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alfandoques y bastantes conservas de guayaba en una mochila
y se compadeció, más que de ella, de Miguel, quien en medio
de la noche salía a buscar las tropas de Lucas González en su
retirada hacia él norte.
Cinco meses después, cuando ya había nacido la niña, vino
a saber que de los mil quinientos pesos que su marido se llevó
esa noche, después del saqueo que les hicieron en el Río de
Oro sólo le quedaron veinticinco escudos y la onza de oro
que ella le escondió en un bolsillo secreto bajo el brazo. Con
esa onza, pudo “...contentar a uno de los que nos prendieron,
empeñado en llevarnos a Ocaña y sospechaba que era para
matarnos…” 54 .
Con la ayuda de muchos sacerdotes realistas que fue
encontrando en los pueblos, llegó Miguel hasta Maracaibo
en donde permaneció casi dos años, negándose a regresar
en 1821 cuando el vicepresidente concedió indulto a los
emigrados que juraran lealtad al nuevo gobierno.
El gobernador Morales, en cumplimiento de órdenes
superiores, envió al destierro a varios sacerdotes realistas,
entre ellos a don Eloy Valenzuela. No pasó éste más allá del
pueblo de Los Santos, al fi nal de la Mesa de Jéridas, donde se
mantuvo alegando enfermedad sin que le faltaran la tolerancia
de las autoridades, ni el apoyo de los vecinos infl uyentes, hasta
su retomo a la parroquia de Bucaramanga en 1823 55 .
A comienzos de 1822, siendo inminente la desbandada
española, Miguel Valenzuela había iniciado su regreso, primero
hasta Cúcuta y luego hasta Pamplona, desde donde ahora le
escribía.
El llanto insistente del niño, el único de sus hijos que tiene
esos ojos de aceituna, negros e inmensos, interrumpe sus
54 Causa, f245.
55 AGN, República, Curas y obispos, T24, f92r a 96r.
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