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LOS CONOCIMIENTOS QUE POSEEMOS<br />
Era un día maravilloso para explorar el Círculo Polar Ártico. La breve y violenta<br />
primavera había hecho eclosión sobre aquellas yermas y heladas tierras, como una oleada de<br />
vida. Aquellas soledades estaban cubiertas de flores. Bandadas de golondrinas de mar y dorados<br />
chorlitos, que tenían a todo el mundo para retozar, hundían sus patas entre las flores.<br />
Grandes parcelas cubiertas de azules azafranes del hielo se extendían hasta perderse de vista,<br />
como estanques que reflejasen aquellos cielos claros. Y en el horizonte más próximo se alzaba<br />
una barrera de montañas nevadas, altas e inofensivas.<br />
El grupo de exploración estaba constituido por cinco miembros: el Predicador, Aprit, Abeja<br />
Triste, Calurmo y Lucecita. Como siempre, el Predicador iba delante. Coronaron una eminencia y<br />
ante ellos se extendió el valle, lavado y brillante. También estaba allí la astronave.<br />
Calurmo lanzó gozosos gritos y echó a correr cuesta abajo, entre las flores. Sus<br />
compañeros vieron instantáneamente lo que pensaba y echaron a correr también en su<br />
seguimiento, gritando y riendo.<br />
Para ellos, aquello era lo más interesante y evidente de la abigarrada llanura. Calurmo<br />
fue el primero en tocarla y todos se reunieron a su alrededor para mirarla. El Predicador se<br />
inclinó y la olfateó.<br />
—Sí — dijo —. Desde luego, es acederilla, Oxalis acetosella. ¡Qué lista ha sido al venir a<br />
crecer aquí!<br />
Sus pensamientos siempre tenían un tinte piadoos; por esto le llamaban Predicador.<br />
Fue después cuando se dieron cuenta de la presencia de la astronave. Era muy alta y<br />
sólida y ocupaba un <strong>espacio</strong> de terreno que hubieran ocupado con mayor provecho las flores.<br />
También parecía muy pesada, y durante el <strong>tiempo</strong> que había permanecido allí, su popa se había<br />
hundido en la tierra ablandada por el deshielo.<br />
—Tiene una bella forma — comentó Abeja Triste, dándole la vuelta —. ¿Qué os<br />
parece que es?<br />
Se alzaba a gran altura sobre sus cabezas. En su punta estaba posado un colimbo,<br />
limpiándose y arreglándose sus plumas al sol y dejando escapar de vez en cuando su grito, que<br />
era el grito de la soledad hecha voz. En el lado sombreado de la nave, un pequeño montón<br />
de nieve se apoyaba cómodamente contra el metal. Éste era maravillosamente liso y suave,<br />
pero de un color oscuro y mate.<br />
—Aunque aquí abajo es muy voluminoso, termina en una aguja por arriba — dijo el<br />
Predicador, para indicar que aquello le tenía sin cuidado.<br />
—Fue construido — dijo Aprit cautelosamente. Aquéllo no era como hablar de la acederilla;<br />
ninguno de ellos había pensado hasta entonces en astronaves.<br />
—Se puede entrar — dijo Lucecita, señalando. Hablaba muy poco y, cuando lo hacía, solía<br />
señalar al propio <strong>tiempo</strong>.<br />
Treparon hasta la esclusa neumática, todos excepto Calurmo, que seguía inclinado sobre la<br />
acederilla. La fragante pseudo-consciencia de la flor temblaba de dicha bajo el fresco calorcillo<br />
solar. Calurmo hizo chasquear la lengua ligeramente, de un modo seguido, animando la<br />
planta, y al cabo de un minuto ésta se desprendió del suelo y se arrastró hasta su mano.