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cuentos del realismo y del naturalismo español - ieszocolengua

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

CUENTOS DEL REALISMO<br />

Y DEL NATURALISMO<br />

ESPAÑOL<br />

1


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Tabla de contenido<br />

JUAN JUAN VALERA VALERA<br />

3<br />

“E “EL “E L PESCADORCITO PESCADORCITO URASHIMA RASHIMA RASHIMA” RASHIMA<br />

5<br />

EEEEL L L L PÁJARO PÁJARO PÁJARO PÁJARO VERDE VERDE VERDE VERDE<br />

8<br />

PEDRO PEDRO ANTONIO ANTONIO DE DE ALA ALARCÓN ALA RCÓN 27<br />

EL L CLAVO CLAVO<br />

29<br />

- I -<br />

29<br />

29<br />

29<br />

- II - 31<br />

31<br />

- III - 34<br />

- IV - 36<br />

36<br />

- V - 38<br />

38<br />

- VI - 44 44<br />

- VII - 45<br />

LEOPOLDO LEOPOLDO ALAS ALAS ALAS “CLARÍN” “CLARÍN” “CLARÍN”<br />

48<br />

ADIÓS DIÓS DIÓS, DIÓS CORDERA ORDERA 50<br />

50<br />

LA CONVERSIÓN CONVERSIÓN DE CHIRIPA CHIRIPA<br />

58<br />

EMILIA EMILIA PARDO PARDO BAZÁN BAZÁN<br />

66<br />

EL L “XESTE XESTE XESTE” XESTE<br />

68<br />

LA CAPITANA CAPITANA<br />

74<br />

2


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

JUAN JUAN VALERA<br />

VALERA<br />

Juan Valera y Alcalá Galiano nació en Cabra, Córdoba (España), el 18 de octubre de 1824 en<br />

el seno de una familia aristocrática. Sus padres, ambos de origen aristocrático, eran el marino<br />

José Valera Viaña y la Marquesa de la Paniega Dolores Alcalá Galiano. Los años de su niñez<br />

transcurrieron en el mundo rural andaluz, que después se reflejará en muchas de sus novelas.<br />

Antes de iniciar sus estudios de Filosofía y Derecho en la Universidad de Granada, estudió<br />

Lengua y Filosofía en el seminario de Málaga entre 1837 y 1840 y en el colegio Sacromonte de<br />

Granada en 1841.<br />

Ingresó en el cuerpo diplomático y desempeñó diversas funciones diplomáticas en varias<br />

embajadas (Nápoles, Lisboa, Río de Janeiro, Dresde y Rusia) y, más tarde, fue ministro<br />

plenipotenciario en diversas capitales europeas y en Washington. Fue diputado y ocupó<br />

importantes cargos en la administración. En 1861 ingresó en la Academia de la Lengua. La<br />

última etapa de su vida transcurrió alejada de toda actividad pública, a causa de su ceguera.<br />

Valera fue un hombre de mundo, elegante, distinguido y refinado, de gran cultura y brillante<br />

ingenio, y con cierta dosis de escepticismo e ironía distanciadora.<br />

Crítico y Ensayista<br />

Juan Valera escribió interesantes artículos y ensayos filosóficos e histórico-políticos y numerosos<br />

estudios de crítica literaria sobre autores y obras clásicos y contemporáneos antes de dedicarse,<br />

tardíamente, a la novela. Es fundamental hacer mención de su numerosa correspondencia: las cartas de<br />

Valera, con prosa impecable, en las que plasma su experiencia viajera y amorosa y sus opiniones sobre<br />

muy diversos temas como los literarios.<br />

3


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

B) Novelas<br />

Valera se declara literariamente como un esteticista y se sintió alejado tanto <strong>del</strong> Romanticismo<br />

decadente como <strong>del</strong> Realismo y Naturalismo de su tiempo. Según él, la misión <strong>del</strong> novelista consiste en<br />

crear obras bellas e inteligentes que sirvan de entretenimiento, de lectura amable, no tanto dar testimonio<br />

de la realidad o defender posturas ideológicas. Debe embellecer la realidad, en caso de ser preciso, con el<br />

fin de evitar los aspectos desagradables.<br />

Sin embargo, y a pesar de lo anteriormente dicho, las novelas de Valera se caracterizan en cierto modo<br />

por ser realistas al escoger ambientes precisos, personajes verosímiles y por el análisis psicológico, muy<br />

minucioso que hace de muchos de sus personajes.<br />

Pepita Jiménez<br />

La novela más importante de Juan Valera y la primera fue Pepita Jiménez publicada en 1874. Tiene<br />

forma epistolar en su mayor parte y narra el lento proceso de seducción de un seminarista, Luís Vargas,<br />

por una joven y hermosa viuda, Pepita Jiménez. Es una novela fundamentalmente psicológica, en la que el<br />

autor analiza la interioridad de los dos protagonistas. A través de la correspondencia entre Luis Vargas y<br />

un tío suyo sacerdote, personaje de gran importancia en la obra, se va presentando la lucha interior entre<br />

la vocación religiosa y la fascinación que al protagonista le produce Pepita. La evolución de Luis Vargas<br />

está perfectamente analizada: se trata de un proceso en el que se mezcla la seguridad jactanciosa, el falso<br />

misticismo, el desconocimiento <strong>del</strong> mundo, la soberbia espiritual, los remordimientos, angustias y dudas,<br />

hasta llegar, por fin, a la certeza de su ilusoria vocación y a la entrega a Pepita. Sobre el carácter de ésta<br />

también obtenemos un perfilado preciso a través de lo que de ella dicen otros personajes, sobre todo Luis.<br />

Juanita la Larga<br />

Aparecido en 1895, es otro acierto novelístico de Valera. Se trata de un relato amable en el que<br />

sobresale un personaje femenino, Juanita, en una trama amorosa en la que se incluyen muchas escenas<br />

costumbristas de la Andalucía natal <strong>del</strong> autor.<br />

(1899).<br />

Otras novelas son El Comendador Mendoza (1877), Doña Luz (1879), Genio y figura (1897) y Morsamor<br />

En las novelas de Valera predominan dos valores permanentes: la perfección clásica de su lenguaje:<br />

elegante correcto y expresivo, y el acierto y profundidad en el análisis psicológico e sus personajes, en<br />

especial de los femeninos.<br />

Extraído de http://www.rinconcastellano.com/sigloxix/valera.html#<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

“El “El pescadorcito pescadorcito Urashima”<br />

Urashima”<br />

VIVÍA MUCHÍSIMO TIEMPO HACE, en la costa <strong>del</strong> mar <strong>del</strong><br />

Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho,<br />

y muy listo con la caña y el anzuelo.<br />

Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un<br />

pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande<br />

tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y<br />

fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa,<br />

que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al<br />

menos las japonesas los viven.<br />

Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:<br />

-Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que<br />

la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos<br />

noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que<br />

hago.<br />

Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar.<br />

Poco después aconteció que Urashima se quedó dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de<br />

verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta.<br />

Apenas se durmió, salió <strong>del</strong> seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y dijo:<br />

-Yo soy la hija <strong>del</strong> dios <strong>del</strong> mar y vivo con mi padre en el Palacio <strong>del</strong> Dragón, allende los mares. No fue<br />

tortuga la que pescaste poco ha y tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla.<br />

Era yo misma, enviada por mi padre, el dios <strong>del</strong> mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora, como ya<br />

sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para<br />

llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el<br />

Palacio <strong>del</strong> Dragón, allende los mares azules.<br />

Tomó entonces Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por<br />

último al Palacio <strong>del</strong> Dragón, donde el dios de la mar vivía o imperaba, como rey, sobre todos los<br />

dragones, tortugas y peces. ¡Oh, qué sitio tan ameno era aquel! Los muros <strong>del</strong> Palacio eran de coral;<br />

los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta las escamas de los peces eran plata, y las<br />

colas de los dragones, oro.<br />

Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, pónlo junto, y tal vez<br />

concebirás entonces lo que el palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima. Y ¿cómo no, si era el<br />

yerno <strong>del</strong> dios de la mar y el marido de la adorable princesa?<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas<br />

de esmeraldas y frutas de rubíes.<br />

Pero una mañana dijo Urashima a su mujer:<br />

-Muy contento y satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi<br />

madre, a mis hermanos y a mis hermanas, Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré.<br />

-No gusto de que te vayas -contestó ella-. Mucho temo que te suceda algo terrible; pero vete, pues así<br />

lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no<br />

lograrás nunca volver a verme.<br />

Prometió Urashima tener mucho cuidado con la caja y no abrirla por nada <strong>del</strong> mundo. Luego entró en<br />

su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en la costa de su país natal.<br />

Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido<br />

de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles<br />

habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya<br />

no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal<br />

suerte en sólo tres años.<br />

Acertó entonces a pasar un hombre por<br />

allí cerca y Urashima le preguntó:<br />

-¿Puedes decirme, te ruego, dónde está la<br />

choza de Urashima, que se hallaba aquí<br />

antes?<br />

El hombre contestó:<br />

-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si<br />

hace cuatrocientos años que desapareció<br />

pescando? Su padre, su madre, sus<br />

hermanos, los nietos de sus hermanos, ha<br />

siglos que murieron. Esa es una historia<br />

muy antigua. Loco debes de estar cuando<br />

buscas aún la tal choza. Hace centenares<br />

de años que era escombros.<br />

De súbito acudió a la mente de Urashima<br />

la idea de que el Palacio <strong>del</strong> Dragón,<br />

allende los mares, con sus muros de coral<br />

y su fruta de rubíes, y sus dragones con<br />

colas de oro, había de ser parte <strong>del</strong> país de<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de<br />

la princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde<br />

todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido.<br />

Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende<br />

los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se lo marcaría?<br />

-Tal vez -caviló él-, si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.<br />

Así desobedeció las órdenes que le había dado la princesa, o bien no las recordó en aquel momento,<br />

por lo trastornado que estaba.<br />

Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja. Y ¿qué piensas que salió de allí?<br />

Salió una nube blanca que se fue flotando sobre la mar. Gritaba él en balde a la nube que se parase.<br />

Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que después de haber abierto la caja,<br />

no habría ya medio de que volviese él al palacio <strong>del</strong> dios de la mar.<br />

Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa en pos de la nube.<br />

De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus<br />

espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó<br />

muerto en la playa.<br />

¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la<br />

princesa, hubiese vivido aún más de mil años.<br />

Dime: ¿no te agradaría ir a ver el Palacio <strong>del</strong> Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina<br />

como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y<br />

rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?<br />

Madrid, 1887.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El El páj pájaro páj pájaro<br />

aro verde<br />

verde<br />

Juan Valera<br />

I<br />

HUBO, EN ÉPOCA MUY REMOTA de esta en<br />

que vivimos, un poderoso rey, amado con extremo<br />

de sus vasallos y poseedor de un fertilísimo,<br />

dilatado y populoso reino allá en las regiones de<br />

Oriente. Tenía este rey inmensos tesoros y daba<br />

fiestas espléndidas. Asistían en su corte las más<br />

gentiles damas y los más discretos y valientes<br />

caballeros que entonces había en el mundo. Su<br />

ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves<br />

recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y<br />

jardines, donde solía cazar y holgarse, eran<br />

maravillosos por su grandeza y frondosidad y por la<br />

copia de alimañas y de aves que en ellos se<br />

alimentaban y vivían.<br />

Pero ¿qué diremos de sus palacios y de lo<br />

que en sus palacios se encerraba, cuya<br />

magnificencia excede a toda ponderación? Allí<br />

muebles riquísimos, tronos de oro y de plata y<br />

vajillas de porcelana, que era entonces menos<br />

común que ahora; allí enanos, gigantes, bufones y<br />

otros monstruos para solaz y entretenimiento de Su<br />

Majestad; allí cocineros y reposteros profundos y<br />

eminentes, que cuidaban de su alimento corporal, y<br />

allí no menos profundos y eminentes filósofos,<br />

poetas y jurisconsultos, que cuidaban de dar pasto a<br />

su espíritu, que concurrían a su consejo privado, que decidían las cuestiones más arduas de derecho, que<br />

aguzaban y ejercitaban el ingenio con charadas y logogrifos, y que cantaban las glorias de la dinastía en<br />

colosales epopeyas.<br />

Los vasallos de este rey le llamaban con razón el Venturoso. Todo iba de bien en mejor durante<br />

su reinado. Su vida había sido un tejido de felicidades, cuya brillantez empañaba solamente con negra<br />

sombra de dolor la temprana muerte de la señora reina, persona muy cabal y hermosa, a quien Su<br />

Majestad había querido con todo su corazón. Imagínate, lector, lo que la lloraría, y más habiendo sido él,<br />

por el mismo acendrado cariño que la tenía, causa inocente de su muerte.<br />

Cuentan las historias de aquel país que ya llevaba el rey siete años de matrimonio sin lograr<br />

sucesión, aunque vehementemente la deseaba, cuando ocurrieron unas guerras en país vecino. El rey<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

partió con sus tropas; pero antes se despidió de la señora reina con mucho afecto. Esta, dándole un<br />

abrazo, le dijo al oído:<br />

-No se lo digas a nadie para que no se rían si mis esperanzas no se logran; pero me parece que<br />

estoy encinta.<br />

La alegría <strong>del</strong> rey con esta nueva<br />

no tuvo límites, y como todo le sale bien al<br />

que está alegre, él triunfó de sus enemigos<br />

en la guerra, mató por su propia mano a<br />

tres o cuatro reyes que le habían hecho no<br />

sabemos qué mala pasada, asoló ciudades,<br />

hizo cautivos y volvió cargado de botín y de<br />

gloria a la hermosa capital de su<br />

monarquía.<br />

Habían pasado en esto algunos<br />

meses; así es que, al atravesar el rey con<br />

gran pompa la ciudad, entre las<br />

aclamaciones y el aplauso de la multitud y<br />

el repiqueteo de las campanas, la reina<br />

estaba pariendo, y parió con felicidad y<br />

facilidad, a pesar <strong>del</strong> ruido y agitación y<br />

aunque era primeriza.<br />

¡Qué gusto tan pasmoso no<br />

tendría Su Majestad cuando, al entrar en la<br />

real cámara, el comadrón mayor <strong>del</strong> reino<br />

le presentó a una hermosa princesa que<br />

acababa de nacer! El rey dio un beso a su<br />

hija, y se dirigió lleno de júbilo, de amor y<br />

de satisfacción al cuarto de la señora reina,<br />

que estaba en la cama tan colorada, tan<br />

fresca y tan bonita como una rosa de mayo.<br />

-¡Esposa mía! -exclamó el rey, y la estrechó entre sus brazos. Pero el rey era tan robusto y era<br />

tan viva la efusión de su ternura, que sin más ni menos ahogó sin querer a la reina. Entonces fueron los<br />

gritos, la desesperación y el llamarse a sí propio animal, con otras elocuentes muestras de doloroso<br />

sentimiento. Mas no por esto resucitó la reina, la cual, aunque muerta, estaba divina. Una sonrisa de<br />

inefable <strong>del</strong>eite se diría que aún vagaba sobre sus labios. Por ellos, sin duda, había volado el alma<br />

envuelta en un suspiro de amor, y orgullosa de haber sabido inspirar cariño bastante para producir aquel<br />

abrazo. ¡Qué mujer verdaderamente enamorada no envidiará la suerte de esta reina!<br />

El rey probó el mucho cariño que le tenía, no sólo en vida de ella, sino después de su muerte.<br />

Hizo voto de viudez y de castidad perpetuas, y supo cumplirle. Mandó componer a los poetas una corona<br />

fúnebre, que aun dicen que se tiene en aquel reino como la más preciosa joya de la literatura nacional. La<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

corte estuvo tres años de luto. Del mausoleo que se levantó a la reina sólo fue posteriormente el de Caria<br />

un mezquino remedo.<br />

Pero como, según dice el refrán, no hay mal que dure cien años, el rey, al cabo de un par de<br />

años, sacudió la melancolía, y se creyó tan venturoso o más venturoso que antes. La reina se le aparecía<br />

en sueños, y le decía que estaba gozando de Dios, y la princesita crecía y se desarrollaba que era un<br />

contento.<br />

Al cumplir la princesita los quince años era, por su hermosura, entendimiento y buen trato, la<br />

admiración de cuantos la miraban y el asombro de cuantos la oían. El rey la hizo jurar heredera <strong>del</strong> trono,<br />

y trató luego de casarla.<br />

Más de quinientos correos de gabinete, caballeros en sendas cebras de posta, salieron a la vez<br />

de la capital <strong>del</strong> reino con despachos para otras tantas cortes, invitando a todos los príncipes a que<br />

viniesen a pretender la mano de la princesa, la cual había de escoger entre ellos al que más le gustase.<br />

La fama de su portentosa hermosura había recorrido ya el mundo todo; de suerte que, apenas<br />

fueron llegando los correos a las diferentes cortes, no había príncipe, por ruin y parapoco que fuese, que<br />

no se decidiera a ir a la capital <strong>del</strong> rey Venturoso, a competir en justas, torneos y ejercicios de ingenio por<br />

la mano de la princesa. Cada cual pedía al rey su padre armas, caballos, su bendición y algún dinero, con<br />

lo cual, al frente de una brillante comitiva, se ponía en camino.<br />

Era de ver cómo iban llegando a la corte de la princesita todos estos altos señores. Eran de ver<br />

los saraos que había entonces en los palacios reales. Eran de admirar, por último, los enigmas que los<br />

príncipes se proponían para mostrar la respectiva agudeza; los versos que escribían; las serenatas que<br />

daban; los combates <strong>del</strong> arco, <strong>del</strong> pugilato y de la<br />

lucha, y las carreras de carros y de caballos, en que<br />

procuraba cada cual salir vencedor de los otros y<br />

ganarse el amor de la pretendida novia.<br />

Pero ésta, que, a pesar de su modestia y<br />

discreción, estaba dotada, sin poderlo remediar, de<br />

una índole arisca, descontentadiza y desamorada,<br />

abrumaba a los príncipes con su desdén, y de<br />

ninguno de ellos se le importaba un ardite. Sus<br />

discreciones le parecían frialdades, simplezas sus<br />

enigmas, arrogancia sus rendimientos y vanidad o<br />

codicia de sus riquezas el amor que le mostraban.<br />

Apenas se dignaba mirar sus ejercicios caballerescos,<br />

ni oír sus serenatas, ni sonreír agradecida a sus<br />

versos de amor. Los magníficos regalos que cada cual<br />

le había traído de su tierra estaban arrinconados en<br />

un zaquizamí <strong>del</strong> regio alcázar.<br />

La indiferencia de la princesa era glacial<br />

para todos los pretendientes. Sólo uno, el hijo <strong>del</strong><br />

Kan de Tartaria, había logrado salvarse de su<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

indiferencia para incurrir en su odio. Este príncipe adolecía de una fealdad sublime. Sus ojos eran<br />

oblicuos, las mejillas y la barba salientes, crespo y enmarañado el pelo, rechoncho y pequeño el cuerpo,<br />

aunque de titánica pujanza, y el genio intranquilo, mofador y orgulloso. Ni las personas más inofensivas<br />

estaban libres de sus burlas, siendo principal blanco de ellas el ministro de Negocios Extranjeros <strong>del</strong> rey<br />

Venturoso, cuya gravedad, entono y cortas luces, así como lo detestablemente que hablaba el sanscrito,<br />

lengua diplomática de entonces, se prestaban algo al escarnio y a los chistes.<br />

Así andaban las cosas, y las fiestas de la corte eran más brillantes cada día. Los príncipes, sin<br />

embargo, se desesperaban de no ser queridos; el rey Venturoso rabiaba al ver que su hija no acababa de<br />

decidirse, y ésta continuaba erre que erre en no hacer caso de ninguno, salvo <strong>del</strong> príncipe tártaro, de<br />

quien con sus pullas y declarado aborrecimiento vengaba con usura al famoso ministro de su padre.<br />

Aconteció, pues, que la princesa, en una hermosa mañana de primavera, estaba en su tocador.<br />

La doncella favorita peinaba sus dorados, largos y suavísimos cabellos. Las puertas de un balcón, que daba<br />

al jardín, estaban abiertas para dejar entrar el vientecillo fresco y con él el aroma de las flores.<br />

Parecía la princesa melancólica y pensativa y no dirigía ni una sola palabra a su sierva.<br />

Esta tenía ya entre sus manos el cordón con que se disponía a enlazar la áurea crencha de su<br />

ama, cuando a deshora entró por el balcón un preciosísimo pájaro, cuyas plumas parecían de esmeralda,<br />

y cuya gracia en el vuelo dejó absortas a la señora y a su sirvienta. El pájaro, lanzándose rápidamente<br />

sobre esta última, le arrebató de las manos el cordón y volvió a salir volando de aquella estancia.<br />

Todo fue tan instantáneo, que la princesa apenas tuvo tiempo de ver al pájaro; pero su<br />

atrevimiento y su hermosura le causaron la más extraña impresión.<br />

Pocos días después, la princesa, para distraer sus melancolías, tejía una danza con sus<br />

doncellas, en presencia de los príncipes. Estaban todos en los jardines y la miraban embelesados. De<br />

pronto sintió la princesa que se le desataba una liga, y, suspendiendo el baile, se dirigió con disimulo a un<br />

bosquecillo cercano para atársela de nuevo. Descubierta tenía ya Su Alteza la bien torneada pierna, había<br />

estirado ya la blanca media de seda y se preparaba a sujetarla con la liga que tenía en la mano, cuando<br />

oyó un ruido de alas, y vio venir hacia ella el pájaro verde, que le arrebató la liga en el ebúrneo pico y<br />

desapareció al punto. La princesa dio un grito y cayó desmayada.<br />

Acudieron los pretendientes y su padre. Ella volvió en sí, y lo primero que dijo fue:<br />

-¡Que me busquen el pájaro verde..., que me le traigan vivo..., que no le maten..., yo quiero<br />

poseer vivo el pájaro verde!<br />

Mas en balde le buscaron los príncipes. En balde, a pesar de lo mandado por la princesa de que<br />

no se pensase en matar el pájaro verde, se soltaron contra él neblíes, sacres, gerifaltes y hasta águilas<br />

caudales, domesticadas y adiestradas en la cetrería. El pájaro verde no pareció ni vivo ni muerto.<br />

II<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El deseo no cumplido de poseerle atormentaba a la princesa y acrecentaba su mal humor.<br />

Aquella noche no pudo dormir. Lo mejor que pensaba de los príncipes era que no valían para nada.<br />

Apenas vino el día, se alzó <strong>del</strong> lecho, y en ligeras ropas de levantar, sin corsé ni miriñaque, más<br />

hermosa e interesante en aquel deshabillé, pálida y ojerosa, se dirigió con su doncella favorita a lo más<br />

frondoso <strong>del</strong> bosque que estaba a la espalda de palacio, y donde se alzaba el sepulcro de su madre. Allí se<br />

puso a llorar y a lamentar su suerte.<br />

-¿De qué me sirven -decía- todas mis riquezas, si las desprecio; todos los príncipes <strong>del</strong> mundo, si<br />

no los amo; de qué mi reino, si no te tengo a ti, madre mía, y de qué todos mis primores y joyas, si no<br />

poseo el hermoso pájaro verde?<br />

Con esto, y como para consolarse algo, desenlazó el cordón de su vestido y sacó <strong>del</strong> pecho un<br />

rico guardapelo, donde guardaba un rizo de su madre, que se puso a besar. Mas apenas empezó a<br />

besarle, cuando acudió más rápido que nunca el pájaro verde, tocó con su ebúrneo pico los labios de la<br />

princesa y arrebató el guardapelo, que durante tantos años había reposado contra su corazón, y en tan<br />

oculto y deseado lugar había permanecido. El robador desapareció en seguida, remontando el vuelo y<br />

perdiéndose en las nubes.<br />

Esta vez no se desmayó la princesa; antes bien, se paró muy colorada y dijo a la doncella:<br />

-Mírame, mírame los labios; ese pájaro insolente me los ha herido, porque me arden.<br />

La doncella los miró y no notó picadura ninguna; pero indudablemente el pájaro había puesto<br />

en ellos algo de ponzoña, porque el traidor no volvió a aparecer en a<strong>del</strong>ante, y la princesa fue<br />

desmejorándose por grados, hasta caer enferma de mucho peligro. Una fiebre singular la consumía, y casi<br />

no hablaba sino para decir:<br />

-Que no le maten... que me le traigan vivo... yo quiero poseerle.<br />

Los médicos estaban de acuerdo en que la única medicina para curar a la princesa era traerle<br />

vivo el pájaro verde. Mas, ¿dónde hallarle? Inútil fue que le buscasen los más hábiles cazadores. Inútil que<br />

se ofreciesen sumas enormes a quien le trajera.<br />

El rey Venturoso reunió un gran congreso de sabios a fin de qué averiguasen, so pena de incurrir<br />

en su justa indignación, quién era y dónde vivía el pájaro verde, cuyo recuerdo atormentaba a su hija.<br />

Cuarenta días y cuarenta noches estuvieron los sabios reunidos, sin cesar de meditar y disertar<br />

sino para dormir un poco y alimentarse. Pronunciaron muy doctos y elocuentes discursos, pero nada<br />

averiguaron.<br />

-Señor -dijeron al cabo todos ellos al rey, postrándose humildemente a sus pies e hiriendo el<br />

polvo con las respetables frentes-, somos unos mentecatos; haz que nos ahorquen; nuestra ciencia es una<br />

mentira: ignoramos quién sea el pájaro verde, y sólo nos atrevemos a sospechar si será acaso el ave fénix<br />

<strong>del</strong> Arabia.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Levantaos -contestó el rey con notable magnanimidad-; yo os perdono y os agradezco la<br />

indicación sobre el ave fénix. Sin tardanza saldrán siete de vosotros con ricos presentes para la reina de<br />

