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uno de nuestros orticones y lo he montado de manera que, cuando la platina gire, la pantalla<br />
de trama fina toque constantemente la ranura lisa.<br />
—En otras palabras: tienes la mitad del orticón para imágenes en el disco y la otra mitad<br />
fuera, ¿no es eso?<br />
—Exactamente. Por desgracia, la pantalla que debía ir en la ranura debía de ser de malla<br />
mucho más fina, con el resultado de que la señal queda rota. No obstante, verás lo<br />
suficiente para que se te pongan los pelos de punta. A partir de aquí, es coser y cantar. Estos<br />
son los hilos que conducen al tubo de rayos catódicos...<br />
—¿Y que me dices del circuito sonoro? — me preguntó.<br />
—Como el normal... el nuestro, claro. Hay unos surcos que corren entre los de la televisión.<br />
Están aislados, naturalmente. Un pick-up leve como una pluma. Veintiocho revoluciones por<br />
minuto. He tenido que aumentar un poco la fuerza del amplificador. ¿Lo pongo en marcha?<br />
Me sudaban las palmas de las manos.<br />
Harry miró atónito por la ventana, murmurando para su capote:<br />
—¡Un disco de televisión! — Y añadió —: ¡Qué cosa tan curiosa!<br />
—Procede de una civilización que también es muy curiosa — observé.<br />
—Ponlo en marcha — me pidió él.<br />
La pantalla se iluminó y apareció en ella una vista de la comisaría de policía que poseía<br />
las pruebas reunidas contra el smuf. La comisaría era un feo artefacto metálico en forma de<br />
platillo que rodeaba el asteroide Eros, el cual había sido desviado a una nueva órbita que por un<br />
lado alcanzaba hasta las cercanías de Júpiter y por el otro rozaba con Mercurio. Su aspecto<br />
era tétrico e inacabado. Tal vez yo no hubiese colocado el disco demasiado bien, a pesar de<br />
todos mis esfuerzos, pues tuvimos una serie de fotofijas temblorosas, algunas de ellas<br />
discontinuas y la mayoría con muchos parásitos, lo que nos daba la impresión de que<br />
nuestros descendientes eran unos tipos chapuceros, pues en este caso la imaginación<br />
sobrepasaba a nuestro buen sentido crítico.<br />
Luego vino una vista vacilante del interior de la comisaría de Eros. Las paredes eran<br />
mugrientas y desconchadas y luego vimos una gran hilera de instrumentos que formaba un<br />
bloque grande como una manzana de casas, ante el cual permanecía cabizbajo un agente que<br />
tenía la nariz rota.<br />
—¡Hay que exterminar a los delincuentes! — dijo, cuando la voz del locutor le presentó<br />
como el Dick Hagger del Espacio Interplanetario. Estaba encargado de aquel caso de smuf<br />
desde...<br />
Luego aparecieron unos repelentes cobertizos que sólo en esta segunda proyección<br />
comprendí que eran alojamientos. Esta vez también capté un nombre. Bristol, pero<br />
pronunciado Brissol. O tal vez fuese Brussels, no sé. Sea como fuere, era algo repugnante.<br />
Una serie de cobertizos gigantescos provistos de feas tuberías, que se extendían sobre un<br />
kilómetro en una zona desértica... más allá se veían otros cobertizos semejantes que se<br />
perdían en el horizonte. Aquel desierto era un campo de aterrizaje sobre el que se posaban<br />
los cohetes, después de su largo vuelo supersónico por la atmósfera, procedentes del <strong>espacio</strong>.<br />
Vimos llegar uno... que cayó de cabeza sobre aquellos tugurios. Se produjo una explosión<br />
seguida de incendio. «Obra de los smufs», dijo la voz indiferente del locutor.<br />
Volvimos a ver aquellos horribles cobertizos. Luego se proyectó una vista de un interior y<br />
después más cobertizos; temblaban... se desvanecieron y en su lugar apareció un bosque.<br />
«Más acciones de los smufs. Deslizamiento temporal...»<br />
—¡Bravo! Les felicito — susurré. Aquellos árboles eran la primera cosa hermosa que<br />
habíamos visto.