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108 La luz detrás de la puerta andar ‘trabajando’ de escritor además de escribir?” 13 El mismo Fresán responde que Pynchon reclamó para sí el único número en un sistema donde si no te muestras no eres nadie. Definitivamente no habría sueño más dulce. El silencio es un derecho inalienable del escritor. A veces creo que Holden Caulfield dista mucho de ser el muchacho colérico que odiaba al mundo, moralizador en ciernes que miraba la paja en el ojo ajeno, mas nunca la viga en el propio, futuro pendenciero que acabaría muerto antes que sometido al yugo de ese mundo adulto que desacreditaba. Holden Caulfield es un símbolo, el símbolo de aquél que no desea nada y, por lo mismo, puede acaso encontrar su libertad. Cuando recién lo expulsan del colegio, en su andar, sólo se topa con gente que quiere aleccionarlo o interesarlo. Él nunca parece impresionado. En una parte de la novela, Caulfield hace un trato con el proxeneta de una prostituta y finalmente pierde incluso el deseo de tener relaciones sexuales. También invita tragos a mujeres mayores mientras sabe que lo están timando. Sin embargo, todos los personajes que cruzan El guardián entre el centeno son, para Caulfield, dignos de compasión. Su mirada y su silencio no son una resistencia, por el contrario, son el mayor reconocimiento del otro en tanto totalmente otro; hay algo de ética en esa mirada. A pesar de que no es evidente, Caulfield sí deseaba algo, no se dice pero se muestra en la pulsión de proteger a los niños. En la novela existe un contraste entre el mundo inocente de los niños y el mundo corrupto de los adultos. Para Caulfield los adultos están llenos de falsedad, palabra repetida constantemente a lo largo de la novela. Es en Phoebe, su hermanita de 10 años, en quien el personaje halla un 13 Rodrigo Fresán, “Hacer historia”, Página 12, http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/ libros/00-09/00-09-03/nota.htm.

La comunidad del silencio: el silencio ético 109 remanso de entendimiento. Sus problemas y tristezas (la expulsión del colegio por tercera vez y la muerte de su hermano menor, Allie, a causa de la leucemia) parecen quedar atrás cuando Phoebe muestra su espontaneidad inocente. Por eso aspira a ser el guardián entre el centeno: muchas veces me imagino que hay un montón de críos jugando a algo en un campo de centeno. Son miles de críos y no hay nadie cerca, quiero decir que no hay nadie mayor, sólo yo. Estoy de pie al borde de un precipicio de locos. Y lo que tengo que hacer es agarrar a todo el que se acerque al precipicio, quiero decir que si van corriendo sin mirar a dónde van, yo tengo que salir de donde esté y agarrarlos. Eso es lo que haría todo el tiempo. Sería el guardián entre el centeno. 14 El deseo de Caulfield, quizá sin saberlo él mismo, era el de la responsabilidad hacia el otro, un otro en total asimetría, como veía a los niños jugando entre el centeno. Su deseo apunta a una responsabilidad sobre el que se encuentra en desventaja. Sería pensar en el huérfano, el caído en desgracia, el débil, el que no puede defenderse. El abuso y la crueldad esgrimida por quienes están en una situación de poder sobre aquellos que no lo están —hablo de presos políticos, niños indefensos ante padres golpeadores, prisioneros de guerra, mujeres maltratadas por sus amantes, abusos policiacos, ejecuciones del narcotráfico, la población civil frente al ejército, animales en manos de propietarios sádicos y una industria despiadada—, producen tanto horror y desasosiego porque además del hecho infame se trata de un asunto de poder, un poder detentado con crueldad, alevosía y ventaja, sin un ápice de piedad por el sufrimiento ajeno de quien está quebrantado frente a ellos. 14 J.D. Salinger, El guardián entre el centeno, p. 216.

108 <strong>La</strong> <strong>luz</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>puerta</strong><br />

andar ‘trabajando’ <strong>de</strong> escritor a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> escribir?” 13 El mismo Fresán<br />

respon<strong>de</strong> que Pynchon rec<strong>la</strong>mó para sí el único número en un sistema<br />

don<strong>de</strong> si no te muestras no eres nadie. Definitivamente no habría<br />

sueño más dulce. El silencio es un <strong>de</strong>recho inalienable <strong>de</strong>l escritor.<br />

A veces creo que Hol<strong>de</strong>n Caulfield dista mucho <strong>de</strong> ser el muchacho<br />

colérico que odiaba al mundo, moralizador en ciernes que miraba<br />

<strong>la</strong> paja en el ojo ajeno, mas nunca <strong>la</strong> viga en el propio, futuro pen<strong>de</strong>nciero<br />

que acabaría muerto antes que sometido al yugo <strong>de</strong> ese<br />

mundo adulto que <strong>de</strong>sacreditaba. Hol<strong>de</strong>n Caulfield es un símbolo,<br />

el símbolo <strong>de</strong> aquél que no <strong>de</strong>sea nada y, por lo mismo, pue<strong>de</strong><br />

acaso encontrar su libertad. Cuando recién lo expulsan <strong>de</strong>l colegio,<br />

en su andar, sólo se topa con gente que quiere aleccionarlo<br />

o interesarlo. Él nunca parece impresionado. En una parte <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

nove<strong>la</strong>, Caulfield hace un trato con el proxeneta <strong>de</strong> una prostituta<br />

y finalmente pier<strong>de</strong> incluso el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> tener re<strong>la</strong>ciones sexuales.<br />

También invita tragos a mujeres mayores mientras sabe que lo<br />

están timando. Sin embargo, todos los personajes que cruzan El<br />

guardián entre el centeno son, para Caulfield, dignos <strong>de</strong> compasión.<br />

Su mirada y su silencio no son una resistencia, por el contrario,<br />

son el mayor reconocimiento <strong>de</strong>l otro en tanto totalmente otro; hay<br />

algo <strong>de</strong> ética en esa mirada.<br />

A pesar <strong>de</strong> que no es evi<strong>de</strong>nte, Caulfield sí <strong>de</strong>seaba algo, no se dice<br />

pero se muestra en <strong>la</strong> pulsión <strong>de</strong> proteger a los niños. En <strong>la</strong> nove<strong>la</strong><br />

existe un contraste entre el mundo inocente <strong>de</strong> los niños y el mundo<br />

corrupto <strong>de</strong> los adultos. Para Caulfield los adultos están llenos <strong>de</strong><br />

falsedad, pa<strong>la</strong>bra repetida constantemente a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>. Es<br />

en Phoebe, su hermanita <strong>de</strong> 10 años, en quien el personaje hal<strong>la</strong> un<br />

13 Rodrigo Fresán, “Hacer historia”, Página 12, http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/<br />

libros/00-09/00-09-03/nota.htm.

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