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aldiss, brian w - espacio y tiempo.pdf

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LA CARRERA DE SHUBSHUBS<br />

La torre del reloj del palacio de Harkon dominaba las heladas aguas del mar.<br />

El rey Able Harkon Horacio estaba sentado en una pequeña estancia del palacio,<br />

contemplando indiferente la inmensidad líquida. Era incapaz de adivinar cuan memorable iba a<br />

ser aquel día; su mayor preocupación como siempre, era su enfermedad.<br />

Aunque todavía no había cumplido los cuarenta, el rey mostraba ya en su semblante las<br />

arrugas del sufrimiento y sus ojos ardían con el brillo febril de un cerebro abrumado por el<br />

dolor. Ningún médico podía diagnosticar qué mal le aquejaba; centenares lo habían probado o<br />

habían fingido probarlo. Nada podía evitar aquellos terribles períodos, que a veces duraban días,<br />

durante los cuales quedaba yerto y permanecía tendido y rígido en su lecho, diciendo con voz<br />

quejumbrosa que el <strong>tiempo</strong> se había detenido y que el mundo tocaba a su fin.<br />

El rey Horacio gobernaba un pequeño reino de la Tierra situado a orillas del Mar del<br />

Norte, uno de aquellos tranquilos reinos que surgieron tras la instauración de la propulsión<br />

espacial cero-cero y el hundimiento del Gobierno Mundial. Sus principales industrias eran la<br />

pesca y la manufactura de chaperchers glaseados con arena para controlar las placas<br />

temporales de los elevadores de tensión de las astronaves.<br />

Con un movimiento de nerviosismo, el rey se alzó de su trono.<br />

—¡Silencio! — dijo con irritación, pues el trono le había estado leyendo. No podía dominar<br />

su desazón, pensando en su inminente visita al planeta-sanatorio Utopía. Al día siguiente<br />

iniciaría el viaje a aquel mundo feliz... pues en aquellos <strong>tiempo</strong>s, como hoy, Utopía gozaba de<br />

justa fama en toda la Galaxia por su clima maravilloso y estable, aunque hoy ya va demasiada<br />

gente a disfrutar de sus delicias.<br />

Con un ademán de impaciencia, salió al paseo ayudándose con su bastón. Abarcando el<br />

panorama con una distraída mirada de enfermo, observó que hacia su palacio venía su<br />

Vicemariscal del Aire, llevando sujeto por el cuello a un hombre muy bien parecido que vestía<br />

un uniforme blanco y calzaba unos guantes marrones demasiado elegantes. El desconocido<br />

protestaba ruidosamente por aquel trato, diciendo que se hallaba en un país libre.<br />

—¿Quién es este individuo? — preguntó el rey Horacio, señalando al del uniforme blanco<br />

con su bastón —. Nunca le había visto por aquí.<br />

El Vicemariscal, inclinándose profundamente, dijo a Su Majestad que no se dejase<br />

engañar por los aires de importancia que se daba aquel tipo: era un delincuente común<br />

llamado Swap a quien acababa de atrapar cometiendo acciones pecaminosas con una muchacha<br />

en el jardín del palacio. Sería ejecutado al día siguiente.<br />

—Muy bien — dijo el rey.<br />

El cautivo se desató en improperios, pero el Vicemariscal se lo llevó en seguida.<br />

Sintiendo que su desazón aumentaba, el rey salió por una portezuela lateral para<br />

descender por un camino tortuoso y cubierto de guijarros que llevaba a las orillas de aquel<br />

mar gris. El viento era aún muy frío a pesar de que el mes de mayo estaba avanzado y el<br />

monarca se embozó cuidadosamente en su capa. Estaba harto de todo... de su propia<br />

enfermedad y de ver la salud ajena. Aquel individuo, Swat... no, Swap...<br />

Oyó una voz a su lado que, en un tono que no admitía dudas, decía:

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