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pasan el cacao y tal cual amasijo, fuma un chicote tras el otro
mientras rumia su desesperanza.
“A mujer que habla latín, no se le espera buen fi n”, dijo
un hombre bajo su ventana, mientras otro replicó, “para
eso querían la Independencia”. En un calabozo del primer
piso, Juana Rangel, mulata presa por infanticida, canta con
estridente falsete una y otra y otra vez:
Papeles son papeles,
y cartas son cartas,
palabras de hombre,
son todas falsas...
La golpean para callarla, entonces llora y grita. Luego vuelve
a cantar. Bárbara Nieto del Villar le mandó decir que por su
parte nadie sabría que la noche en que Bautista se fugó, vio
cuando ella lo auxiliaba con los avíos de boca y un sombrero.
Esto la animó a escribir otro ofi cio —el sexto— pidiendo su
excarcelación.
El 10 de febrero el doctor Joaquín Vargas, asesor residente
en San Gil, conceptuó que “...en atención a la delicadeza y
debilidad de su sexo...” podía conmutársele a la señora Mutis
la prisión, “depositándola en una casa decente y honrada
que sea de la satisfacción de la parte contraria y aún de ella
misma...”. Pese a la aparente sencillez de esta providencia,
resultaba imposible hallar una casa que fuera del agrado de
ambas partes: el entramado de amistades y parentescos había
forzado a las gentes a ubicarse en una de las dos facciones y
las siete casas ofrecidas para depositarla eran, naturalmente,
de enemigos de ella: imposible ir a la de José María González,
hermano de Juan Bautista y casado con la suegra de éste,
y mucho menos a la de José María Valenzuela, sacerdote
hermano de Miguel; ¿cuál sería su situación en la casa de
Francisco Antonio Novoa, cuñado y primo hermano de la
mujer de González? ¿Y cuál donde Segundo Prados o donde
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