Sabá y con todos los recursos de que yo puedo disponer para cazar pájaros vivos. El fénix debe de tener<br />

su nido en el país sabeo, y de allí habéis de traérmele, si no queréis que mi cólera regia os castigue,<br />

aunque tratéis de evitarla escondiéndoos en las entrañas de la tierra.<br />

En efecto, salieron para el Arabia siete sabios de los más versados en lingüística, y entre ellos el<br />

ministro de Negocios Extranjeros, sobre lo cual tuvo mucho que reír el príncipe tártaro.<br />

Este príncipe envió también cartas a su padre, que era el más famoso encantador de aquella<br />

edad, consultándole sobre el caso <strong>del</strong> pájaro verde.<br />

La princesa, en el ínterin, seguía muy mal de salud y lloraba tan abundantes lágrimas, que<br />

diariamente empapaba en ellas más de cincuenta pañuelos. Las lavanderas de palacio estaban con esto<br />

muy afanadas, y como entonces ni la persona más poderosa tenía tanta ropa blanca como ahora se usa,<br />

no hacían más que ir a lavar al río.<br />

III<br />

Una de estas lavanderas, que era, valiéndonos de cierta expresión a la moda, una pollita muy<br />

simpática, volvía un día, al anochecer, de lavar en el río los lacrimosos pañuelos de la princesa.<br />

En medio <strong>del</strong> camino, y muy distante aún de las puertas de la ciudad, se sintió algo cansada y se<br />

sentó al pie de un árbol. Sacó <strong>del</strong> bolsillo una naranja, y ya iba a mondarla para comérsela, cuando se le<br />

escapó de las manos y empezó a rodar por aquella cuesta abajo con singular ligereza. La muchachuela<br />

corrió en pos de su naranja; pero mientras más corría más la naranja se a<strong>del</strong>antaba, sin que jamás se<br />

parase y sin que ella llegase a alcanzarla en la carrera, si bien no la perdía de vista. Cansada de correr, y<br />

sospechando, aunque poco experimentada en las cosas <strong>del</strong> mundo, que aquella naranja tan corredora no<br />

era <strong>del</strong> todo natural, la pobre se detenía a veces y pensaba en desistir de su empeño; pero la naranja al<br />

punto se detenía también, como si ya hubiese cesado en su movimiento y convidase a su dueño a que de<br />

nuevo la cogiese. Llegaba ella a tocarla con la mano, y la naranja se le deslizaba otra vez y continuaba su<br />

camino.<br />

Embelesada estaba la lavanderilla en tan inaudita persecución, cuando notó al fin que se<br />

hallaba en un bosque intrincado, y que la noche se le venía encima, obscura como boca de lobo. Entonces<br />

tuvo miedo, y rompió en desconsoladísimo llanto. La obscuridad creció rápidamente, y ya no le permitió<br />

ni ver la naranja, ni orientarse, ni dar con el camino para volverse atrás.<br />

Iba, pues, vagando a la ventura, afligidísima y muerta de hambre y cansancio, cuando columbró<br />

no muy lejos unas brillantes lucecitas. Imaginó ser las de la ciudad; dio gracias a Dios, y enderezó sus<br />

pasos hacia aquellas luces. Pero, ¡cuán grande no sería su sorpresa al encontrarse, a poco trecho y sin<br />

salir <strong>del</strong> intrincado bosque, a las puertas de un suntuosísimo palacio, que parecía un ascua de oro por lo<br />

que brillaba, y en cuya comparación pasaría por una pobre choza el espléndido alcázar <strong>del</strong> rey Venturoso!<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

No había guardia, ni portero, ni criados que impidiesen la entrada, y la chica, que no era corta y<br />

que además sentía el estímulo de la curiosidad y el deseo de albergarse y de comer algo, traspasó los<br />

umbrales, subió por una ancha y lujosa escalera de bruñido jaspe, y empezó a discurrir por los más ricos y<br />

elegantes salones que imaginarse pueden, aunque siempre sin ver a nadie. Los salones estaban, sin<br />

embargo, profusamente iluminados por mil lámparas de oro, cuyo perfumado aceite difundía suavísima<br />

fragancia. Los primorosos objetos que en los salones había eran para espantar por su riqueza y exquisito<br />

gusto, no ya a la lavanderilla, que poco de esto había disfrutado, sino a la mismísima reina Victoria, que<br />

hubiera confesado la relativa inferioridad de la industria inglesa, y hubiera dado patentes y medallas a los<br />

inventores y fabricantes de todos aquellos artículos.<br />

La lavandera los admiró a su sabor, y admirándolos se fue poco a poco hacia un sitio de donde<br />

salía un rico olorcillo de viandas muy suculento y <strong>del</strong>icioso. De esta suerte llegó a la cocina, pero ni jefe, ni<br />

sota-cocineros, ni pinches, ni fregatrices había en ella; todo estaba desierto, como el resto <strong>del</strong> palacio.<br />

Ardían, no obstante, el fogón, el horno y las hornillas, y en ellos estaban al fuego infinito número de<br />

peroles, cacerolas y otras vasijas. Levantó nuestra aventurera la cubierta de una cacerola y vio en ella<br />

unas anguilas; levantó otra y vio una cabeza de jabalí desosada y rellena de pechugas de faisanes y de<br />

trufas; en resolución, vio los manjares más exquisitos que se presentan en las mesas de los reyes,<br />

emperadores y papas; y hasta vio algunos platos, al lado de los cuales los imperiales, papales y regios<br />

serían tan groseros como al lado de éstos un potaje de judías o un gazpacho.<br />

Animada la chica con lo que veía y olía, se armó de un cuchillo y de un trinchante, y se lanzó con<br />

resolución sobre la cabeza de jabalí. Mas apenas hubo llegado a ella recibió en sus manos un golpe, dado<br />

al parecer por otra poderosa e invisible, y oyó una voz que le decía, tan de cerca que sintió la agitación <strong>del</strong><br />

aire y el aliento caliente y vivo de las palabras:<br />

-¡Tate... que es para mi señor el príncipe!<br />

Se dirigió entonces a unas truchas salmonadas, creyéndolas manjar menos principesco y que le<br />

dejarían comer; pero la mano invisible vino de nuevo a castigar su atrevimiento, y la voz misteriosa a<br />

repetirle:<br />

-¡Tate... que es para mi señor el príncipe!<br />

Tentó, por último, mejor fortuna en tercero, cuarto y quinto plato; pero siempre le aconteció lo<br />

propio: así, tuvo con harta pena que resignarse a ayunar, y se salió despechada de la cocina.<br />

Volvió luego a recorrer los salones, donde reinaba siempre la misma misteriosa soledad y<br />

donde el más profundo silencio parecía tener su morada, y llegó a una alcoba lindísima, en la cual sólo<br />

dos o tres luces, encerradas y amortecidas en vasos de alabastro, derramaban una claridad indecisa y<br />

voluptuosa, que estaba convidando al reposo y al sueño. Había en esta alcoba una cama tan cómoda y<br />

mullida, que nuestra lavandera, que estaba cansadísima, no pudo resistir a la tentación de tenderse en<br />

ella y descansar. Iba a poner en ejecución su propósito, y ya se había sentado y se disponía a tenderse,<br />

cuando en la parte misma de su cuerpo con que acababa de tocar la cama sintió una dolorosa picadura,<br />

como si con un alfiler de a ochavo la punzasen, y oyó de nuevo una voz que decía:<br />

-¡Tate... que es para mi señor el príncipe!<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

No hay que decir que la lavanderilla se asustó y afligió con esto, resignándose a no dormir,<br />

como a no comer se había resignado, y para distraer el hambre y el sueño se puso a registrar cuantos<br />

objetos había en la alcoba, llevando su curiosidad hasta levantar las colgaduras y los tapices.<br />

Detrás de uno de éstos descubrió nuestra heroína una primorosa puertecilla secreta de sándalo<br />

con embutidos de nácar. La empujó suavemente, y, cediendo la puerta, se encontró en una escalera de<br />

caracol, de mármol blanco. Por ella bajó sin detenerse a uno como invernáculo, donde crecían las plantas<br />

y las flores más aromáticas y extrañas, y en cuyo centro había una taza inmensa, hecha, al parecer, de un<br />

solo, limpio y diáfano topacio. Se levantaba <strong>del</strong> medio de la taza un surtidor tan gigantesco como el que<br />

hay ahora en la Puerta <strong>del</strong> Sol, pero con la diferencia de que el agua <strong>del</strong> de la Puerta <strong>del</strong> Sol es natural y<br />

ordinaria, y la de éste era agua de olor, y tenía además en sí misma todos los colores <strong>del</strong> iris y luz propia,<br />

lo cual, como ya calculará el lector, le daba un aspecto sumamente agradable. Hasta el murmullo que<br />

hacía esta agua al caer tenía algo más musical y acordado que el que producen otras, y se diría que aquel<br />

surtidor cantaba alguna de las más enamoradas canciones de Mozart o de Bellini.<br />

Absorta estaba la lavandera mirando aquellas bellezas y gozando de aquella armonía, cuando<br />

oyó un grande estrépito y vio abrirse una ventana de cristales. La lavandera se escondió precipitadamente<br />

detrás de una masa de verdura, a fin de no ser vista y poder ver a las personas o seres que sin duda se<br />

acercaban.<br />

Éstos eran tres pájaros rarísimos y lindísimos, uno de ellos todo verde y brillante como una<br />

esmeralda. En él creyó ver la lavandera, con notable contento, al que era causa, según todo el mundo<br />

aseguraba, de la pertinaz dolencia de la princesa Venturosa. Los otros dos pájaros no eran, ni con mucho,<br />

tan bellos; pero tampoco carecían de mérito singular. Los tres venían con muy ligero vuelo, y los tres se<br />

abatieron sobre la taza de topacio y se zambulleron en ella.<br />

A poco rato vio la lavandera que <strong>del</strong> seno diáfano <strong>del</strong> agua salían tres mancebos tan lindos, bien<br />

formados y blancos, que parecían estatuas peregrinas hechas por mano maestra, con mármol teñido de<br />

rosas. La chica, que en honor de la verdad se debe decir que jamás había visto hombres desnudos, y que<br />

de ver a su padre, a sus hermanos y a otros amigos, vestidos y mal vestidos, no podía deducir hasta dónde<br />

era capaz de elevarse la hermosura humana masculina, se figuró que miraba a tres genios inmortales o a<br />

tres ángeles <strong>del</strong> cielo. Así es que, sin ruborizarse, los siguió mirando con bastante complacencia, como<br />

objetos santos y nada pecaminosos. Pero los tres salieron al punto <strong>del</strong> agua y pronto se vistieron de<br />

elegantes ropas.<br />

Uno de ellos, el más hermoso de los tres, llevaba sobre la cabeza una diadema de esmeraldas, y<br />

era acatado de los otros como señor soberano. Si desnuda le pareció a la lavanderilla un ángel o un genio<br />

por la hermosura, ya vestido la deslumbró con su majestad, y le pareció el emperador <strong>del</strong> mundo y el<br />

príncipe más adorable de la tierra.<br />

Aquellos señores se dirigieron en seguida al comedor y se sentaron en una espléndida mesa,<br />

donde había tres cubiertos preparados. Una música sumisa e invisible les hizo salva al llegar y les regaló<br />

los oídos mientras comían. Criados, invisibles también, iban trayendo los platos y sirviendo<br />

admirablemente la mesa. Todo esto lo veía y notaba la lavanderilla, que, sin ser vista ni oída, había<br />

seguido a aquellos señores y estaba escondida en el comedor detrás de un cortinaje.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Desde allí pudo oír algo de la conversación y comprender que el más hermoso de los mancebos<br />

era el príncipe heredero <strong>del</strong> grande Imperio de la China, y los otros dos, el uno su secretario y el otro su<br />

escudero más querido; los cuales estaban encantados y transformados en pájaros durante todo el día, y<br />

sólo por la noche recobraban su ser natural, previo el baño de la fuente.<br />

Notó asimismo la curiosa lavandera que el príncipe de las esmeraldas apenas comía, aunque sus<br />

familiares le rogaban que comiese, y que se mostraba melancólico y arrobado, exhalando a veces de lo<br />

más hondo <strong>del</strong> hermosísimo pecho un ardiente suspiro.<br />

IV<br />

Refieren las crónicas que vamos extractando que, terminado ya aquel opíparo y poco alegre<br />

festín, el príncipe de las esmeraldas, volviendo en sí como de algún sueño, alzó la voz y dijo:<br />

-Secretario, tráeme la cajita de mis entretenimientos.<br />

El secretario se levantó de la mesa y volvió de allí a poco con la cajita más preciosa que han<br />

visto ojos mortales. Aquella en que encerró Alejandro la Iliada era, en comparación de ésta, más<br />

chapucera y pobre que una caja de turrón de Jijona.<br />

El príncipe tomó la cajita en sus manos, la abrió y estuvo largo rato contemplando con ojos<br />

amorosos lo que había en el fondo de ella. Metió luego la mano en la cajita y sacó un cordón. Le besó<br />

apasionadamente, derramó sobre él lágrimas de ternura y prorrumpió en estas palabras:<br />

¡Ay, cordoncito de mi señora!<br />

¡Quién la viera ahora!<br />

Colocó de nuevo el cordón en la cajita, y sacó de ella una liga bordada y muy limpia. La besó,la<br />

acarició también y exclamó al besarla:<br />

¡Ay, linda liga de mi señora!<br />

¡Quién la viera ahora!<br />

Sacó, por último, un precioso guardapelo, y si mucho había besado cordón y liga, más le besó y<br />

más le acarició aún, diciendo con acento tristísimo, que partía los corazones y hasta las peñas:<br />

¡Ay, guardapelo de mi señora!<br />

¡Quién la viera ahora!<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

A poco el príncipe y los dos familiares se retiraron a sus alcobas, y la lavanderilla no se atrevió a<br />

seguirlos. Viéndose sola en el comedor, se acercó a la mesa, donde aún estaban casi intactos los ricos<br />

manjares, los confites, las frutas y los generosos y chispeantes vinos; pero el recuerdo de la voz misteriosa<br />

y de la mano invisible la detenían y la obligaban a contentarse con mirar y oler.<br />

Para gozar de este incompleto <strong>del</strong>eite, se acercó tanto a los manjares, que vino a ponerse entre<br />

la mesa y la silla <strong>del</strong> príncipe. Entonces sintió, no ya una, sino dos manos invisibles que le caían sobre los<br />

hombros oprimiéndola. La voz misteriosa le dijo:<br />

-Siéntate y come.<br />

En efecto, se halló sentada en la misma silla <strong>del</strong> príncipe; y, ya autorizada por la voz, se puso a<br />

comer con un apetito extraordinario, que la novedad y lo exquisito de la comida hacían mayor aún, y<br />

comiendo se quedó profundamente dormida.<br />

Cuando despertó era muy de día. Abrió los ojos, y se encontró en medio <strong>del</strong> campo, tendida al<br />

pie <strong>del</strong> árbol donde había querido comerse la naranja. Allí estaba la ropa que había traído <strong>del</strong> río, y hasta<br />

la naranja corredora estaba allí también.<br />

-¿Si habrá sido todo un sueño? -dijo para sí la lavanderilla-. Quisiera volver al palacio <strong>del</strong><br />

príncipe de la China para cerciorarme de que aquellas magnificencias son reales y no soñadas.<br />

Diciendo esto, tiró al suelo la naranja<br />

para ver si le mostraba nuevamente el camino;<br />

pero la naranja rodaba un poco y luego se detenía<br />

en cualquier hoyo o tropiezo, o cuando el impulso<br />

con que se movía dejaba de ser eficaz. En suma, la<br />

naranja hacía lo que hacen de ordinario, en<br />

idénticas circunstancias, todas las naranjas<br />

naturales. Su conducta no tenía nada de extraño ni<br />

de maravilloso.<br />

Despechada entonces la muchacha,<br />

partió la naranja y vio que por dentro era como las<br />

demás. Se la comió, y le supo a lo mismo que<br />

cuantas naranjas había comido antes.<br />

Ya apenas dudó de que había soñado.<br />

-Ningún objeto tengo -añadió- con que<br />

convencerme a mí propia de la realidad de lo que<br />

he visto: mas iré a ver a la princesa y se lo contaré<br />

todo, por lo que pueda importarle.<br />

V<br />

17


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Mientras acontecían, en sueño o en realidad, los poco ordinarios sucesos que quedan referidos,<br />

la princesa Venturosa, fatigada de tanto llorar, estaba durmiendo tranquilamente; y aunque eran ya las<br />

ocho de la mañana, hora en que todo el mundo solía estar levantado y aun almorzado en aquella época,<br />

la princesita, sin dar acuerdo de su persona, seguía en la cama.<br />

Muy interesante juzgó, sin duda, su doncella favorita las nuevas que le traía, cuando se atrevió<br />

a despertarla. Entró en su alcoba, abrió la ventana y exclamó con alborozo:<br />

-Señora, señora, despertad y alegraos, que ya hay quien os traiga nuevas <strong>del</strong> pájaro verde.<br />

La princesa se despertó, se restregó los ojos, se incorporó y dijo:<br />

-¿Han vuelto los siete sabios que fueron al país sabeo?<br />

-Nada de eso -contestó la doncella-; quien trae las nuevas es una de las lavanderillas que lavan<br />

los lacrimosos pañuelos de vuestra alteza.<br />

-Pues hazla entrar al momento.<br />

Entró la lavanderilla, que estaba ya detrás de una puerta aguardando este permiso, y empezó a<br />

referir con gran puntualidad y despejo cuanto le había pasado.<br />

Al oír la aparición <strong>del</strong> pájaro verde, la princesa se llenó de júbilo, y al escuchar su salida <strong>del</strong> agua<br />

convertido en hermoso príncipe, se puso encendida como la grana, una celestial y amorosa sonrisa vagó<br />

sobre sus labios y sus ojos se cerraron blandamente como para reconcentrarse ella en sí misma y ver al<br />

príncipe con los ojos <strong>del</strong> alma. Por último, al saber la mucha estima, veneración y afecto que el príncipe le<br />

tenía, y el amor y cuidado con que guardaba las tres prendas robadas en la preciosa cajita de sus<br />

entretenimientos, la princesita, a pesar de su modestia, no pudo contenerse, abrazó y besó a la<br />

lavanderilla y a la doncella e hizo otros extremos no menos disculpables, inocentes y <strong>del</strong>icados.<br />

-Ahora sí -decía- que puedo llamarme propiamente la princesa Venturosa. Este capricho de<br />

poseer el pájaro verde no era capricho, era amor. Era y es un amor que, por oculto y no acostumbrado<br />

camino, ha penetrado en mi corazón. No he visto al príncipe, y creo que es hermoso. No le he hablado, y<br />

presumo que es discreto. No sé de los sucesos de su vida, sino que está encantado y que me tiene<br />

encantada, y doy por cierto que es valiente, generoso y leal.<br />

-Señora -dijo la lavanderilla-, yo puedo asegurar a vuestra alteza que el príncipe, si mi visión no<br />

es un sueño vano, parece un pino de oro, y tiene una cara tan bondadosa y dulce que da gloria verla. El<br />

secretario no es mal mozo tampoco; pero al que yo, no sé por qué, le he tomado afición, es al escudero.<br />

-Tú te casarás con el escudero -replicó la princesa-. Mi doncella, si gusta, se casará con el<br />

secretario, y ambas seréis mandarinas y damas de mi corte. Tu sueño no ha sido sueño, sino realidad. El<br />

corazón me lo dice. Lo que importa ahora es desencantar a los tres pájaros mancebos.<br />

-¿Y cómo podremos desencantarlos? -dijo la doncella favorita.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Yo misma -contestó la princesa- iré al palacio en que viven, y allí veremos. Tú me guiarás,<br />

lavanderilla.<br />

de guía.<br />

doncella:<br />

Ésta, que no había terminado su narración, la terminó entonces, e hizo ver que no podía servir<br />

La princesa la escuchó con mucha atención, estuvo meditando un rato, y dijo luego a la<br />

-Ve a mi biblioteca y tráeme el libro de Los reyes contemporáneos y el Almanaque astronómico.<br />

Venidos que fueron estos volúmenes, hojeó la princesa el de Los reyes, y leyó en alta voz los<br />

siguientes renglones:<br />

«El mismo día en que murió el emperador chinesco, su único hijo, que debía heredarle,<br />

desapareció de la corte y de todo el Imperio. Sus súbditos, creyéndole muerto, han tenido que someterse<br />

al Kan de Tartaria.»<br />

-¿Qué deducís de eso, señora? -dijo la doncella.<br />

-¿Qué he de deducir -respondió la princesa Venturosa-, sino que el Kan de Tartaria es quien<br />

tiene encantado a mi príncipe para usurparle la corona? He ahí por qué aborrezco yo tanto al príncipe<br />

tártaro. Ahora me lo explico todo.<br />

-Pero no basta explicárselo; menester es remediarlo -dijo la lavandera.<br />

-De ello trato -añadió la princesa-, y para ello conviene que al instante se manden hombres<br />

armados, que inspiren la mayor confianza, a todos los caminos y encrucijadas por donde puedan venir los<br />

correos que envió el príncipe tártaro al rey su padre, para consultarle sobre el caso <strong>del</strong> pájaro verde. Las<br />

cartas que trajeren les serán arrebatadas y se me entregarán. Si los mensajeros se resisten, serán<br />

muertos; si ceden, serán aprisionados e incomunicados, a fin de que nadie sepa lo que acontece. Ni el rey<br />

mi padre ha de saberlo. Todo lo dispondremos entre las tres con el mayor sigilo. Aquí tenéis dinero<br />

bastante para comprar el silencio, la fi<strong>del</strong>idad y la energía de los hombres que han de ejecutar mi<br />

proyecto.<br />

Y, efectivamente, la princesa, que ya se había levantado y estaba de bata y en babuchas, sacó<br />

de un escaparate dos grandes bolsas llenas de oro y se las dio a sus confidentas.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Éstas partieron sin tardanza a poner en ejecución lo convenido, y la princesa Venturosa se<br />

quedó estudiando profundamente el Almanaque astronómico.<br />

Cinco días habían pasado desde el momento en que tuvo lugar la escena anterior. La princesa<br />

no había llorado en todo ese tiempo, causando no poco asombro y placer al rey su padre. La princesa<br />

había estado hasta jovial y bromista, dando leves esperanzas a los príncipes pretendientes de que al fin se<br />

decidiría por uno de ellos, porque los pretendientes se las prometen siempre felices.<br />

princesa.<br />

VI<br />

Nadie había sospechado la causa de tan repentina mudanza y de tan inesperado alivio en la<br />

Sólo el príncipe tártaro, que era diabólicamente sagaz, recelaba, aunque de una manera muy<br />

vaga, que la princesa había recibido alguna noticia <strong>del</strong> pájaro verde. Tenía, además, el príncipe tártaro el<br />

misterioso presentimiento de una gran desgracia, y había adivinado por el arte mágica, que su padre le<br />

enseñara, que en el pájaro verde debía mirar un enemigo. Calculando, además, como sabedor <strong>del</strong> camino<br />

y <strong>del</strong> tiempo que en él debe emplearse, que aquel día debían llegar los mensajeros que envió a su padre,<br />

y ansioso de saber lo que respondía éste a la consulta que le hizo, montó a caballo al amanecer, y con<br />

cuarenta de los suyos, todos bien armados, salió en busca de los mensajeros referidos.<br />

Mas aunque el príncipe tártaro salió con gran secreto la princesa Venturosa, que tenía espías, y<br />

estaba, como vulgarmente se dice, con la barba sobre el hombro, supo al instante su partida y llamó a<br />

consejo a la lavanderilla y a la doncella.<br />

Luego que las tuvo presentes, les dijo muy angustiada:<br />

-Mi situación es terrible. Tres veces he ido inútilmente a tirar la naranja debajo <strong>del</strong> árbol desde<br />

donde la tiró la lavanderilla; pero la naranja no ha querido guiarme al alcázar de mi amante. Ni le he visto<br />

ni he podido averiguar el modo de desencantarle. Sólo he averiguado, por el Almanaque astronómico,<br />

que la noche en que la lavanderilla le vio era el equinoccio de primavera. Acaso no sea posible volver a<br />

verle hasta el próximo equinoccio de la misma estación, y ya para entonces el príncipe tártaro me le<br />

habrá muerto. El príncipe le matará en cuanto reciba la carta de su padre, y ya ha salido a buscarla con<br />

cuarenta de los suyos.<br />

-No os aflijáis, hermosa princesa -dijo la doncella favorita-; tres partidas de cien hombres están<br />

esperando a los mensajeros en diferentes puntos para arrebatarles la carta y traérosla. Los trescientos<br />

son briosos, llevan armas de finísimo temple y no se dejarán vencer por el príncipe tártaro, a pesar de sus<br />

artes mágicas.<br />

-Sin embargo, yo soy de opinión -añadió la lavandera- de que se envíen más hombres contra el<br />

príncipe tártaro. Aunque éste, a la verdad, sólo lleva cuarenta consigo, todos ellos, según se dice, tienen<br />

corazas y flechas encantadas, que a cada uno le hacen valer por diez.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El prudente consejo de la lavandera fue adoptado en seguida. La princesa hizo venir<br />

secretamente a su estancia al más bizarro y entendido general de su padre. Le contó todo lo que pasaba,<br />

le confió sus penas y le pidió su apoyo. Éste se le otorgó, y reuniendo apresuradamente un numeroso<br />

escuadrón de soldados, salió de la capital decidido a morir en la demanda o traer a la princesa la carta <strong>del</strong><br />

