Rob Roy Walter Scott - Ataun

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12.05.2013 Views

Subimos a doscientos pasos de las márgenes del lago, a lo largo de un torrente. Habíamos dejado a mano derecha las cuatro o cinco chozas, alrededor de las cuales algunas parcelas de terreno, conquistadas al bosque tallar de las cercanías y cubiertas de cebada y de avena, parecían haber sido desmontadas con la azada más bien que con el arado. Más allá la cuesta era muy empinada, y vimos brillar, en lo alto de ella, las armas y flotar losplaids de unos cincuenta hombres. El notable orden de aquella tropa y la magnificencia del paisaje me están llenando aún de admiración. El torrente, que aceleraba su corriente con estrépito, rompíase en aquel lugar contra un muro de rocas que le obligaba a distribuir sus aguas en dos cascadas. La primera tenía sólo como una docena de pies de altura, y en la orilla opuesta un añoso roble inclinaba sobre ella su prepotente ramaje, como para envolverla en sombra misteriosa, en tanto que un gran pilón de esquisto, casi tan regular como si

fuera tallado por mano de hombre, recibíala en su caída. Después de remolinear en él rápidamente, las aguas volvían a caer desde una altura de cincuenta pies en una sima estrecha y sombría, de que escapaban con menos furia para ir a perderse en el lago. Con el gusto innato en los montañeses, y sobre todo en los de Escocia, cuya imaginación se presta fácilmente a las ideas novelescas y poéticas, la mujer de Rob Roy y su gente habían dispuesto el refrigerio en un lugar perfectamente escogido para infundir a forasteros respetuosa admiración. Es aquélla una raza naturalmente grave y altiva, y, aunque bárbara, según nuestro criterio inglés, observa reglas de cortesía cuya aplicación frisaría en ridículo sin el aparato de fuerza que las acompaña. Convengo en que un sistema de deferencia escrupulosa y de severa etiqueta parece grotesco en un aldeano, pero tiene su razón de ser en un montañés, que devuelve armado el saludo militar. Sabido

Subimos a doscientos pasos de las márgenes<br />

del lago, a lo largo de un torrente. Habíamos<br />

dejado a mano derecha las cuatro o cinco chozas,<br />

alrededor de las cuales algunas parcelas de<br />

terreno, conquistadas al bosque tallar de las<br />

cercanías y cubiertas de cebada y de avena,<br />

parecían haber sido desmontadas con la azada<br />

más bien que con el arado. Más allá la cuesta<br />

era muy empinada, y vimos brillar, en lo alto<br />

de ella, las armas y flotar losplaids de unos cincuenta<br />

hombres.<br />

El notable orden de aquella tropa y la magnificencia<br />

del paisaje me están llenando aún de<br />

admiración. El torrente, que aceleraba su corriente<br />

con estrépito, rompíase en aquel lugar<br />

contra un muro de rocas que le obligaba a distribuir<br />

sus aguas en dos cascadas. La primera<br />

tenía sólo como una docena de pies de altura, y<br />

en la orilla opuesta un añoso roble inclinaba<br />

sobre ella su prepotente ramaje, como para envolverla<br />

en sombra misteriosa, en tanto que un<br />

gran pilón de esquisto, casi tan regular como si

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