Rob Roy Walter Scott - Ataun
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Glasgow no son muy sanos, que digamos, para el temperamento de un montañés. —Sí, sí, y, a cumplir yo mi deber, no cambiaríais de atmósfera, como dice el sacerdote, y fuera cosa hecha en un santiamén. ¡Dios eterno! ¡Cómplice yo de una evasión! ¡Yo sacando a uno de manos de la justicia! ¡Vergüenza será para mí y para los míos, vergüenza eterna y mancha para la memoria de mi padre! —¡Ea, primo!, ¿qué mosca os pica? Cuando la balsa está seca, se limpia. Vuestro honrado padre sabía, como otro cualquiera, cerrar los ojos para no ver la falta de un amigo. —Puede que tengáis razón —contestó el bayle, despué.s de reflexionar un instante—. Era hombre de buen sentido, el síndico, y dispuesto siempre para los amigos, sabiendo que cada cual tiene sus defectos. ¿Conque no le habéis olvidado, Rob? Esta pregunta fue formulada con tierna voz y en un tono que infundía por igual risa y emoción.
—¡Olvidarlo! —dijo el montañés—. ¿Y por qué había de olvidar a tan guapo y buen tejedor como era él, que me hizo el primer par de medias? Pero, vamos, primo —añadió cantando Llenad ya mi botella: venga el criado: que se tenga el caballo preparado, y abrid la puerta luego... ¡Sitio hermoso. Dundee, pero dejarlo es ya forzoso! —¡Silencio, caballero! —dijo el magistrado, con ínfulas de autoridad—. ¡Reír y cantar cuando apenas ha trascurrido el domingo! Cuidad de no entonar aquí por segunda vez, otra antigua canción. Cada prójimo dará un día cuenta de sus errores. ¡Stanchells, abrid la puerta! El capitán obedeció y salimos todos, no sin que viera él con sorpresa a los dos hombres extraños en aquel lugar, y se preguntara, sin duda, por qué medio habían sido dispensados de su autorización para penetrar en sus domi-
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como era él, que me hizo el primer par de medias?<br />
Pero, vamos, primo —añadió cantando<br />
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Dundee, pero dejarlo es ya forzoso!<br />
—¡Silencio, caballero! —dijo el magistrado,<br />
con ínfulas de autoridad—. ¡Reír y cantar<br />
cuando apenas ha trascurrido el domingo! Cuidad<br />
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antigua canción. Cada prójimo dará un día<br />
cuenta de sus errores. ¡Stanchells, abrid la puerta!<br />
El capitán obedeció y salimos todos, no sin<br />
que viera él con sorpresa a los dos hombres<br />
extraños en aquel lugar, y se preguntara, sin<br />
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