Kan de Tartaria y al hijo <strong>del</strong> Kan, vivo o muerto.<br />

Después de la partida <strong>del</strong> general, la princesa juzgó conveniente informar al rey Venturoso de<br />

cuanto había acontecido. El rey se puso fuera de sí. Dijo que toda la historia <strong>del</strong> pájaro verde era un sueño<br />

ridículo de su hija y la lavandera, y se lamentó de que fundada su hija en un sueño enviase a tantos<br />

asesinos contra un príncipe ilustre, faltando a las leyes de la hospitalidad, al derecho de gentes y a todos<br />

los preceptos morales.<br />

-¡Ay, hija! -exclamaba-, tú has echado un sangriento borrón sobre mi claro nombre, si esto no<br />

se remedia.<br />

La princesa se acongojó también y se arrepintió de lo que había hecho. A pesar de su<br />

vehemente amor al príncipe de la China, prefería ya dejarle eternamente encantado a que por su amor se<br />

derramase una sola gota de sangre.<br />

Así es que se enviaron despachos al general para que no empeñase una batalla; pero todo fue<br />

inútil. El general había ido tan veloz, que no hubo medio de alcanzarle. Entonces aún no había telégrafos,<br />

y los despachos no pudieron entregarse. Cuando llegaron los correos donde estaba el general, vieron<br />

venir huyendo a todos los soldados <strong>del</strong> rey, y los imitaron. Los cuarenta de la escolta tártara, que eran<br />

otros tantos genios, corrían en su persecución transformados en espantosos vestiglos, que arrojaban<br />

fuego por la boca.<br />

Sólo el general, cuya bizarría, serenidad y destreza en las armas rayaba en lo sobrehumano,<br />

permaneció impávido en medio de aquel terror harto disculpable. El general se fue hacia el príncipe,<br />

único enemigo no fantástico con quien podía habérselas, y empezó a reñir con él la más brava y<br />

descomunal pelea. Pero las armas <strong>del</strong> príncipe tártaro estaban encantadas, y el general no podía herirle.<br />

Conociendo entonces que era imposible acabar con él si no recurría a una estratagema, se apartó un<br />

buen trecho de su contrario, se desató rápidamente una larga y fuerte faja de seda que le ceñía el talle,<br />

hizo con ella, sin ser notado, un lazo escurridizo, y revolviendo sobre el príncipe con inaudita velocidad, le<br />

echó al cuello el lazo y siguió con su caballo a todo correr, haciendo caer al príncipe y arrastrándole en la<br />

carrera.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

De esta suerte ahogó el general al príncipe tártaro. No bien murió, los genios desaparecieron, y<br />

los soldados <strong>del</strong> rey Venturoso se rehicieron y reunieron a su jefe. Éste esperó con ellos a los enviados que<br />

traían la carta <strong>del</strong> Kan de Tartaria, y que no se hicieron esperar mucho tiempo.<br />

Al anochecer de aquel mismo día volvió a entrar el general en el palacio <strong>del</strong> rey Venturoso con<br />

la carta <strong>del</strong> Kan de Tartaria entre las manos. Haciendo un gentil y respetuoso saludo, se la entregó a la<br />

princesa.<br />

Rompió ésta el sello y se puso a leer, pero inútilmente: no entendió una palabra. Al rey<br />

Venturoso le sucedió lo mismo. Llamaron a todos los empleados en la interpretación de lenguas, que no<br />

descifraron tampoco aquella escritura. Los individuos de las doce reales academias vinieron luego y no se<br />

mostraron más hábiles.<br />

Los siete sabios, tan profundos en lingüística, que acababan de llegar sin el ave fénix, y que por<br />

ende estaban condenados a morir, acudieron también; mas, aunque se les prometió el perdón si leían<br />

aquella carta, no acertaron a leerla, ni pudieron decir en qué lengua estaba escrita.<br />

El rey Venturoso se creyó entonces el más desventurado de todos los reyes; se lamentó de<br />

haber sido cómplice de un crimen inútil, y temió la venganza <strong>del</strong> poderoso Kan de Tartaria. Aquella noche<br />

no pudo pegar los ojos hasta muy tarde.<br />

Su dolor fue, con todo, mucho más desesperado cuando al despertarse al otro día muy de<br />

mañana supo que la princesa había desaparecido, dejándole escritas las siguientes palabras:<br />

«Padre: ni me busques, ni pretendas averiguar adónde voy, si no quieres verme muerta.<br />

Bástete saber que vivo y que estoy bien de salud, aunque no volverás a verme hasta que tenga descifrada<br />

la carta misteriosa <strong>del</strong> Kan y desencantado a mi querido príncipe. Adiós.»<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

VII<br />

La princesa Venturosa había ido con sus dos amigas, a pie y en romería, a visitar a un santo<br />

ermitaño que vivía en las soledades y asperezas de unas montañas altísimas que a corta distancia de la<br />

capital se parecían.<br />

Aunque la princesa y sus amigas hubiesen querido ir caballeras hasta la ermita, no hubiera sido<br />

posible. El camino era más propio de cabras que de camellos, elefantes, caballos, mulos y asnos, que, con<br />

perdón sea dicho, eran los cuadrúpedos en que se solía cabalgar en aquel reino. Por esto y por devoción<br />

fue la princesa a pie y sin otra comitiva que sus dos confidentas.<br />

El ermitaño que iban a visitar era un varón muy penitente y estaba en olor de santidad. El vulgo<br />

pretendía también que el ermitaño era inmortal, y no dejaba de tener razonables fundamentos para esta<br />

pretensión. En toda la comarca no había memoria de cuándo fue el ermitaño a establecerse en lo<br />

recóndito de aquella sierra, en la cual raras veces se dejaba ver de ojos humanos.<br />

La princesa y sus amigas, atraídas por la fama de su virtud, y de su ciencia, anduvieron<br />

buscándole siete días por aquellos vericuetos y andurriales. Durante el día caminaban en su busca entre<br />

breñas y malezas. Por la noche se guarecían en las concavidades de los peñascos. Nadie había que las<br />

guiase, así por lo fragoso <strong>del</strong> sitio, ni de los cabrerizos frecuentado, como por el temor que inspiraba la<br />

maldición <strong>del</strong> ermitaño, pronto a echarla a quien invadía su dominio temporal o a quien le perturbaba en<br />

sus oraciones. Ya se entiende que este ermitaño, tan maldiciente, era pagano. A pesar de la natural<br />

bondad de su alma, su religión sombría y terrible le obligaba a maldecir y a lanzar anatemas. Pero las tres<br />

amigas, imaginando, como por inspiración, que sólo el ermitaño podía descifrarles la carta, se decidieron<br />

a arrostrar sus maldiciones y le buscaron, según queda dicho, por espacio de siete días.<br />

En la noche <strong>del</strong> séptimo iban ya las tres peregrinas a guarecerse en una caverna para reposar,<br />

cuando descubrieron al ermitaño mismo orando en el fondo. Una lámpara iluminaba con luz incierta y<br />

melancólica aquel misterioso retiro.<br />

Las tres temblaron de ser maldecidas, y casi se arrepintieron de haber ido hasta allí. Pero el<br />

ermitaño, cuya barba era más blanca que la nieve, cuya piel estaba más arrugada que una pasa y cuyo<br />

cuerpo se asemejaba a un consunto esqueleto, echó sobre ellas una mirada penetrante con unos ojos,<br />

aunque hundidos, relucientes como dos ascuas, y dijo con voz entera, alegre y suave.<br />

-Gracias al cielo que al fin estáis aquí. Cien años ha que os espero. Deseaba la muerte, y no<br />

podía morir hasta cumplir con vosotras un deber que me ha impuesto el rey de los genios. Yo soy el único<br />

sabio que habla aún y entiende la lengua riquísima que se hablaba en Babel antes de la confusión. Cada<br />

palabra de esta lengua es un conjuro eficaz que fuerza y mueve a las potestades infernales a servir a<br />

quien la pronuncia. Las palabras de esta lengua tienen la virtud de atar y desatar todos los lazos y leyes<br />

que unen y gobiernan las cosas naturales. La cábala no es sino un remedo groserísimo de esta lengua<br />

incomunicable y fecunda. Dialectos pobrísimos e imperfectísimos de ella son los más hermosos y<br />

completos idiomas <strong>del</strong> día. La ciencia de ahora, mentira y charlatanería, en comparación de la ciencia que<br />

aquella lengua llevaba en sí misma. Cada nombre de esta lengua contiene en sus letras la esencia de la<br />

cosa nombrada y sus ocultas calidades. Las cosas todas, al oírse llamar por su verdadero nombre,<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

obedecen a quien las llama. Era tal el poder <strong>del</strong> linaje humano cuando poseía esta lengua, que pretendió<br />

escalar el cielo, y lo hubiera indudablemente conseguido si el cielo no hubiese dispuesto que la lengua<br />

primitiva se olvidase.<br />

Sólo tres sabios bienintencionados, de los cuales han muerto ya dos, guardaron en la memoria<br />

aquel idioma. Le guardaron asimismo, por especial privilegio de los diablos, Nembrot y sus descendientes.<br />

El último de éstos murió, una semana ha, por disposición tuya, ¡oh princesa Venturosa!, y ya no queda en<br />

el mundo sino una sola persona que pueda descifrarte la carta <strong>del</strong> Kan de Tartaria. Esa persona soy yo: y<br />

para hacerte ese servicio, el rey de los genios ha conservado siglos mi vida.<br />

-Pues aquí tienes la carta, ¡oh venerable y profundo sabio! -dijo la princesa, poniendo en manos<br />

<strong>del</strong> ermitaño el misterioso escrito.<br />

-Al punto voy a descifrártela -contestó el ermitaño, y se caló los espejuelos, y se acercó a la<br />

lámpara para leer. Más de dos horas estuvo leyendo en alta voz en la lengua en que la carta estaba<br />

escrita. A cada palabra que pronunciaba, el universo se conmovía, las estrellas se cubrían de mortal<br />

palidez, la Luna temblaba en el cielo como tiembla su imagen entre las olas <strong>del</strong> Océano, y la princesa y sus<br />

amigas tenían que cerrar los ojos y que taparse los oídos para no ver los espectros que se mostraban y<br />

para no oír las voces portentosas, terribles o dolientes, que partían de las entrañas mismas de la<br />

conturbada naturaleza.<br />

Acabada la lectura, se quitó el ermitaño los espejuelos, y dijo con voz reposada:<br />

-No es justo, ni conveniente, ni posible, ¡oh princesa Venturosa!, que sepas todo lo que en esta<br />

abominable carta se encierra. No es justo ni conveniente, porque hay en ella tremebundos y<br />

endemoniados misterios. No es posible, porque en cuantas lenguas humanas se hablan en el día son estos<br />

misterios inefables, inenarrables y hasta inexplicables. El linaje humano, por medio de su incompleta y<br />

enfermiza razón, llegará a conocer, cuando pasen millares de años, algunos accidentes de las cosas; pero<br />

siempre ignorará la substancia que yo conozco, que conoce el Kan de Tartaria y que han conocido los<br />

sabios primitivos que se valieron, para sus elucubraciones, de esta lengua perfectísima e intransmisible ya<br />

por nuestros pecados.<br />

-Pues estamos frescas -dijo la lavanderilla- si después de lo que hemos pasado para encontraros<br />

y siendo vos el único que podéis traducir esa enmarañada carta, salís ahora con que no queréis traducirla.<br />

-Ni quiero ni debo -replicó el vetusto y secular ermitaño-; pero sí os diré lo que la carta contiene<br />

de interés para vosotras, y os lo diré en brevísimas palabras, sin pararme en dibujos, porque los<br />

momentos de mi vida están contados y mi muerte se acerca. El príncipe de la China es, por sus virtudes,<br />

talento y hermosura, el favorito <strong>del</strong> rey de los genios, el cual le ha salvado mil veces de las asechanzas que<br />

el Kan de Tartaria ponía contra su vida. Viendo el Kan que le era imposible matarle, determinó valerse de<br />

un encanto para tenerle lejos de sus súbditos y reinar en lugar suyo en el Celeste Imperio. Bien hubiera<br />

querido el Kan que este encanto fuera indestructible y eterno; mas no pudo lograrlo, a pesar de sus<br />

maravillosos conocimientos en la magia. El rey de los genios se opuso a su mal deseo, y si bien no pudo<br />

hacer completamente ineficaces sus encantamientos y conjuros, supo despojarlos de gran parte de su<br />

malicia. Al príncipe, aunque convertido en pájaro, se le dio facultad para recobrar por la noche su<br />

verdadera figura. Tuvo también el príncipe un palacio donde vivir y ser tratado con todo el miramiento,<br />

honores y regalo debidos a su augusta categoría. Se acordó, por último, su desencanto si se cumplían las<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

siguientes condiciones, que el Kan, así por la mala opinión que tiene de las mujeres como por lo<br />

pervertida y viciosa que está la raza humana en general, juzgó imposible de cumplir. Fue la primera<br />

condición, ya cumplida, que una mujer de veinte años, discreta, briosa y apasionada y de la más baja clase<br />

<strong>del</strong> pueblo, viese a los tres mancebos encantados, que son los más hermosos que hay en el mundo, salir<br />

desnudos <strong>del</strong> baño, y que la limpieza y castidad de su alma fuesen tales que no se turbasen ni empañasen<br />

con el más ligero estímulo de liviandad. Esta prueba había de hacerse en el equinoccio de primavera,<br />

cuando la naturaleza toda excita al amor. La mujer debía sentirle por la hermosura y admirarla vivamente;<br />

pero de un modo espiritual y santísimo. Fue la segunda condición, ya cumplida también, que el príncipe,<br />

sin poder mostrarse sino tres instantes, y esto bajo la forma de pájaro verde, inspirase un amor tan<br />

vehemente y casto como invencible a una princesa de su clase. La tercera condición, que ahora se está<br />

acabando de cumplir, fue que la princesa se apoderase de esta carta, y que yo la interpretara. La cuarta y<br />

última condición, en cuyo cumplimiento habéis de intervenir las tres doncellas que me estáis oyendo, es<br />

como sigue. Sólo me quedan dos minutos de vida; mas antes de morir os pondré en el palacio <strong>del</strong><br />

príncipe, al lado de la taza de topacio. Allí irán los pájaros y se zambullirán, y se transformarán en<br />

hermosísimos mancebos. Vosotras tres los veréis; mas habéis de conservar, viéndolos, toda la castidad de<br />

vuestros pensamientos y toda la virginidad de vuestras almas, amando, empero, cada una a uno de los<br />

tres, con un amor santo e inocente. La princesa ama ya al príncipe de la China y la lavanderilla al<br />

escudero, y ambas han mostrado la inocencia de su amor: ahora falta que la doncella favorita de la<br />

princesa se enamore <strong>del</strong> secretario por idéntico estilo. Cuando los tres mancebos encantados vayan al<br />

comedor, los seguiréis sin ser vistas, y allí permaneceréis hasta que el príncipe pida la cajita de sus<br />

entretenimientos y diga, besando el cordoncito:<br />

¡Ay, cordoncito de mi señora!<br />

¡Quién la viera ahora!<br />

La princesa entonces, y vosotras con la princesa, os mostraréis al punto, y cada una dará un<br />

tierno beso en la mejilla izquierda al objeto de su amor. El encanto quedará deshecho en el acto, el Kan<br />

de Tartaria morirá de repente y el príncipe de la China, no sólo poseerá el Celeste Imperio, sino que<br />

heredará asimismo todos los kanatos, reinos y provincias que por derecho propio posee aquel encantador<br />

endiablado.<br />

Apenas el ermitaño acabó de decir estas palabras, hizo una mueca muy rara, entreabrió la boca,<br />

estiró las piernas y se quedó muerto.<br />

La princesa y sus amigas se encontraron de súbito detrás de una masa de verdura, al lado de la<br />

taza de topacio.<br />

Todo se cumplió como el ermitaño había dicho.<br />

Las tres estaban enamoradas; las tres eran castísimas e inocentes. Ni siquiera en el punto<br />

comprometido de dar el regalado y apretado beso sintieron más que una profunda conmoción toda<br />

mística y pura.<br />

Así es que inmediatamente quedaron desencantados los tres mancebos. La China y la Tartaria<br />

fueron dichosas bajo el cetro <strong>del</strong> príncipe. La princesa y sus amigas lo fueron más aún casadas con<br />

aquellos hombres tan lindos. El rey Venturoso abdicó y se fue a vivir a la corte de su yerno, que estaba en<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Pekín. El general que mató al príncipe tártaro obtuvo todas las condecoraciones de China, el título de<br />

primer mandarín y una pensión de miles de miles para él y sus herederos.<br />

Se cuenta, por último, que la princesa Venturosa y el ya emperador de China vivieron largos y<br />

felices años y tuvieron media docena de chiquillos a cual más hermosos. La lavanderilla y la doncella, con<br />

sus respectivos maridos, siguieron siempre gozando <strong>del</strong> favor de sus majestades y siendo los señores más<br />

principales de toda aquella tierra.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

PEDRO PEDRO ANTONIO ANTONIO DE<br />

DE<br />

ALARCÓN<br />

ALARCÓN<br />

EDRO ANTONIO JOAQUÍN MELITÓN DE ALARCÓN Y ARIZA, novelista <strong>español</strong> (Guadix,<br />

Granada, 10 de marzo de 1833 – Madrid, 1 P<br />

19 de julio de 1891). Perteneció al movimiento<br />

realista. Se trata de uno de los más destacados autores de este movimiento, uno de los<br />

artífices <strong>del</strong> fin de la prosa romántica.<br />

Pedro Antonio de Alarcón tuvo una intensa vida ideológica; como sus personajes, evolucionó de las ideas<br />

liberales y revolucionarias a posiciones más tradicionalistas. Aunque su familia provenía de hidalgos era<br />

más bien humilde, aunque no tanto como para no poder permitirse enviarlo a estudiar Derecho en la<br />

Universidad de Granada, carrera que abandonó pronto para iniciarse en la eclesiástica. Aquello tampoco<br />

le satisfizo y abandonó en 1853 para marchar a Cádiz, donde funda El Eco de Occidente, junto a Torcuato<br />

Tárrago y Mateos, iniciando su carrera periodística en la dirección de este periódico.<br />

Alarcón escribía desde su adolescencia, citándose a don Isidro Cepero como el instigador principal de su<br />

inquietud literaria. Su primera obra narrativa, El final de Norma, fue compuesta a los 18 años y publicada<br />

en 1855. Sus inquietudes le llevaron a integrarse en el grupo que se llamó la Cuerda granadina.<br />

Se trasladó en 1854 a Madrid, molesto con el entorno reaccionario de Granada. Allí crea un periódico<br />

satírico, El látigo, que también dirige, de cierto éxito, con ideología antimonárquica, republicana y<br />

revolucionaria. Era un claro heredero de su experiencia en El eco de Occidente.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

En 1857, escribe El hijo pródigo, drama de gran éxito. También en 1857 empieza a publicar relatos y<br />

artículos de viajes en la publicación madrileña El Museo Universal. Más tarde interviene como soldado y<br />

periodista en la guerra de África, recogiendo todo lo que acontecía en la campaña y en su vida allí y que<br />

luego mandaba a su editor en una serie de artículos, que se recogieron bajo el título de Diario de un<br />

testigo de la guerra de África, en 1859; este libro es especialmente apreciado por su gran y prolija<br />

descripción de la vida militar.<br />

Más a<strong>del</strong>ante cultivó la literatura de viajes, contando en diversos artículos sus viajes por Italia (recogidos<br />

en De Madrid a Nápoles, 1861) y su Granada natal (La Alpujarra, 1873), en los que el <strong>realismo</strong> de las<br />

descripciones contrasta con la ilusión de una prosa que narra lo cercano y desconocido. Estos artículos<br />

rebasan el interés meramente periodístico, constituyendo un ejemplo para toda la literatura de viajes<br />

posterior.<br />

En 1865 se casó con Paulina Contreras Rodríguez en Granada, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos,<br />

dos varones y tres mujeres. Los varones fallecieron en Madrid en los años de la contienda civil, al igual<br />

que dos de las hijas, casándose la única que sobrevivió, Carmen de Alarcón Contreras, con Miguel<br />

Valentín Gamazo, de cuyo matrimonio tuvieron tres hijos: María <strong>del</strong> Carmen, María <strong>del</strong> Pilar y Miguel<br />

Valentín de Alarcón, que falleció en Madrid el 4 de mayo de 2000, siendo el último descendiente directo<br />

de Pedro Antonio de Alarcón, pues murió soltero y sin que se sepa que tuviera descendencia.<br />

Como integrante de la Unión Liberal ostentó diversos cargos, siendo el más importante el de consejero de<br />

estado con Alfonso XII, en 1875, siendo también diputado, senador y embajador en Noruega y Suecia.<br />

Además fue académico de la Real Academia de la Lengua desde 1877.<br />

Hacia 1887, convencido de que en el camino <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> lo había dado todo, se condenó al silencio. Tal<br />

vez influyeron las críticas de sus antiguos correligionarios liberales. Por ejemplo, Manuel <strong>del</strong> Palacio<br />

escribió sobre él lo siguiente:<br />

Literato, vale mucho;<br />

folletinista, algo menos;<br />

político, casi nada;<br />

y autor dramático, cero.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El El clavo clavo<br />

clavo<br />

Pedro Antonio de Alarcón<br />

[Nota preliminar: edición digital a partir<br />

de la edición de las OO. CC., Madrid, Fax, 1943<br />

y cotejada con la edición crítica de Laura de los<br />

Ríos (Madrid, Cátedra, 1984, 4ª ed.).]<br />

L<br />

- I -<br />

El número 1<br />

O QUE MÁS ARDIENTEMENTE DESEA<br />

todo el que pone el pie en el estribo<br />

de una diligencia para emprender un<br />

largo viaje, es que los compañeros de<br />

departamento que le toquen en suerte sean de<br />

amena conversación y, tengan sus mismos<br />

gustos, sus mismos vicios, pocas<br />

impertinencias, buena educación y una<br />

franqueza que no raye en familiaridad.<br />

Porque, como ya han dicho y demostrado<br />

Larra, Kock, Soulié y otros escritores de<br />

costumbres, es asunto muy serio esa<br />

improvisada e íntima reunión de dos o más<br />

personas que nunca se han visto, ni quizá han<br />

de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho <strong>del</strong> azar, a codearse<br />

dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en<br />

fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores<br />

amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia.<br />

Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un<br />

fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo <strong>del</strong> bueno, una nodriza que se maree de ir<br />

en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona<br />

que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el <strong>español</strong> (supongo que vosotros no habláis el<br />

inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.<br />

Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por<br />

ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aun de treinta y seis) con quien sobrellevar a<br />

medias las molestias <strong>del</strong> camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple<br />

mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.<br />

Con tan amargos recelos ponía yo el pie en el estribo de la berlina de la diligencia de Granada<br />

a Málaga, a las once menos cinco minutos de una noche <strong>del</strong> otoño de 1844; noche oscura y<br />

tempestuosa, por más señas.<br />

Al penetrar en el coche, con el billete número 2 en el bolsillo, mi primer pensamiento fue<br />

saludar a aquel incógnito número 1 que me traía inquieto antes de serme conocido.<br />

Es de advertir que el tercer asiento de la berlina no estaba tomado, según confesión <strong>del</strong><br />

mayoral en jefe.<br />

-¡Buenas noches! -dije, no bien me senté, enfilando la voz hacia el rincón en que suponía a mi<br />

compañero de jaula.<br />

Un silencio tan profundo como la oscuridad reinante siguió a mis buenas noches.<br />

«¡Diantre! -pensé-. ¿Si será sordo..., o sorda, mi epiceno cofrade?»<br />

Y alzando más la voz, repetí:<br />

-¡Buenas noches!<br />

Igual silencio sucedió a mi segunda salutación.<br />

«¿Si será mudo?» -me dije entonces.<br />

A todo esto, la diligencia había echado a andar, digo, a correr, arrastrada por diez briosos<br />

caballos.<br />

Mi perplejidad subía de punto.<br />

-¿Con quién iba? ¿Con un varón? ¿Con una hembra? ¿Con una vieja? ¿Con una joven? ¿Quién,<br />

quién era aquel silencioso número 1?<br />

Y, fuera quien fuese, ¿por qué callaba? ¿Por qué no respondía a mi saludo? ¿Estaría ebrio?<br />

¿Se habría dormido? ¿Se habría muerto? ¿Sería un ladrón?...<br />

Era cosa de encender luz. Pero yo no fumaba entonces, y no tenía fósforos.<br />

¿Qué hacer?<br />

Por aquí iba en mis reflexiones, cuando se me ocurrió apelar al sentido <strong>del</strong> tacto, pues que tan<br />

ineficaces eran el de la vista y el <strong>del</strong> oído...<br />

Con más tiento, pues, que emplea un pobre diablo para robarnos el pañuelo en la Puerta <strong>del</strong><br />

Sol, extendí la mano derecha hacia aquel ángulo <strong>del</strong> coche.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Mi dorado deseo era tropezar con una falda de seda, o de lana, y aun de percal...<br />

Avancé, pues...<br />

-¡Nada!<br />

Avancé más; extendí todo el brazo... ¡Nada!<br />

Avancé de nuevo; palpé con entera resolución en un lado, en otro, en los cuatro rincones,<br />

debajo de los asientos, en las correas <strong>del</strong> techo...<br />

¡Nada..., nada!<br />

En este momento brilló un relámpago (ya he dicho que había tempestad), y a su luz sulfúrea<br />

vi... ¡que iba completamente solo!<br />

Solté una carcajada, burlándome de mí mismo, y precisamente en aquel instante se detuvo la<br />

diligencia.<br />

Estábamos en el primer relevo.<br />

Ya me disponía a preguntarle al mayoral por el viajero que faltaba, cuando se abrió la<br />

portezuela, y, a la luz de un farol que llevaba el zagal, vi... ¡Me pareció un sueño lo que vi!<br />

