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Instigado por su temperamento, aun estando preso
provocaba continuamente a las autoridades y desafi aba a
sus acusadores, olvidando lo comprometido de su situación.
A comienzos de diciembre había escandalizado —una vez
más— a las gentes de Girón al agraviar al cura Eloy Valenzuela
en el momento en que salía de ofi ciar misa, gritándole entre
otras cosas “...pícaro, godo, carajo, monigote, indecente...”, e
invitándolo desde el balcón de la cárcel, situada en la casa del
Cabildo al otro lado de la plaza, a pelear con él 88 .
Antes de que regresara Juan Antonio Mantilla, correo
extraordinario que portaba el expediente enviado en consulta
hasta Chiquinquirá, los interesados supieron que el concepto
del asesor les era adverso, infi dencia posible por la calidad y
extensión de sus relaciones. Con la pretensión de impedir que
la sentencia se dictara con el rigor aconsejado por el doctor
Baloco, en la noche del 5 de diciembre de 1822 Juan Bautista
González escaló la cárcel, robó la causa y marchó hacia Bogotá
en donde presumía poder arreglar la situación. Iba a quejarse
del alcalde de Girón y de la administración de justicia local,
justamente ante quienes trabajaban en la organización de los
tribunales.
El plan fue relativamente sencillo: el mismo día en la
mañana, en un lugar denominado “La Mano del Negro”,
muy cercano a la vecina población de Floridablanca, José
Ignacio Anidos, hombre de confi anza de González, detuvo
a Mantilla y le pidió el encargo que portaba, indicándole
que permaneciera allí hasta que se lo regresara. Mantilla,
descrito por su defensor como “un hombre silvestre, apenas
un jornalero, carente de malicia… hecho a obedecer… y a
mayor abundamiento ebrio de profesión...”, acató la orden
proveniente de quien lo había contratado, entregó los papeles
que en calidad de correo extraordinario portaba y entretuvo
el día en la tienda de Floriano Arenas bebiendo aguardiente
y la noche durmiendo su borrachera. Al amanecer del 6 de
88 Causa, f376v a 377r.
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