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las familias de quienes habían muerto, como el joven García
Rovira, o en los que huían dejándolo todo como el doctor
Fernando Serrano, y pensaba en sus propios hermanos,
arrestados, juzgados y condenados por insurrección.
Para los “pacifi cadores” que en 1816 avanzaron regando
el camino con sangre y lágrimas no eran desconocidas las
posiciones acomodaticias entre las dos tendencias enfrentadas
y sabían que junto a realistas sin resquicios, al estilo del cura
Valenzuela, prosperaban burócratas como Miguel, dispuestos
a servir al gobierno que ganare; pero el verdadero peligro para
la autoridad real lo representaban gentes como José, Sinforoso
y Facundo Mutis, criollos ricos que pretendían nuevas formas
de gobierno; José, quien siempre hablaba más de la cuenta, fue
investigado por un tribunal de la Real Audiencia establecido
en Vélez, tras lo cual lo llevaron preso a Santafé, condenado
a empedrar calles; Facundo, más rico y más infl uyente, fue
deportado a Puerto Cabello y luego desterrado a Curazao. A
Sinforoso, director de la Expedición Botánica, lo retuvieron
bajo sospecha de reincidencia y lo enviaron a una prisión
en Cartagena, mientras que su esposa Angelita y sus hijos
pequeños fueron obligados a marchar desterrados hacia el
pueblo de Guasca.
Ella, Micaela, no tuvo problema diferente al de la angustia,
ni dolor distinto a presenciar la humillación de su marido,
quien al terminar agosto de ese tristísimo año pedía el recurso
de purifi cación por haber permanecido durante la revolución
entre los rebeldes, desempeñando las funciones de abogado
de la Real Audiencia y administrador de Correos, sobre lo cual
afi rmaba en ofi cio dirigido al Tribunal de Purifi cación:
…que tampoco cooperó a la insurrección de estas
provincias ni la sostuvo y que antes bien impidió terror
en ella; que con sus consejos y dirección contribuyó a
que se diese parte en sus principios para la contención
de los desórdenes al Excmo Sr. Virrey; que rehusó
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