Rob Roy Walter Scott - Ataun
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ello, cuando saca la bolsa de la faltriquera, que raras veces halla dentro. Aparte de que es hijo de familia, dotado de muy lindos conocimientos... Nada: que mi corazón se siente atraído hacia ese pobre atolondrado, señor Hammorgaw.., aun prescindiendo del sueldo. Al llegar a tal punto de su instructiva conferencia, mi señor Fairservice bajó la voz y adoptó un tono más propio del lugar y del día. Los dos conferenciantes se alejaron y no oí más. Mi indignación fue viva, de momento, mas cedió luego a una reflexión que hubiera podido salir de labios de Andrés. «¡Peor para quien se pone a escuchar sin ser visto! Nada oirá de bueno respecto a su persona». El que, apostado, coloca el oído a la puerta de su antecámara, debe resignarse a sufrir el escalpelo de un anatómico de la fuerza de mi criado. A más de que el encuentro no fue inútil para mí, ya que imprimió curso diverso a mis ideas y ayudóme a matar el rato.
La noche comenzaba a adelantar y la creciente oscuridad cubría ya las aguas apacibles del dilatado río de un tinte sombrío y uniforme que, a los pálidos rayos de la luna en menguante, revistió pronto lúgubre aspecto. El antiguo puente sobre el Clyde semejaba, perdido en tinieblas, al que describe la incomparable visión de Mirza a través del Valle de Bagdad. Sus arcos, estrechos y bajos, tan poco visibles como la corriente que dominaban, parecían más bien cavernas en que se hundían las negruzcas aguas, que aberturas destinadas a darles paso. La noche distribuía por todas partes la calma y el silencio. Acá y acullá, brillaba en la ribera un farol, a cuya luz los grupos de rezagados entraban en sus casas, después de cenar en compañía, pues la comida de la noche es la única que consiente en domingo la austeridad presbiteriana. Percibíase, asimismo, a lo lejos, el ruido de los pasos de algún caballo, montado, sin duda, por un colono, regresando a su casa de campo después de un día pasado en la villa.
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ello, cuando saca la bolsa de la faltriquera, que<br />
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Nada: que mi corazón se siente atraído<br />
hacia ese pobre atolondrado, señor Hammorgaw..,<br />
aun prescindiendo del sueldo.<br />
Al llegar a tal punto de su instructiva conferencia,<br />
mi señor Fairservice bajó la voz y adoptó<br />
un tono más propio del lugar y del día. Los<br />
dos conferenciantes se alejaron y no oí más.<br />
Mi indignación fue viva, de momento, mas<br />
cedió luego a una reflexión que hubiera podido<br />
salir de labios de Andrés. «¡Peor para quien se<br />
pone a escuchar sin ser visto! Nada oirá de<br />
bueno respecto a su persona». El que, apostado,<br />
coloca el oído a la puerta de su antecámara,<br />
debe resignarse a sufrir el escalpelo de un anatómico<br />
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