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excepcional de su atmósfera, en parte a su inclinación axial y en parte también a la existencia de un sistema solar múltiple, del cual Utopía es el único planeta habitable. —¡Delicioso! — exclamó el monarca, aspirando profundamente. —¡Absolutamente! — exclamó a su vez Swap. Su aspecto murrioso del principio se había desvanecido hacía tiempo, desde que comprendió la suerte que había tenido. A partir de entonces, se mostró tan agradable como se lo permitía su natural voluble. La travesía le obligó a intimar con el rey; ambos eran poco más o menos de la misma edad y, exceptuando los arrebatos de mal humor que el monarca solía experimentar a causa de sus achaques, no era una persona insoportable ni mucho menos. Además, había concedido a Swap el Perdón Real, llevado de su munificencia. Por último, iban en viaje de vacaciones y para redondearlo lodo, el rey le había confiado sus más íntimos pensamientos, hablándole del oráculo y de la frase sibilina que contenía: «En Globadán gané a los shubshubs». —Por lo menos sabemos lo que son los shubshubs — comentó Swap, como si dijese: «¡Y eso de qué nos sirve!» —¿Lo sabes tú acaso? — preguntó el rey con vehemencia —. ¡Yo no! Creía que era una especie de trabalenguas. ¿Qué son los shubshubs? ¿Dulces? —Claro, tú has llevado una vida muy recluida — dijo Swap, explicándose con dificultad. Luego le dijo que los shubshubs eran unos animales muy raros y de gran valor, una especie de avestruces de seis patas, que en la carrera eran más veloces que los leopardos. No sabía de dónde procedían ni nunca había visto a uno de ellos. Tal vez aquel enigmático mensaje tuviese algún sentido oculto, después de todo. La esperanza volvió a henchir el corazón del rey; si el oráculo hubiese sido un vulgar timador, sin duda hubiera intentado mostrarse más amable. —Trataremos de averiguar más cosas acerca de esto en Utopía — dijo el rey. Pero nada averiguaron en Utopía. A decir verdad, los ricos inválidos y enfermos que allí acudían se distinguían por su esnobismo y los que vieron aterrizar al rey en una nave de pasajeros corriente y no en su astronave particular, hicieron ver que ni siquiera se enteraban de su existencia. Entonces, el rey, Swap y las dos enfermeras maduras se dedicaron a recorrer el país en caracar, alejándose de los centros de población. Habían pasado ya en el planeta un par de semanas de tiempo espléndido, cuando se encontraron con la sacerdotisa Colinette Shawl. El rey Horacio ya estaba cansado de Swap y de su limitado espíritu. Si de momento se divirtió y encandiló con los relatos que su compañero le hacía de los lances amorosos de que había sido protagonista en el jardín del palacio, pronto se cansó de oír contar siempre las mismas aventuras. Por consiguiente, acogió entusiasmado la presencia de la sacerdotisa. —Te presento a mi séquito — le dijo, presentándole a Swap a regañadientes. —Encantada — dijo la sacerdotisa, mientras Swap la miraba pensativo con semblante imperioso..., pues allí las sacerdotisas se elegían teniendo en cuenta sus dotes de seducción sobre los fieles. En realidad, su misión en Utopía consistía en hacer nuevos prosélitos para su secta. Empezó inmediatamente con el rey y Swap. Al oscurecer, plantó su tienda al lado de la del monarca. Poco después de medianoche salieron los soles tercero y cuarto. El cuarto no era más que una mota de luz que estaba a cientos de millones de kilómetros, mientras que el tercero era un apagado y borroso gigante que se arrastraba sobre el horizonte como una mata de pelo rojizo. Entre los dos juntos apenas hacían un poco más de luz que la Luna, pero el efecto que producían era romántico.

¿Recuerda el lector el antiguo refrán? «La clorofila siempre es más verde en hierba ajena». Swap también lo recordaba mientras, tendido en su lecho, pensaba en sus desdichas; el sueño no quería acudir a él. Por último se levantó y se acercó a la tienda de la sacerdotisa Colinette. Llamó suavemente con los nudillos en el mástil de madera de la puerta. — ¡Me he convertido! — susurró. La sacerdotisa, que no era la primera vez que oía aquello, salió con circunspección y se embarcó en una plática religiosa. —Y además — añadió — es demasiado tarde para iniciar las ceremonias. Mañana emprendo el viaje de regreso a Globadán. —¡A Globadán! — exclamó Swap —. ¿Quiere eso decir que tú has venido de Globadán? ¡Así, este sitio existe! Eh, señor... ¡Despierta! Y fue a sacar al rey de la cama, con gran descontento por parte de éste. Swap obraba con su acostumbrada irreflexión. Sin embargo, la esperanza de que el mensaje del oráculo pudiese contener realmente cierto significado, acalló la ira real y, con voz melosa, el soberano refirió a la sacerdotisa toda la historia, con la esperanza de que ella pudiese arrojar alguna luz sobre el enigma. «En Globadán gané a los shubshubs» — repitió —. A menos que eso lo haya escrito otro shubshub, no tiene pies ni cabeza. Nadie, os digo que absolutamente nadie, puede ganar a un shubshub. —De acuerdo, no tiene pies ni cabeza. ¡Volvámonos a la cama! — rezongó Swap, cansado de pronto de todo aquello —. Esto me pasa por andar con reyes neuróticos... — se dijo para su capote. —Ve tú a acostarte — le dijo el rey —. Yo quiero hacer unas preguntas a la sacerdotisa... (—Esperaré a que te acuestes tú — dijo Swap, añadiendo por lo bajo —: No me chupo el dedo.) —...así, estas carreras de shubshubs son una institución en Globadán, ¿no es eso? La sacerdotisa respondió que las celebraban todos los años. —¿Sólo pueden tomar parte en ellas los shubshubs? La criminología constituye un estudio de mucho interés en toda la Galaxia. En Globadán, según dijo la sacerdotisa, era tradicional soltar a algunos delincuentes comunes el día de las carreras, para permitirles que participasen en ellas. Si conseguían ganar, se les otorgaba la libertad. Algunos corrían hasta echar los bofes y esto constituía un aliciente más de la carrera. —¿No ha conseguido ganar nunca un ser humano? — preguntó el rey, sin ocultar su interés. —Como ya he dicho, esto es imposible — respondió la sacerdotisa, añadiendo —: Por lo menos, durante mi vida nadie consiguió ganar. De todos modos, tened en cuenta que Globadán se encuentra en el borde exterior de la Galaxia y yo estoy ausente de allí para realizar mi labor de misionera desde que era prácticamente una niña. Ya os podéis suponer lo emocionada que estoy de pensar que mañana regreso allí. —Así, ¿nadie puede ganar a un shubshub? — insistió el rey. —No, nadie puede ganar a un shubshub —asintió la sacerdotisa. —No, nadie puede ganar a un shubshub — les explicó Swap.

