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—Tomé la precaución de registrar su camarote — dijo Lymune, hablando por ambas<br />
bocas a la vez para dar mayor énfasis a sus palabras —. Y no he encontrado allí credenciales<br />
de ninguna clase... suponiendo que tales credenciales existan.<br />
—¡Pero él... el capitán! — exclamó el rey Horacio angustiado —. Yo hablé con él. ¡A él<br />
no pueden haberle engañado! Me identificará.<br />
—Es posible que le identifique, como el hombre que se presentó a él como el rey Horacio.<br />
No creo que puede decir más...<br />
—¿Pero usted que se propone, defenderme u ofenderme? ¡Haré que le ejecuten junto con<br />
todos ellos!<br />
—Delirio de grandezas... — comentó el abogado —. Hum... podríamos ver si nos<br />
salvábamos arguyendo desequilibrio mental.<br />
Cuando el rey volvió a quedar solo, después de esta entrevista tan poco satisfactoria, se<br />
hundió en la más lúgubre de las meditaciones. La sensación familiar del <strong>tiempo</strong> retardado le<br />
dominó. Asiendo su camisa con manos frenéticas, empezó a gemir. Harto reconocía que, al no<br />
estar ninguno de los mortales libre del pecado original, llega un momento, incluso en las vidas<br />
más recoletas, que las circunstancias se encrespan como un mar embravecido para anegarnos.<br />
Hasta entonces se había considerado como una figura austera y solitaria, separada del<br />
resto del género humano por su sangre real, y barrido por los vientos de la mortalidad, que<br />
arrojaban las dolencias sobre él. Entonces comprendió cuan falaz había sido aquella imagen;<br />
su realeza estaba en entredicho y él, a punto de ser juzgado por ladrón.<br />
¿Qué podía haber inducido a Swap a volverse contra quien le había perdonado? El rey<br />
Horacio no podía adivinarlo. Al no hallar ningún motivo particular, no podía hacer más que<br />
atribuir aquel acto ruin a la maldad humana.<br />
Su melancolía se vio interrumpida por un visitante que los guardias arrojaron sin<br />
contemplaciones a su celda. Ofuscado en la semioscuridad reinante, levantó la mirada para ver<br />
una figura baja y rechoncha de pie ante él.<br />
—¡El oráculo! — articuló, incorporándose lentamente.<br />
—Sí, yo soy... Klaeber Ojo de Ap. ¿Es curioso, verdad, que volvamos a encontrarnos así?<br />
—Escucha... no registraba tu camarote con malas intenciones. Sólo buscaba el bastón,<br />
que me diría que tú eres verdaderamente el oráculo. ¡Tienes que sacarme de aquí!<br />
—De esto he venido a hablar, amigo mío — dijo el hombrecillo, poniéndose en<br />
cuclillas —. Te tengo metido en un buen atolladero, ¿eh, amigo mío? Por lo tanto, valdrá más<br />
que me escuches con atención.<br />
El rey asintió con gesto fatigado, pues si bien sabía más de lo que el oráculo suponía,<br />
deseaba oír lo que su interlocutor tuviese que decirle. Ojo de Ap empezó a hablar con tono<br />
comedido y cortés de la coincidencia que representaba que ambos se encontrasen a bordo de<br />
la Potent. Después de entregar su oráculo al rey, le dijo, nada supo de la visita que éste se<br />
disponía a realizar a Utopía, suponiendo por el contrario que se dirigiría sin pérdida de <strong>tiempo</strong><br />
a Globadán. Entre tanto, él (o sea Ojo de Ap) fue a resolver otro asunto y cuando el rey fue<br />
detenido en su camarote, él se hallaba en el viaje de regreso a la Tierra, confiando en<br />
encontrar al reino sin rey.<br />
—¿Por qué? — preguntó el rey Horacio.<br />
Ojo de Ap extendió ambas manos.<br />
—Por que yo tengo mis ideas acerca de quien debe reinar...<br />
—¡Ah, vaya! Ahora lo comprendo todo... Qué estúpido he sido al confiar... ¡Entonces, tú no<br />
eres más que un vulgar usurpador!