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de número de Bogotá o a su tío Félix Ramón Serrano y Durán
para que a su nombre y representando su propia persona “...
establezcan, continúen y lleven hasta el fi nal la causa que
sobre sevicia y malos tratamientos tiene intentada solicitando
divorcio y separación de su marido”, autorizándolos para
demandar los alimentos y litis expensas que le obligaban, así
como a la devolución de la dote 103 .
La gestión no había prosperado en los atiborrados
tribunales de la República y mientras María Josefa residía con
sus hijos en la recién fundada población de Floridablanca,
su marido, instalado en Girón, se declaraba comerciante, se
benefi ciaba con la adjudicación de la renta de aguardientes
y ejercía de tahúr; en la consulta elevada al doctor José Elías
Puyana, éste hacía caso omiso de esa solicitud de separación
e indicaba que la dote de la esposa debía aplicarse a pagar las
costas del juicio de adulterio basándose en que “no habiendo
pedido la esposa la restitución de la dote” debía deducirse
que el matrimonio continuaba unido y “remitido el delito por
parte de la mujer…”. En junio de 1823 en poder de María
Josefa Navas y sus hijos no había más que una casa de media
agua de tapias y teja, la tercena de sacar aguardientes y un solar
¿Qué se habían hecho sus bienes? Habría que preguntárselo
a los dados.
Mientras el juzgado efectuaba esas diligencias, la
permanencia de Micaela en la casa de su hermano en
Piedecuesta se fue prolongando. Todas las tardes, la comadre
Dominga la encuentra fatigada de leer, caminando por los
espaciosos corredores enladrillados, impregnados durante el
día por el olor dulzón del tabaco y al atardecer por el perfume
de las fl ores de un jazmín. Juntas rezan el rosario, hablan,
piensan y esperan… ¿qué hacer con los recuerdos?
Jamás hubiera creído estar en esa situación, no lo hubiera
soñado cinco años antes, no lo hubiera pensado hace tres.
103 AHR, Santander, Notaría Única de Girón, Protocolos y Escrituras, 1822.
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