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«¿No entiendes? Mi pierna es una antorcha llameante... Sacad el ojo de quien sea. ¡Cuidado, cuidado! Bajad poco a poco esta montaña azul.» ¡Papá! «¿Qué pasa?» No entiendo nada. ¿Hablas de cosas reales? «Lo siento, chico. Ahora ya estoy más tranquilo. Fue un ligero acceso de delirio a causa del dolor. Todo irá bien si puedes establecer contacto con el CTT. ¿Recuerdas?» Sí, recuerdo. Sólo con que pudiese... no sé. ¿Entonces, mamá también es real? «Sí. Debes cuidar de ella.» ¿Y el gigante, es real? «¿El gigante? ¿Qué gigante? Ah, claro, la montaña gigante. Todos ascienden por la montaña gigante. Y ascienden también por mi pierna gigante. Adiós, hijo mío. Tengo que ver a un hombre azul para hablar de una... una pierna... una pierna.» ¡Papá! «...Una pierna de cordero azul...» Papá, ¿adonde vas? Espera, espera, mira... ya puedo moverme un poco. Acabo de descubrir que puedo volverme. ¡Papá! Ahora nadie responde. Sólo una minúscula corriente de silencio y la palpitación incesante. La palpitación. Mi silenciosa hermana. Ella no puede pensar como yo. Tengo que llamar al CTT. Tengo mucho tiempo. ¿Y si primero me volviese?... Es fácil. El me ha dicho que sólo tengo seis meses. Tal vez podría llamar más fácilmente desde fuera, desde el Universo real. ¿Y si me volviese de nuevo? Ahora, si patalease... Ah, ahora es fácil. Patalearé de nuevo. Muy bien. Me pregunto si mis piernas serán azules. Pataleo. Muy bien. Algo cede. Pataleo...
DECLARACIÓN DE CULPABILIDAD Los cuatro Ultraseñores Supremos se mantenían alejados de la multitud, esperando y sin hablar con nadie. Pero Mordregón, hijo del Gran Mordregón; Arntibis Isis de Sirio III, el Fiscal Supremo del Décimo Sector; Deln Phi J. Bunswacki, Señor de los Márgenes; y Ped 2 de los Dominios del Saco de Carbón presenciaban, a semejanza de lo que hacían los otros incontables miembros de la Dieta de los Ultraseñores de la Galaxia Materna, la entrada en la cámara del consejo del extranjero, David Stevens, de la Tierra. Stevens tuvo una ligera vacilación en el umbral de la sala. Aquella vacilación era en parte natural y en parte fingida; había acudido allí preparado para representar un papel y sabiendo que todos esperarían que se detuviese momentáneamente, sobrecogido de temor; pero nadie había previsto el verdadero temor que se apoderaría de él. Se presentaba para someterse a juicio en nombre de la Tierra y venía preparado... hasta allí donde un hombre podía prepararse para lo imprevisible. De todos modos, cuando el servidor le acompañó a la gran sala, comprendió, abrumado, que la tarea sería mucho más terrible de todo cuanto había podido imaginar. La flor y nata de la Galaxia se apercibió de su vacilación. Empezó a caminar hacia el estrado sobre el cual esperaban Mordregón y sus colegas. El esfuerzo necesario para obligar a sus piernas a moverse, hizo que su frente se perlase de sudor. -—¡Que Dios me asista! — susurró. Pero ante él se erguían los dioses de la Galaxia; ¿existiría, por encima de ellos, un Ser Supremo que no tuviese existencia material, mas cuyo poder fuese infinito? Desechó aquellos pensamientos y se concentró. Con porte altivo, Stevens avanzó entre las macizas formas agrupadas de los señores de la Galaxia. Aunque quedó bien claro, antes de que él saliese de la Tierra, que no se utilizarían contra él poderes que él no poseyese, como la telepatía, sentía el peso de la fuerza mental que le rodeaba. Extraños rostros le observaban, entre los que sólo había algunos que fuesen remotamente humanos, extrañas vestiduras se agitaban cuando él las rozaba a su paso. ¡Cuánta diversidad!, se dijo. ¡Cuan sorprendente y prolífico es el universo! De pronto sintió un súbito orgullo. Tuvo el suficiente valor para devolver la mirada de aquellos múltiples ojos. Les haría conocer cuál era el temple del hombre. Fuera lo que fuese lo que ellos se propusiesen hacer con él, él también tenía sus propios planes para ellos. Del mismo modo como le parecía adecuado que el hombre penetrase en aquella sala, le parecía no menos adecuado que, entre todos los millones de hombres de la Tierra, él, David Stevens, fuese el elegido. Con la egolatría propia de las razas jóvenes, se sentía seguro de que saldría airoso de la prueba. El temor que había sentido al principio era explicable. Una civilización técnica pagada de sí misma y que se enorgullecía de sus empresas de exploración en Mercurio y Neptuno, era natural que se sintiese intimidada al enfrentarse con una cultura que se extendía de una manera lujuriante sobre más de cinco mil planetas. Con una elegante reverencia se inclinó ante Mordregón y los otros Ultraseñores Supremos. —Os traigo la salutación de mi planeta Tierra, del Sol — dijo con voz resonante.
