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24 La luz detrás de la puerta cese de los ruidos externos, sino también del silencio espiritual, donde la ausencia devora todo a su paso. El silencio al que me refiero penetra en lo real sin la palabra. Debo escucharlo a su propio ritmo, sin insultar o pretender dominar su ley oculta. Con él hablo otras voces y otras lenguas sin siquiera entenderlas. Es la búsqueda de lo infinitamente necesario. Escribo en mi soledad con la urgencia que no espera ni un segundo. Es el momento en que tomo el lugar de mis intercesores, de mis amores y mis odios, de mis sostenes y mis detractores. Mi silencio es de todos, pero también de nadie: escuchar el mundo de lo no tangible. No soy el único que ha escuchado frente a un abismo de silencio, tampoco el único que ha pendido de él en su escritura. Mi silencio es el de todos los que escriben, aunque siempre diferente. Me explico, el silencio de Emily Dickinson no es el mismo silencio de Pascal Quignard. Ella escribió que “para fugarnos de la tierra un libro es el mejor bajel […] el alma en el transporte de su sueño se nutre sólo de silencio y paz”. 5 El silencio de Quignard no es el mismo silencio de José, aquel personaje de Josefina Vicens en El libro vacío. En El nombre en la punta de la lengua Quignard afirmó: “somos como las hadas que el lenguaje hablado destruye. Si rompemos el silencio, desaparecen en el mismo instante que retozaban”. 6 El silencio de José no es el silencio de J.D. Salinger, José confesó en su libro vacío que “estas palabras no reflejan lo que quiero yo decir; son burdas, burdas aproximaciones. Lo que quiero decir es otra cosa”. 7 El silencio de Salinger es otro silencio que el mío, él escribió a través de su personaje Holden Caufield: “lo que haría sería 5 Emily Dickinson, “Ensueño”, http://amediavoz.com/dickinson.htm. 6 Pascal Quignard, “Pequeño tratado sobre la Medusa”, en El nombre en la punta de la lengua, p. 70. 7 Josefina Vicens, El libro vacío, p. 92.

El silencio que somos: el silencio ontológico hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar […] Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida”. 8 No obstante, todos estos silencios a los que llamo exegético, contemplativo, ontológico y ético son siempre el mismo, porque es el silencio del pensamiento, de la escritura y de la lectura. La palabra no interrumpe el silencio, lo afirma; por ello, la verdadera escucha se da cuando se atiende menos a las palabras que a su fundamento. En el instante en que me dispongo a escribir y no me acompañan las voces —ésas que surgen del silencio contemplativo—, peor aún, cuando me dispongo a escribir y no se presenta aquel pequeño extranjero que las ordena y dirige, siento que no voy a lograrlo, que jamás conseguiré escribir, incluso siento que no hay nada más que decir, pues la historia de lo humano está destinada a comunicar lo trágico, y lo he leído tantas veces que mi signación sobra. Aun así siempre necesito hacerlo. Mientras más se resiste el lenguaje, más se intenta y, a pesar de la imposibilidad, lo indecible insiste en representarse hacia fuera, ya sea en un poema de Hölderlin, en un cuadro del Bosco, en un cuento de Kafka, en las novelas de Carson McCullers o Philip Roth, en los síntomas, en la apatía interminable del melancólico. La verdadera tragedia de lo inefable, de lo que no puede escribirse, es la propia palabra fracasada, en tanto que sólo representa vacío, al signo le hace falta su cosa. Sin embargo, el significado está inscrito en el cuerpo, en el silencio, en el lenguaje, en la escritura. Es entonces cuando escucho las voces desde ese otro silencio que es pensar, pero un pensar, el cual poco tiene que ver con la lógica de los silogismos construidos como una ecuación algebraica o con la observación distante del sujeto a un objeto. “Efectivamente sujeto 8 Jerome David Salinger, El guardián entre el centeno, p. 246. 25

El silencio que somos: el silencio ontológico<br />

hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hab<strong>la</strong>r […] Al<br />

final se hartarían y ya no tendría que hab<strong>la</strong>r el resto <strong>de</strong> mi vida”. 8<br />

No obstante, todos estos silencios a los que l<strong>la</strong>mo exegético, contemp<strong>la</strong>tivo,<br />

ontológico y ético son siempre el mismo, porque es el<br />

silencio <strong>de</strong>l pensamiento, <strong>de</strong> <strong>la</strong> escritura y <strong>de</strong> <strong>la</strong> lectura. <strong>La</strong> pa<strong>la</strong>bra<br />

no interrumpe el silencio, lo afirma; por ello, <strong>la</strong> verda<strong>de</strong>ra escucha<br />

se da cuando se atien<strong>de</strong> menos a <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras que a su fundamento.<br />

En el instante en que me dispongo a escribir y no me acompañan<br />

<strong>la</strong>s voces —ésas que surgen <strong>de</strong>l silencio contemp<strong>la</strong>tivo—,<br />

peor aún, cuando me dispongo a escribir y no se presenta aquel<br />

pequeño extranjero que <strong>la</strong>s or<strong>de</strong>na y dirige, siento que no voy a<br />

lograrlo, que jamás conseguiré escribir, incluso siento que no hay<br />

nada más que <strong>de</strong>cir, pues <strong>la</strong> historia <strong>de</strong> lo humano está <strong>de</strong>stinada<br />

a comunicar lo trágico, y lo he leído tantas veces que mi signación<br />

sobra. Aun así siempre necesito hacerlo.<br />

Mientras más se resiste el lenguaje, más se intenta y, a pesar <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> imposibilidad, lo in<strong>de</strong>cible insiste en representarse hacia fuera,<br />

ya sea en un poema <strong>de</strong> Höl<strong>de</strong>rlin, en un cuadro <strong>de</strong>l Bosco, en un<br />

cuento <strong>de</strong> Kafka, en <strong>la</strong>s nove<strong>la</strong>s <strong>de</strong> Carson McCullers o Philip Roth,<br />

en los síntomas, en <strong>la</strong> apatía interminable <strong>de</strong>l me<strong>la</strong>ncólico. <strong>La</strong> verda<strong>de</strong>ra<br />

tragedia <strong>de</strong> lo inefable, <strong>de</strong> lo que no pue<strong>de</strong> escribirse, es<br />

<strong>la</strong> propia pa<strong>la</strong>bra fracasada, en tanto que sólo representa vacío, al<br />

signo le hace falta su cosa. Sin embargo, el significado está inscrito<br />

en el cuerpo, en el silencio, en el lenguaje, en <strong>la</strong> escritura. Es<br />

entonces cuando escucho <strong>la</strong>s voces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese otro silencio que es<br />

pensar, pero un pensar, el cual poco tiene que ver con <strong>la</strong> lógica <strong>de</strong><br />

los silogismos construidos como una ecuación algebraica o con <strong>la</strong><br />

observación distante <strong>de</strong>l sujeto a un objeto. “Efectivamente sujeto<br />

8 Jerome David Salinger, El guardián entre el centeno, p. 246.<br />

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