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—El centro de información que llevo empotrado sólo aloja datos relativos a mi profesión,<br />
señor, pero como también poseo circuitos asimiladores, a veces capto datos procedentes de las<br />
conversaciones que sostienen mis pasajeros y que...<br />
—Dígame esto, pues: además de las máquinas, ¿pueden viajar por el <strong>tiempo</strong> los seres<br />
humanos?<br />
Las edificaciones seguían centelleando al pasar junto a ellas, silenciosas, hostiles en aquel<br />
mundo desconocido. Tamborileando desesperadamente con sus dedos en el asiento, Rodney<br />
esperaba una respuesta.<br />
—Sólo las máquinas, señor. Los humanos no pueden retroceder en el <strong>tiempo</strong>.<br />
Durante largos minutos él permaneció tendido, llorando cómodamente. El auto-moto<br />
producía ruiditos reconfortantes, con el fin de distraerlo, pero se encontraba en una situación<br />
que estaba más allá de su capacidad.<br />
Por último, Rodney se secó los ojos con la manga, que era la de su traje dominguero, y<br />
se sentó en la litera. Ordenó al conductor que se dirigiese a las oficinas centrales de<br />
Cronoarqueología S. A. y se hundió en una especie de marasmo. Únicamente en la sede de<br />
aquella diabólica empresa encontraría a personas que, si lo deseasen, tal vez podrían devolverlo<br />
a su propia época.<br />
A Rodney le daba miedo la idea de enfrentarse con un hombre de aquella época tan poco<br />
escrupulosa. Apartando la idea, se concentró en la paz y el orden del mundo del cual le<br />
acababan de resucitar. Ver Oxford de nuevo, a Valeria... a su queridísima Valeria...<br />
¿Querrían ayudarle en Cronoarqueología? O... suponiendo que los técnicos de la feria<br />
hubieran reparado su diabólico aparato antes de que llegase allí... Se estremeció al imaginarse<br />
lo que podía ocurrir.<br />
—Más de prisa, conductor — gritó.<br />
Los edificios, hasta entonces muy separados, se convirtieron en un muro.<br />
—Más deprisa, más deprisa — ordenó.<br />
El muro se hizo borroso.<br />
—Vamos a dos mach y medio, señor — dijo el conductor tranquilamente.<br />
—¡Es poco!<br />
La niebla borrosa se convirtió en un alarido.<br />
—Nos estrellaremos, señor.<br />
Se estrellaron. Le envolvió una negrura piadosa y completa.<br />
Un muelle del somier gimió y crujió, las nieblas del sueño se aclararon y Rodney se<br />
despertó. Del cuarto de baño contiguo venía el ruido de una navaja al pasar sobre la piel: Jim<br />
continuaba afeitándose.