Rob Roy Walter Scott - Ataun
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dijo él, «cabalmente acabo de llegar del norte y, que se sepa o no, me importa tres cominos». Ellos llaman a eso una explicación; se afloja por un lado, se afloja por el otro y cátalos a todos de acuerdo. Pero, como decía, después que la cámara de los Comunes hubo dado vueltas y más vueltas al asunto Morris, hasta dejarlo de sobras, los lores quisieron echar su cuarto a espadas. En nuestro viejo y pobre Parlamento de Escocia sentábanse todos juntos, codeándose, y no necesitaban escuchar dos veces las mismas impertinencias; pero hoy es otro cantar, y sus señorías fueron allá tan campantes y peripuestos como si se tratara de un asunto nuevecito y flamante. Y sonó otro nombre, el de un tal Campbell, más o menos enredado en el lío, quien se había procurado, para salirse de apuros, cierto certificado del duque de Argyle. Al oírlo, Mac-Callum More pónese rojo de indignación, que el caso no es para menos; levántase dando una patada al suelo, lanza una mirada capaz de hacer que la tierra los trague a todos,
y grita que jamás se ha visto un Campbell que no fuera ágil, prudente, bravo y honrado como el John Graham de otros tiempos. Mas.., caballero, si estáis seguro de que no tener en vuestras venas ni una gota de su sangre (como no la tengo yo, que conozco desde muy lejos mi parentela) os diré lo que pienso de los tales Campbell. —Estoy segurísimo de no tenerla. —¡Oh! En tal caso, podemos hablar sin rodeos. Hay, pues, mucho bueno y mucho malo, como siempre, entre esos Campbell. Pero Mac- Callum More tiene largo el brazo y vara alta entre los encopetados de Londres, sin que pueda decirse que sea de uno o de otro partido, y lléveme el diablo si le buscan el cuerpo. Se ha, pues calificado de calumniosa, como dicen ellos, la acusación de Morris, y a no darse éste buenas mañas, hubiera probablemente mostrado su testuz en la picota, por calumniador. El buen Andrés recogió sus bártulos (pala, azadón y rastrillo) sin precipitarse en la opera-
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