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aldiss, brian w - espacio y tiempo.pdf

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al pensar que aquellos seres tan sabios habían querido ver de nuevo uno de sus días,<br />

exhumar su modesta vida... Pero aquéllo sólo fue un bálsamo por un <strong>tiempo</strong>, como no tardó en<br />

percatarse Rodney. En realidad, no era más que una atracción de éxito en una remota feria,<br />

causa de risa para las masas estúpidas y no de edificación para los filósofos.<br />

Salió al jardincito rodeando con el brazo la cintura de Valeria. El aire de Oxford era<br />

suave y soñoliento, los vecinos habían cerrado la radio.<br />

—¿Tienes que ir necesariamente a ver a esa momia de viejo profesor Regius, querido? —<br />

le preguntó ella.<br />

—Ya sabes que tengo que ir. — Dominando su irritación, añadió —: Después de comer<br />

iremos a dar un paseo en coche... sólo tú y yo.<br />

Invariablemente, el auditorio siempre se reía al llegar a esto. Al parecer, «un paseo en<br />

coche después de comer» poseía un significado equívoco en aquella época. Cada vez que<br />

Rodney hacía aquella observación, esperaba con temor la reacción de aquellos rostros vistos a<br />

medias que se apretujaban por todos lados: sin embargo, no podía alterar lo que fue dicho<br />

una vez.<br />

Besó a Valeria con un gesto que él confiaba que fuese elegante, el respetable rió entre<br />

dientes, y entró en el garaje. Su mujer volvió a la casa y a Jim. Él nunca sabría lo que<br />

ocurrió dentro, por más veces que se repitiese aquel día. No había modo de confirmar sus<br />

sospechas de que su hijo estaba enamorado de Valeria y de que ésta se sentía atraída por él.<br />

Ella debiera haber tenido el juicio suficiente para preferir un hombre maduro a un<br />

mozalbete de diecinueve años: además, sólo hacía un año y medio que la prensa se había<br />

referido a él como «una de nuestras jóvenes promesas en el terreno de la crítica histórica».<br />

Rodney podía haber ido a pie hasta el Colegio Septuagint. Pero como su automóvil era<br />

nuevo y flamante y un lujo que su sueldo de profesor apenas le podía permitir, prefirió ir en<br />

coche. El público, por supuesto, se desternillaba de risa cuando aparecía su pequeño Morris<br />

10. Mientras limpiaba el parabrisas, Rodney se entretuvo odiando al auditorio y a todos los<br />

habitantes de aquel mundo futuro.<br />

Esto era lo más extraño. En la conciencia del antiguo Rodney había lugar para alojar a su<br />

nuevo fantasma. Él dependía del antiguo Rodney —el que vivió realmente aquel hermoso<br />

día otoñal — para la visión, el movimiento, todos los accesorios de la vida, pero él podía ocupar<br />

de manera independiente una diminuta celda en su conciencia. Se sentía como un observador<br />

impotente, transportado una y otra vez en una carlinga del pasado.<br />

En esto residía la ironía de la situación. Se hubiera ahorrado todas aquellas humillaciones si<br />

hubiese permanecido ajeno a todo cuanto sucedía. Pero él se daba cuenta de todo, a pesar de<br />

hallarse enterrado en un cuerpo que no lo sabía.<br />

A pesar de que Rodney no era un hombre de ciencia sino un historiador, se daba cuenta,<br />

en líneas generales, de lo que había sucedido. En algún punto del futuro, el hombre descubrió<br />

el secreto de hacer revivir el pasado con toda fidelidad. En los estantes de la antigüedad se<br />

alineaban los años pretéritos, como películas en una filmoteca. Y como las películas, no podían<br />

alterarse, pero podían pasarse una y otra vez mediante un proyector adecuado. El día de otoño<br />

de Rodney había sido pasado centenares de veces.<br />

Había reflexionado tan a menudo sobre su situación de impotencia, que el horror de la<br />

misma ya le impresionaba menos. Aquel día transcurrió apaciblemente, de una manera trivial,<br />

para caer en el olvido; hasta que de pronto, muchos años después, fue resucitado, para ocupar<br />

de nuevo un puesto entre las cosas que eran. Sus acciones, hasta sus menores pensamientos,<br />

habían revivido, y el yo más recóndito de Rodney tenía que asistir a su desarrollo como un<br />

espectador impotente y desesperado. ¡Cómo iba a sospecharlo él, entonces! ¡Cuan inadecuados le<br />

parecían ahora todos sus gestos, al tener que repetirlos dos, diez, cien, un millar de veces!

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