Rob Roy Walter Scott - Ataun
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ciocinio, se había complacido tan a menudo en levantar. ¿Debía esperar otra cosa desde que la había visto de nuevo? ¿Ni podía suponer que viajara de noche por aquellos sitios con alguien que no tuviera derecho legal de protegerla? Con todo, el golpe no fue menos cruel, y la voz de Mac-Gregor excitándome a continuar mi relato, sonaba a mis oído: sin dar a mi espíritu noción exacta de! ruego. —No os sentís bien —dijo, al fin, después de fijarse en que no obtenía respuesta—. La jornada Jia sido muy penosa para vos. que no estáis acostumbrado a semejante género de vida. El acento de interés con que se expresaba me devolvió la serenidad, haciéndome comprender las exigencias de la situación, por lo que continué lo mejor que pude. El lance de la acción librada en el despeñadero le causó mucho alborozo. —Dícese —observó— que la paja del rey vale más que el grano de otro: pues a fe mía que
no se dirá lo propio de los soldados del rey si se dejan derrotar por un puñado de hombres de bien para quienes ha pasado la edad de la guerra, y de chiquillos que no han llegado todavía a ella, sin contar las mujeres armadas con husos y ruecas y las demás, gente inútil. ¡Cáspita! ¿Y Dougal? ¿Quién sospechara tanta malicia en aquella cabeza desgreñada. que nunca ha tenido otro abrigo que sus crines como malezas? Pero sepamos la continuación, aunque nada bueno auguro de ella, pues mi Elena es un diablo que vale por cuatro desde que su sangre está hirviendo. ¡Pobre criatura! Razón le sobra para ello. Le conté, con el posible cuidado, la acogida que se nos había dispensado, lo que le causó mucha pena. —Mil marcos de oro diera por haber estado allá —dijo—. ¡Tratar así a forasteros y a mi propio primo, que tan bondadoso ha sido para conmigo! Menos me irritara saber que, en su ira, habían pegado fuego a medio Lennox. ¡Qué
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no se dirá lo propio de los soldados del rey si se<br />
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Dougal? ¿Quién sospechara tanta malicia en<br />
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otro abrigo que sus crines como malezas?<br />
Pero sepamos la continuación, aunque nada<br />
bueno auguro de ella, pues mi Elena es un diablo<br />
que vale por cuatro desde que su sangre<br />
está hirviendo. ¡Pobre criatura! Razón le sobra<br />
para ello.<br />
Le conté, con el posible cuidado, la acogida<br />
que se nos había dispensado, lo que le causó<br />
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—Mil marcos de oro diera por haber estado<br />
allá —dijo—. ¡Tratar así a forasteros y a mi<br />
propio primo, que tan bondadoso ha sido para<br />
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