Rob Roy Walter Scott - Ataun
Rob Roy Walter Scott - Ataun Rob Roy Walter Scott - Ataun
—¡Ja, ja, muchacho! —dijo el bayle riendo y amenazándome con u no de sus dedos—, ¿creéis haberme cogido? Pues, por mi fe, que yo aconsejara a un amigo el arreglarse con Rob, porque, por mucho que se vigile y por muchas precauciones que se adopten, se tiene la seguridad de verse robado en la época de las noches largas. La familia de los Grahame resistióse, y ¿qué aconteció? Que, al llegar el invierno, perdieron todo su ganado, por lo cual prevaleció la opinión contraria y se creyó más acertado el aceptar las condiciones de Rob. Este es razonable con las gentes razonables, pero, si se le excita, más valiera excitar al diablo. —Y será con hazañas de tal genero que se habrá hecho reo según las leyes del país. —¿Reo? Sí, esta es la palabra. Si se consiguiera amarrarlo, su cuello sentiría el peso de sus piernas. Felizmente para él, cuenta con amigos entre los grandes personajes, y podría citaros yo cierta poderosa familia que le sostiene cuanto puede para hundirlo como una espi-
na en el costado de otra familia; aparte de que es el chico más inteligente y más avisado que se haya dedicado jamás al oficio. ¡Cuántas picardías ha puesto enjuego! Más de las que bastaran para llenar un gran volumen, el cual creed que fuera curioso como la historia de Robin Hood o de William Wallace, lleno de esas aventuras y evasiones prodigiosas que se cuentan en invierno al amor de la lumbre. ¡Cosa extraña, señores! Yo, hombre pacífico e hijo de hombre pacífico (ya que mi padre, el síndico, jamás se peleó con nadie, fuera del ayuntamiento), ¡cosa extraña, digo!, siento como si la sangre montañesa retozara en mis venas, recordando esas calaveradas, y gozo, a veces, más con ellas, ¡Dios me perdone!, que con los discursos de moral. ¡Pura vanidad, lo confieso; vanidad culpable, y añadiré hasta contraria a la ley; a la ley y al Evangelio! Prosiguiendo en mis averiguaciones, pregunté qué medios de influencia podía Roberto
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na en el costado de otra familia; aparte de que<br />
es el chico más inteligente y más avisado que se<br />
haya dedicado jamás al oficio. ¡Cuántas picardías<br />
ha puesto enjuego! Más de las que bastaran<br />
para llenar un gran volumen, el cual creed<br />
que fuera curioso como la historia de <strong>Rob</strong>in<br />
Hood o de William Wallace, lleno de esas aventuras<br />
y evasiones prodigiosas que se cuentan en<br />
invierno al amor de la lumbre. ¡Cosa extraña,<br />
señores! Yo, hombre pacífico e hijo de hombre<br />
pacífico (ya que mi padre, el síndico, jamás se<br />
peleó con nadie, fuera del ayuntamiento), ¡cosa<br />
extraña, digo!, siento como si la sangre montañesa<br />
retozara en mis venas, recordando esas<br />
calaveradas, y gozo, a veces, más con ellas,<br />
¡Dios me perdone!, que con los discursos de<br />
moral. ¡Pura vanidad, lo confieso; vanidad culpable,<br />
y añadiré hasta contraria a la ley; a la ley<br />
y al Evangelio!<br />
Prosiguiendo en mis averiguaciones, pregunté<br />
qué medios de influencia podía <strong>Rob</strong>erto