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¿Había sido siempre tan presumido y afectado como lo fue aquel día? ¿Y qué ocurrió<br />
después? Como entonces, por supuesto, se hallaba ignorante de su vida futura, tampoco lo<br />
sabía a la sazón. No sabía si fue feliz con Valeria durante mucho <strong>tiempo</strong>, si su obra recién<br />
publicada sobre Derecho feudal recibió el aplauso de la crítica... Estas preguntas eran otras<br />
tantas incógnitas.<br />
En el asiento posterior del automóvil había un par de guantes de Valeria; Rodney los<br />
metió en una gaveta del coche con una animación que nada hacía sospechar la impotencia<br />
interior que le dominaba. Ella, pobrecita, se hallaba en la misma aflicción. En esto se hallaban<br />
unidos, aunque incapaces de manifestar su unión por el menor guiño de complicidad.<br />
El Morris avanzó lentamente por Ranbury Road. Como siempre, coexistían cuatro<br />
subdivisiones de la realidad. Había el mundo exterior de Oxford; las observaciones abstractas<br />
originales de Rodney, que él hacía mientras se desplazaba por aquel mundo; los pensamientos<br />
fantasmales del «yo presente», que eran amargos y desesperados; y, por último, las caras<br />
entrevistas del futuro, que avanzaban o retrocedían al azar. Estos cuatro planos se mezclaban<br />
de una manera indiscernible, confundiéndose en los momentos en que Rodney lindaba con la<br />
demencia. (¿Cómo sería enloquecer, atrapado en la mente de un hombre cuerdo? A veces se<br />
sentía tentado por el lujo de dar rienda suelta a su locura.)<br />
A veces le llegaban retazos de conversaciones de los mirones. Al menos, esto era lo único<br />
que variaba de un día a otro:<br />
—¡Si supiese la facha que tiene! — exclamaba uno.<br />
Otro decía:<br />
—¿Te has fijado en el peinado de ella?<br />
Y otro:<br />
—¡Esto deja tamañitos los suburbios!<br />
O bien:<br />
—Mamá, ¿qué es esa cosa marrón tan extraña que come este hombre?<br />
O bien (¡Cuántas veces había oído esta observación!):<br />
—Yo sólo querría que él supiese que le estamos mirando.<br />
Las campanas de la iglesia tañían solemnemente cuando él paró el coche frente al Colegio<br />
y quitó el contacto. No tardaría en hallarse en aquel mohoso despacho, tomando una copita con<br />
aquel decrépito carcamal de profesor Regius. Por enésima vez sonreiría más de lo debido,<br />
cuando la ambición se sobrepusiese a la amistad. Su mente saltaba hacia adelante como luego<br />
hacia atrás, de nuevo hacia adelante para volver atrás, frenética, como una ardilla enjaulada.<br />
¡Oh, si pudiese hacer algo! Y así pasaría el día. Por último llegaría la noche, provocando las<br />
últimas rachas de hilaridad a la vista del camisón de Valeria y de su pijama y finalmente el<br />
olvido.<br />
El olvido... dura una eternidad, pero era instantáneo. Después, pasarían de nuevo la<br />
película y todo se repetiría minuciosamente.<br />
Se sintió contento al ver al profesor Regius. El vejete también manifestó alegría al verle.<br />
Sí, hacía un día muy hermoso. No, él no había salido del Colegio desde... veamos... debió de<br />
ser el antepenúltimo verano. Luego Rodney pronunciaba aquella frase que provocaba las<br />
carcajadas más estentóreas:<br />
—Sí, todos debemos aspirar a cualquier clase de inmortalidad.<br />
¡Tener que decirla de nuevo, tener que decirla con la misma volubilidad con que le dijo<br />
la primera vez, para que luego aquel deseo le hubiese sido concedido con tal escarnio! ¡Ojalá se<br />
hubiese muerto antes... ojalá aquella odiosa película se rompiese!