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Dos guardias se acercaron con paso vivo a Deeping.<br />
—Le ruego que me perdone, señor. Ya sé que es un atrevimiento muy grande por mi<br />
parte — dijo el oficial de Extranjeros, cuyas rodillas temblaban —, pero es posible que esta<br />
nueva manera de enfocar las cosas resulte... resulte eficaz.<br />
A punto de desmayarse por su propia osadía, vio cómo Rhys-Barley levantaba la mano,<br />
deteniendo a los guardias.<br />
—...una diferencia que jamás podremos arreglar, como no sea derrotando al enemigo —<br />
estaba diciendo Deeping. Estaba muy pálido, pero se mantenía erguido y resuelto, como si la<br />
presencia de aquellos extraños le proporcionase fuerza.<br />
—Esa diferencia puede resolverse, oh, sí — dijo Calurmo —. Pero habéis utilizado un<br />
método equivocado.<br />
—No diga usted tonterías — intervino Rhys-Barley —. Usted no conoce el problema... a<br />
menos que pertenezcan a una raza de Boux que todavía no conociésemos.<br />
—Mis amigos se enteran ahora de la existencia de este problema — murmuró Calurmo,<br />
mirando a Lucecita y Abeja Triste, quienes estaban desusadamente quietos. Pero el Gran<br />
Almirante prosiguió implacablemente:<br />
—El enemigo posee unas ventajas inestimables sobre el Hombre. Sólo apelando a todo su<br />
poderío militar, sólo estando constantemente alerta y con un dedo en el gatillo, el Hombre ha<br />
conseguido mantener a raya al Boux.<br />
—Desde luego, ésta es la verdad — dijo Deeping con vehemencia —. Si vosotros poseéis una<br />
superarma y nos la quisieseis revelar, os quedaríamos muy reconocidos.<br />
—No me haga usted reír, por favor — dijo Calurmo, volviéndose a Lucecita y Abeja<br />
Triste, quienes sonrieron e hicieron un gesto de asentimiento. Al propio <strong>tiempo</strong>, Aprit abrió<br />
los ojos y se levantó.<br />
—¡Qué sueño tan divertido he tenido! — dijo —. ¿Nos vamos a casa?<br />
—Antes quiero reajustar a esta gente — dijo el Predicador. Los cinco celebraron un<br />
conciliábulo durante un minuto, mientras Rhys-Barley paseaba arriba y abajo como una furia<br />
y Deeping estornudaba un par de veces; los rayos R siempre producían este efecto en su<br />
pituitaria.<br />
Por último, Abeja Triste hizo una señal a Deeping y le dijo:<br />
—Me perdonará usted si le digo que sus semejantes nos parecen estar llenos de<br />
contradicciones, pero así es. Con todo, hay una contradicción que no podemos entender. Nos<br />
aprisionan ustedes aquí con rayos R impenetrables, como llaman ustedes a su campo de inercia,<br />
y, por si fuese poco, con barrotes de duraluminio. Éstos de poco sirven a menos que... no sean<br />
lo que parecen. Y desde luego, no lo son; en realidad, son otra de esas máquinas que tanto les<br />
encantan a ustedes. A decir verdad, son rejas captadores que transmiten datos casi completos<br />
de nosotros cinco al más próximo de sus planetas. ¡Ingenioso aparato! Unas copias completas<br />
de nosotros, desde el punto de vista psicológico y fisiobiológico, son suministradas a los<br />
mayores cerebros electrónicos que ustedes poseen. Permitan que les felicitemos por la eficacia<br />
de esta máquina. Es tan buena, en realidad, que Lucecita y yo hemos explorado la Base Principal<br />
gracias a ella, enviando con rumbo desconocido el resto de su flota y radiando instrucciones a<br />
su vice-capitán o como se llame, que ahora está a los mandos como resultado de estas<br />
órdenes, ahora se dirigen ustedes adonde nosotros deseamos y esta cubierta de Interrogación<br />
ha quedado aislada del resto de la nave.<br />
Apenas había terminado de hablar, cuando Rhys-Barley se arrojó detrás de un escudo,<br />
dando orden de destrucción de emergencia. Nada sucedió. Ni botones, ni interruptores ni<br />
válvulas funcionaban.