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mediante la interposición de un juicio. ¿Fue presionado
a ello por las desafi antes actitudes de González? ¿Se sintió
obligado a entablar la acción previniendo el menosprecio de
sus enemigos? ¿Como abogado experto en cánones consideró
que podría manejar el juicio para resolverlo rápidamente a
su favor? Según sus palabras, “…el último motivo que me
determinó a la acusación fue la defensa que un concubinario
opuso, cuando se le trataba de correjir; diciendo que cómo a
González y a la Mutis nada se les decía siendo casados y a él
que es soltero se le persigue...”; es decir, Valenzuela justifi caba
su acción en la salvaguardia de la moral pública.
Sin aventurar acusaciones ni defensas, la lectura cuidadosa
del caso señala que sean cuales hayan sido los motivos para
interponer la acusación criminal, el dinero fue el lenguaje
escogido para canalizar el odio y expresar el resentimiento. Fue
también el instrumento que desató el nudo de este confl icto
en donde la ley prestó a la venganza el vestido de la moralidad.
Los bienes que entraron en el litigio tenían distintos
orígenes: por una parte estaban los aportados por los esposos
en el momento de su matrimonio, a los cuales se sumaban las
herencias recibidas y los gananciales. Según las leyes españolas
la dote entregada “para ayudar a sostener las cargas del
matrimonio” quedaba a disposición del marido, quien debía
procurar su mayor fomento y devolverla en caso de disolución
del vínculo. Los gananciales, o sea el producto o incremento
de la dote como resultado de la gestión adelantada con los
bienes dotales, pertenecían por igual al marido y a la esposa
y también deberían ser devueltos. En este caso, cuando se
verifi có la partición de bienes, estos se dividieron entre dos,
aceptando ella que una suma similar a su dote había sido
aportada en calidad de arras por su marido en el momento de
efectuarse el contrato matrimonial, y sin considerar la suma
adicional recibida como herencia materna.
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