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Los cuatro Ultraseñores Supremos se mantenían alejados de la multitud, esperando<br />
y sin hablar con nadie. Pero Mordregón, hijo del Gran Mordregón; Arntibis Isis de Sirio III, el<br />
Fiscal Supremo del Décimo Sector; Deln Phi J. Bunswacki, Señor de los Márgenes; y Ped 2<br />
de los Dominios del Saco de Carbón presenciaban, a semejanza de lo que hacían los otros<br />
incontables miembros de la Dieta de los Ultraseñores de la Galaxia Materna, la entrada en<br />
la cámara del consejo del extranjero, David Stevens, de la Tierra.<br />
Stevens tuvo una ligera vacilación en el umbral de la sala. Aquella vacilación era en<br />
parte natural y en parte fingida; había acudido allí preparado para representar un papel y<br />
sabiendo que todos esperarían que se detuviese momentáneamente, sobrecogido de temor;<br />
pero nadie había previsto el verdadero temor que se apoderaría de él. Se presentaba para<br />
someterse a juicio en nombre de la Tierra y venía preparado... hasta allí donde un<br />
hombre podía prepararse para lo imprevisible. De todos modos, cuando el servidor le acompañó a<br />
la gran sala, comprendió, abrumado, que la tarea sería mucho más terrible de todo cuanto<br />
había podido imaginar.<br />
La flor y nata de la Galaxia se apercibió de su vacilación.<br />
Empezó a caminar hacia el estrado sobre el cual esperaban Mordregón y sus colegas.<br />
El esfuerzo necesario para obligar a sus piernas a moverse, hizo que su frente se perlase de<br />
sudor.<br />
-—¡Que Dios me asista! — susurró. Pero ante él se erguían los dioses de la Galaxia;<br />
¿existiría, por encima de ellos, un Ser Supremo que no tuviese existencia material, mas cuyo<br />
poder fuese infinito? Desechó aquellos pensamientos y se concentró.<br />
Con porte altivo, Stevens avanzó entre las macizas formas agrupadas de los señores de la<br />
Galaxia. Aunque quedó bien claro, antes de que él saliese de la Tierra, que no se utilizarían<br />
contra él poderes que él no poseyese, como la telepatía, sentía el peso de la fuerza mental que<br />
le rodeaba. Extraños rostros le observaban, entre los que sólo había algunos que fuesen<br />
remotamente humanos, extrañas vestiduras se agitaban cuando él las rozaba a su paso.<br />
¡Cuánta diversidad!, se dijo. ¡Cuan sorprendente y prolífico es el universo!<br />
De pronto sintió un súbito orgullo. Tuvo el suficiente valor para devolver la mirada de<br />
aquellos múltiples ojos. Les haría conocer cuál era el temple del hombre. Fuera lo que fuese lo<br />
que ellos se propusiesen hacer con él, él también tenía sus propios planes para ellos.<br />
Del mismo modo como le parecía adecuado que el hombre penetrase en aquella sala, le<br />
parecía no menos adecuado que, entre todos los millones de hombres de la Tierra, él, David<br />
Stevens, fuese el elegido. Con la egolatría propia de las razas jóvenes, se sentía seguro de que<br />
saldría airoso de la prueba. El temor que había sentido al principio era explicable. Una<br />
civilización técnica pagada de sí misma y que se enorgullecía de sus empresas de exploración<br />
en Mercurio y Neptuno, era natural que se sintiese intimidada al enfrentarse con una cultura<br />
que se extendía de una manera lujuriante sobre más de cinco mil planetas.<br />
Con una elegante reverencia se inclinó ante Mordregón y los otros Ultraseñores<br />
Supremos.<br />
—Os traigo la salutación de mi planeta Tierra, del Sol — dijo con voz resonante.