Vi poner el pie en el estribo de la berlina (¡de mi departamento!) a una hermosísima mujer,<br />

joven, elegante, pálida, sola, vestida de luto...<br />

Era el número 1; era mi antes epiceno compañero de viaje; era la viuda de mis esperanzas; era<br />

la realización <strong>del</strong> sueño que apenas había osado concebir; era el non plus ultra de mis ilusiones de<br />

viajero... ¡Era ella!<br />

Quiero decir: había de ser ella con el tiempo.<br />

- II -<br />

Escaramuzas<br />

Luego que hube dado la mano a la desconocida para ayudarla a subir, y que ella tomó asiento<br />

a mi lado, murmurando un «Gracias... Buenas noches...» que me llegó al corazón, ocurrióseme<br />

esta idea tristísima y desgarradora:<br />

-¡De aquí a Málaga sólo hay dieciocho leguas! ¡Que no fuéramos a la península de<br />

Kamtchatka!<br />

Entre tanto, se cerró la portezuela y quedamos a oscuras.<br />

Esto significaba ¡no verla!<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Yo pedía relámpagos al cielo, como el Alfonso Munio de la señora Avellaneda, cuando dice:<br />

¡Horrible tempestad, mándame un rayo!<br />

Pero, ¡oh, dolor!, la tormenta se retiraba ya hacia el Mediodía.<br />

Y no era lo peor no verla, sino que el aire severo y triste de la gentil señora me había<br />

impuesto de tal modo, que no me atrevía a cosa ninguna...<br />

Sin embargo, pasados algunos minutos, le hice aquellas primeras preguntas y observaciones<br />

de cajón, que establecen poco a poco cierta intimidad entre los viajeros:<br />

-¿Va usted bien?<br />

-¿Se dirige usted a Málaga?<br />

-¿Le ha gustado a usted la Alhambra?<br />

-¿Viene usted de Granada?<br />

-¡Está la noche húmeda!<br />

A lo que respondió ella:<br />

-Gracias.<br />

-Sí.<br />

-No, señor.<br />

-¡Oh!<br />

-¡Pchis!<br />

Seguramente, mi compañera de viaje tenía poca gana de conversación.<br />

Dediqueme, pues, a coordinar mejores preguntas, y, viendo que no se me ocurrían, me puse a<br />

reflexionar.<br />

¿Por qué había subido aquella mujer en el primer relevo de tiro, y no desde Granada?<br />

¿Por qué iba sola?<br />

¿Era casada?<br />

¿Era viuda?<br />

¿Era...?<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

¿Y su tristeza? Qua de causa?<br />

Sin ser indiscreto no podía hallar la solución de estas cuestiones, y la viajera me gustaba<br />

demasiado para que yo corriese el riesgo de parecerle un hombre vulgar dirigiéndole necias<br />

preguntas.<br />

¡Cómo deseaba que amaneciera!<br />

De día se habla con justificada libertad..., mientras que la conversación a oscuras tiene algo de<br />

tacto, va derecha al bulto, es un abuso de confianza...<br />

La desconocida no durmió en toda la noche, según deduje de su respiración y de los suspiros<br />

que lanzaba de cuando en cuando...<br />

Creo inútil decir que yo tampoco pude coger el sueño.<br />

-¿Está usted indispuesta? -le pregunté una de las veces que se quejó.<br />

-No, señor; gracias. Ruego a usted que se duerma descuidado... -respondió con seria<br />

afabilidad.<br />

-¡Dormirme! -exclamé.<br />

Luego añadí:<br />

-Creí que padecía usted...<br />

-¡Oh!, no..., no padezco -murmuró blandamente, pero con un acento en que llegué a percibir<br />

cierta amargura.<br />

El resto de la noche no dio de sí más que breves diálogos como el anterior.<br />

Amaneció, al fin...<br />

¡Qué hermosa era!<br />

Pero, ¡qué sello de dolor sobre su frente! ¡Qué lúgubre oscuridad en sus bellos ojos! ¡Qué<br />

trágica expresión en todo su semblante! Algo muy triste había en el fondo de su alma.<br />

Y, sin embargo, no era una de aquellas mujeres excepcionales, extravagantes, de corte<br />

romántico, que viven fuera <strong>del</strong> mundo devorando algún pesar o representando alguna tragedia...<br />

Era una mujer a la moda, una elegante mujer, de porte distinguido, cuya menor palabra<br />

dejaba traslucir una de esas reinas de la conversación y <strong>del</strong> buen gusto, que tienen por trono una<br />

butaca de su gabinete, una carretela en el Prado o un palco en la Ópera; pero que callan fuera de<br />

su elemento, o sea fuera <strong>del</strong> círculo de sus iguales.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Con la llegada <strong>del</strong> día se alegró algo la encantadora viajera, y ya consistiese en que mi<br />

circunspección de toda la noche y la gravedad de mi fisonomía le inspirasen buena idea de mi<br />

persona, ya en que quisiera recompensar al hombre a quien no había dejado dormir, fue el caso<br />

que inició a su vez las cuestiones de ordenanza:<br />

-¿Dónde va usted?<br />

-¡Va a hacer un buen día!<br />

-¡Qué hermoso paisaje!<br />

A lo que yo contesté más extensamente que ella me había contestado a mí.<br />

Almorzamos en Colmenar.<br />

Los viajeros <strong>del</strong> interior y de la rotonda eran personas poco tratables.<br />

Mi compañera se redujo a hablar conmigo.<br />

Excusado, es decir, que yo estuve enteramente consagrado a ella y que la atendí en la mesa<br />

como a una persona real.<br />

De vuelta en el coche, nos tratábamos ya con alguna confianza.<br />

En la mesa habíamos hablado de Madrid, y hablar bien de Madrid a una madrileña que se<br />

halla lejos de la corte, es la mejor de las recomendaciones.<br />

¡Porque nada es tan seductor como Madrid perdido!<br />

«¡Ahora o nunca, Felipe! -me dije entonces-. Quedan ocho leguas... Abordemos la cuestión<br />

amorosa...»<br />

- III -<br />

Catástrofe<br />

¡Desventurado! No bien dije una palabra galante a la beldad, conocí que había puesto el dedo<br />

sobre una herida...<br />

En el momento perdí todo lo que había ganado en su opinión.<br />

Así me lo dijo una mirada indefinible que cortó la voz de mis labios.<br />

-Gracias, señor, gracias -me dijo luego, al ver que cambiaba de conversación.<br />

-¿He enojado a usted, señora?<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Sí; el amor me horroriza. ¡Qué triste es inspirar lo que no se siente! ¿Qué haría yo para no<br />

agradar a nadie?<br />

-¡Algo es menester que usted haga, si no se complace en el daño ajeno!... -repuse muy<br />

seriamente-. La prueba es que aquí me tiene pesaroso de haberla conocido... ¡Ya que no feliz, por<br />

lo menos yo vivía ayer en paz..., y ya soy desgraciado, puesto que la amo a usted sin esperanza!<br />

-Le queda a usted una satisfacción, amigo mío... -replicó ella sonriendo.<br />

-¿Cuál?<br />

-Que si no acojo su amor, no es por ser suyo, sino porque es amor. Puede usted, pues, estar<br />

seguro de que ni hoy, ni mañana, ni nunca... obtendrá otro hombre la correspondencia que le<br />

niego. ¡Yo no amaré jamás a nadie!<br />

-Pero, ¿por qué, señora?<br />

-¡Porque el corazón no quiere, porque no puede, porque no debe luchar más! ¡Porque he<br />

amado hasta el <strong>del</strong>irio..., y he sido engañada! En fin, ¡porque aborrezco el amor!<br />

¡Magnífico discurso! Yo no estaba enamorado de aquella mujer. Inspirábame curiosidad y<br />

deseo, por lo distinguida y por lo bella; pero de esto a una pasión había todavía mucha distancia.<br />

Así, pues, al escuchar aquellas dolorosas y terminantes palabras, dejó la contienda mi corazón<br />

de hombre y entró en ejercicio mi imaginación de artista. Quiere esto decir que comencé a hablar<br />

a la desconocida un lenguaje filosófico y moral <strong>del</strong> mejor gusto, con el que logré reconquistar su<br />

confianza, o sea, que me dijese algunas otras generalidades melancólicas <strong>del</strong> género Balzac.<br />

Así llegamos a Málaga.<br />

Era el instante más oportuno para saber el nombre de aquella singularísima señora.<br />

Al despedirme de ella en la Administración, le dije cómo me llamaba, la casa donde iba a<br />

parar y mis señas en Madrid.<br />

Ella me contestó con un tono que nunca olvidaré:<br />

-Doy a usted mil gracias por las amables atenciones que le he merecido durante el viaje, y le<br />

suplico que me dispense si le oculto mi nombre, en vez de darle uno fingido, que es con el que<br />

aparezco en la hoja.<br />

-¡Ah! -respondí-. ¡Luego nunca volveremos a vernos!<br />

-¡Nunca!..., lo cual no debe pesarle.<br />

Dicho esto, la joven sonrió sin alegría, tendióme una mano con exquisita gracia, y murmuró:<br />

-Pida usted a Dios por mí.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Yo estreché su mano linda y <strong>del</strong>icada, y terminé con un saludo aquella escena, que empezaba<br />

a hacerme mucho daño.<br />

En esto llegó un elegante coche al parador.<br />

Un lacayo con librea negra avisó a la desconocida.<br />

Subió ella al carruaje; saludóme de nuevo, y desapareció por la Puerta <strong>del</strong> Mar.<br />

Dos meses después volví a encontrarla.<br />

Sepamos dónde.<br />

- IV -<br />

Otro viaje<br />

A las dos de la tarde <strong>del</strong> 1.º de noviembre de aquel mismo año caminaba yo sobre un mal<br />

rocín de alquiler por el arrecife que conduce a ***, villa importante y cabeza de partido de la<br />

provincia de Córdoba.<br />

Mi criado y el equipaje iban en otro rocín mucho peor.<br />

Dirigíame a *** con objeto de arrendar unas tierras y permanecer tres o cuatro semanas en<br />

casa <strong>del</strong> Juez de Primera instancia, íntimo amigo mío, a quien conocí en la Universidad de Granada<br />

cuando ambos estudiábamos Jurisprudencia, y donde simpatizamos, contrajimos estrecha amistad<br />

y fuimos inseparables. Después no nos habíamos visto en siete años.<br />

Según iba aproximándome a la población término de mi viaje, llegaba más distintamente a<br />

mis oídos el melancólico clamoreo de muchas campanas que tocaban a muerto.<br />

Maldita la gracia que me hizo tan lúgubre coincidencia...<br />

Sin embargo, aquel doble no tenía nada de casual y yo debí contar con él, en atención a ser<br />

víspera <strong>del</strong> día de Difuntos.<br />

Llegué, con todo, muy de mal humor a los brazos de mi amigo, que me aguardaba en las<br />

afueras <strong>del</strong> pueblo.<br />

Él advirtió al momento mi preocupación, y después de los primeros saludos:<br />

-¿Qué tienes? -me dijo, dándome el brazo, en tanto que sus criados y el mío se alejaban con<br />

las cabalgaduras.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Hombre, seré franco... -le contesté-. Nunca he merecido, ni pienso merecer, que me eleven<br />

arcos de triunfo; nunca he experimentado ese inmenso júbilo que llenará el corazón de un grande<br />

hombre en el momento que un pueblo alborozado sale a recibirlo, mientras que las campanas<br />

repican a vuelo; pero...<br />

-¿Adónde vas a parar?<br />

-A la segunda parte de mi discurso. Y es: que si en este pueblo no he experimentado los<br />

honores de la entrada triunfal, acabo de ser objeto de otros muy parecidos, aunque enteramente<br />

opuestos. ¡Confiesa, oh juez de palo, que esos clamores funerales que solemnizan mi entrada en<br />

*** hubieran contristado al hombre más jovial <strong>del</strong> universo!<br />

-¡Bravo, Felipe! -replicó el juez, a quien llamaremos Joaquín Zarco-. ¡Vienes muy a mi gusto!<br />

Esa melancolía cuadra perfectamente a mi tristeza...<br />

-¡Tú triste!... ¿De cuándo acá?<br />

Joaquín se encogió de hombros, y no sin trabajo retuvo un gemido...<br />

Cuando dos amigos que se quieren de verdad vuelven a verse después de larga separación,<br />

parece como que resucitan todas las penas que no han llorado juntos.<br />

Yo me hice el desentendido por el momento, y hablé a Zarco de cosas indiferentes.<br />

En esto penetramos en su elegante casa.<br />

-¡Diantre, amigo mío! -no pude menos de exclamar-. ¡Vives muy bien alojado!... ¡Qué orden,<br />

qué gusto en todo! ¡Necio de mí!... Ya caigo... Te habrás casado...<br />

-No me he casado... -respondió el juez con la voz un poco turbada-. ¡No me he casado, ni me<br />

casaré nunca!...<br />

-Que no te has casado, lo creo, supuesto que no me lo has escrito... ¡Y la cosa valía la pena de<br />

ser contada! Pero eso de que no te casarás nunca, no me parece tan fácil ni tan creíble.<br />

-¡Pues te lo juro! -replicó Zarco solemnemente.<br />

-¡Qué rara metamorfosis! -repuse yo-. Tú, tan partidario siempre <strong>del</strong> séptimo sacramento; tú,<br />

que hace dos años me escribías aconsejándome que me casara, ¡salir ahora con esa novedad!...<br />

Amigo mío, ¡a ti te ha sucedido algo, y algo muy penoso!<br />

-¿A mí? -dijo Zarco estremeciéndose.<br />

-¡A ti! -proseguí yo-. ¡Y vas a contármelo! Tú vives aquí solo, encerrado en la grave<br />

circunspección que exige tu destino, sin un amigo a quien referir tus debilidades de mortal... Pues<br />

bien; cuéntamelo todo, y veamos si puedo servirte de algo.<br />

El juez me estrechó las manos diciendo:<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Sí..., sí... ¡Lo sabrás todo, amigo mío! ¡Soy muy desventurado!<br />

Luego se serenó un poco, y añadió secamente:<br />

-Vístete. Hoy va todo el pueblo a visitar el cementerio y parecería mal que yo faltase. Vendrás<br />

conmigo. La tarde está buena y te conviene andar a pie para descansar <strong>del</strong> trote <strong>del</strong> rocín. El<br />

cementerio se halla situado en medio de un hermoso campo, y no te disgustará el paseo. Por el<br />

camino te contaré la historia que ha acibarado mi existencia, y verás si tengo o no tengo motivos<br />

para renegar de las mujeres.<br />

Una hora después caminábamos Zarco y yo en dirección al cementerio.<br />

Mi pobre amigo me habló de esta manera:<br />

- V -<br />

Memorias de un juez de primera instancia<br />

I<br />

Hace dos años que, estando de Promotor fiscal en ***, obtuve licencia para pasar un mes en<br />

Sevilla.<br />

En la fonda en que me hospedé vivía hacía algunas semanas cierta elegante y hermosísima<br />

joven, que pasaba por viuda, cuya procedencia, así como el objeto que la retenía en Sevilla, eran<br />

un misterio para los demás huéspedes.<br />

Su soledad, su lujo, su falta de relaciones y el aire de tristeza que la envolvía, daban pie a mil<br />

conjeturas; todo lo cual, unido a su incomparable belleza y a la inspiración y gusto con que tocaba<br />

el piano y cantaba, no tardó en despertar en mi alma una invencible inclinación hacia aquella<br />

mujer.<br />

Sus habitaciones estaban exactamente encima de las mías; de modo que la oía cantar y tocar,<br />

ir y venir, y hasta conocía cuándo se acostaba, cuándo se levantaba y cuándo pasaba la noche en<br />

vela -cosa muy frecuente-. Aunque en lugar de comer en la mesa redonda se hacía servir en su<br />

cuarto, y no iba nunca al teatro, tuve ocasión de saludarla varias veces, ora en la escalera, ora en<br />

alguna tienda, ora de balcón a balcón, y al poco tiempo los dos estábamos seguros <strong>del</strong> placer con<br />

que nos veíamos.<br />

Tú lo sabes. Yo era grave, aunque no triste, y esta circunspección mía cuadraba<br />

perfectamente a la retraída existencia de aquella mujer; pues ni nunca la dirigí la palabra, ni<br />

procuré visitarla en su cuarto, ni la perseguí con enojosa curiosidad como otros habitantes de la<br />

fonda.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Este respeto a su melancolía debió de halagar su orgullo de paciente; dígolo, porque no tardó<br />

en mirarme con cierta deferencia, cual si ya nos hubiésemos revelado el uno al otro.<br />

Quince días habían transcurrido de esta manera, cuando la fatalidad..., nada más que la<br />

fatalidad..., me introdujo una noche en el cuarto de la desconocida.<br />

Como nuestras habitaciones ocupaban idéntica situación en el edificio, salvo el estar en pisos<br />

diferentes, eran sus entradas iguales. Dicha noche, pues, al volver <strong>del</strong> teatro, subí distraído más<br />

escaleras de las que debía, y abrí la puerta de su cuarto creyendo que era la <strong>del</strong> mío.<br />

La hermosa estaba leyendo, y se sobresaltó al verme. Yo me aturdí de tal modo, que apenas<br />

pude disculparme, pero mi misma turbación y la prisa con que intenté irme, la convencieron de<br />

que aquella equivocación no era una farsa. Retúvome, pues, con exquisita amabilidad «para<br />

demostrarme -dijo- que creía en mi buena fe y que no estaba incomodada conmigo», acabando<br />

por suplicarme que me equivocara otra vez <strong>del</strong>iberadamente, pues no podía tolerar que una<br />

persona de mis condiciones de carácter pasase las noches en el balcón, oyéndola cantar -como ella<br />

me había visto-, cuando su pobre habilidad se honraría con que yo le prestase atención más de<br />

cerca.<br />

A pesar de todo creí de mi deber no tomar asiento en aquella noche, y salí.<br />

Pasaron tres días, durante los cuales tampoco me atreví a aprovechar el amable ofrecimiento<br />

de la bella cantora, aun a riesgo de pasar por descortés a sus ojos. ¡Y era que estaba perdidamente<br />

enamorado de ella; era que conocía que en unos amores con aquella mujer no podía haber<br />

término medio, sino <strong>del</strong>irio de dolor o <strong>del</strong>irio de ventura; era que le temía, en fin, a la atmósfera<br />

de tristeza que la rodeaba!<br />

Sin embargo, después de aquellos tres días, subí al piso segundo.<br />

Permanecí allí toda la velada: la joven me dijo llamarse Blanca y ser madrileña y viuda: tocó el<br />

piano, cantó, hízome mil preguntas acerca de mi persona, profesión, estado, familia, etc., y todas<br />

sus palabras y observaciones me complacieron y enajenaron... Mi alma fue desde aquella noche<br />

esclava de la suya.<br />

A la noche siguiente volví, y a la otra noche también, y después todas las noches y todos los<br />

días.<br />

Nos amábamos, y ni una palabra de amor nos habíamos dicho.<br />

Pero, hablando <strong>del</strong> amor habíale yo encarecido varias veces la importancia que daba a este<br />

sentimiento, la vehemencia de mis ideas y pasiones, y todo lo que necesitaba mi corazón para ser<br />

feliz.<br />

Ella, por su parte, me había manifestado que pensaba <strong>del</strong> mismo modo.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Yo -dijo una noche- me casé sin amor a mi marido. Poco tiempo después... lo odiaba. Hoy ha<br />

muerto. ¡Sólo Dios sabe cuánto he sufrido! Yo comprendo el amor de esta suerte: es la gloria o es<br />

el infierno. Y para mí, hasta ahora, ¡siempre ha sido el infierno!<br />

Aquella noche no dormí.<br />

La pasé analizando las últimas palabras de Blanca.<br />

¡Qué superstición la mía! Aquella mujer me daba miedo. ¿Llegaríamos a ser, yo su gloria y ella<br />

mi infierno?<br />

Entre tanto, expiraba el mes de licencia.<br />

Podía pedir otro pretextando una enfermedad... Pero, ¿debía hacerlo?<br />

Consulté con Blanca.<br />

-¿Por qué me lo pregunta usted a mí? -repuso ella, cogiéndome una mano.<br />

-Más claro, Blanca... -respondí-. Yo la amo a usted... ¿Hago mal en amarla?<br />

-¡No! -respondió Blanca palideciendo.<br />

Y sus ojos negros dejaron escapar dos torrentes de luz y de voluptuosidad...<br />

II<br />

Pedí, pues, dos meses de licencia, me los concedieron... gracias a ti. ¡Nunca me hubieras<br />

hecho aquel favor!<br />

Mis relaciones con Blanca no fueron amor: fueron <strong>del</strong>irio, locura, fanatismo.<br />

Lejos de atemperarse mi frenesí con la posesión de aquella mujer extraordinaria, se exacerbó<br />

más y más: cada día que pasaba, descubría nuevas afinidades entre nosotros, nuevos tesoros de<br />

ventura, nuevos manantiales de felicidad...<br />

Pero en mi alma como en la suya, brotaban al propio tiempo misteriosos temores.<br />

¡Temíamos perdernos!... Ésta era la fórmula de nuestra inquietud.<br />

Los amores vulgares necesitan el miedo para alimentarse, para no decaer. Por eso se ha dicho<br />

que toda relación ilegítima es más vehemente que el matrimonio. Pero un amor como el nuestro<br />

hallaba recónditos pesares en su precario porvenir, en su inestabilidad, en su carencia de lazos<br />

indisolubles...<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Blanca me decía:<br />

-Nunca esperé ser amada por un hombre como tú; y, después de ti, no veo amor ni dicha<br />

posibles para mi corazón. Joaquín, un amor como el tuyo era la necesidad de mi vida: moría ya sin<br />

él; sin él moriría mañana... Dime que nunca me olvidarás.<br />

-¡Casémonos, Blanca! -respondía yo.<br />

Y Blanca inclinaba la cabeza con angustia.<br />

-¡Sí, casémonos! -volvía yo a decir, sin comprender aquella muda desesperación.<br />

-¡Cuánto me amas! -replicaba ella-. Otro hombre en tu lugar rechazaría esa idea, si yo se la<br />

propusiese. Tú, por el contrario...<br />

-Yo, Blanca, estoy orgulloso de ti; quiero ostentarte a los ojos <strong>del</strong> mundo; quiero perder toda<br />

zozobra acerca <strong>del</strong> tiempo que vendrá; quiero saber que eres mía para siempre. Además, tú<br />

conoces mi carácter, sabes que nunca transijo en materias de honra... Pues bien; la sociedad en<br />

que vivimos llama crimen a nuestra dicha... ¿Por qué no hemos de rendirnos al pie <strong>del</strong> altar? ¡Te<br />

quiero pura, te quiero noble, te quiero santa! ¡Te amaré entonces más que hoy!... ¡Acepta mi<br />

mano!<br />

-¡No puedo! -respondía aquella mujer incomprensible.<br />

Y este debate se reprodujo mil veces.<br />

Un día que yo peroré largo rato contra el adulterio y contra toda inmoralidad, Blanca se<br />

conmovió extraordinariamente; lloró, me dio las gracias y repitió lo de costumbre:<br />

-¡Cuánto me amas! ¡Qué bueno, qué grande, qué noble eres!<br />

A todo esto expiraba la prórroga de mi licencia.<br />

Érame necesario volver a mi destino, y así se lo anuncié a Blanca.<br />

-¡Separarnos! -gritó con infinita angustia.<br />

-¡Tú lo has querido! -contesté.<br />

-¡Eso es imposible!... Yo te idolatro, Joaquín.<br />

-Blanca, yo te adoro.<br />

-Abandona tu carrera... Yo soy rica... ¡Viviremos juntos! -exclamó, tapándome la boca para<br />

que no replicara.<br />

La besé la mano, y respondí:<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-De mi esposa aceptaría esa oferta, haciendo todavía un sacrificio... Pero de ti...<br />

-¡De mí! -respondió llorando. ¡De la madre de tu hijo!<br />

-¿Quién? ¡Tú! ¡Blanca!...<br />

-Sí..., Dios acaba de decirme que soy madre... ¡Madre por primera vez! ¡Tú has completado mi<br />

vida, Joaquín; y no bien gusto la fruición de esta bienaventuranza absoluta, quieres desgajar el<br />

árbol de mi dicha! ¡Me das un hijo y me abandonas tú...!<br />

-¡Sé mi esposa, Blanca! -fue mi única contestación-. Labremos la felicidad de ese ángel que<br />

llama a las puertas de la vida.<br />

Blanca permaneció mucho tiempo silenciosa.<br />

Luego levantó la cabeza con una tranquilidad indefinible, y murmuró:<br />

-Seré tu esposa.<br />

-¡Gracias! ¡Gracias, Blanca mía!<br />

-Escucha -dijo al poco rato-: no quiero que abandones tu carrera...<br />

-¡Ah! ¡Mujer sublime!<br />

-Vete a tu Juzgado... ¿Cuánto tiempo tardarás en arreglar allí tus asuntos, solicitar <strong>del</strong><br />

Gobierno más licencia y volver a Sevilla?<br />

-Un mes.<br />

-Un mes... -repuso Blanca-. ¡Bien! Aquí te espero. Vuelve dentro de un mes y seré tu esposa.<br />

Hoy somos 15 de abril... ¡El 15 de mayo, sin falta!<br />

-¡Sin falta!<br />

-¿Me lo juras?<br />

-Te lo juro.<br />

-¡Aún otra vez! -replicó Blanca.<br />

-Te lo juro.<br />

-¿Me amas?<br />

-Con toda mi vida.<br />

-Pues vete, y ¡vuelve! Adiós...<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Dijo, y me suplicó que la dejara y que partiera sin perder momento.<br />

