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—«En Globadán gané a los shubshubs» — murmuraba entretanto el rey Horacio —. «En<br />
Globadán gané a los... zzzz.» — Se adormiló y sus primeros ronquidos le despertaron —. «...<br />
gané a los...» ¡Alto ahí! No hay duda de que yo debo ganar la carrera de shubshubs, pero...<br />
¿Cómo se las arregló el oráculo para ganarla? ¿Aquel hombre pequeñito y rechoncho, que<br />
apenas hubiera podido ganar una carrera de tortugas?<br />
La excitación que le produjo este aspecto insospechado del enigma, le obligó a levantarse de<br />
nuevo. Poniéndose un batín sobre su ajustado pijama empezó a pasear sin rumbo fijo por el<br />
estrecho y curvado corredor de primera clase. Por mucho que hayan cambiado las astronaves<br />
desde entonces hasta el presente, las costumbres y manías del pasaje no han cambiado. Así<br />
es que el rey Horacio fue objeto de las miradas glaciales que le dirigían las elegantes damas y<br />
de los bufidos de desprecio de los atildados caballeros, que contemplaban escandalizados su<br />
batín.<br />
—¡Me importáis un bledo! — les dijo por lo bajo; pero, al advertir entre aquella elegante<br />
multitud al príncipe heredero de uno de los reinos vecinos al suyo, decidió retirarse a un lugar<br />
más discreto, y descendió por la escalera que llevaba a la cubierta de turismo.<br />
Así que la pisó se apercibió de una figura baja y rechoncha cubierta de extrañas<br />
vestiduras y que en aquel momento penetraba en el camarote número 12. ¿Y si fuese... sería<br />
posible que?...<br />
—Perdón, señor, tengo que fregar el puente.<br />
Se apartó maquinalmente para dejar paso al robot que le había hablado, y se apostó en<br />
un lugar desde donde pudiese vigilar la puerta del camarote número 12. ¡Estaba seguro de que<br />
acababa de ver al oráculo! Aquella figura era inconfundible. El pasaje era muy numeroso y<br />
entre él abundaban los niños, pero nadie prestó atención al rey.<br />
Tras una hora de espera, cuando el monarca ya empezaba a sentir mareos y debilidad, la<br />
rechoncha figura salió del camarote número 12 y se alejó por el corredor. Si, parecía el<br />
oráculo, aunque el rey no conocía su cara. Con el corazón palpitándole locamente, se abalanzó<br />
sobre la puerta del número 12 y la empujó. ¡La puerta no estaba cerrada! Con gran<br />
atrevimiento, penetró en el camarote.<br />
El interior estaba tan destartalado que se detuvo, atónito. Por supuesto, muchas razas<br />
extraterrestres tenían ideas muy singulares acerca de la comodidad, pero aquello pasaba de la<br />
raya. Incluso el colchón de espuma faltaba de la litera. Todos los cuadros y adornos habían sido<br />
arrancados de las paredes, la alfombra de magnapile había sido quitada del suelo. Pero, sin<br />
embargo, todo estaba limpio, ordenado, y quitado cuidadosamente de enmedio, bien doblado y<br />
empaquetado, tarea nada fácil en un camarote de la clase de turismo.<br />
El rey Horacio se encogió de hombros. A él lo único que le interesaba era encontrar su<br />
bastón. Si lo encontraba, ello demostraría que el hombrecillo rechoncho era efectivamente el<br />
oráculo. Se puso a registrar el camarote febrilmente, a pesar de que la emoción casi<br />
paralizaba sus movimientos. No tardó en formar una pila en el centro del camarote con una<br />
multitud de objetos heterogéneos. Pero el bastón no estaba muy escondido. Cuando abrió el<br />
guardarropa lo vio allí, sobre un estante inferior. Extasiado, lo tomó entre sus manos.<br />
En aquel mismo instante notó la presión de una pistola desintegradora en sus<br />
riñones.<br />
—Qué... qué quiere — articuló.<br />
—¡Vuélvete despacito! — dijo una voz que resonó como un choque de automóviles.<br />
El rey se volvió lentamente, levantando las manos temblorosas sobre su cabeza. Se<br />
encontró ante un guardia de la nave, cuya catadura le hizo sentir deseos de dar media vuelta<br />
de nuevo.