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12.05.2013 Views

DE LIBROS ELECTRÓNICOS, AGUA SECA Y OTRAS QUIMERAS | ductos como soporte de obras, buscan desesperadamente mecanismos que les permitan seguir teniendo algo para vender en un mundo en el cual sus servicios no son ya imprescindibles sino, en el mejor de los casos, un lujo para los amantes del libro-objeto. Con gran perspicacia, y fieles a la máxima empresarial “una crisis es una oportunidad vestida de fajina”, huyen hacia adelante, hacia un escenario que, en términos del juego de la perinola, equivale a “toma todo”: el libro electrónico como un producto con mínimos costos de producción y distribución, inagotable aún sin necesidad de stock, vendible una cantidad indeterminada de veces. Dinero a cambio de nada. El mejor de los mundos El único obstáculo a esa visión del Nirvana corporativo es el hecho de que, libradas a sus propios medios, las redes informáticas convierten a todo el mundo en una editorial. Para que el esquema funcione, es necesario primero encontrar una manera de ser los únicos que puedan proveer el producto. De alguna manera, hay que hacer que la publicación vuelva a ser un emprendimiento intensivo en capital. Para las editoriales, entonces, una obra en soporte digital con todas sus ventajas y posibilidades no es un libro electrónico. Para convertirse en uno, la obra debe estar codificada de tal manera que sólo pueda accederse a ella utilizando dispositivos y programas controlados por las mismas editoriales. Estos dispositivos sólo permiten a los usuarios acceder a las obras de las maneras que la editorial considera apropiadas. No permiten hacer copias, ni prestar el libro, ni leerlo en voz alta, ni procesarlo de manera alguna que no haya sido prevista y expresamente autorizada por la editorial. Una ventaja adicional para las editoriales de un “libro electrónico” así definido es que requiere, nuevamente, de infraestructura industrial: no sólo hay que fabricar, distribuir y vender los dispositivos especializados, también es necesario mantener en funcionamiento una flota de servidores conectados a Internet, cuyo objetivo es autorizar cada uso de cada obra (registrándolo, por cierto, en bases de datos apropiadas), asegurarse de que nadie use la obra de modos no aprobados por la editorial, e incluso borrar de la biblioteca libros legítimamente adquiridos por los usuarios, como ya ocurrió con “1984” de George Orwell en el Kindle de Amazon. Así, un “libro electrónico” ofrece no sólo menos ventajas que un simple archivo digital: ofrece menos posibilidades incluso que el libro de papel. El libro de papel se puede prestar, se puede obtener de una biblioteca pública, se puede leer sin que nadie se entere, e incluso sigue estando allí luego de la quiebra de la editorial, algo que el libro electrónico no sobreviviría: si se apagasen los servidores, la obra se volvería inaccesible. Son dos caminos distintos, y no debemos confundirlos porque, aunque parten del mismo lugar, llevan a destinos diferentes. Los “libros electrónicos” tal como los define la industria editorial no son más que el medio que avizoran para perpetuarse en el control de la agenda cultural 97

98 | ARGENTINA COPYLEFT y el acceso a la cultura. Afortunadamente, las redes y archivos digitales nos ofrecen una forma de eludirlas y devolver ese control a la sociedad. *Fundación Vía Libre

DE LIBROS ELECTRÓNICOS, AGUA SECA Y OTRAS QUIMERAS |<br />

ductos como soporte de obras, buscan desesperadamente mecanismos<br />

que les permitan seguir teniendo algo para vender en un mundo en el<br />

cual sus servicios no son ya imprescindibles sino, en el mejor de los casos,<br />

un lujo para los amantes del libro-objeto.<br />

Con gran perspicacia, y fieles a la máxima empresarial “una crisis<br />

es una oportunidad vestida de fajina”, huyen hacia adelante, hacia un<br />

escenario que, en términos del juego de la perinola, equivale a “toma todo”:<br />

el libro electrónico como un producto con mínimos costos de producción<br />

y distribución, inagotable aún sin necesidad de stock, vendible<br />

una cantidad indeterminada de veces.<br />

Dinero a cambio de nada. El mejor de los mundos<br />

El único obstáculo a esa visión del Nirvana corporativo es el hecho<br />

de que, libradas a sus propios medios, las redes informáticas convierten<br />

a todo el mundo en una editorial. Para que el esquema funcione, es necesario<br />

primero encontrar una manera de ser los únicos que puedan<br />

proveer el producto. De alguna manera, hay que hacer que la publicación<br />

vuelva a ser un emprendimiento intensivo en capital.<br />

Para las editoriales, entonces, una obra en soporte digital con todas<br />

sus ventajas y posibilidades no es un libro electrónico. Para convertirse<br />

en uno, la obra debe estar codificada de tal manera que sólo pueda accederse<br />

a ella utilizando dispositivos y programas controlados por las mismas<br />

editoriales. Estos dispositivos sólo permiten a los usuarios acceder<br />

a las obras de las maneras que la editorial considera apropiadas. No<br />

permiten hacer copias, ni prestar el libro, ni leerlo en voz alta, ni<br />

procesarlo de manera alguna que no haya sido prevista y expresamente<br />

autorizada por la editorial.<br />

Una ventaja adicional para las editoriales de un “libro electrónico”<br />

así definido es que requiere, nuevamente, de infraestructura industrial:<br />

no sólo hay que fabricar, distribuir y vender los dispositivos especializados,<br />

también es necesario mantener en funcionamiento una flota de servidores<br />

conectados a Internet, cuyo objetivo es autorizar cada uso de<br />

cada obra (registrándolo, por cierto, en bases de datos apropiadas), asegurarse<br />

de que nadie use la obra de modos no aprobados por la editorial,<br />

e incluso borrar de la biblioteca libros legítimamente adquiridos<br />

por los usuarios, como ya ocurrió con “1984” de George Orwell en el<br />

Kindle de Amazon.<br />

Así, un “libro electrónico” ofrece no sólo menos ventajas que un<br />

simple archivo digital: ofrece menos posibilidades incluso que el libro<br />

de papel. El libro de papel se puede prestar, se puede obtener de una biblioteca<br />

pública, se puede leer sin que nadie se entere, e incluso sigue<br />

estando allí luego de la quiebra de la editorial, algo que el libro<br />

electrónico no sobreviviría: si se apagasen los servidores, la obra se<br />

volvería inaccesible.<br />

Son dos caminos distintos, y no debemos confundirlos porque, aunque<br />

parten del mismo lugar, llevan a destinos diferentes. Los “libros<br />

electrónicos” tal como los define la industria editorial no son más que el<br />

medio que avizoran para perpetuarse en el control de la agenda cultural<br />

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