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Se la llevó entonces hasta muy cerca de sus grandes ojos y dejó que sus pensamientos se<br />
deslizasen suavemente al interior de la planta a través de las raíces. Poco a poco ascendieron<br />
por el tallo y penetraron en uno de los tréboles verde-amarillentos, tanteando, explorando el<br />
jugoso ser de la hoja. Calurmo ejerció una ligera presión. Primero a disgusto, luego<br />
excitadamente, la planta cedió y entre sus flores con listas rosadas se formó otra con cinco<br />
sépalos, cinco pétalos, diez estambres y cinco estigmas, idénticos a los que ya poseía la<br />
planta.<br />
Saboreando aún el agradable gusto del ácido oxálico en sus pensamientos, Calurmo se<br />
incorporó y sonrió. Crear un monstruo no era nada; pero... ¡crear algo idéntico a lo original!...<br />
¡Qué contentos estarían sus compañeros!<br />
—¡Calurmo! — le llamó Aprit, con tono de conspirador, casi culpable —. Ven a ver lo que<br />
hemos encontrado.<br />
A pesar de que sabía que no sería nada tan encantador como la acederilla, Calurmo trepó<br />
por la nave, ansioso por compartir lo que interesaba a sus amigos. Franqueó la compuerta y<br />
siguió a Aprit por la nave, llevando cuidadosamente su flor.<br />
Sus compañeros daban vueltas por la cámara de mando, situada muy alta, en la proa de<br />
la nave, y lo miraban todo con interés.<br />
—¡Ven a echar una mirada al valle! — le invitó Lucecita, indicándole la extensión de<br />
radiantes tierras que brillaban a su alrededor. Desde allí también podían ver un anchuroso<br />
río, sembrado de algunos témpanos y en el que centelleaban las escamas plateadas "de<br />
"millares de peces entregados al desove.<br />
—¡Qué hermoso! — se limitó a decir Calurmo.<br />
—Acabamos de descubrir un extraño objeto — observó el Predicador, acariciando un<br />
gran asiento tapizado —. ¿Qué antigüedad le calculáis? Todo parece ser muy vetusto.<br />
—Yo puedo decirte cuánto <strong>tiempo</strong> lleva esto aquí — dijo Abeja Triste —. La puerta por<br />
la que hemos entrado estaba abierta, y la nieve ha penetrado en el interior, llevada por el<br />
viento. Cuando la nieve se funde, ya no puede irse. Yo la examiné y puedo aseguraros que<br />
sus primeros copos cayeron del cielo hace doce mil estaciones.<br />
—¿Cómo? ¿Hace tres mil años? — exclamó Aprit.<br />
—No. Hace cuatro mil años... ya sabéis que yo no considero al invierno como una<br />
estación.<br />
Una bandada de ánades silvestres rompió su formación en V para evitar la proa de la nave,<br />
y volvieron a reanudarla impecablemente al otro lado. Aprit captó los pensamientos<br />
militares de las aves cuando éstas pasaron sobre ellos.<br />
—Debiéramos haber venido por aquí con más frecuencia —dijo Calurmo apenado, mirando<br />
su acederilla. Las minúsculas florecillas eran verdaderamente hermosísimas.<br />
Quedaba por averiguar qué era lo que habían descubierto. Por consiguiente, recorrieron<br />
d<strong>espacio</strong> la sala de mandos, registrándolo todo al unísono, sin darse cuenta — ¡dichosos<br />
mortales! — del elevado raciocinio oculto tras sus acciones casi instintivas. Necesitaron cinco<br />
minutos, cinco minutos después de haber empezado completamente a cero: pues la nave<br />
representaba algo perteneciente a una técnica que les era por completo desconocida. Además,<br />
era una nave interestelar, lo cual significaba que poseía unos mecanismos propulsores muy<br />
intrincados, y otro tanto podía decirse de su acomodación y equipo; de todos modos, el tipo<br />
particular de sus mandos —que sólo se repetían en unas pocas naves de su propia clase —<br />
designaba de manera inequívoca las funciones y finalidades del aparato. Así lo entendieron al<br />
menos Calurmo y sus compañeros, tan fácilmente como se puede adivinar la forma de una<br />
mano por un guante abandonado y que haya pertenecido a ella.