Despedíme de ella y partí a *** aquel mismo día.<br />

Llegué a ***.<br />

III<br />

Preparé mi casa para recibir a mi esposa; solicité y obtuve, como sabes, otro mes de licencia,<br />

y arreglé todos mis asuntos con tal eficacia, que, al cabo de quince días, me vi en libertad de volver<br />

a Sevilla.<br />

Debo advertirte que durante aquel medio mes no recibí ni una sola carta de Blanca, a pesar<br />

de haberle yo escrito seis. Esta circunstancia me tenía vivamente contrariado. Así fue que, aunque<br />

sólo había transcurrido la mitad <strong>del</strong> plazo que mi amada me concediera, salí para Sevilla, adonde<br />

llegué el día 30 de abril.<br />

Inmediatamente me dirigí a la fonda que había sido nido de nuestros amores.<br />

Blanca había desaparecido dos días después de mi partida, sin dejar razón <strong>del</strong> punto a que se<br />

encaminaba.<br />

¡Imagínate el dolor de mi desengaño! ¡No escribirme que se marchaba! ¡Marcharse sin dejar<br />

dicho adónde se dirigía! ¡Hacerme perder completamente su rastro! ¡Evadirse, en fin, como una<br />

criminal cuyo <strong>del</strong>ito se ha descubierto!<br />

Ni por un instante se me ocurrió permanecer en Sevilla hasta el 15 de mayo aguardando a ver<br />

si regresaba Blanca... La violencia de mi dolor y de mi indignación, y el bochorno que sentía por<br />

haber aspirado a la mano de semejante aventurera, no dejaban lugar a ninguna esperanza, a<br />

ninguna ilusión, a ningún consuelo. Lo contrario hubiera sido ofender mi propia conciencia, que ya<br />

veía en Blanca el ser odioso y repugnante que el amor o el deseo habían disfrazado hasta<br />

entonces... ¡Indudablemente era una mujer liviana e hipócrita, que me amó sensualmente, pero<br />

que, previendo la habitual mudanza de su caprichoso corazón, no pensó nunca en que nos<br />

casáramos! Hostigada al fin por mi amor y mi honradez, había ejecutado una torpe comedia, a fin<br />

de escaparse impunemente. ¡Y en cuanto a aquel hijo anunciado con tanto júbilo, tampoco me<br />

cabía ya duda de que era otra ficción, otro engaño, otra sangrienta burla!... ¡Apenas se<br />

comprendía semejante perversidad en una criatura tan bella y tan inteligente!<br />

Tres días nada más estuve en Sevilla, y el 4 de mayo me marché a la Corte, renunciando a mi<br />

destino, para ver si mi familia y el bullicio <strong>del</strong> mundo me hacían olvidar a aquella mujer, que<br />

sucesivamente había sido para mí la gloria y el infierno.<br />

Por último, hace cosa de quince meses que tuve que aceptar el Juzgado de este otro pueblo,<br />

donde, como has visto, no vivo muy contento que digamos; siendo lo peor de todo que, en medio<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

de mi aborrecimiento a Blanca, detesto mucho más a las demás mujeres... por la sencilla razón de<br />

que no son ella...<br />

¿Te convences ahora de que nunca llegaré a casarme?<br />

- VI -<br />

El cuerpo <strong>del</strong> <strong>del</strong>ito<br />

Pocos segundos después de terminar mi amigo Zarco la relación de sus amores, llegamos al<br />

cementerio.<br />

El cementerio de *** no es otra cosa que un campo yermo y solitario, sembrado de cruces de<br />

madera y rodeado por una tapia. Ni lápida ni sepulcros turban la monotonía de aquella mansión.<br />

Allí descansan, en la fría tierra, pobres y ricos, grandes y plebeyos, nivelados por la muerte.<br />

En estos pobres cementerios, que tanto abundan en España y que son acaso los más poéticos<br />

y los más propios de sus moradores, sucede con frecuencia que, para sepultar un cuerpo, es<br />

menester exhumar otro, o, mejor dicho, que cada dos años se echa una nueva capa de muertos<br />

sobre la tierra. Consiste esto en la pequeñez <strong>del</strong> recinto, y da por resultado que, alrededor de cada<br />

nueva zanja, hay mil blancos despojos que de tiempo en tiempo son conducidos al osario común.<br />

Yo he visto más de una vez estos osarios... ¡Y en verdad que merecen ser vistos! Figuraos, en<br />

un rincón <strong>del</strong> campo santo, una especie de pirámide de huesos, una colina de multiforme marfil,<br />

un cerro de cráneos, fémures, canillas, húmeros, clavículas rotas, columnas espinales desgranadas,<br />

dientes sembrados acá y allá, costillas que fueron armadura de corazones, dedos diseminados..., y<br />

todo ello seco, frío, muerto, árido... ¡Figuraos, figuraos aquel horror!<br />

Y ¡qué contactos! Los enemigos, los rivales, los esposos, los padres y sus hijos, están allí, no<br />

sólo juntos, sino revueltos, mezclados por pedazos, como trillada mies, como rota paja... Y ¡qué<br />

desapacible ruido cuando un cráneo choca con otro, o cuando baja rodando desde la cumbre por<br />

aquellas huecas astillas de antiguos hombres! Y ¡qué risa tan insultante tienen las calaveras!<br />

Pero volvamos a nuestra historia.<br />

Andábamos Joaquín y yo dando sacrílegamente con el pie a tantos restos inanimados, ora<br />

pensando en el día que otros pies hollarían nuestros despojos, ora atribuyendo a cada hueso una<br />

historia; procurando hallar el secreto de la vida en aquellos cráneos donde acaso moró el genio o<br />

bramó la pasión, y ya vacíos como celda de difunto fraile, o adivinando otras veces (por la<br />

configuración, por la dureza y por la dentadura) si tal calavera perteneció a una mujer, a un niño o<br />

a un anciano; cuando las miradas <strong>del</strong> juez quedaron fijas en uno de aquellos globos de marfil...<br />

-¿Qué es esto? -exclamó retrocediendo un poco-. ¿Qué es esto, amigo mío? ¿No es un clavo?<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Y así hablando daba vueltas con el bastón a un cráneo, bastante fresco todavía, que<br />

conservaba algunos espesos mechones de pelo negro.<br />

Miré y quede tan asombrado como mi amigo... ¡Aquella calavera estaba atravesada por un<br />

clavo de hierro!<br />

La chata cabeza de este clavo asomaba por la parte superior <strong>del</strong> hueso coronal, mientras que<br />

la punta salía por el que fue cielo de la boca.<br />

¿Qué podía significar aquello?<br />

De la extrañeza pasamos a las conjeturas, ¡y de las conjeturas al horror!...<br />

-¡Reconozco la Providencia! exclamó finalmente Zarco-. ¡He aquí un espantoso crimen que iba<br />

a quedar impune y que se <strong>del</strong>ata por sí mismo a la justicia! ¡Cumpliré con mi deber, tanto más,<br />

cuanto que parece que el mismo Dios me lo ordena directamente al poner ante mis ojos la<br />

taladrada cabeza de la víctima! ¡Ah! Sí... ¡Juro no descansar hasta que el autor de este horrible<br />

<strong>del</strong>ito expíe su maldad en el cadalso!<br />

- VII -<br />

Primeras diligencias<br />

Mi amigo Zarco era un mo<strong>del</strong>o de jueces.<br />

Recto, infatigable, aficionado, tanto como obligado, a la administración de justicia, vio<br />

en aquel asunto un campo vastísimo en que emplear toda su inteligencia, todo su celo,<br />

todo su fanatismo (perdonad la palabra) por el cumplimiento de la ley.<br />

Inmediatamente hizo buscar a un escribano, y dio principio al proceso.<br />

Después de extendido testimonio de aquel hallazgo, llamó al enterrador.<br />

El lúgubre personaje se presentó ante la ley pálido y tembloroso. ¡A la verdad, entre<br />

aquellos dos hombres, cualquier escena tenía que ser horrible! Recuerdo literalmente su<br />

diálogo:<br />

El juez.- ¿De quién puede ser esta calavera?<br />

El sepulturero.- ¿Dónde la ha encontrado vuestra señoría?<br />

El juez.- En este mismo sitio.<br />

El sepulturero.- Pues entonces pertenece a un cadáver que, por estar ya algo pasado,<br />

desenterré ayer para sepultar a una vieja que murió anteanoche.<br />

El juez.- ¿Y por qué exhumó usted ese cadáver y no otro más antiguo?<br />

El sepulturero.- Ya lo he dicho a vuestra señoría: para poner a la vieja en su lugar. ¡El<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Ayuntamiento no quiere convencerse de que este cementerio es muy chico para tanta<br />

gente como se muere ahora! ¡Así es que no se deja a los muertos secarse en la tierra, y<br />

tengo que trasladarlos medio vivos al osario común!<br />

El juez.- ¿Y podrá saberse de quién es el cadáver a que corresponde esta cabeza?<br />

El sepulturero.- No es muy fácil, señor.<br />

El juez.- Sin embargo, ¡ello ha de ser! Conque piénselo usted despacio.<br />

El sepulturero.- Encuentro un medio de saberlo...<br />

El juez.- Dígalo usted.<br />

El sepulturero.- La caja de aquel muerto se hallaba en regular estado cuando la saqué<br />

de la tierra, y me la llevé a mi habitación para aprovechar las tablas de la tapa. Acaso<br />

conserven alguna señal, como iniciales, galones o cualquiera otra de esas cosas que se<br />

estilan ahora para adornar los ataúdes...<br />

El juez.- Veamos esas tablas.<br />

En tanto que el sepulturero traía los fragmentos <strong>del</strong> ataúd, Zarco mandó a un alguacil<br />

que envolviese el misterioso cráneo en un pañuelo, a fin de llevárselo a su casa.<br />

El enterrador llegó con las tablas.<br />

Como esperábamos, encontráronse en una de ellas algunos jirones de galón dorado,<br />

que, sujetos a la madera con tachuelas de metal, habrían formado letras y números...<br />

Pero el galón estaba roto, y era imposible restablecer aquellos caracteres.<br />

No desmayó, con todo, mi amigo, sino que hizo arrancar completamente el galón, y<br />

por las tachuelas, o por las punturas de otras que había habido en la tabla, recompuso las<br />

siguientes cifras:<br />

A. G. R.<br />

1843<br />

R. I. P.<br />

Zarco radió en entusiasmo al hacer este descubrimiento.<br />

-¡Es bastante! ¡Es demasiado! exclamó gozosamente-. ¡Asido de esta hebra, recorreré<br />

el laberinto y lo descubriré todo!<br />

Cargó el alguacil con la tabla, como había cargado con la calavera, y regresamos a la<br />

población.<br />

Sin descansar un momento, nos dirigimos a la parroquia más próxima.<br />

Zarco pidió al cura el libro de sepelios de 1843.<br />

Recorriólo el escribano hoja por hoja, partida por partida...<br />

Aquellas iniciales A. G. R. no correspondían a ningún difunto.<br />

Pasamos a otra parroquia.<br />

Cinco tiene la villa: a la cuarta que visitamos, halló el escribano esta partida de sepelio:<br />

«En la iglesia parroquial de San..., de la villa de ***, a 4 de mayo de 1843, se hicieron<br />

los oficios de funeral, conforme a entierro mayor, y se dio sepultura en el cementerio<br />

común a D. ALFONSO GUTIÉRREZ DEL ROMERAL, natural y vecino que fue de esta<br />

población, el cual no recibió los Santos Sacramentos ni testó, por haber muerto de apoplejía<br />

fulminante, en la noche anterior, a la edad de treinta y un años. Estuvo casado con doña<br />

Gabriela Zahara <strong>del</strong> Valle, natural de Madrid, y no deja hijos. Y para que conste, etc...»<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Tomó Zarco un certificado de esta partida, autorizado por el cura, y regresamos a<br />

nuestra casa.<br />

Por el camino me dijo el Juez:<br />

-Todo lo veo claro. Antes de ocho días habrá terminado este proceso que tan oscuro<br />

se presentaba hace dos horas. Ahí llevamos una apoplejía fulminante de hierro, que tiene<br />

cabeza y punta, y que dio muerte repentina a un don Alfonso Gutiérrez <strong>del</strong> Romeral. Es<br />

decir: tenemos el clavo... Ahora sólo me falta encontrar el martillo<br />

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Leopoldo Leopoldo Alas<br />

Alas<br />

“Clarín”<br />

“Clarín”<br />

Biografía<br />

LEOPOLDO ALAS, conocido por el<br />

seudónimo de "Clarín", forma con<br />

Pérez Galdós la pareja de grandes<br />

novelistas <strong>español</strong>es <strong>del</strong> siglo XIX. De familia<br />

asturiana, nace en 1852, en Zamora, donde su<br />

padre era gobernador civil. En 1863 la familia<br />

se afincó en Oviedo, ciudad a la que le uniría<br />

una estrecha relación y que se convertiría, de<br />

alguna manera, en la protagonista de su obra<br />

maestra, La Regenta. En 1868 participó con<br />

entusiasmo en las jornadas revolucionarias de<br />

septiembre, experiencia que fue la base de<br />

sus convicciones progresistas y republicanas.<br />

Estudió en Oviedo, con brillantes<br />

calificaciones, tanto en el colegio como en la<br />

universidad, donde cursó la carrera de<br />

Derecho y entró en contacto con los<br />

krausistas (Giner de los Ríos, Salmerón). Al<br />

mismo tiempo colaboraba en El Solfeo, de orientación republicana, donde comenzó a utilizar el<br />

seudónimo "Clarín" para firmar sus artículos. Aunque ganó las oposiciones a una cátedra de la Universidad<br />

de Salamanca, no pudo tomar posesión de ella debido a la injusta intervención <strong>del</strong> ministro de Fomento,<br />

que se vengó así de las sátiras que el escritor le había dirigido desde la prensa. Más tarde, en 1882,<br />

consiguió la cátedra de Economía Política de la Universidad de Zaragoza y el año siguiente se trasladó a la<br />

cátedra de Derecho Romano de la Universidad de Oviedo, actividad que alternó con las de articulista y<br />

escritor. Sus artículos literarios y satíricos, publicados mayoritariamente en la revista Madrid Cómico,<br />

alcanzaron gran popularidad, pero su mordacidad le valió numerosas enemistades e incluso algún duelo.<br />

En 1891 fue elegido concejal republicano <strong>del</strong> ayuntamiento de la capital asturiana. Murió en 1901.<br />

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La Regenta<br />

1. Resumen <strong>del</strong> Argumento<br />

La Regenta es, sin duda, la obra maestra de<br />

Clarín y una de las novelas más importantes de la<br />

literatura <strong>español</strong>a. En ella se retrata en toda su<br />

complejidad una ciudad de provincias, Vetusta<br />

(nombre tras el que e esconde Oviedo), en la que<br />

está representada la sociedad <strong>español</strong>a de la<br />

Restauración. Clarín somete a una irónica crítica a<br />

todos los estamentos de la ciudad: la aristocracia<br />

decadente, el clero corrupto, las damas hipócritas,<br />

los partidos políticos. Todo ello conforma una<br />

atmósfera social asfixiante, opresiva, con la que<br />

choca la protagonista, Ana Ozores. Su<br />

temperamento sensible y soñador la lleva a<br />

refugiarse en el misticismo, pero su confesor, el<br />

canónigo Fermín de Pas, la decepciona cuando<br />

intenta aprovecharse de ella. Cae entonces en<br />

brazos de Álvaro Mesía, un mediocre don Juan, con<br />

el que vivirá una relación amorosa que no resultará ser más que un sucedáneo de sus ideales románticos.<br />

En el enfrentamiento entre Ana y Vetusta, la primera acabará siendo vencida, y, en consecuencia,<br />

marginada. La importancia de la presión ambiental, social, sobre la protagonista acerca la novela a las<br />

teorías <strong>del</strong> Naturalismo.<br />

2. Estructura<br />

La obra se divide en dos partes. Cada una consta de quince extensos capítulos, pero la distribución<br />

temporal entre ambas es irregular: mientras la primera abarca los acontecimientos que ocurren en tres<br />

días, la segunda comprende tres años. Cada capítulo goza de unidad y de autonomía dentro de un<br />

conjunto perfectamente ensamblado. Sin embargo, esta perfecta organización interna no es fruto de una<br />

lenta elaboración, sino de un agitado y rapidísimo proceso de escritura, en el que el escritor se olvidaba a<br />

veces "hasta de los nombres de algunos personajes", según confesó él mismo.<br />

3. El autor<br />

Clarín combina el punto de vista objetivo, distante, con el <strong>del</strong> autor omnisciente, es decir, interviene de<br />

vez en cuando en la obra, dando sus opiniones sobre las acciones de los personajes o anticipando los<br />

acontecimientos. y, sobre todo, aportando una aguda visión irónica que pone al servicio de una<br />

demoledora crítica de la sociedad de la Restauración, hipócrita y mediocre.<br />

4. Éxito de la Regenta<br />

La Regenta causó escándalo en su momento, en especial por las críticas anticlericales que contenía.<br />

Este hecho contribuyó a que la novela no tuviera mucho éxito de público y de crítica en su época. Hubo<br />

que esperar a las últimas décadas <strong>del</strong> siglo XX para que la crítica reconociera que se trataba de una<br />

auténtica obra maestra.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Adiós, Adiós, Cordera<br />

Cordera<br />

Leopoldo Alas “Clarín”<br />

¡ERAN TRES, SIEMPRE LOS TRES!: Rosa, Pinín y la Cordera.<br />

El prao 1 Somonte era un recorte triangular de terciopelo<br />

verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma.<br />

Uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de<br />

hierro 2 de Oviedo a Gijón. Un palo <strong>del</strong> telégrafo, plantado allí<br />

como pendón de conquista, con sus jícaras 3 blancas y sus<br />

alambres paralelos, a derecha e izquierda, representaba para<br />

Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible,<br />

eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho,<br />

cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, inofensivo,<br />

campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse en la aldea y<br />

parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue atreviéndose con<br />

él, llevó la confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar<br />

hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la<br />

porcelana de arriba, que le recordaba las jícaras que había visto<br />

en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca <strong>del</strong> misterio sagrado<br />

le acometía un pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa<br />

hasta tropezar con los pies en el césped.<br />

Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo desconocido, se contentaba con arrimar el oído al<br />

palo <strong>del</strong> telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los formidables rumores<br />

metálicos que el viento arrancaba a las fibras <strong>del</strong> pino seco en contacto con el alambre. Aquellas<br />

vibraciones, a veces intensas como las <strong>del</strong> diapasón 4 , que aplicado al oído parece que quema con su<br />

vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se escribían por los hilos, el<br />

lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por entender<br />

lo que los de allá, tan lejos, decían a los <strong>del</strong> otro extremo <strong>del</strong> mundo. ¿Qué le importaba? Su interés<br />

estaba en el ruido por el ruido mismo, por su timbre y su misterio.<br />

La Cordera, mucho más formal que sus compañeros, verdad es que relativamente, de edad<br />

también mucho más madura, se abstenía de toda comunicación con el mundo civilizado, y miraba de<br />

lejos el palo <strong>del</strong> telégrafo como lo que era para ella efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le<br />

servía siquiera para rascarse. Era una vaca que había vivido mucho. Sentada horas y horas, pues, experta<br />

en pastos, sabía aprovechar el tiempo, meditaba más que comía, gozaba <strong>del</strong> placer de vivir en paz, bajo<br />

el cielo gris y tranquilo de su tierra, como quien alimenta el alma, que también tienen los brutos 5 ; y si no<br />

1 Prado<br />

2 Ferrocarril<br />

3 Aislante de los cables en los postes <strong>del</strong> tendido eléctrico.<br />

4 Regulador de voces e instrumentos.<br />

5 Animal<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

fuera profanación, podría decirse que los pensamientos de la vaca matrona, llena de experiencia, debían<br />

de parecerse todo lo posible a las más sosegadas y doctrinales odas de Horacio 6 .<br />

Asistía a los juegos de los<br />

pastorcitos encargados de<br />

Ilindarla 7 , como una abuela. Si<br />

pudiera, se sonreiría al pensar<br />

que Rosa y Pinín tenían por<br />

misión en el prado cuidar de<br />

que ella, la Cordera, no se<br />

extralimitase, no se metiese por<br />

la vía <strong>del</strong> ferrocarril ni saltara a<br />

la heredad vecina. ¡Qué había<br />

de saltar! ¡Qué se había de<br />

meter!<br />

Pastar de cuando en<br />

cuando, no mucho, cada día<br />

menos, pero con atención, sin<br />

perder el tiempo en levantar la<br />

cabeza por curiosidad necia, escogiendo sin vacilar los mejores bocados, y después sentarse sobre el<br />

cuarto trasero con <strong>del</strong>icia, a rumiar la vida, a gozar el <strong>del</strong>eite <strong>del</strong> no padecer, y todo lo demás aventuras<br />

peligrosas. Ya no recordaba cuándo le había picado la mosca.<br />

"El xatu 8 (el toro), los saltos locos por las praderas a<strong>del</strong>ante . . , ¡todo eso estaba tan lejos!"<br />

Aquella paz sólo se había turbado en los días de prueba de la inauguración <strong>del</strong> ferrocarril. La<br />

primera vez que la Cordera vio pasar el tren se volvió loca. Saltó la sebe 9 de lo más alto <strong>del</strong> Somonte,<br />

corrió por prados ajenos, y el terror duró muchos días, renovándose; más o menos violento, cada vez<br />

que la máquina asomaba por 'a trinchera vecina. Poco a poco se fue acostumbrando al estrépito<br />

inofensivo. Cuando llegó a convencerse de que era un peligro que pasaba, una catástrofe que<br />

amenazaba sin dar, redujo sus precauciones a ponerse en pie y a mirar de frente, con la cabeza erguida,<br />

al formidable monstruo; más a<strong>del</strong>ante no hacía más que mirarle, sin levantarse, con antipatía y<br />

desconfianza; acabó por no mirar al tren siquiera. En Pinín y Rosa la novedad <strong>del</strong> ferrocarril produjo<br />

impresiones más agradables y persistentes. Si al principio era una alegría loca, algo mezclada de miedo<br />

supersticioso, una excitación nerviosa, que les hacía prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas<br />

descabelladas, después fue un recreo pacífico, suave, renovado varias veces al día. Tardó mucho en<br />

gastarse aquella emoción de contemplar la marcha vertiginosa, acompañada <strong>del</strong> viento, de la gran<br />

culebra de hierro, que llevaba dentro de sí tanto ruido y tantas castas de gentes desconocidas,<br />

extrañas.Pero telégrafo, ferrocarril, todo eso era lo de menos: un accidente pasajero que se ahogaba en<br />

el mar de soledad que rodeaba el prao Somonte. Desde allí no se veía vivienda humana; allí no llegaban<br />

ruidos <strong>del</strong> mundo más que al pasar el tren. Mañanas sin fin, bajo los rayos <strong>del</strong> sol, a veces entre el<br />

zumbar de los insectos, la vaca y los niños esperaban la proximidad <strong>del</strong> mediodía para volver a casa. Y<br />

6<br />

Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.), poeta latino, autor de Odas, Sátiras, Epístolas y otros poemas<br />

7<br />

Llindar: Lindar, hacer que el ganado permanezca dentro de los lindes de una finca (asturianismo)<br />

8<br />

Toro semental (asturianismo)<br />

9<br />

Cercado de estacas altas entretejidas con ramas largas. Matas de monte bajo.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

luego, tardes eternas, de dulce tristeza silenciosa, en el mismo prado, hasta venir la noche, con el lucero<br />

vespertino por testigo mudo en la altura. Rodaban las nubes allá arriba, caían las sombras de los árboles<br />

y de las peñas en la loma y en la cañada 10 , se acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas<br />

estrellas en lo más oscuro <strong>del</strong> cielo azul, y Pinín y Rosa, los niños gemelos, los hijos de Antón de Chinta,<br />

teñida el alma de la dulce serenidad soñadora de la solemne y seria naturaleza, callaban horas y horas,<br />

después de sus juegos, nunca muy estrepitosos, sentados cerca de la Cordera, que acompañaba el<br />

augusto silencio de tarde en tarde con un blanco son de perezosa esquila 11 .<br />

En este silencio, en esta calma inactiva, había amores. Se amaban los dos hermanos como dos<br />

mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo que en ellos era<br />

distinto, de cuanto los separaba; amaban Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta,<br />

cuyo testuz 12 parecía una cuna. La Cordera recordaría a un poeta la zavala <strong>del</strong> Ramayana 13 , la vaca<br />

santa; tenía en la amplitud de sus formas, en la solemne serenidad de sus pausados y nobles<br />

movimientos, aire y contornos de ídolo destronado, caído, contento con su suerte, más satisfecha con<br />

ser vaca verdadera que dios falso. La Cordera, hasta donde es posible adivinar estas cosas, puede<br />

decirse que también quería a los gemelos encargados de apacentarla.<br />

Era poco expresiva; pero la paciencia con que los toleraba cuando en sus juegos ella les servía de<br />

almohada, de escondite, de montura, y para otras cosas que ideaba la fantasía de los pastores,<br />

demostraba tácitamente el afecto <strong>del</strong> animal pacífico y pensativo.<br />

En tiempos difíciles Pinín y Rosa habían hecho por la Cordera los imposibles de solicitud y cuidado.<br />

No siempre Antón de Chinta había tenido el prado Somonte. Este regalo era cosa relativamente nueva.<br />

