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aislado en el espacio y en el tiempo... oh, nada podría sanarle, a pesar de que él sabía que existían bálsamos... La soledad se insurgió en su interior, obligándole a hablar. —Soy de la nave — dijo, incapaz de contener una nota de súplica. Al oír esto, la joven se acercó, para sentarse frente a él. Era china y llevaba el tradicional atavío de las mujeres de su raza... un vestido con la falda hendida y sobre el cual se perseguían grandes margaritas, siguiendo las suaves líneas de su cuerpo. —Perdóname, no lo sabía — le dijo con voz cariñosa —. Pero por tus ojos ya veo... que eres de la nave. — Se estremeció levemente y luego le preguntó —: ¿Me permites que te invite a una copa? Surrey hizo un movimiento negativo. —Sólo quiero que me hagas compañía... Se sentía mejor. Contra toda razón, una voz decía en su interior: «Bien, has pasado por una terrible experiencia, pero ahora has vuelto y nada se opone a que vuelvas a ser el de antes y hacer la vida ordinaria.» Oía con frecuencia aquella voz, pero la respuesta era invariablemente la misma: No. El recuerdo de lo sufrido todavía seguía extendiéndose en su interior, como un cáncer. —Oí llegar vuestra nave — dijo la joven china —. Vivo muy cerca de aquí... en la carretera de Bukit Timah... no sé si la conoces, y estaba en la ventana hablando con una amiga. Él evocó la sorprendente luz del sol, el eterno aroma de grasa para cocinar, los vehículos que pasaban resonantes y aquella joven y su amiga charlando en un pequeño ático... para oír el estallido orquestal producido por la nave a su llegada, que hizo que las dos muchachas se olvidasen de lo que decían. Pero todo ello le parecía remoto, algo sucedido hacía siglos. —¿Qué ruido tan curioso, eh — dijo —, el que produce una nave temporal al atravesar la barrera del tiempo? —Asusta a las gallinas — dijo ella. Silencio. Surrey quería decir algo más, algo que mantuviese a la joven sentada a su lado, pero nada se le ocurría, nada que pudiera expresarse en palabras. Se olvidó del factor representado por la curiosidad humana de la muchacha, que la obligaba a seguir a su lado. De nuevo ella le preguntó si quería tomar algo y luego le dijo: —¿Te importaría contarme algo sobre vuestro viaje? —Yo le llamaría a esto una pregunta atrevida. —Se está... muy mal en el futuro, ¿no es verdad? Me refiero a lo que dicen los periódicos... La joven vaciló, nerviosa. —¿Y qué dicen? — preguntó él. —Oh, verás, dicen que allí todo está muy mal. Pero en realidad no explican nada; parece como si no lo entendiesen. —Esta es la clave de la cuestión —afirmó él—. Parece como si no lo entendiesen. Aunque yo estuviese toda la noche hablando contigo, no por eso lo entenderías mejor. Yo tampoco lo entendería más de lo que lo entiendo... ¡Qué hermosa estaba la chinita, allí sentada con su laúd en el regazo! Y él había viajado muy lejos... dejando muy atrás su laúd y la belleza de la joven... mucho más allá de la nacionalidad y de la música; había llegado hasta el tétrico polvo del planeta... hasta el final... donde nada quedaba ya excepto la degradación. Y el enigma.

—Trataré de explicártelo — le dijo —. ¿Qué era eso que cantabas ahora? ¿Una canción china? —No, malaya. Es una canción antiquísima... Se llama «Terang Boelan». Habla de la luz de la luna... ya me comprendes. Es muy sentimental. —No sabía en qué idioma era, pero hasta cierto punto me pareció entenderlo. —Dijiste que ibas a hablarme del futuro — le recordó ella cariñosamente. —Sí. Te hablaré de él. Ya sabes que realizamos una tremenda labor de ayuda y también sabes el nombre que tiene: la Cruz Roja Intertemporal. Es un trabajo magnífico y el título es exacto, pero cuando uno ha estado de veras en el futuro, parece estúpido y pomposo. No sé, tal vez no lo sea. Ya no estoy seguro de nada. Miró hacia la oscuridad; estaba a punto de llover. Cuando habló de nuevo, su voz era más firme. Tienes que saber (principió a decir a la joven china) que, en realidad, la Cruz Roja Intertemporal ha sido organizada por los Paulls. Ellos se dan este nombre... los Paulls; pero nosotros debiéramos llamarlos la élite del siglo 3.167. Fíjate bien que he dicho siglo, no año. Es un espacio de tiempo fabulosamente largo en el futuro... Nosotros, con nuestros XXIV siglos transcurridos desde el nacimiento de Cristo, apenas podemos comprenderlo. Nuestra nave se detuvo allí, en su época. Lo encontramos todo muy sobrio y austero: los Paulls son un pueblo de ascetas. Su morada está en altivas montañas que se alzan a orillas de los grandes océanos. Han trasladado montañas enteras hasta las costas para su propia edificación. Los Paulls no son como nosotros, pero podemos llamarlos hermanos comparados con los hombres que estamos ayudando, a los que llamamos los Fracasados. El viaje por el tiempo ya se había inventado desde mucho antes de la época de los Paulls, pero fueron ellos quienes lo perfeccionaron, ellos quienes descubrieron por casualidad la lamentable situación de los Fracasados, y ellos quienes organizaron la gigantesca empresa de socorro. Pues tienes que saber que el mundo de los Paulls, si bien es rico... es decir, lo será, posee recursos insuficientes para hacer frente por sí solo a esta tarea sin mermar sus fuerzas. A causa de ello organizó la flota de naves temporales o Cruz Roja íntertemporal, para reunir vituallas de diferentes épocas y trasladarlas hasta la época de los Fracasados. Cinco épocas distintas cooperan en esta empresa, bajo la dirección de los Paulls. Entre estos colaboradores se encuentran los Pueblos Medios, como los llaman los Paulls. Son una raza de filósofos, que hacen vida eminentemente pastoral, pero los hemos encontrado demasiado altaneros; viven unos veinte mil siglos después de los Paulls. Sí, es un espacio de tiempo inmenso... Luego hay... pero no importa. Apenas tienen nada que ver con nosotros, ni nosotros con ellos. Nosotros... la actualidad, es la única época de las cinco que no posee el viaje por el tiempo. Los Paulls nos eligieron porque somos una época de paz y prosperidad. ¿Y quieres saber cómo nos llaman? Los Niños. ¡Sí, los Niños! Nosotros, con toda nuestra decadencia y cansancio... Tal vez tengan razón; poseen un método de razonar tipo gestalt que sobrepasa totalmente nuestras más locas pretensiones. Recuerdo que cuando ya estábamos de viaje hacia el futuro, pregunté a uno de los Paulls por qué no habían visitado nuestra época. ¿Sabes lo que él me contestó? «¡La hemos visitado! Surgimos en el siglo XIX y volvimos a asomarnos en el XXVI. ¡Es una aproximación mínima! Y por eso sabemos tantas cosas de vosotros.» Poseen una experiencia fabulosa. Son capaces de pasearse durante un día en un siglo determinado para decir luego lo que pasarán en los seis o siete siglos próximos. Supongo que todo se debe a una diferencia de perspectiva; es así de sencillo.

