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aldiss, brian w - espacio y tiempo.pdf

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Temiendo notar de un momento a otro una mano sobre el hombro, Rodney se dirigió hacia<br />

ella con toda la rapidez posible. Pasó frente a una alta estructura ante la cual una serie de<br />

personas que hacían cola contemplaban con impaciencia este anuncio:<br />

Por fin llegó a la entrada.<br />

Saboreen las posibilidades eróticas que ofrece la caída libre.<br />

Un empleado le gritó «¡Eh!» e intentó detenerle. Rodney echó a correr. Siguió<br />

corriendo por una carretera satinada hasta que el agotamiento le dominó. Un objeto<br />

metálico cuya forma recordaba vagamente la de un zapato, pero que tenía las dimensiones de<br />

un pequeño bungalow, estaba inmóvil junto al bordillo. Por sus ventanas, Rodney vio unas<br />

literas. Al parecer, no había nadie dentro. Agradeciendo aquel mudo ofrecimiento de descanso y<br />

abrigo, se metió en él.<br />

Cuando se dejó caer jadeando sobre el mullido colchón de espuma de goma, se dio cuenta<br />

de lo horrible de su situación. Se hallaba perdido varios siglos más allá de aquel en que había<br />

vivido — y muerto —, en un mundo de supertécnica y barbarie. Sí, barbarie; así le parecía a<br />

él. No obstante, aquello era mucho mejor que la reiterada pesadilla que había tenido que<br />

soportar hasta entonces. Lo que más necesitaba en aquellos momentos era <strong>tiempo</strong> para<br />

reflexionar con calma.<br />

—¿Podemos marcharnos ya, señor?<br />

Rodney se incorporó de un salto, sorprendido al oír una voz tan próxima. No se veía a<br />

nadie. El interior de aquella extraña construcción parecía el de un vagón de ferrocarril, pues<br />

tenía amplios y mullidos asientos, todos los cuales estaban vacíos.<br />

—¿Podemos marcharnos ya, señor? — repitió la voz.<br />

—¿Quién habla? — preguntó Rodney.<br />

—Auto-moto Siete Seis Uno Mu a su servicio, señor, esperando que usted le diga adonde<br />

quiere dirigirse.<br />

—¿Quiere decir esto que nos podemos ir de aquí?<br />

—Desde luego ,señor.<br />

—¡Pues vámonos inmediatamente!<br />

Al instante el armatoste se deslizó con suavidad hacia adelante sin producir el menor<br />

ruido ni vibración. La brillante feria quedó atrás y no tardó en ser substituida por otras<br />

construcciones muy espaciadas, de las que no salía humo y que parecían estar hechas<br />

principalmente de una substancia que parecía tela para cortinas; pasaban por su lado sin que<br />

tuviesen visos de terminarse.<br />

—¿Se dirige... nos dirigimos al campo? — preguntó Rodney.<br />

—Este es el campo, señor. ¿Desea usted una ciudad?<br />

—No, no. ¿Qué hay además de la ciudad y el campo?<br />

—Nada, señor... a no ser, naturalmente, los campos marinos.<br />

Desechando esta clase de preguntas, Rodney, que se dirigía instintivamente a un<br />

atareado tablero de mandos situado en la parte delantera del vehículo, inquirió:<br />

—Disculpe mi pregunta, pero... ¿Es usted un robot acaso?<br />

—Sí, señor; Auto-moto Siete Seis Uno Mu. Nunca había hecho esta ruta, señor.<br />

Rodney lanzó un suspiro de alivio. No hubiera podido enfrentarse con un ser humano, pero<br />

de manera irracional, se sentía superior a un ser mecánico. Tenía una voz agradable, no

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