Años atrás la Cordera tenía que salir a la gramática, esto es, a apacentarse como podía, a la buena<br />

ventura de los caminos y callejas de las rapadas y escasas praderías <strong>del</strong> común, que tanto tenían de vía<br />

pública como de pastos. Pinín y Rosa, en tales días de penuria, la guiaban a los mejores altozanos 14 , a los<br />

parajes más tranquilos y menos esquilmados, y la libraban de las mil injurias a que están expuestas las<br />

pobres reses que tienen que buscar su alimento en los azares de un camino.<br />

En los días de hambre, en el establo, cuando el heno 15 escaseaba y el narvaso 16 para estrar 17 el<br />

lecho caliente de la vaca faltaba también, a Rosa y a Pinín debía la Cordera mil industrias 18 que le hacían<br />

más suave la miseria. ¡Y qué decir de los tiempos heroicos <strong>del</strong> parto y la cría, cuando se entablaba la<br />

lucha necesaria entre el alimento y regalo de la nación 19 y el interés de los Chintos, que consistía en<br />

robar a las ubres de la pobre madre toda la leche que no fuera absolutamente indispensable para que el<br />

ternero subsistiese! Rosa y Pinín, en tal conflicto, siempre estaban de parte de la Cordera, y en cuanto<br />

había ocasión, a escondidas, soltaban el recental 20 que, ciego y como loco, a testaradas contra todo,<br />

10<br />

Camino para el ganado.<br />

11<br />

Cencerro pequeño en forma de campana.<br />

12<br />

Frente.<br />

13<br />

Célebre poema sánscrito épico y religioso atribuido a Valmiki. Tiene 24.000 estrofas, en las que se cantan las hazañas de Rama,<br />

séptima encarnación de Vishnú<br />

14<br />

Cerro o monte de poca altura en terreno llano.<br />

15<br />

Hierba seca<br />

16<br />

Caña de maíz con su follaje.<br />

17<br />

Echar paja u otra materia en las cuadras para la cama <strong>del</strong> ganado.<br />

18 Invenciones.<br />

19 Cría de los animales (asturianismos)<br />

20 Ternero que no ha pastado todavía<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

corría a buscar el amparo de la madre, que le albergaba bajo su vientre, volviendo la cabeza agradecida<br />

y solícita, diciendo, a su manera:<br />

-Dejad a los niños y a los recentales que vengan a mí.<br />

Estos recuerdos, estos lazos son de los que no se olvidan. Añádase a todo que la Cordera tenía la<br />

mejor pasta de vaca sufrida <strong>del</strong> mundo. Cuando se veía emparejada bajo el yugo con cualquier<br />

compañera, fiel a la gamella 21 , sabía meter su voluntad a la ajena, y horas y horas se la veía con la cerviz<br />

inclinada, la cabeza torcida, en incómoda postura, velando en pie mientras la pareja dormía en tierra.<br />

Antón de Chinta comprendió que había nacido para pobre cuando palpó la imposibilidad de<br />

cumplir aquel sueño dorado suyo de tener un corral propio con dos yuntas 22 por lo menos. Llegó, gracias<br />

a mil ahorros, que eran mares de sudor y purgatorios de privaciones, llegó a la primera vaca, la Cordera.<br />

y no pasó de ahí: antes de poder comprar la segunda se vio obligado, para pagar atrasos al amo, el<br />

dueño de la casería que llevaba en renta, a llevar al mercado a aquel pedazo de sus entrañas, la Cordera,<br />

el amor de sus hijos. Chinta había muerto a los dos años de tener la Cordera en casa. El establo y la cama<br />

<strong>del</strong> matrimonio estaban pared por medio, llamando pared a un tejido de ramas de castaño y de cañas de<br />

maíz. Ya Chinta, musa de la economía en aquel hogar miserable, había muerto mirando a la vaca por un<br />

boquete <strong>del</strong> destrozado tabique de ramaje, señalándola como salvación de la familia.<br />

"Cuidadla; es vuestro sustento", parecían decir los ojos de la pobre moribunda, que murió<br />

extenuada de hambre y de trabajo. El amor de los gemelos se había concentrado en la Cordera; el<br />

regazo, que tiene su cariño especial, que el padre no puede reemplazar, estaba al calor de la vaca, en el<br />

establo. y allá en el Somonte. Todo esto lo comprendía Antón a su manera, confusamente. De la venta<br />

necesaria no había que decir palabra a los neños 23 . Un sábado de julio, al ser de día, de mal humor,<br />

Antón echó a andar hacia Gijón, llevando la Cordera por <strong>del</strong>ante sin más atavío que el collar de esquila.<br />

Pinín y Rosa dormían. Otros días había que despertarlos a azotes. El padre los dejó tranquilos. Al<br />

levantarse se encontraron sin la Cordera. "Sin duda, mío pá la había llevado al xatu." No cabía otra<br />

conjetura. Pinín y Rosa opinaban que la vaca iba de mala gana; creían ellos que no deseaba más hijos,<br />

pues todos acababa por perderlos pronto, sin saber cómo ni cuándo.<br />

AI oscurecer, Antón y la Cordera entraban por la corrada 24 mohínos, cansados y cubiertos de<br />

polvo. El padre no dio explicaciones, pero los hijos adivinaron el peligro.<br />

No había vendido porque nadie había querido llegar al precio que a él se le había puesto en la<br />

cabeza. Era excesivo: un sofisma 25 <strong>del</strong> cariño. Pedía mucho por la vaca para que nadie se atreviese a<br />

llevársela. Los que se habían acercado a intentar fortuna se habían alejado pronto echando pestes de<br />

aquel hombre que miraba con ojos de rencor y desafío al que osaba insistir en acercarse al precio fijo en<br />

que él se abroquelaba 26 . Hasta el último momento <strong>del</strong> mercado estuvo Antón de Chìnta en el Humedal,<br />

dando plazo a la fatalidad. "No se dirá -pensaba- que yo no quiero vender: son ellos que no me pagan la<br />

Cordera en lo que vale." Y, por fin, suspirando, si no satisfecho, con cierto consuelo, volvió a emprender<br />

21<br />

Arco que se forma en cada extremo <strong>del</strong> yugo.<br />

22<br />

Par de bueyes para las labores <strong>del</strong> campo.<br />

23<br />

Niños (asturianismo).<br />

24<br />

Camino estrecho, propio de las aldeas.<br />

25<br />

Argumentación que presenta como verdadero lo falso.<br />

26<br />

Obstinarse, empecinarse en algo.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

el camino por la carretera de Candás, a<strong>del</strong>ante, entre la confusión y el ruido de cerdos y novillos, bueyes<br />

y vacas, que los aldeanos de muchas parroquias <strong>del</strong> contorno conducían con mayor o menor trabajo,<br />

según eran de antiguo las relaciones entre dueños y bestias.<br />

En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía estuvo expuesto el de Chinta a quedarse sin la<br />

Cordera: un vecino de Carrió que le había rondado todo el día ofreciéndole pocos duros menos de los<br />

que pedía, le dio el último ataque, algo borracho..<br />

El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y el capricho de llevar la vaca. Antón, como una<br />

roca. Llegaron a tener las manos enlazadas, parados en medio de la carretera, interrumpiendo el paso . .<br />

. Por fin la codicia pudo más; el pico de los cincuenta los separó como un abismo; se soltaron las manos,<br />

cada cual tiró por su lado; Antón, por una calleja que, entre madreselvas 27 que aún no florecían y<br />

zarzamoras 28 en flor, le condujo hasta su casa.<br />

Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y Rosa no sosegaron, A media semana se<br />

personó el mayordomo en el corral de Antón. Era otro aldeano de la misma parroquia, de malas pulgas,<br />

cruel con los caseros 29 atrasados. Antón, que no admitía reprimendas, se puso lívido ante las amenazas<br />

de desahucio.<br />

El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a vil precio, por una merienda. Había que pagar<br />

o quedarse en la calle.<br />

El sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a su padre. El niño miraba con horror a los<br />

contratistas de carne, que eran los tiranos <strong>del</strong> mercado. La Cordera fue comprada en su justo precio por<br />

un rematante 30 de Castilla. Se la hizo una señal en la piel y volvió a su establo de Puao, ya vendida,<br />

ajena, tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaban Antón de Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos<br />

como puños. Rosa, al saber la venta, se abrazó al testuz de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las<br />

caricias como al yugo.<br />

"¡Se iba la vieja!", pensaba con el alma destrozada Antón el huraño.<br />

"¡Ella será una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre ni otra abuela!"<br />

Aquellos días, en el pasto, en la verdura <strong>del</strong> Somonte, el silencio era fúnebre. La Cordera, que<br />

ignoraba su suerte, descansaba y pacía como siempre, sub specie aeternitatis, como descansaría y<br />

comería un minuto antes de que el brutal porrazo 1a derribase muerta. Pero Rosa y Pinín yacían<br />

desolados, tendidos sobre la hierba, inútil en a<strong>del</strong>ante. Miraban con rencor los trenes que pasaban, los<br />

alambres <strong>del</strong> telégrafo. Era aquel mundo desconocido, tan lejos de ellos por un lado y por otro, el que<br />

les llevaba su Cordera.<br />

El viernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado <strong>del</strong> rematante de Castilla por la res.<br />

Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana 31 la Cordera. Antón había<br />

27<br />

Arbusto silvestre.<br />

28<br />

Planta silvestre cuyo fruto es la mora.<br />

29<br />

Inquilinos<br />

30<br />

Persona a la que se adjudica algo en una subasta.<br />

31 Finca colindante a la casa.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

apurado la botella; estaba exaltado; el peso <strong>del</strong> dinero en el bolsillo le animaba también. Quería<br />

aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de<br />

Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tanto y tantos xarros 32 de leche? ¿Que era noble en el yugo,<br />

fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados<br />

suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador,<br />

olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz . . . Pinín y Rosa, sentados sobre el montón de cucho 33 ,<br />

recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de los propios afanes, unidos por las manos, miraban al<br />

enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos: hubo<br />

de todo. No podían separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación <strong>del</strong> vino, cayó como en un<br />

marasmo 34 ; cruzó los brazos, y entró en el corral oscuro.<br />

Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos setos, el triste grupo <strong>del</strong> indiferente<br />

comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por fin, hubo que<br />

separarse. Antón, malhumorado, clamaba desde casa:<br />

-¡Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes 35 ! -así gritaba de lejos el padre, con voz de<br />

lágrimas.<br />

Caía la noche; por la calleja oscura, que hacían casi negra los altos setos, formando casi bóveda, se<br />

perdió el bulto de la Cordera, que parecía negra de lejos. Después no quedó de ella más que el tíntán<br />

pausado de la esquila, desvanecido con la distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras infinitas.<br />

-¡Adiós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-. ¡Adiós, Cordera de mío alma!<br />

-¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno.<br />

32 Jarros<br />

33 Abono de estiércol.<br />

34 Inmovilización, paralización.<br />

35 Hecho o dicho de poca entidad al que se ha querido dar importancia.<br />

-Adiós -contestó por último, a su<br />

modo, la esquila, perdiéndose su<br />

lamento triste, resignado, entre los<br />

demás sonidos de la noche de julio en la<br />

aldea-.<br />

Al día siguiente, muy temprano, a<br />

la hora de siempre, Pinín y Rosa fueron<br />

al prao Somonte. Aquella soledad no lo<br />

había sido nunca para ellos triste; aquel<br />

día, el Somonte sin la Cordera parecía el<br />

desierto.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

De repente silbó la máquina, apareció el humo, luego el tren. En un furgón cerrado, en unas<br />

estrechas ventanas altas o respiraderos, vislumbraron los hermanos gemelos cabezas de vacas que,<br />

pasmadas, miraban por aquellos tragaluces.<br />

-¡Adiós, Cordera! -gritó Rosa, adivinando allí a su amiga, a la vaca abuela.<br />

-¡Adiós, Cordera! -vociferó Pinín con la misma fe, enseñando los puños al tren, que volaba camino<br />

de Castilla.<br />

Y, llorando, repetía el rapaz, más enterado que su hermana de las picardías <strong>del</strong> mundo:<br />

-La llevan al Matadero . . . Carne de vaca. para comer los señores, los indianos.<br />

-¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Cordera!<br />

_ -Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía., el telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo<br />

que les arrebataba, que les devoraba a su compañera de tantas soledades, de tantas ternuras<br />

silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en manjares de ricos glotones . . . -¡Adiós, Cordera! . .<br />

-¡Adiós, Cordera! . .<br />

Pasaron muchos años. Pinín se hizo mozo y se lo llevó el rey. Ardía la guerra carlista. Antón de<br />

Chinta era casero de un cacique de los vencidos; no hubo influencia para declarar inútil a Pinín que, por<br />

ser, era como un roble.<br />

Y una tarde triste de octubre, Rosa en el prao Somonte, sola, esperaba el paso <strong>del</strong> tren correo de<br />

Gijón, que le llevaba a sus únicos amores, su hermano. Silbó a lo lejos la máquina, apareció el tren en la<br />

trinchera, pasó como un relámpago. Rosa, casi metida por las ruedas, pudo ver un instante en un coche<br />

de tercera, multitud de cabezas de pobres quintos que gritaban, gesticulaban, saludando a los árboles,<br />

al suelo, a los campos, a toda la patria familiar, a la pequeña, que dejaban para ir a morir en las luchas<br />

fratricidas de la patria grande, al servicio de un rey y de unas ideas que no conocían.<br />

Pinín, con medio cuerpo afuera de una ventanilla, tendió los brazos a su hermana; casi se tocaron.<br />

Y Rosa pudo oír entre el estrépito de las ruedas y la gritería de los reclutas la voz distinta de su hermano,<br />

que sollozaba exclamando, como inspirado por un recuerdo de dolor lejano:<br />

-Adiós, Rosa! . . . ¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Pinín! ¡Pinín de mío alma! . . .<br />

"Allá iba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo llevaba el mundo. Carne de vaca para los<br />

glotones, para los indianos: carne de su alma, carne de cañón para las locuras <strong>del</strong> mundo, para las<br />

ambiciones ajenas."<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!<br />

Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba así la<br />

pobre hermana viendo el tren perderse a lo lejos, silbando<br />

triste, con silbidos que repercutían los castaños, las vegas<br />

y los peñascos . . .<br />

¡Qué sola se quedaba! Ahora sí, ahora sí, que era un<br />

desierto el prao Somonte.<br />

-¡Adiós, Pinín! ¡Adiós, Cordera!<br />

Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de<br />

carbones apagados; con qué ira los alambres <strong>del</strong><br />

telégrafo. ¡Oh!. bien hacía la Cordera en no acercarse.<br />

Aquello era el mundo, lo desconocido, que se lo llevaba<br />

todo. Y sin pensarlo, Rosa apoyó la cabeza sobre el palo<br />

clavado como un pendón en la punta <strong>del</strong> Somonte. El<br />

viento cantaba en las entrañas <strong>del</strong> pino seco su canción<br />

metálica. Ahora ya lo comprendía Rosa. Era canción de<br />

lágrimas, de abandono, de soledad, de muerte.<br />

En las vibraciones rápidas, como quejidos, creía oír,<br />

muy lejana, la voz que sollozaba por la vía a<strong>del</strong>ante:<br />

(De El señor y lo demás son <strong>cuentos</strong>, 1893)<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

LA LA CONVERSIÓN CONVERSIÓN DE DE CHIRIPA<br />

CHIRIPA<br />

Leopoldo Alas “Clarín”<br />

LOVÍA A CÁNTAROS, y un viento furioso, que Chiripa no sabía que se llamaba el Austro 36 ,<br />

barría el mundo, implacable; despojaba de<br />

transeúntes las calles como una carga de<br />

caballería, y torciendo los chorros que caían de las<br />

nubes, los convertía en látigos que azotaban<br />

oblicuos. Ni en los porches ni en los portales valía<br />

guarecerse 37 , porque el viento y el agua los<br />

invadían; cada mochuelo se iba a su olivo; se<br />

cerraban puertas con estrépito; poco a poco se<br />

apagaban los ruidos de la ciudad industriosa, y los<br />

elementos desencadenados campaban por sus<br />

respetos, como ejército que hubiera tomado la<br />

plaza por asalto. Chiripa, a quien había sorprendido<br />

la tormenta en el Gran Parque, tendido en un<br />

banco de madera, se había refugiado primero bajo<br />

la copa de un castaño de Indias, y en efecto, se<br />

había mojado ya las dos veces de que habla el<br />

refrán; después había subido a la plataforma <strong>del</strong><br />

kiosko de la música, pero bien pronto le arrojó de<br />

allí a latigazo limpio el agua pérfida que se<br />

agachaba para azotarle de lado, con las frías<br />

punzadas de sus culebras cristalinas. Parecía<br />

besarle con lascivia 38 la carne pálida que asomaba<br />

aquí y allí entre los remiendos <strong>del</strong> traje, que se caía<br />

a pedazos. El sombrero, duro y viejo, de forma de queso, de un color que hacía dudar si los<br />

sombreros podrían tener bilis 39 , porque de negro había venido a dar en amarillento, como si<br />

padeciese ictericia 40 , semejaba la fuente de la alcachofa, rodeado de surtidores; y en cuanto a los<br />

pies, calzados con alpargatas que parecían terracuota 41 , al levantarse <strong>del</strong> suelo tenían apariencias<br />

de raíces de árbol, semovientes 42 . Sí, parecía Chiripa un mísero arbolillo o arbusto, de cuyas cañas<br />

mustias y secas pendían 43 L<br />

míseros harapos puestos a... mojarse, o para convertir la planta muerta<br />

en espanta-pájaros. Un espanta-pájaros que andaba y corría, huyendo de la intemperie.<br />

36 Austro: Viento procedente <strong>del</strong> sur.<br />

37 Guarecerse: Refugiarse<br />

38 Lascivia: Inclinación a los deseos carnales.<br />

39 Bilis: Líquido verdoso y amargo que segrega el hígado.<br />

40 Ictericia: Enfermedad que produce amarillez en la piel.<br />

41 Terracuota: Terracota, barro cocido<br />

42 Que se mueve por sí mismo.<br />

43 Colgaban<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Tenía Chiripa cuarenta años, y tan poco había a<strong>del</strong>antado en su carrera de mozo de cor<strong>del</strong> 44 , que la<br />

tenía casi abandonada, sin ningún género de derechos pasivos 45 . Por eso andaba tan mal de<br />

fondos, y por eso aquella misma y trágica mañana le habían echado <strong>del</strong> infame zaquizamí 46 en que<br />

dormía; porque se habían cansado de sus escándalos de trasnochador intemperante 47 que no paga<br />

la posada en años y más años.<br />

-Bueno, pero para ellos -se había dicho Chiripa sin saber lo que decía, y tendiéndose en el banco<br />

<strong>del</strong> paseo público, donde creyó hacer los huesos duros; hasta que vino a desengañarle la furia <strong>del</strong><br />

cielo.<br />

Así como los economistas dicen que la ley <strong>del</strong> trabajo es la satisfacción de las necesidades con el<br />

mínimo esfuerzo, Chiripa, vagamente pensaba que lo <strong>del</strong> mínimo esfuerzo era lo principal, y que a<br />

él habían de amoldarse también las necesidades, siendo mínimas. Era muy distraído y bastante<br />

borracho; dormía mucho, y como tenía el estómago estropeado le dejaba vivir de ilusiones, de<br />

flatos 48 y malos sabores, comida ruin y fría y mucho líquido tinto, y blanco si era aguardiente.<br />

Vestía de lo que le dejaban otros miserables por inservible, y con el orgullo de esta parsimonia en<br />

los gastos, se creía con derecho a no echar mano a un baúl sino de Pascuas a Ramos 49 y cuando<br />

una peseta era absolutamente necesaria.<br />

Un día, viendo pasar una manifestación de obreros, a cuyo frente marchaba un estandarte que<br />

decía: ¡Ocho horas de trabajo!, Chiripa, estremeciéndose, pensó:<br />

-¡Rediós, ocho horas de trabajo; y para eso tiran bombas! Con ocho horas tengo yo para toda la<br />

temporada de verano, que es la de más apuro, por los bañistas.<br />

En llevando dos reales 50 en el bolsillo, Chiripa no podía con una maleta, ni apenas tenerse<br />

derecho.<br />

Pero tenía un valor pasivo, para el hambre y para el frío, que llegaba a heroico.<br />

Generalmente andaba taciturno, tristón, y creía, con cierta vanidad, en su mala estrella, que él no<br />

llamaba así, tan poéticamente, sino la aporreada... en fin, una barbaridad.<br />

Su apodo, Chiripa (el apellido no lo recordaba; el nombre debía de ser Bernardo, aunque no lo<br />

juraría) lo tenía desde la remota infancia, sin que él supiera por qué, como no saben los perros por<br />

qué los llaman Nelson, Ney o Muley; si él supiera lo que era sarcasmo por tal tendría su mote,<br />

porque sería el hombre menos chiripero 51 <strong>del</strong> mundo. Ello era que hacía unos treinta años (todos<br />

de hambre y de frío) eran tres notabilidades callejeras, especie de mosqueteros <strong>del</strong> hampa, Pipá,<br />

44 Se llamaba mozo de cor<strong>del</strong> al que se ponía en los parajes públicos con un cor<strong>del</strong> al hombro, ofreciéndose para llevar<br />

cosas de carga o para hacer algún mandado.<br />

45 Pensión por derechos prestados.<br />

46 Cuartucho pequeño y desordenado.<br />

47 Exagerado.<br />

48 Flato: Gases, ventosidades.<br />

49 De Pascuas a Ramos: Locución adverbial y familiar, sinónima de “de tarde en tarde”<br />

50 Real: Moneda que valía 25 céntimos de peseta.<br />

51 Chiripero es una expresión coloquial para designar a alguien con suerte, alguien afortunado. De ahí el sarcasmo, o<br />

grado máximo de ironía, que conlleva el nombre <strong>del</strong> protagonista: Chiripa (suerte)<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Chiripa y Pijueta. La historia trágica de Pipá ya sabía Chiripa que había salido en papeles 52 , pero la<br />

suya no saldría, porque él había sobrevivido a su gloria. Sus gracias de pillete 53 infantil ya nadie las<br />

recordaba; su fama, que era casi disculpa para sus picardías, había muerto, se había desvanecido,<br />

como si los vecinos <strong>del</strong> pueblo, envejeciendo, se hubieran vuelto malhumorados y no estuvieran<br />

para bromas. Ya él mismo se guardaba de disculpar sus malas obras y su holgazanería como<br />

gatadas 54 de pillo célebre, como cosas de Chiripa.<br />

«¡Bah! el mundo era malo; y si te vi, no me acuerdo». Veía pasar, ya lleno de canas, a los señoritos<br />

que antaño reían sus travesuras y le pagaban sus vicios precoces; pero no se acercaba a pedirles ni<br />

un perro chico 55 , porque no querrían ni reconocerle.<br />

Que estaba solo en la tierra, bien lo sabía él. A veces se le antojaba que un periódico, o un libro<br />

viejo y sobado que oía <strong>del</strong>etrear a un obrero, hubiera sido para él un buen amigo; pero no sabía<br />

leer. No sabía nada. Se arrimaba a la esquina de la plaza, donde otros perdían el tiempo fingiendo<br />

esperar trabajo, y oía, silencioso, conversaciones más o menos incoherentes acerca de política o<br />

de la cuestión social. Nunca daba su opinión, pero la tenía. La principal era considerar un gran<br />

desatino 56 el pedir ocho horas de trabajo. Prefería, a oír disparates, que le leyeran los papeles.<br />

Entonces atendía más. Aquello solía estar hilvanado. Pero ni siquiera los de las letras de molde<br />

daban en el quid 57 . Todos se quejaban de que se ganaba poco; todos decían que el jornal no<br />

bastaba para las necesidades... había exageración; ¡si fueran como él, que vivía casi de nada! Oh, si<br />

él trabajara aquellas ocho horas que los demás pedían como mínimum (él no pensaba mínimum,<br />

por supuesto 58 ), se tendría por millonario con lo que entonces ganaría. «Todo se volvía pedir<br />

instrumentos de trabajo, tierra, máquinas, capital... para trabajar. ¡Rediós con la manía!». Otra<br />

cosa les faltaba a los pobres que nadie echaba de menos: consideración, respeto, lo que Chiripa,<br />

con una palabra que había inventado él para sus meditaciones de filósofo de cor<strong>del</strong> 59 , llamaba<br />

alternancia. ¿Qué era la alternancia? Pues nada; lo que había predicado Cristo, según había oído<br />

algunas veces; aquel Cristo a quien él sólo conocía, no para servirle, sino para llenarle de injurias,<br />

sin mala intención, por supuesto, sin pensar en Él; por hablar como hablaban los demás, y<br />

blasfemar como todos. La alternancia era el trato fino, la entrada libre en todas partes, el vivir<br />

mano a mano con los señores y entender de letra, y entrar en el teatro, aunque no se tuviera<br />

dinero, lo cual no tenía nada que ver con la gana de ilustrarse y divertirse. La alternancia era no<br />

excluir de todos los sitios amenos y calientes y agradables al hombre cubierto de andrajos, sólo<br />

por los andrajos 60 . Ya que por lo visto iba para largo lo de que todos fuéramos iguales tocante al<br />

cunquibus 61 , o sean los cuartos, la moneda, y pudiera cada quisque 62 vestir con decencia y con<br />

ropa estrenada en su cuerpo; ya que no había bastante dinero para que a todos les tocase algo...<br />

52 Alude “Clarín” a uno de sus más famosos <strong>cuentos</strong>, Pipá, cuyo protagonista es un niño pobre y marginado, que<br />

muere calcinado en un incendio. Su historia trágica…había salido en papeles, porque ya había sido publicada.<br />

