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aldiss, brian w - espacio y tiempo.pdf

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Calurmo escrutaba la inmensa sala en la que se encontraba. Su atención se detuvo por<br />

un momento en las pequeñas glándulas cerebrales del techo, que calculaban el potencial<br />

pulmonar presente y coordinaban el suministro de aire de acuerdo al mismo. Luego exploró todas<br />

las diminutas corrientes y pulsos que circulaban sin cesar por las paredes y el piso,<br />

ajustando la temperatura y la gravedad, impidiendo la tensión y la fatiga del metal; estudió el<br />

aire, químicamente puro y esterilizado, que ya no era un agente transmisor de enfermedades.<br />

No encontró vida en ningún sitio y por un momento sintió nostalgia por las tierras que había<br />

dejado, con sus ríos rebosantes de peces y las morsas retozando a orillas del mar.<br />

Borró aquella visión de su mente y trató de responder a la pregunta que le había hecho el<br />

Predicador.<br />

—Si se refiere a quién hacía marchar la nave, hay que responderle que todos nosotros —<br />

dijo —. Lucecita se ocupaba de dirigirla; Abeja Triste y yo, del combustible...<br />

—Esto no me gusta, Calurmo — le interrumpió Aprit —. Estos seres huelen a algo raro...<br />

—Es miedo — dijo Calurmo, contento de que un amigo le interrumpiese—. Miedo<br />

intelectual y miedo físico. Más tarde hablaremos de ello. Han levantado una especie de barrera,<br />

que mantienen por inercia y que sus emociones no pueden atravesar, pero sus pensamientos<br />

son suficientemente claros.<br />

—¡Demasiado claros! — dijo Abeja Triste riendo —. Tienen miedo de todos cuantos no se<br />

les parecen, y si alguien se les parece... ¡sospechan de él! ¿Sabéis qué os digo?: que<br />

volvamos a las nieves; allí teníamos cosas más interesantes para explorar.<br />

Hizo gesto de dirigirse a la nave. Instantáneamente una serie de barrotes de duraluminio<br />

y de rayos R bajaron del techo y les encerraron en cinco jaulas separadas. De momento se<br />

sintieron desconcertados en su refulgente encierro.<br />

El oficial de Extranjeros se puso a caminar entre ellos con semblante ceñudo.<br />

—Espero que ahora responderán a mis preguntas — les dijo —. Lamento verme obligado a<br />

emplear estos métodos para conseguir que me presten atención. Los separadores idiomáticos<br />

que nos permiten hablar sin intérprete están instalados bajo esta cubierta y comunican<br />

conmigo pasando por la Base Principal. No creo que ustedes puedan hacernos mucho daño con<br />

semejante sistema. Y nada puede atravesar la barricada electrónica que hemos levantado ante<br />

ustedes. Dicho con otras palabras, están atrapados. Ahora les ruego que contesten claramente.<br />

—Aquí tiene usted una respuesta clara para su separador idiomático — dijo Aprit. Durante<br />

un segundo escaso asumió una expresión concentrada. Una docena de timbres de alarma<br />

sonaron y zumbaron señalando los lugares donde se habían producido las averías.<br />

La Base comunicó que se necesitarían dos días para reparar los circuitos idiomáticos.<br />

—Ahora utilizaremos nuestro propio sistema de comunicación — dijo Aprit, más calmado.<br />

—Los actos de destrucción no me gustan — le dijo el Predicador con tono de reprobación —<br />

La destrucción se convierte en una costumbre.<br />

Encantado con esta frase, la repitió para su capote.<br />

El oficial de Extranjeros palideció levemente. Sabía reconocer muy bien una exhibición de<br />

fuerza. Además, seguía oyéndoles perfectamente a pesar de que sus separadores idiomáticos<br />

estaban carbonizados. Un subordinado se le acercó corriendo y ambos celebraron un<br />

conciliábulo durante unos momentos. Entonces el oficial levantó la mirada y, dirigiéndose a los<br />

prisioneros, les dijo:<br />

—Con este acto de destrucción han demostrado poseer una estructura mental típica de los<br />

Boux. ¿Reconocen ustedes su origen?

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