aislado en el <strong>espacio</strong> y en el <strong>tiempo</strong>... oh, nada podría sanarle, a pesar de que él sabía que<br />

existían bálsamos... La soledad se insurgió en su interior, obligándole a hablar.<br />

—Soy de la nave — dijo, incapaz de contener una nota de súplica.<br />

Al oír esto, la joven se acercó, para sentarse frente a él. Era china y llevaba el<br />

tradicional atavío de las mujeres de su raza... un vestido con la falda hendida y sobre el cual<br />

se perseguían grandes margaritas, siguiendo las suaves líneas de su cuerpo.<br />

—Perdóname, no lo sabía — le dijo con voz cariñosa —. Pero por tus ojos ya veo... que<br />

eres de la nave. — Se estremeció levemente y luego le preguntó —: ¿Me permites que te<br />

invite a una copa?<br />

Surrey hizo un movimiento negativo.<br />

—Sólo quiero que me hagas compañía...<br />

Se sentía mejor. Contra toda razón, una voz decía en su interior: «Bien, has pasado por<br />

una terrible experiencia, pero ahora has vuelto y nada se opone a que vuelvas a ser el de<br />

antes y hacer la vida ordinaria.» Oía con frecuencia aquella voz, pero la respuesta era<br />

invariablemente la misma: No. El recuerdo de lo sufrido todavía seguía extendiéndose en su<br />

interior, como un cáncer.<br />

—Oí llegar vuestra nave — dijo la joven china —. Vivo muy cerca de aquí... en la<br />

carretera de Bukit Timah... no sé si la conoces, y estaba en la ventana hablando con una<br />

amiga.<br />

Él evocó la sorprendente luz del sol, el eterno aroma de grasa para cocinar, los vehículos<br />

que pasaban resonantes y aquella joven y su amiga charlando en un pequeño ático... para oír<br />

el estallido orquestal producido por la nave a su llegada, que hizo que las dos muchachas se<br />

olvidasen de lo que decían. Pero todo ello le parecía remoto, algo sucedido hacía siglos.<br />

—¿Qué ruido tan curioso, eh — dijo —, el que produce una nave temporal al atravesar la<br />

barrera del <strong>tiempo</strong>?<br />

—Asusta a las gallinas — dijo ella.<br />

Silencio. Surrey quería decir algo más, algo que mantuviese a la joven sentada a su<br />

lado, pero nada se le ocurría, nada que pudiera expresarse en palabras. Se olvidó del factor<br />

representado por la curiosidad humana de la muchacha, que la obligaba a seguir a su lado. De<br />

nuevo ella le preguntó si quería tomar algo y luego le dijo:<br />

—¿Te importaría contarme algo sobre vuestro viaje?<br />

—Yo le llamaría a esto una pregunta atrevida.<br />

—Se está... muy mal en el futuro, ¿no es verdad? Me refiero a lo que dicen los<br />

periódicos...<br />

La joven vaciló, nerviosa.<br />

—¿Y qué dicen? — preguntó él.<br />

—Oh, verás, dicen que allí todo está muy mal. Pero en realidad no explican nada; parece<br />

como si no lo entendiesen.<br />

—Esta es la clave de la cuestión —afirmó él—. Parece como si no lo entendiesen. Aunque yo<br />

estuviese toda la noche hablando contigo, no por eso lo entenderías mejor. Yo tampoco lo<br />

entendería más de lo que lo entiendo...<br />

¡Qué hermosa estaba la chinita, allí sentada con su laúd en el regazo! Y él había viajado<br />

muy lejos... dejando muy atrás su laúd y la belleza de la joven... mucho más allá de la<br />

nacionalidad y de la música; había llegado hasta el tétrico polvo del planeta... hasta el final...<br />

donde nada quedaba ya excepto la degradación. Y el enigma.

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