53 Gamberro, gracioso.<br />

54 Travesura, correría.<br />

55 Perro chico: Moneda de ínfimo valor (5 céntimos de plata)<br />

56 Desatino: Error, desacierto.<br />

57 Dar en el quid: Dar en el clavo, acertar.<br />

58 El narrador hace referencia a que Chiripa no utilizaría el cultismo “mínimum”, porque no conocía la palabra, no<br />

estaba dentro de su léxico.<br />

59 Nótese la ironía.<br />

60 Andrajo: Ropa sucia y vieja.<br />

61 Dinero (latinismo)<br />

62 Cada quisque: Cada cual.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

¿por qué no se establecía la igualdad y la fraternidad en todo lo demás, en lo que podía hacerse<br />

sin gastos, como era el llamarse ricos y pobres de tú, y convidarse a una copa, y enseñar cada cual<br />

lo que supiera a los pobres, y saludarlos con el sombrero, y dejarles sentarse junto al fuego, y pisar<br />

alfombras, y ser diputados y obispos, y en fin, darse la gran vida sin ofender, y hasta lavándose la<br />

cara a veces, si los otros tienen ciertos escrúpulos? Eso era la alternancia; eso había creído él que<br />

era el cristianismo y la democracia, y eso debía ser el socialismo... como ello mismo lo decía... cosa<br />

de sociedad, de trato, de juntarse... alternancia.<br />

Salió <strong>del</strong> kiosko de la música a escape, hecho una sopa, echando chispas contra el Fundador de la<br />

alternancia y contra su Padre 63 , y se metió en la población en busca de mejor albergue. Pero todo<br />

estaba cerrado. A lo menos cerrado para él. Pasó junto a un café: no osó entrar. Aquello era<br />

público, pero a Chiripa le echarían los mozos en cuanto advirtiesen que iba tan sucio, tan<br />

harapiento que daba lástima, y que no iba a hacer el menor gasto. A un mozo de cor<strong>del</strong> en activo<br />

le dejarían entrar, pero a él, que estaba reducido a la categoría de pordiosero... honorario, porque<br />

no pedía limosna, aunque el uniforme era de eso, a él le echarían poco menos que a palos. Lo<br />

sabía por experiencia... Pasó junto al Gobierno de provincia, donde estaba la prevención 64 . Aquí<br />

me admitirían si estuviera borracho, pero en mi sano juicio y sin alguna fechoría, de ningún modo.<br />

No sabía Chiripa qué era todo lo demás que había en aquel caserón tan grande; para él todo era<br />

prevención; cosas para prender, o echar multas, o tallar 65 a los chicos y llevarlos a la guerra. Pasó<br />

junto a la Universidad, en cuyo claustro se paseaban, mientras duraba la tormenta, algunos<br />

magistrados 66 que no tenían qué hacer en la Audiencia. No se le ocurrió entrar allí. Él no sabía leer<br />

siquiera, y allí dentro todos eran sabios. También le echarían los porteros. Pasó junto a la<br />

Audiencia 67 ... pero no era hora de oír a los testigos falsos, única misión decorosa que Chiripa<br />

podría llevar allí, pues la de acusado no lo era. Como testigo falso, sin darse cuenta de su <strong>del</strong>ito,<br />

había jurado allí varias veces decir la verdad; y en efecto, siempre había dicho la verdad... de lo<br />

que le habían mandado decir. Vagamente se daba cuenta de que aquello estaba mal hecho, pero<br />

¡era por unos motivos tan complicados! Además, cuando señoritos como el abogado, y el<br />

escribano, y el procurador 68 , y el ricacho le venían a pedir su testimonio, no sería la cosa tan mala;<br />

pues en todo el pueblo pasaban por caballeros los que le mandaban declarar lo que, después de<br />

todo, sería cierto cuando ellos lo decían.<br />

Pasó junto a la Biblioteca. También era pública, pero no para los pobres de solemnidad, como él lo<br />

parecía. El instinto le decía que de aquel salón tan caliente, gracias a dos chimeneas que se veían<br />

desde la calle, le echarían también. Temerían que fuese a robar libros.<br />

63 Con el Fundador de la “alternancia” alude a Jesucristo (hijo de Dios), que para Chiripa es el creador de la filosofía o<br />

modo de conducta ideal que él llama alternancia, una especie de código de los Derechos Humanos y principios<br />

sociales.<br />

64 Prevención: Cuartelillo de la policía.<br />

65<br />

Tallar: Medir.<br />

66<br />

Jueces<br />

67<br />

Tribunal de justicia en un territorio.<br />

68<br />

El que representa a una parte en un juicio.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Pasó por el Banco, por el cuartel, por el teatro, por el hospital... todo lo mismo, para él cerrado. En<br />

todas partes había hombres con gorra de galones 69 , para eso, para no dejar entrar a los Chiripas.<br />

En las tiendas podía entrar... a condición de salir inmediatamente; en cuanto se averiguaba que no<br />

tenía que comprar cosa alguna, y eso que todas le faltaban. En las tabernas, algo por el estilo. ¡Ni<br />

en las tabernas había para él alternancia!<br />

Y, a todo esto, el cielo desplomándose en chubascos, y él temblando de frío... calado hasta los<br />

huesos... Sólo Chiripa corría por las calles, como perseguido por el agua y el viento.<br />

Llegó junto a una iglesia. Estaba abierta. Entró, anduvo hasta el altar mayor sin que nadie le diera<br />

nada. Un sacristán o cosa así cruzó a su lado la nave y le miró sin extrañar su presencia, sin recelo,<br />

como a uno de tantos fieles. Allí cerca, junto al púlpito de la Epístola 70 , vio Chiripa otro pordiosero,<br />

de rodillas, abismado en la oración; era un viejo de barba blanca que suspiraba y tosía mucho. El<br />

templo resonaba con los chasquidos de la tos; cosa triste, molesta, que debía de importunar a los<br />

demás devotos esparcidos por naves y capillas; pero nadie protestaba, nadie paraba mientes 71 en<br />

aquello.<br />

Comparada con la calle, la iglesia estaba templada. Chiripa empezó a sentirse menos mal. Entró en<br />

una capilla y se sentó en un banco. Olía bien. «Era incienso, o cera, o todo junto y más; olía a<br />

recuerdos de chico». El chisporroteo de las velas tenía algo de hogar; los santos quietos,<br />

tranquilos, que le miraban con dulzura, le eran simpáticos. Un obispo con un sombrero de pastor<br />

en la mano, parecía saludarle, diciendo: -¡Bien venido, Chiripa!- Él, en justo pago, intentó<br />

santiguarse, pero no supo.<br />

No sabía nada. Cuando la oscuridad de la capilla se fue aclarando a sus ojos, ya acostumbrados a la<br />

penumbra, distinguió el grupo de mujeres que en un rincón arrodilladas formaban corro junto a un<br />

confesionario. De vez en cuando un bulto negro se separaba <strong>del</strong> grupo y se acercaba al armatoste,<br />

<strong>del</strong> cual se apartaba otro bulto semejante.<br />

-Ahí dentro habrá un carca 72 -pensó Chiripa, sin ánimo de ofender al clero, creyendo sinceramente<br />

que un carca valía tanto como un sacerdote.<br />

Le iba gustando aquello. «Pero ¡qué paciencia necesitaba aquel señor, para aguantar tanto tiempo<br />

dentro <strong>del</strong> armario! ¿Cuánto cobraría por aquello? Por de pronto nada. Las beatas se iban sin<br />

pagar».<br />

«Y nada. A él no le echaban de allí». Cuando la capilla fue quedando más despejada, pues las<br />

beatas que despachaban, a poco salían, Chiripa notó que las que aún quedaban, se fijaban en su<br />

presencia. «¿Si estaré faltando?» pensó; y por si acaso, se puso de rodillas. El ruido que hizo sobre<br />

la tarima llamó la atención <strong>del</strong> confesor, que asomó la cabeza por la portezuela que tenía <strong>del</strong>ante<br />

y miró con atención a Chiripa.<br />

69 Galón: Distintivo de rango de un cuerpo militar.<br />

70 Epístola: Parte de la misa que se suele tomar de las cartas apostólicas.<br />

71 Parar mientes en: Darse cuenta, reflexionar.<br />

72 Inicialmente, el término despectivo carca era utilizado para referirse a los carlistas, aplicándose, por extensión, a<br />

todas aquellas personas retrógradas y al clero en general.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

«¿Iría a echarle?». Nada de eso. En cuanto el cura despachó a la penitente que tenía al otro lado<br />

<strong>del</strong> ventanillo con celosías 73 , se asomó otra vez a la portezuela y con la mano hizo seña a Chiripa.<br />

-¿Es a mí? -pensó el ex-mozo de cor<strong>del</strong>.<br />

A él era. Se puso colorado, cosa extraordinaria.<br />

-¡Tiene gracia! -se dijo, pero con gran satisfacción, esponjándose-. Le llamaban a él creyendo que<br />

iba a confesarse, y le hacían pasar <strong>del</strong>ante de las señoritas aquellas que estaban formando cola.<br />

¡Cuánto honor para un Chiripa! En la vida le habían tratado así.<br />

El cura insistió en su gesto, creyendo que Chiripa no lo notaba.<br />

-¿Por qué no? -se dijo el perdis 74 -. Por probar de todo. Aquí no es como en el Ayuntamiento,<br />

donde yo quería que me diesen voto, pa ver lo que era eso <strong>del</strong> sufragio 75 , y resultó que aunque<br />

era para todos, para mí no era, no sé por qué tiquis-miquis 76 <strong>del</strong> padrón 77 o su madre.<br />

Y se levantó, y se fue a arrodillar en el sitio que dejaba libre la penitente.<br />

-Por ahí, no; por aquí -dijo el sacerdote haciendo arrodillarse a Chiripa <strong>del</strong>ante de sus rodillas.<br />

El miserable sintió una cosa extraña en el pecho y calor en las mejillas, entre vergüenza y<br />

desconocida ternura.<br />

-Hijo mío, rece usted el acto de contricción. 78<br />

-No lo sé -contestó Chiripa humilde, comprendiendo que allí había que decir la verdad...<br />

verdadera, no como en la Audiencia. Además, aquello <strong>del</strong> hijo mío le había llegado al alma, y había<br />

que tomar la cosa en serio.<br />

El cura le fue ayudando a recitar el Señor mío Jesucristo.<br />

-¿Cuánto tiempo hace que no se ha confesado?<br />

-Pues... toa la vida.<br />

-¡Cómo!<br />

-Que nunca.<br />

73<br />

Celosía: Listones de madera cruzados que preservan la intimidad <strong>del</strong> penitente.<br />

74<br />

Perdis: (Perdido), vagabundo, mendigo.<br />

75<br />

Voto<br />

76<br />

Tiquis-miquis: Pequeñez.<br />

77<br />

Lista con el nombre y número de habitantes<br />

78<br />

El acto de contrición era una oración que comenzaba: “Señor mío Jesucristo…” y que se rezaba en el momento de<br />

recibir el sacramento de la penitencia, como signo de arrepentimiento de los pecados, y condición necesaria para<br />

obtener el perdón.<br />

63


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Era un monte virgen de impiedad inconsciente. No tenía más que el bautismo; a la confirmación<br />

no había llegado. Nadie se había cuidado 79 de su salvación, y él sólo había atendido, y mal, a no<br />

morirse de hambre.<br />

El cura, varón prudente y piadoso, le fue guiando y enseñando lo que podía en tan breve término.<br />

Chiripa no resultaba un gran pecador más que desde el punto de vista de los pecados de omisión 80 ;<br />

fuera de eso, lo peor que tenía eran unas cuantas borracheras empalmadas, y la pícara blasfemia,<br />

tan brutal como falta de intención impía. Pero si jamás había confesado sus culpas, penitencia no<br />

le había faltado. Había ayunado bastante, y el frío y el agua y la dureza <strong>del</strong> santo suelo habían<br />

mortificado sus carnes no poco. En esta parte era recluta disponible para la vida <strong>del</strong> yermo 81 ; tenía<br />

cuerpo de anacoreta 82 .<br />

Poco a poco el corazón de Chiripa fue tomando parte en aquella conversión que el clérigo tan en<br />

serio y con toda buena fe procuraba. El corazón se convertía mucho mejor que la cabeza, que era<br />

muy dura y no entendía.<br />

El clérigo le hacía repetir protestas de fe 83 , de adhesión a la iglesia, y Chiripa lo hacía todo de buen<br />

grado. Pero quiso el cura algo más, que él espontáneamente expresara a su modo lo que sentía, su<br />

amor y fi<strong>del</strong>idad a la religión en cuyo seno se le albergaba. Entonces Chiripa, después de pensarlo,<br />

exclamó como inspirado:<br />

-¡Viva Carlos Sétimo 84 !<br />

-¡No, hombre; no es eso!... No tanto -dijo el confesor sonriendo.<br />

-Como a los carcas los llaman clerófobos 85 ...<br />

-¡Tampoco, hombre!...<br />

-Bueno, a los curas...<br />

En fin, aplazando las cuestiones de pura forma y lenguaje, se convino en que Chiripa seguiría las<br />

lecciones <strong>del</strong> nuevo amigo, en aquel templo que había estado abierto para él cuando se le<br />

cerraban todas las puertas; allí donde se había librado de los latigazos <strong>del</strong> aire y <strong>del</strong> agua.<br />

-¿Conque te has hecho monago 86 , Chiripa? -le decían otros hambrientos, burlándose de la<br />

seriedad con que, días y días, seguía tomando su conversión el pobre diablo.<br />

79 Preocupado.<br />

80 Los pecados de omisión son los cometidos por no haber hecho algo obligado por la Iglesia (no por infringir lo<br />

establecido)<br />

81<br />

Vida <strong>del</strong> yermo: Vida de ermitaño.<br />

82<br />

El anacoreta es la persona que vive retirada, dedicando su existencia a la meditación y a la penitencia.<br />

83<br />

Manifestaciones de fe.<br />

84<br />

Carlos VII habría sido el título que le hubiese correspondido al infante Don Carlos (1848-1909), de haber accedido al<br />

trono tal y como pretendían sus partidarios, los carlistas.<br />

85 A los carcas los llaman clerófobos es una frase intencionadamente mal utilizada por “Clarín”, porque Chiripa no<br />

quiere decir lo que ella expresa: que los carcas odian al clero. Otra vez está presente la ironía y su intención críticobusrlesca.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Y Chiripa contestaba:<br />

-Sí, no me avergüenzo; me he pasao a la Iglesia, porque allí a lo menos hay... alternancia.<br />

86 Monago: Monagillo. En este caso, persona asidua a la iglesia.<br />

(De Cuentos morales, 1896)<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

EMILIA PARDO BAZÁN<br />

Biografía:<br />

E<br />

MILIA PARDO BAZÁN nació en La Coruña el año<br />

1852, hija de una familia aristocrática. Ya desde<br />

muy niña demostró una gran afición por la lectura y<br />

empezó a escribir con gran precocidad. En 1868 se casó y se<br />

fue a vivir a Madrid.<br />

Viajó mucho por Europa y dio conferencias en París.<br />

Siempre se mantuvo atenta a las novedades literarias<br />

europeas, y en 1881 fue la primera que divulgó y defendió el<br />

Naturalismo francés en España en una serie de artículos<br />

recogidos después en libro con el título de La cuestión<br />

palpitante. Unos años después fue también una de las<br />

primeras en señalar el declive <strong>del</strong> Naturalismo y su<br />

sustitución por nuevas corrientes espiritualistas. Sostuvo<br />

una relación con Galdós, de la que se ha conservado la<br />

correspondencia amorosa. Fue una mujer independiente,<br />

excepcional en la España de su época y precursora de las<br />

ideas feministas actuales.<br />

La escritora siempre encontró serios obstáculos para<br />

lograr el reconocimiento de los ambientes intelectuales,<br />

reacios a admitir mujeres. Tuvo que esperar hasta 1916 para ser nombrada catedrática de Literatura,<br />

venciendo la oposición de los profesores de la Universidad Central de Madrid. No logró, sin embargo, ser<br />

admitida en la Real Academia Española.<br />

Murió en 1921.<br />

Obra: Etapa naturalista<br />

En 1881, año en que empieza en España la polémica en torno al Naturalismo, Pardo Bazán publica Un<br />

viaje de novio, en la que aparecen ya las descripciones minuciosas y las observaciones fisiológicas típicas<br />

<strong>del</strong> Naturalismo.<br />

La tribuna<br />

También está escrita siguiendo la técnica naturalista La tribuna (1882), obra de tema político-social<br />

en la que se narra la trayectoria de Amparo, trabajadora de la fábrica de tabaco de Marinada (La<br />

Coruña), que se convierte en dirigente de sus compañeras en la lucha por sus derechos. La trama<br />

argumental de La tribuna, situada en el período revolucionario 1868-1873, está enfocada desde un<br />

punto de vista crítico, ya que la autora manifiesta en el prólogo de la obra su desacuerdo con los ideales<br />

republicanos que defiende el protagonista.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Los pazos de Ulloa<br />

Es igualmente de corte naturalista Los pazos de Ulloa (1886), la novela más importante de Emilia<br />

Pardo Bazán. Esta obra está ambientada en una de las zonas rurales más atrasadas de Galicia y se centra<br />

en el choque de unos personajes sensibles, educados en la ciudad, con otros personajes, representativos<br />

<strong>del</strong> ambiente degradado y brutal que reina en una aldea.<br />

Los personajes de Los pazos de Ulloa aparecen, de acuerdo con las tesis de Zola, determinados por el<br />

medio ambiente. De un lado, Pedro Moscoso, señor <strong>del</strong> pazo de Ulloa, aristócrata decadente y<br />

embrutecido, dominado por sus criados. Del otro, Nucha, la joven esposa traída de la ciudad, y Julián, el<br />

capellán recién salido <strong>del</strong> seminario. Ambos sucumbirán ante la terrible hostilidad de la aldea, un<br />

"paisaje de lobos". El relato se convierte así en una dura visión <strong>del</strong> campesinado y <strong>del</strong> mundo rural,<br />

totalmente opuesta a la visión idílica que ofrecía Pereda.<br />

67


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El “xeste 87 ”<br />

Emilia Emilia Pardo Pardo Bazán Bazán<br />

Bazán<br />

LBOROZADOS SOLTARON LOS PICOS y las llanas 88 , se estiraron, levantaron los brazos el<br />

cielo nubloso, <strong>del</strong> cual se escurría una llovizna menudísima y caladora, que poco a poco<br />

había encharcado el piso. Antes de descender, deslizándose rápidamente de espaldas por<br />

la luenga 89 escala, cambiando comentarios y exclamaciones de gozo pueril, bromas de<br />

compañerismos -las mismas bromas con que desde tiempo inmemorial se festeja semejante<br />

suceso-, uno, no diré el más ágil -todos eran ágiles-, sino el de mayor iniciativa, Matías,<br />

desdeñando las escaleras, se descolgó por los palos de los mechinales 90 , corrió al añoso 91 laurel,<br />

fondo <strong>del</strong> primer término <strong>del</strong> paisaje, cortó con su navaja una rama enorme, se la echó al hombro,<br />

y trepando, por la escalera esta vez, a causa <strong>del</strong> estorbo que la rama hacía, la izó hasta el último<br />

andamio, y allí la soltó triunfalmente. Los demás la hincaron en pie en la argamasa fresca aún y el<br />

penacho <strong>del</strong> xeste quedó gallardeándose 92 A<br />

en el remate de la obra. Entonces, en trope,<br />

empujándose, haciéndose cosquillas, bajaron todos.<br />

Eran obreros -no condenados, como los de la ciudad, a la eterna rueda de<br />

Ixión 93 de un trabajo siempre el mismo-. Mestizo de cantero y labriego, en<br />

verano sentaban 94 piedra, en invierno atendían a sus heredades.<br />

Organizados en cuadrilla, iban a donde los llamasen, prefiriendo la labor en<br />

el campo, porque en las aldeas, ¡retoño!, 95 se vive más barato que en el<br />

pueblo, se ahorra casi todo el jornal, para llevarlo, bien guardado en una<br />

media de lana, a la mujer, y mercar 96 el ternero, y el cerdo, y las gallinas, y la<br />

ropa, y la simiente <strong>del</strong> trigo, y algún pedacillo de terruño. No sentían la<br />

punzada <strong>del</strong> ansia de gozar como los ricos, que asalta al obrero en los<br />

grandes centros; el contacto de la tierra les conservaba la sencillez, las<br />

aspiraciones limitadas <strong>del</strong> niño; disfrutaban de un inagotable buen humor, y<br />

87 Xeste es una variante de la palabra gallega xesta=retama, rama. Es costumbre entre el gremio de la construcción<br />

colocar una rama de árbol o arbusto en la parte más alta de la obra para indicar la finalización de ésta; con tal motivo<br />

se ofrecía un banquete a los obreros.<br />

88 Herramienta de albañil para extender y allanar el yeso o la argamasa.<br />

89 Larga<br />

90 Agujero en las paredes donde se meten los palos horizontales de los andamios.<br />

91 Viejo, con muchos años.<br />

92 Moverse con ostentación.<br />

93 Alude a la rueda de fuego a la que fue atado Ixión para toda su eternidad, por su desagradecimiento con Zeus,<br />

según la leyenda. Ixión fue un rey de origen tesalio, que se casó con Día (diosa lunar de la encina) y dio muerte a su<br />

suegro. Purificado por Zeus, agravió a éste intentando seducir a Hera, esposa de Zeus. Por este hecho, fue castigado,<br />

atado como Osiris, a girar eternamente en una rueda de fuego.<br />

94 Colocaban, asentaban<br />

95 ¡Retoño! Expresión sustitutiva de un taco o palabra malsonante (eufemismo)<br />

96 Mercar: Comprar.<br />

68


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

la menor satisfacción material los transportaba de júbilo. Sus almas eran todavía las transparentes<br />

y venturosas almas de los villanos medievales.<br />

Se atropellaban por la escala, sonando en los travesaños húmedos la madera de los zuecos, y ya<br />

abajo hacían cabriolas, despreciando la frialdad insinuante de la llovizna triste y terca. ¿Qué<br />

importaba un poco de friaje 97 ? Ya se calentarían bien por dentro, con el mejor abrigo, el abrigo de<br />

Dios que es la comida y la bebida. Allá lejos divisaban el humo, corona de la chimenea de la casa<br />

señorial, y el montón de leña ardiendo que producía aquel humo les guisaba su cena, la cena<br />

solemne <strong>del</strong> xeste, el banquete extraordinario ofrecido desde la primavera para el día en que<br />

terminasen las paredes <strong>del</strong> nuevo edificio. ¡Daba gusto tratar con señores, no con contratistas<br />

miserables! El xeste <strong>del</strong> contratista..., sabido: un cuarterón 98 de aguardiente, una libra de pan<br />

reseso 99 . ¡En el obsequio <strong>del</strong> señor se vería lo que es rumbo! El agua se les venía a la boca. Se<br />

miraron, se hicieron guiños, saboreando la proximidad <strong>del</strong> placer, en el cual pensaban a menudo<br />

ya desde el instante en que los peones abrieron la zanja de los cimientos.<br />

Era temprano aún para que la cena<br />

estuviese lista, pero convinieron en<br />

dirigirse cara allá 100 , y Matías se ofreció a<br />

enjaretarse 101 con cualquier pretexto en la<br />

cocina y a<strong>del</strong>antarles noticias <strong>del</strong> festín.<br />

Vistiéndose las chaquetas sobre las<br />

camisas mojadas y la cuadrilla se puso en<br />

camino, zanqueando 102 , aplastando la<br />

hierba sembrada de pálido aljófar 103 . A<br />

pocos pasos de la casa, ante la tapia <strong>del</strong><br />

huerto, se pararon, irresolutos; pero aquel<br />

enredante de Matías, como más<br />

despabilado, se fue muy serio hacia el<br />

abierto portón, lo cruzó, y al cabo de diez<br />

minutos volvió agitando las manos, bailando los pies. ¡Qué cena, recacho 104 , qué convite! Aquello<br />

era lo nunca visto ni pensado. ¡Unas cazuelas así... y que echaban un olido 105 ! ¡El vino en ollas,<br />

para sacarlo con el cacillo de la herrada 106 ; y hasta postres, arroz con leche, manzanas asadas con<br />

azúcar! ¡Y orden <strong>del</strong> señor de que podían entrar y calentarse a la lumbre mientras se acababa de<br />

alistar la comilona! Entrasen todos, canteros y peones, y el chiquillo carretón de los picos,<br />

también... Matías, volviéndose algo contrariado, añadió:<br />

97<br />

Castellanización de la palabra gallega friaxe, empleada cuando el clima comienza a refrescar.<br />

98<br />

Medida para líquidos (1/4 de libra= unos 150 cl)<br />

99<br />

Reseco.<br />

100<br />

Hacia allá<br />

101<br />

Enjaretarse: Entrar, colarse<br />

102<br />

Zanquear: Caminar a grandes pasos o zancadas<br />

103<br />

Literalmente, el aljófar es una perla pequeña de tamaño irregular, pero en este caso es utilizada metafóricamente<br />

para aludir al rocío o llovizna que cubre el césped.<br />

104<br />

Caramba (interjección)<br />

105<br />

Olor (gallegismo)<br />

106<br />

Cubo de madera con grandes aros de hierro o de latón.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

-Tú no, Carrancha 107 ... Tú quédate...<br />

Nadie protestó. Era un parásito desmirriado, un mendigo, que no formaba parte de la cuadrilla.<br />