excepcional de su atmósfera, en parte a su inclinación axial y en parte también a la existencia<br />

de un sistema solar múltiple, del cual Utopía es el único planeta habitable.<br />

—¡Delicioso! — exclamó el monarca, aspirando profundamente.<br />

—¡Absolutamente! — exclamó a su vez Swap. Su aspecto murrioso del principio se había<br />

desvanecido hacía <strong>tiempo</strong>, desde que comprendió la suerte que había tenido. A partir de<br />

entonces, se mostró tan agradable como se lo permitía su natural voluble. La travesía le<br />

obligó a intimar con el rey; ambos eran poco más o menos de la misma edad y, exceptuando<br />

los arrebatos de mal humor que el monarca solía experimentar a causa de sus achaques, no era<br />

una persona insoportable ni mucho menos. Además, había concedido a Swap el Perdón Real,<br />

llevado de su munificencia. Por último, iban en viaje de vacaciones y para redondearlo lodo, el<br />

rey le había confiado sus más íntimos pensamientos, hablándole del oráculo y de la frase<br />

sibilina que contenía: «En Globadán gané a los shubshubs».<br />

—Por lo menos sabemos lo que son los shubshubs — comentó Swap, como si dijese: «¡Y<br />

eso de qué nos sirve!»<br />

—¿Lo sabes tú acaso? — preguntó el rey con vehemencia —. ¡Yo no! Creía que era una<br />

especie de trabalenguas. ¿Qué son los shubshubs? ¿Dulces?<br />

—Claro, tú has llevado una vida muy recluida — dijo Swap, explicándose con dificultad.<br />

Luego le dijo que los shubshubs eran unos animales muy raros y de gran valor, una especie de<br />

avestruces de seis patas, que en la carrera eran más veloces que los leopardos. No sabía de<br />

dónde procedían ni nunca había visto a uno de ellos.<br />

Tal vez aquel enigmático mensaje tuviese algún sentido oculto, después de todo. La<br />

esperanza volvió a henchir el corazón del rey; si el oráculo hubiese sido un vulgar timador, sin<br />

duda hubiera intentado mostrarse más amable.<br />

—Trataremos de averiguar más cosas acerca de esto en Utopía — dijo el rey.<br />

Pero nada averiguaron en Utopía. A decir verdad, los ricos inválidos y enfermos que allí<br />

acudían se distinguían por su esnobismo y los que vieron aterrizar al rey en una nave de<br />

pasajeros corriente y no en su astronave particular, hicieron ver que ni siquiera se enteraban<br />

de su existencia. Entonces, el rey, Swap y las dos enfermeras maduras se dedicaron a recorrer<br />

el país en caracar, alejándose de los centros de población.<br />

Habían pasado ya en el planeta un par de semanas de <strong>tiempo</strong> espléndido, cuando se<br />

encontraron con la sacerdotisa Colinette Shawl. El rey Horacio ya estaba cansado de Swap y de<br />

su limitado espíritu. Si de momento se divirtió y encandiló con los relatos que su compañero<br />

le hacía de los lances amorosos de que había sido protagonista en el jardín del palacio, pronto se<br />

cansó de oír contar siempre las mismas aventuras. Por consiguiente, acogió entusiasmado la<br />

presencia de la sacerdotisa.<br />

—Te presento a mi séquito — le dijo, presentándole a Swap a regañadientes.<br />

—Encantada — dijo la sacerdotisa, mientras Swap la miraba pensativo con semblante<br />

imperioso..., pues allí las sacerdotisas se elegían teniendo en cuenta sus dotes de seducción<br />

sobre los fieles. En realidad, su misión en Utopía consistía en hacer nuevos prosélitos para su<br />

secta. Empezó inmediatamente con el rey y Swap. Al oscurecer, plantó su tienda al lado de la<br />

del monarca.<br />

Poco después de medianoche salieron los soles tercero y cuarto. El cuarto no era más<br />

que una mota de luz que estaba a cientos de millones de kilómetros, mientras que el tercero<br />

era un apagado y borroso gigante que se arrastraba sobre el horizonte como una mata de pelo<br />

rojizo. Entre los dos juntos apenas hacían un poco más de luz que la Luna, pero el efecto que<br />

producían era romántico.

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