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NO PARA UNA ÉPOCA<br />

El no era para una época, sino para todos los <strong>tiempo</strong>s.<br />

BEN JONSON<br />

Un muelle del somier gimió y crujió, las nieblas del sueño se aclararon y Rodney Furnell se<br />

despertó. Del cuarto de baño contiguo venía un ruido de una navaja al pasar sobre la piel; su<br />

hijo se estaba afeitando. La cama contigua estaba vacía: Valeria, su segunda esposa, ya se había<br />

levantado. Sintiéndose un poco culpable, Rodney también se levantó, ejecutando tímidamente<br />

algunos ejercicios para desentumecer su espinazo. ¡Ah, juventud! Cuando declinaba había que<br />

empezar a cuidarse. Flexionándose, se tocó las puntas de los pies.<br />

En este momento era cuando se oían las primeras carcajadas entre el público.<br />

Cuando Rodney se hubo puesto su traje de los domingos, el reloj de cuco de Valeria dio las<br />

nueve, lo cual fue seguido por las notas más sardónicas de su reloj de bronce dorado. Valie y<br />

Jim (deliberadamente, Rodney había evitado imponer un nombre demasiado literario a su<br />

único vástago), ya estaban comiendo palomitas cuando él entró en su alegre y menuda<br />

cocina.<br />

Más risas cuando apareció aquel anticuado modernismo del siglo XX.<br />

—¡Buenos días! ¡Qué hermosa mañana! — dijo él con voz de trueno, depositando un<br />

ósculo en la frente de Valeria. A decir verdad, el sol otoñal pugnaba valientemente por rasgar la<br />

húmeda niebla: era natural que un hombre de cuarenta y dos años se revistiese instintivamente<br />

de entusiasmo frente a una esposa quince años más joven que él.<br />

Tenían mucho éxito entre el público aquellas refecciones, y se escuchaban murmullos de<br />

deleite cuando iban apareciendo sucesivamente aquellos curiosos accesorios... El tostador del<br />

pan, la tetera, las manecillas para el azúcar.<br />

Valeria tenía un aspecto fresco e inmaculado. Jim lucía una camisa de cuello abierto y<br />

colmaba de atenciones a su madrastra. Para tener diecinueve años era demasiado apuesto y<br />

excesivamente atento... Ambos leían amigablemente el periódico del domingo, charlando de<br />

teatro y libros. A veces Rodney podía intervenir para hacer un comentario acerca de algún libro.<br />

Como sabía que a Valeria no le gustaba verle con gafas, contuvo su deseo de leer mientras<br />

desayunaba.<br />

¡Qué carcajadas resonaron entre el público cuando se las puso luego, al encontrarse en<br />

su estudio! ¡Qué odio sentía él por aquel público! ¡Cuan fervientemente deseaba haber podido<br />

levantar aunque sólo hubiese sido una ceja para mofarse de ellos!<br />

El día fue exactamente transcurriendo como lo había hecho más de un millar de veces,<br />

sin poderse desviar en lo más mínimo de su curso preestablecido. Así proseguiría<br />

interminablemente, tan desprovisto de significado como un cliché o una canción repetida sin<br />

cesar. Así seguiría, para solaz de aquellos imbéciles que lo contemplaban por los cuatro lados,<br />

riendo ante las cosas más nimias.<br />

Al principio, Rodney sintió miedo ante aquel poder que parecía arrebatarlo de la tumba y<br />

que tenía ribetes de arte diabólico. Luego, cuando se fue acostumbrando, se sintió halagado

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