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—Sé bienvenido, David Stevens de la Tierra — replicó Mordregón graciosamente. Un<br />
pequeño objeto del tamaño de un huevo de gallina faltaba a medio metro de su pico. Los<br />
restantes miembros del consejo, Stevens incluido, estaban acompañados por artilugios<br />
semejantes, que en realidad eran intérpretes automáticos.<br />
Mordregón era de proporciones colosales. Bajo su cabeza provista de pico, su cuerpo se<br />
ensanchaba como un enorme piano caído. Iba cubierto por una cascada de rectángulos blancos<br />
y negros de marfil que producían un seco repiqueteo. Stevens observó que cada uno de aquellos<br />
rectángulos giraba constantemente sobre su eje longitudinal, abanicándole, ventilándole, como<br />
si tratasen de mitigar el ardor de una enfermedad inexorable (esto era lo que en realidad<br />
sucedía).<br />
—Me complace venir en son de paz — dijo Stevens —. Y aún me producirá mayor alegría<br />
saber por qué me han traído aquí. Mi viaje ha sido largo y sólo me han explicado a medias su<br />
finalidad.<br />
Al oír la palabra «paz», Mordregón hizo una mueca como una sonrisa, aunque su pico no<br />
sonreía.<br />
—A medias, quizá; pero de momento debe bastarte con saber lo que sabes — dijo<br />
Mordregón —. La nave robot te dijo que te traería aquí para ser juzgado en nombre de la<br />
Tierra. De momento, ésta nos parece a nosotros suficiente información.<br />
Los traductores automáticos prestaban una nota de ironía a la voz del Ultraseñor. Aquel<br />
tono hizo que se tiñesen de un débil rubor las mejillas de Stevens. Se encolerizó y de pronto le<br />
gustó dejar que ellos lo notasen.<br />
—Es que tú no has estado jamás en mi posición —repuso —. Yo ocupaba un puesto de<br />
responsabilidad en Puerto Ganímedes. Nunca me metí en política. Me encontraba en el puesto<br />
reactivo del metano cuando llegó vuestra nave robot y me designó entre los demás, de un<br />
modo totalmente arbitrario. Se limitó a decirme que dentro de tres meses se presentaría a<br />
recogerme para ser sometido a juicio, como un reo cualquiera... como un montón de ropa<br />
sucia...<br />
Los fulminó con la mirada, ansioso por ver su primera reacción ante su estallido de cólera,<br />
temiendo por otro lado haber ido demasiado lejos. Por lo general, Stevens no era un hombre<br />
que se dejase arrebatar por sus emociones. Cuando hablaba, el huevo de gallina que flotaba<br />
ante su boca absorbía todo el sonido, dejando el aire seco y silencioso. Por lo tanto, él no<br />
podía oír la traducción de sus palabras; confió a medias en que el aparatito no tradujese su<br />
estallido de cólera, según era la costumbre tradicional de los intérpretes. Esta esperanza se<br />
vino al punto por los suelos.<br />
—La irritación equivale a desequilibrio — dijo Deln Phi J. Bunswacki. Fue la única frase que<br />
pronunció durante toda la entrevista. Sobre sus hombros, un poderoso cerebro hacía circular sus<br />
pensamientos bajo una caja craneana transparente; llevaba lo que parecía ser un chillón<br />
vestido azul a listas, pero las listas se movían al ser recorridas incesantemente por organismos<br />
simbióticos ingurgitando todos los microbios que pudiesen constituir una amenaza para la salud<br />
de Deln Phi J. Bunswacki.<br />
Ligeramente asqueado, Stevens se volvió de nuevo hacia Mordregón.<br />
—Estáis jugando conmigo — le dijo tranquilamente —. ¿Será abusar de vuestra<br />
hospitalidad que os pida que vayamos al grano?<br />
Esto ya estaba mejor — se dijo. ¿Pero qué estaban pensando aquellos seres? ¿Pensarían<br />
que su actitud demostraba demasiada inestabilidad? ¿Que parecía mostrarse refractario a la<br />
idea de su propia insignificancia? Aquello sería un verdadero infierno: tener que adivinar lo que<br />
ellos pensaban, sabiendo que ellos sabían que trataba de adivinarlo, pero sin saber a cuántos<br />
niveles por encima de su propio cociente de inteligencia se encontraban.