Rob Roy Walter Scott - Ataun
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esto, era muy natural que nuestra recepción diera lugar a un gran aparato de formalidades. Apenas conocida nuestra aproximación, los guerreros, diseminados por uno y otro lado de la montaña, se reunieron y colocaron tiesos e inmóviles en ordenado batallón. Reconocí presto en la primera fila a Elena y a sus dos hijos. A su vez Mac-Gregor hizo que pasaran sus soldados a retaguardia, invitó a maese Jarvie a que se apeara con motivo de las asperezas del camino, y colocóse entre nosotros al frente de la escolta, avanzando todos lentamente al toque de las gaitas, cuyos sonidos chillones perdían parte de su rudeza al mezclarse con los rugidos de la cascada. Cuando estuvimos a cierta distancia, salió Elena a nuestro encuentro. Su tocado era menos descuidado que la víspera y de gusto más femenil, empero la fisonomía respiraba el mismo carácter altivo, inflexible y resuelto. Cuando estrechó en sus brazos a mi amigo el bayle, noté, por el estremeci-
miento de la peluca de éste, así como por el de sus hombros y piernas, que aquel abrazo brusco y poco atractivo le causaba, con corta diferencia, la misma sensación que produciría el abrazo repentino de un oso a un viajero sorprendido e incapaz de distinguir si el animal está colérico o de buen humor. —Primo —dijo Elena— bien venido seáis, y vos también, joven extranjero. —Y soltó a mi compañero, que retrocedió azorado para recomponer su cabeza—. Habéis llegado a nuestro infortunado país cuando la sangre hervía en nuestras venas y manchaba nuestros brazos. Excusad lo rudo del recimiento que os dispensé ayer: la falta no está en nuestro corazón, sino en la desdicha de los tiempos. Expresó lo que antecede con los modales de una princesa, en tono elevado y a estilo cortesano, sin el menor tinte de esa vulgaridad que se echa en cara a los escoceses del llano. Aparte de un marcado acento regional, Elena Mac- Gregor, cuando no usaba su poético lenguaje
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sus hombros y piernas, que aquel abrazo brusco<br />
y poco atractivo le causaba, con corta diferencia,<br />
la misma sensación que produciría el<br />
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e incapaz de distinguir si el animal<br />
está colérico o de buen humor.<br />
—Primo —dijo Elena— bien venido seáis, y<br />
vos también, joven extranjero. —Y soltó a mi<br />
compañero, que retrocedió azorado para recomponer<br />
su cabeza—. Habéis llegado a nuestro<br />
infortunado país cuando la sangre hervía en<br />
nuestras venas y manchaba nuestros brazos.<br />
Excusad lo rudo del recimiento que os dispensé<br />
ayer: la falta no está en nuestro corazón, sino en<br />
la desdicha de los tiempos.<br />
Expresó lo que antecede con los modales de<br />
una princesa, en tono elevado y a estilo cortesano,<br />
sin el menor tinte de esa vulgaridad que<br />
se echa en cara a los escoceses del llano. Aparte<br />
de un marcado acento regional, Elena Mac-<br />
Gregor, cuando no usaba su poético lenguaje