.cl/biblioteca/hei<strong>de</strong>gger/htm.<br />

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