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16 La luz detrás de la puerta ellos, en tanto biblioteca, no tenían ningún derecho sobre el libro. Entonces decidí buscar al autor. Se me volvió una tarea urgente e impostergable. Deduje que alguien tenía que saber de quién se trataba, pues en el texto se mencionaban ediciones recientes; no era una antigualla imposible de rastrear. Hablé con el empleado más longevo de la biblioteca, un archivista malhumorado y de pocas palabras. Él me confirmó que, efectivamente, Héctor Manríquez había trabajado en la biblioteca pocos años atrás, un hombre amable aunque retraído, que solía quedarse dormido en horas hábiles. Le llamaron la atención hasta que acabaron por correrlo. No se le veían ganas de enmendarse, me confesó. Intenté contactar al tal Héctor Manríquez que había trabajado en la biblioteca central de Xalapa. Nadie pudo darme más señas; al parecer había pasado por la vida —y por la biblioteca— en calidad de fantasma. En vez de continuar mi investigación tomé como empeño personal conseguir la publicación de su libro, en espera de que Héctor se hiciera presente, así fuera sólo para demandarme. Quiero que quede asentado que no pretendo robar la paternidad de La luz detrás de la puerta ni tomar alguna idea suya para futuros proyectos —cosa que haré, inevitablemente—. Lo hago con la única intención de divulgar que alguna vez existió un escritor, quizá un lector, acaso un Minotauro —como seguramente hubiera preferido que lo recordaran— llamado Héctor Manríquez.
El silencio que somos: el silencio ontológico
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16 <strong>La</strong> <strong>luz</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong><br />
ellos, en tanto biblioteca, no tenían ningún <strong>de</strong>recho sobre el libro.<br />
Entonces <strong>de</strong>cidí buscar al autor. Se me volvió una tarea urgente e<br />
impostergable. Deduje que alguien tenía que saber <strong>de</strong> quién se trataba,<br />
pues en el texto se mencionaban ediciones recientes; no era<br />
una antigual<strong>la</strong> imposible <strong>de</strong> rastrear. Hablé con el empleado más<br />
longevo <strong>de</strong> <strong>la</strong> biblioteca, un archivista malhumorado y <strong>de</strong> pocas<br />
pa<strong>la</strong>bras. Él me confirmó que, efectivamente, Héctor Manríquez<br />
había trabajado en <strong>la</strong> biblioteca pocos años atrás, un hombre amable<br />
aunque retraído, que solía quedarse dormido en horas hábiles.<br />
Le l<strong>la</strong>maron <strong>la</strong> atención hasta que acabaron por correrlo. No se le<br />
veían ganas <strong>de</strong> enmendarse, me confesó.<br />
Intenté contactar al tal Héctor Manríquez que había trabajado en<br />
<strong>la</strong> biblioteca central <strong>de</strong> Xa<strong>la</strong>pa. Nadie pudo darme más señas; al<br />
parecer había pasado por <strong>la</strong> vida —y por <strong>la</strong> biblioteca— en calidad<br />
<strong>de</strong> fantasma. En vez <strong>de</strong> continuar mi investigación tomé como<br />
empeño personal conseguir <strong>la</strong> publicación <strong>de</strong> su libro, en espera<br />
<strong>de</strong> que Héctor se hiciera presente, así fuera sólo para <strong>de</strong>mandarme.<br />
Quiero que que<strong>de</strong> asentado que no pretendo robar <strong>la</strong> paternidad <strong>de</strong><br />
<strong>La</strong> <strong>luz</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong> ni tomar alguna i<strong>de</strong>a suya para futuros proyectos<br />
—cosa que haré, inevitablemente—. Lo hago con <strong>la</strong> única<br />
intención <strong>de</strong> divulgar que alguna vez existió un escritor, quizá un<br />
lector, acaso un Minotauro —como seguramente hubiera preferido<br />
que lo recordaran— l<strong>la</strong>mado Héctor Manríquez.