Sin fuerzas para trabajar,<br />

medio tísico, se pegaba a los<br />

canteros, y como no hay<br />

pobre que no pueda socorrer<br />

a otro, le daban corruscos 108<br />

de pan de maíz, restos de su<br />

frugal comida. Carracha<br />

padecía hambre crónica;<br />

para pedir limosna alegaba<br />

males <strong>del</strong> corazón, mil<br />

alifafes 109 ; pero su verdadera<br />

enfermedad, el origen de su<br />

consunción 110 , era el no<br />

comer, el haber carecido de<br />

sustento desde la lactancia,<br />

pues estaba seca 111 su<br />

madre... La cocinera de los<br />

señores no quería a Carracha<br />

de puertas adentro, en razón<br />

de que una vez faltó una cuchara de plata, coincidiendo con haber dado al mendigo sopas en<br />

escudilla 112 de barro y con cuchara de palo. Carracha quedó excluido; ni en ocasión tan señalada<br />

había indulgencia para él. Se le oscureció el semblante demacrado, lo mismo que si lo envolviesen<br />

en negro tul. ¡No ver el comidón! Sólo con verlo, sin catarlo, imaginaba que se le calentaría la<br />

panza floja y huera 113 . La cuadrilla, con alegre egoísmo, reía de la decepción <strong>del</strong> infeliz, y, a<br />

empellones, se precipitaba adentro, a aquel paraíso de la cocina... ¡Pues lo que es él, Carracha, no<br />

se movía de allí! Y se quedó fuera, hecho un can 114 humilde...<br />

A las siete en punto sacaban, humeantes, las grandes tazas de caldo de pote 115 , y el señor se<br />

aparecía un momento, risueño, longánimo 116 .<br />

-A comer, muchachos; a rebañarme bien esas tarteras; que no quede piltrafa; denles cuanto<br />

necesiten... ¡Que nada les falte!<br />

107 Carracha, garrapata, arácnido parásito <strong>del</strong> ganado y de perros, que se alimenta de la sangre <strong>del</strong> animal sobre el que<br />

parasita. Adviértase la animalización degradante <strong>del</strong> personaje.<br />

108<br />

Trozo de la corteza.<br />

109<br />

Achaque, generalmente leve.<br />

110<br />

Enflaquecimiento.<br />

111<br />

Sin la leche materna necesaria para criar al bebé.<br />

112<br />

Cuenco, plato hondo<br />

113<br />

Vana, vacía y sin sustancia.<br />

114<br />

Perro<br />

115<br />

Tartera grande de hierro.<br />

116<br />

Magnánimo, generoso.<br />

70


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

Desapareció, para que comiesen con más libertad, y empezó el cuchareo 117 , alrededor de la larga<br />

mesa de nogal bruñido por el uso. ¡Vaya un caldo, amigos, vaya un caldo de chupeta! Caldo lo<br />

comían diariamente los canteros: constituía su alimentación; pero era un aguachirle, unas patatas<br />

y unas berzas cocidas sin chiste ni gracia. Por real 118 y medio diario de hospedaje, ¿qué<br />

manutención se le da a un cristiano, vamos a ver?<br />

A este caldo no le faltaba requisito: su grasa, sus chorizos, su rabo, sus tajadas de carne... Y al<br />

elevar la cuchara a la boca, los canteros se estremecían de beatitud. Sólo en Nadal 119 , y allá por<br />

Antruejo 120 , y el día de la fiesta de la parroquia, les tocaba un caldo algo sabroso, ¿pero como<br />

este? ¡Los guisantes de los señores tienen un sainete 121 particular! Cada cual despachó su tazón;<br />

muchos pidieron el segundo. Que viniese después gloria. No sería mejor que aquel caldo. Y Matías,<br />

chistoso como siempre -¡condenado de Matías!-, anunció a voz en cuello, jactándose:<br />

-Yo, de cuanto venga, he de arrear tres raciones. Lo que coman tres, ¿oís? cómolo yo.<br />

-No eres hombre para eso -observó flemáticamente 122 Eiroa, el viejo asentador de piedra, siempre<br />

esquinado con Matías.<br />

Y éste, que acababa de echarse al coleto dos cacillos de vino seguidos, respondió con chunga y<br />

sorna:<br />

-¿Que no soy hombre? Pues aventura algo tú... Aventúrame siquiera un peso de los que llevas en<br />

la faja.<br />

Hubo una explosión de carcajadas, porque la avaricia de Eiroa era proverbial. ¡Jamás pagaba aquel<br />

roña 123 un vaso! Pero el asentador, echando a Matías una mirada de través, replicó, con igual tono<br />

sardónico 124 :<br />

-Bueno, pues se aventura, ¡retoño! Un peso te ganas o un peso me gano. ¡Recacho, Dios!<br />

¡Cerrada la apuesta! Los canteros patearon de satisfacción. ¡Cómo iban a divertirse! Eiroa, sin<br />

perder bocado, con la ojeada que tenía para notar si las piedras iban bien de nivel, se dedicó a<br />

vigilar a Matías. ¡No valen trampas! Sí; en trampas estaba pensando Matías. A manera de corcel<br />

que siente el acicate, su estómago respondía al reto abriéndose de par en par, acogiendo con<br />

fruición el <strong>del</strong>icioso lastre. 125 Después de las tres tazas de caldo con tajada y otros apéndices,<br />

cayeron tres platos de bacalao a la vizcaína, de lamerse los dedos, según estaba blando, sin raspas,<br />

nadando en aceite, con el gustillo picón de los pimientos. Luego, despojos de cerdo con habas de<br />

manteca, y en pos 126 la paella, o lo que fuese; un arroz en punto, lleno de tropezones de tocino,<br />

117<br />

Ruido producido por la acción de comer con cuchara.<br />

118<br />

Antigua moneda de 25 céntimos de peseta<br />

119<br />

Navidad<br />

120<br />

Carnaval<br />

121<br />

Se refiere con ironía a que la calidad de los guisados de las casas pudientes tienen una gracia (calidad) especial.<br />

122 Tranquilamente<br />

123<br />

Avaro<br />

124<br />

Afectado, irónico y fingido.<br />

125<br />

Carga, peso.<br />

126<br />

Después, luego, detrás.<br />

71


Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

que alternaban con otros de ternera frita; y los estipulados tres platos llenísimos a cogulo 127 ,<br />

fueron pasando -ya lentamente- por el tragadero de Matías. Sordos continuos <strong>del</strong> rico tinto <strong>del</strong><br />

Borde 128 le ayudaban en la faena. Empezaba a sentir un profundo deseo de que el lance de la<br />

apuesta parase allí, de que no sirviese la cocinera más platos. La algazara de los compañeros le<br />

avisó: aparecía un nuevo manjar, tremendo; unas orondas, rubias, majestuosas empanadas de<br />

sardina. A Matías le pareció que eran piedras sillares 129 , y que sentía su peso en mitad <strong>del</strong> pecho,<br />

oprimiéndole, deshaciéndole las costillas. Una ojeada burlona <strong>del</strong> asentador le devolvió ánimos.<br />

¡Aunque reventara! Y, fanfarroneando, pidió media empanada para sí. Mejor que andar ración por<br />

ración. ¡Venga media empanada! Un murmullo de asombro halagador para su vanidad corrió por<br />

la mesa. La cocinera reía, mirando con babosa ternura a aquel guapo muchacho de tan buen<br />

diente. Y le partió la empanada, dejándole el trozo mayor.<br />

Principió a engullir despacio, auxiliándose con el tinto. Masticaba poderosamente, y la indigesta<br />

pasta descendía, revuelta con el craso 130 y plateado cuerpo de las sardinas, con el encebollado y el<br />

tomate <strong>del</strong> pebre 131 . Le dolían las mandíbulas, y hubo un momento en que lanzó un suspiro hondo,<br />

afanoso, y paseó por la cocina una mirada suplicante, de extravío. Eiroa soltó una pulla.<br />

-¡No es hombre quien más lo parece!<br />

-¡Recacho! ¡Eso quisieras! ¡Se gana el peso!<br />

Y el cantero, con esfuerzo heroico, supremo, pasó el último bocado de empanada y tendió el plato<br />

para que se lo llenasen de lo que a la empanada seguía: el arroz con leche y canela, al cual<br />

acompañaban unas tortas de huevo y miel, tan infladas, que metían susto... A la vez que los<br />

postres sirvióse el aguardiente, una caña 132 de Cuba, especial. ¡Qué regodeo, qué fiesta, qué<br />

multiplicidad de sensaciones voluptuosas, refinadas! La cuadrilla estaba en el quinto cielo; perdido<br />

ya <strong>del</strong> todo el respeto a la cocina de los señores, hablaban a gritos, reían, comentaban la colosal<br />

apuesta. El desfallecimiento de Matías era visible. ¿A que no colaban los tres platazos de arroz?<br />

¡Bah! ¡A fuerza de caña! El cantero, moviendo la cabeza abotagada 133 , hacía señas de que sí, de<br />

que colarían, y pasaba cucharadas, dolorosamente, como quien pasa un vomitivo.<br />

Allá fuera, Carracha, el excluido, se pegaba a la pared, a fin de percibir olores, escuchar ruidos,<br />

participar con la exaltada imaginación <strong>del</strong> hartazgo. Sus narices se dilataban, sus fauces se<br />

colmaban de saliva. ¡Qué no diera él por verse a la vera <strong>del</strong> fogón! ¡Y cuánto duraba la comilona!<br />

Matías le había prometido traerle algo, la prueba, en un puchero... ¿Se acordaría?... A todo esto, el<br />

agua menuda de antes, el frío orvallo 134 , iba convirtiéndose en lluvia seria, y el hambrón 135 sentía<br />

sus miembros entumecidos, y bajo sus pies unas suelas de plomo helado. Temblaba, pero no se<br />

iba, ¡quiá! 136 El mastín de guarda le labró dos o tres veces, enseñándole los dientes agudos, pero le<br />

127<br />

Expresión gallega que significa “lleno hasta los topes”<br />

128<br />

Alude al sabroso vino tinto de esta zona vinícola gallega.<br />

129<br />

Piedras de gran tamaño sobre las que se asientan los edificios.<br />

130<br />

Grueso, espeso.<br />

131<br />

Salsa de pimienta, ajo, perejil y vinagre,<br />

132<br />

Aguardiente<br />

133<br />

Hinchada, inflada.<br />

134<br />

Llovizna (gallegismo)<br />

135<br />

Muy hambriento.<br />

136<br />

Expresión enfática que realza lo dicho antes<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

conocía desde antes de aquello de la cuchara, y el ladrido fue sólo una especie de fórmula,<br />

cumplimiento de un deber.<br />

¡Atención! ¿Qué clamor se alzaba de la cocina? ¿Reñían acaso? ¿Una desgracia? El hambriento vio<br />

que la puerta se abría con ímpetu, y salían disparados de la cuadrilla hechos unos locos.<br />

-¡El médico! ¡El médico!... -dijeron al pasar...<br />

Carracha notó que la puerta no se cerraba, y con su timidez canina, haciéndose el chiquito, se coló<br />

dentro, mascando el aire espeso, saturado de emanaciones de guisos sustanciosos y bebidas<br />

fuertes. Nadie le hizo caso. Rodeaban a Matías; le habían arrancado la chaqueta, desabrochado la<br />

camisa; le echaban agua por la cara, y su pelo negro, empapado, se pegaba al rostro violáceo por<br />

la fulminante congestión. Y el cantero no volvía en sí..., ni volvió nunca. Según el médico, que llegó<br />

dos horas después -vivía a legua y media de allí-, de la congestión podría salvársele, pero había<br />

sido lo peor que al hincharse los alimentos, el estómago de Matías se abrió y se rajó, como un saco<br />

más lleno que su cabida máxima...<br />

-El Señor nos dé una muerte tan dichosa -repetía Carracha, sinceramente, pasándose la lengua por<br />

los labios y recordando el hartazgo que gozó en un rincón, mientras todo el mundo se ocupaba de<br />

Matías.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

LA CAPITANA<br />

Emilia Emilia Pardo Pardo Pardo Bazán<br />

Bazán<br />

QUELLOS QUE CONSIDERAN A LA MUJER un ser débil y vinculan en el sexo masculino el<br />

valor y las dotes de mando, debieran haber conocido a la célebre Pepona, y saber de ella,<br />

no lo que consta en los polvorientos legajos 137 A<br />

de la escribanía de actuaciones, sino la<br />

realidad palpitante y viva.<br />

Manceba 138 , encubridora y espía de ladrones; esperándolos al acecho para avisarlos, o a domicilio<br />

para esconderlos; ayudándolos y hasta acompañándolos, se ha visto a la mujer; pero la Pepona no<br />

ejercía ninguno de estos oficios subalternos; era, reconocidamente, capitana de numerosa y bien<br />

organizada gavilla 139 .<br />

Jamás conseguí averiguar cuáles fueron los primeros pasos de Pepona: cómo debutó en la carrera<br />

hacia la cual sentía genial vocación. Cuando la conocí, ya eran teatro de sus proezas las ferias y los<br />

caminos de dos provincias. No quisiera que os representaseis a Pepona de una manera falsa y<br />

romántica, con el terciado 140 calañés 141 y el trabuco de Carmen 142 , ni siquiera con una navaja<br />

escondida entre la camisa y el ajustador de caña 143 que usaban por entonces las aldeanas de mi<br />

tierra. Consta, al contrario, que aquella varona no gastó en su vida más arma que la vara de<br />

aguijón 144 que le servía para picar a los bueyes y al peludo rocín 145 en que cabalgaba. Éranle<br />

antipáticos a Pepona los medios violentos, y al derramamiento de sangre le tenía verdadera<br />

repugnancia. ¿De qué se trataba? ¿De robar? Pues a hacerlo en grande, pero sin escándalo ni<br />

daño. No provenía este sistema de blandura de corazón, sino de cálculo habilísimo para evitar un<br />

mal negocio que parase en la horca.<br />

La táctica de Pepona era como sigue: Montada en su cuartago 146 , iba a la feria, provista de<br />

banasta 147 para las adquisiciones, como una honrada casera <strong>del</strong> conde de Borrajeiros o <strong>del</strong><br />

marqués de Ulloa. En la feria aguardábanla ya los de su gavilla, bajo igual disfraz de labriegos<br />

pacíficos. Mientras feriaba una rueca 148 , un candil 149 o una libra de cerro 150 , Pepona observaba<br />

137<br />

Legajos: Papeles y documentos, viejos y deteriorados.<br />

138<br />

Amante, concubina<br />

139<br />

Grupo de personas de baja calidad<br />

140<br />

Espada corta de hoja ancha.<br />

141<br />

Natural de Calañas, pueblo de la provincia de Huelva.<br />

142<br />

Se refiere al arma de fuego que maneja la protagonista de la novela Carmen, obra <strong>del</strong> escritor francés Prosper<br />

Merimée<br />

143<br />

Especie de faja.<br />

144<br />

Vara de aguijón: Vara con punta metálica para espolear al ganado<br />

145 Caballo de mala traza<br />

146 Caballo de mediano cuerpo.<br />

147 Cesto grande de mimbres.<br />

148 Instrumento para hilar.<br />

149 Lamparilla de aceite<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

atentamente a los tratantes; y sus espías, en la taberna, avizoraban los tratos cerrados por un vaso<br />

de lo añejo 151 . Sabedores de adónde se dirigía el que acababa de vender la pareja de bueyes y<br />

regresaba con las onzas de oro ocultas en el cinto, se a<strong>del</strong>antaban a esperarle en sitio favorable y<br />

solitario. Los ladrones solían tiznarse o enmascararse con un paño negro. Pepona no intervenía;<br />

asistía emboscada tras un grupo de árboles. Si aparecía era para impedir que maltratasen o<br />

matasen al robado y para dejarle el consuelo, pequeña cantidad que algunos salteadores<br />

conceden a los despojados para que beban en el camino.<br />

La justicia era favorable a Pepona, que llevaba cordiales relaciones con oidores, fiscales y<br />

procuradores 152 , y con la aristocracia rural. Jamás intentó aquella sagaz diplomática un golpe<br />

contra los castillos y pazos 153 ; al revés de los bandidos andaluces -¡profunda diferencia de las<br />

razas!-, Pepona sólo robaba a los pobres trajinantes, arrieros o labriegos que llevaban al señor su<br />

canon de renta.<br />

¡Ah! Era mejor tener a Pepona amiga que enemiga, y bien lo sabía la única clase social algo<br />

elevada, a la cual profesaba la capitana odio jurado. Verdad que esta clase siempre ha sufrido<br />

persecución de ladrones, al menos en Galicia. Me refiero a los curas. Se les creía, y se les cree aún,<br />

partidarios de esconder en el jergón los ahorros, y se pierde la cuenta de las tostaduras de pies y<br />

rociones 154 de aceite hirviendo que les han aplicado los bandidos. Sin embargo, en Pepona se<br />

advertía algo especial: una saña de explicación difícil, y acerca de cuyo origen se fantaseaban mil<br />

historias.<br />

Lo cierto es que Pepona, tan clemente, era con los curas encarnizadamente cruel, y acaso ellos<br />

fueron los que añadieron a su nombre el alias 155 de la Loba 156 .<br />

Reinaba, pues, el terror entre la gente tonsurada 157 , que sólo bien provista de armas y con escolta<br />

se atrevía a asomar en romerías y ferias, cuando acertó a tomar posesión <strong>del</strong> curato de Treselle 158<br />

un jovencillo boquirrubio 159 , amable y sociable, eficazmente recomendado por el arzobispo a los<br />

señores de diez leguas en contorno. Al enterarse, por conversaciones de sacristía, <strong>del</strong> peligro que<br />

los de su profesión corrían con Pepona, el curita sonrió y dijo suavemente, con cierta ironía<br />

<strong>del</strong>icada:<br />

-¿A qué ponderan? ¿A qué tienen miedo a una mujer? ¡Miedo a una mujer los hombres!<br />

150 Manojo de lino o cáñamo<br />

151 Que tiene uno o más años. Puede referirse al aguardiente de la tierra o al coñac.<br />

152 Enumeración con tecnicismos jurídicos. Oidor, antiguo ministro togado de justicia que en las audiencias <strong>del</strong> reino<br />

oía y sentenciaba los pleitos. Fiscal: el que representa y ejerce el ministerio público en los tribunales. Procurador: el<br />

que representa al interesado en un juicio civil o criminal.<br />

153 Casa nobiliar de los hidalgos gallegos (palacio)<br />

154 Rociaduras violentas con algún líquido.<br />

155<br />

Mote<br />

156<br />

En efecto, Pepa la Loba fue un personaje legendario femenino gallego, de discutida existencia histórica y capitana<br />

de una cuadrilla de bandoleros.<br />

157<br />

Que ha recibido la tonsura o sacerdocio.<br />

158<br />

Se da el nombre de curato a la parroquia atendida por un sacerdote. El topónimo puede ser inventado.<br />

159 Novato, inexperto<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

¡Oídos que oyeron tal! Sus compañeros se le echaron encima como jauría furiosa. ¿A ver si se<br />

atrevía él con la Loba, ya que era tan guapo y tan sereno? ¿A ver si le mandaban a soltar<br />

andaluzadas a otra parte? ¡Que se enzarzase con la gavilla y su capitana, y ya le freirían el cuerpo!<br />

¿Pensaba que los demás eran algunas madamitas 160 , o qué?<br />

-Con la gavilla no me atrevo -dijo el muchacho cuando se calmó el alboroto-, por aquello de que<br />

dos moros pueden más que un cristiano; pero lo que es con la señora Loba..., caramba, de hombre<br />

a hombre...<br />

Desde aquel día, el joven abad de Treselle pasó por jactancioso 161 y botarate, y se le dieron<br />

bromas pesadas, que en la feria <strong>del</strong> 15 de agosto tomaron ya carácter agresivo. Era a los postres<br />

de una comida en la posada de la Micaela, en Cebre 162 , donde se sirve excelente vino viejo y un<br />

cocido monumental de chorizo, jamón y oreja; los curas habían resuelto dormir allí, y no volver a<br />

sus casas hasta el día siguiente, escoltados, porque en la feria rondaba Pepona. Y el abad de<br />

Treselle, sofocado, exclamó al ensopar el último bizcocho en la última copa de Tostado dulce:<br />

-Pues para que ustedes vean... No soy ningún valentón, pero soy capaz ahora mismo de largarme<br />

solito a la rectoral. 163 ¡Eh! ¡Micaela! ¡Que arreen 164 mi caballería!<br />

Minutos después, la yegüecita castaña <strong>del</strong> abad, viva y redonda de ancas, 165 esperaba a la puerta<br />

<strong>del</strong> mesón. Despidiéndose de los asustados comensales, el cura montó y desapareció al trote.<br />

¡Madre <strong>del</strong> Corpiño! ¡En la que se metía! ¡Cosas de muchachos! Ya vería, ya...<br />

Algunos párrocos, avergonzados, repitieron:<br />

-Convenía acompañarle...<br />

Pero nadie se decidió a realizarlo. ¡Allá él, ya que era tan fanfarrón!<br />

Caía el sol, y el cura, al transponer las últimas casas de Cebre, sintió que el corazón se le apretaba,<br />

y refrenó la yegua, mirando receloso alrededor. Sus mejillas, antes encendidas por la disputa,<br />

estaban ahora pálidas. El alma se le achicaba. «Hice mal, pero no es cosa de volverse. Tengo miedo<br />

-pensó-. A serenarse». Tocó con el arzón 166 las pistoleras; llevaba dos pistolas inglesas magníficas,<br />

regalo <strong>del</strong> marqués de Ulloa. En el pecho sintió el bulto de un cuchillo de picar tabaco. Entonces se<br />

rehizo e inspeccionó el terreno. La carretera se hallaba desierta; en los altos pinos el viento gemía<br />

fúnebres estrofas.<br />

160<br />

Madamita es una palabra despectiva para llamar a uno cobarde. Proviene de la voz francesa Madame (señora), a la<br />

que se la ha añadido el diminutivo que la convierte en “señorita”.<br />

161<br />

Presumido<br />

162<br />

Topónimo inventado sobre la abundancia de nombres de lugares gallegos terminados en “cebre”, por ejemplo<br />

Cecebre (La Coruña).<br />

163<br />

Vivienda de cura de aldea.<br />

164<br />

Aparejar, poner los arreos a las caballerías.<br />

165<br />

Patas traseras.<br />

166<br />

Parte de la silla de montar.<br />

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Antología de <strong>cuentos</strong> <strong>del</strong> <strong>realismo</strong> y <strong>del</strong> <strong>naturalismo</strong>. Dpto. Lengua Española y Literatura (IES Zoco)<br />

El abad aguijó 167 a su montura. Al recodo <strong>del</strong> camino, donde tuerce y lo dominan calvos peñascos,<br />

surgió una figura membruda 168 y alta. La yegua se detuvo, empinando las orejas. Era una<br />

mujerona, apoyada en una vara de aguijón... Parecía pedir limosna, pues tendía la mano izquierda;<br />

pero el curita, que había sido estudiante, vio que lo que hacía la supuesta mendiga era una seña<br />

indecorosa. Adquirió energía, prestada por la indignación.<br />

Rápidamente sacó <strong>del</strong> arzón una pistola y la amartilló 169 . La mujer pegó un salto, y en su<br />

atezado 170 rostro, que alumbraban los últimos reflejos <strong>del</strong> Poniente, se pintó una especie de terror<br />

animal, el espanto <strong>del</strong> lobo cogido en la trampa. No podía el curita adivinar la causa de este<br />

fenómeno, en la capitana extraño. Convencida de que no existía cura ni trajinero 171 que se<br />

atreviese a salir solo de Cebre a tales horas, había licenciado hasta la mañana siguiente a su gavilla<br />

y se retiraba; al ver un barbilindo 172 de curita que se aventuraba en el camino, había querido<br />

jugarle una pasada; pero el ruido <strong>del</strong> gatillo la hacía temblar y le aconsejaba como único recurso la<br />

fuga. Dio un salto de costado hacia el pinar, y el joven abad, picando a su viva yegua, se le fue<br />

encima, la alcanzó y la atropelló. Saltó él de su montura, empuñada la pistola; pero la Loba, sin<br />

darle tiempo a nada, desde el mismo suelo en que yacía, se le abrazó a las piernas y logró<br />

tumbarle. Arrancole la pistola, que arrojó al seto 173 , y después le echó al cuello las recias y toscas<br />

manos, y apretó, apretó, apretó...<br />

El pinar, el cielo, el aire, cambiaron de color para el pobre abad. Primero lo vio todo rojo, luego,<br />

grandes círculos cárdenos 174 y violáceos 175 vibraron ante sus ojos, que se salían de las órbitas. No<br />

fue él, no fue su razón; fue el puro instinto el que guió su mano derecha en busca <strong>del</strong> cuchillo<br />

oculto en el pecho. Y mientras la Loba reía con torpes carcajadas <strong>del</strong> espectáculo <strong>del</strong> cura sacando<br />

la lengua, a tientas la mano impulsó el arma. La terrible argolla 176 de las manos de la capitana se<br />

abrió y ella cayó hacia atrás con el pecho atravesado...<br />

Carne de perro tienen los bandidos. La Loba curó... Pero su ánimo quedó quebrantado, su<br />

prestigio enflaquecido, deshecha su leyenda. ¡Vencida Pepona por una madamita de cura mozo! Y<br />

el nuevo capitán general que vino a Montañosa -veterano que gastaba malas pulgas-, tanto<br />

persiguió a la gavilla, que los señores abades pudieron volver en paz, ya anochecido, a sus<br />

rectorales<br />

167 Aguijar: Picar con el aguijón.<br />

168 Robusta, fornida.<br />

169 Amartillar: Montar un arma para disparar.<br />

170 Curtido, tostado por el sol.<br />

171 Feriante.<br />

172 Inocente, inofensivo.<br />

173 Cercado de arbustos.<br />

174 Morado.<br />

175 De color violeta.<br />

176 Aro grueso de hierro (aquí en sentido metafórico)<br />

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