Vida de Rimbaud

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12.05.2013 Views

JEAN-MARIE CARRÉ tían afirmar otra cosa, y no tenía ningún motivo para adoptar la tesis de los enemigos de Rimbaud y de los partidarios de la señora de Verlaine, según los cuales los dos poetas cultivaban lo que el juicio de separación llama crudamente "relaciones infames". Con la mayor buena fe me uní a la interpretación de biógrafos tan seguros como Bourguignon y Houin, y testigos como Lepelletier, Delahaye y L. Pierquin. Pero Marcel Coulon sostenía, con talento y argumentos, la tesis contraria. y hay que reconocer que la publicación de Dollaert del expedientes judicial, en la revista Nord, de noviembre de 1930, parece haberle dado la razón. Sin lugar a dudas, este expediente no trae pruebas materiales en favor de la acusación, y las declaraciones médicas 75 que en él se encuentran no son concluyentes. Pero encierra un poema de Verlaine: El buen discípulo, y una carta de Rimbaud del 4 de julio de 1873, que no dejan lugar a dudas sobre el carácter de sus relaciones. Hay que tener el optimismo indulgente y el emocionante ingenio de André Fontaines para encontrar en todo ello un significado... espiritual. Verlaine y Rimbaud, ya se sabe, multiplicaron, uno y otro, en verso y en prosa las más equívocas confesiones, desorientando al lector mediante afirmaciones contradictorias. Por una parte nos encontramos con sospechosas confidencias líricas, y por otra, con una autobiografía sincera, pero terriblemente transformada y deformada: Una temporada en el Infierno. Frente a las inquietantes páginas de Romanzas sin palabras (Laeti et errabundí) y de Paralelamente (Estas pasiones), era siempre posible oponer las formales delegaciones de Verlaine en sus cartas a Lepelletier; frente a los 92

VIDA DE RIMBAUD Delirios (El infernal esposo y la virgen loca), la deposición radical de Rimbaud ante el juez de instrucción de Bruselas. Pero hoy, cuando nos han sido relevados el poema y la carta que fueran encontrados conjuntamente en el portafolios de Verlaine, poseemos dos textos, significativos y contemporáneos, que se aclaran mutuamente apoyando en forma decisiva la acusación. Por otra parte, la inversión concuerda ampliamente con cuanto sabemos de la vida de Verlaine, de su inestabilidad sensual, de su libertinaje, tal como decía Oscar Wilde, de su desenfrenada lubricidad faunesca. Y si en absoluto parece estar en armonía con lo que cabemos de Rimbaud, de su naturaleza cerebral, egoísta y cerrada, sin embargo, se aclara con su indiferencia inmoralista, su voluntad de sistemático desorden, su curiosidad de vidente, que según él, justifica las experiencias de un género nuevo. Pero no llegaré a adoptar la reciente teoría del señor Goffin, que todo lo explica en Rimbaud mediante su homosexualidad. Persisto en mi creencia de que ésta, que en Verlaine era una verdadera costumbre, una segunda naturaleza, sólo es para Rimbaud una aventura, un "empuje". Acaba de cumplir diecisiete años, y sólo es un escolar azuzado por la pubertad, un adolescente 76 que no ha tenido suerte con "sus pequeñas enamoradas". Su teoría del vidente alcanza justamente a legitimar sus Delirios. Sea como fuere, cuando Rimbaud abandonó París, después de seis meses de estadía, en abril de 1872, la amistad de Verlaine fue impotente para retenerlo, cara calmar su irritación y su indignación contra la literatura reinante. A su ami- 93

JEAN-MARIE CARRÉ<br />

tían afirmar otra cosa, y no tenía ningún motivo para adoptar<br />

la tesis <strong>de</strong> los enemigos <strong>de</strong> <strong>Rimbaud</strong> y <strong>de</strong> los partidarios <strong>de</strong> la<br />

señora <strong>de</strong> Verlaine, según los cuales los dos poetas cultivaban<br />

lo que el juicio <strong>de</strong> separación llama crudamente "relaciones<br />

infames". Con la mayor buena fe me uní a la<br />

interpretación <strong>de</strong> biógrafos tan seguros como Bourguignon y<br />

Houin, y testigos como Lepelletier, Delahaye y L. Pierquin.<br />

Pero Marcel Coulon sostenía, con talento y argumentos, la<br />

tesis contraria. y hay que reconocer que la publicación <strong>de</strong><br />

Dollaert <strong>de</strong>l expedientes judicial, en la revista Nord, <strong>de</strong> noviembre<br />

<strong>de</strong> 1930, parece haberle dado la razón.<br />

Sin lugar a dudas, este expediente no trae pruebas materiales<br />

en favor <strong>de</strong> la acusación, y las <strong>de</strong>claraciones médicas 75<br />

que en él se encuentran no son concluyentes. Pero encierra<br />

un poema <strong>de</strong> Verlaine: El buen discípulo, y una carta <strong>de</strong><br />

<strong>Rimbaud</strong> <strong>de</strong>l 4 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1873, que no <strong>de</strong>jan lugar a dudas<br />

sobre el carácter <strong>de</strong> sus relaciones. Hay que tener el optimismo<br />

indulgente y el emocionante ingenio <strong>de</strong> André Fontaines<br />

para encontrar en todo ello un significado... espiritual.<br />

Verlaine y <strong>Rimbaud</strong>, ya se sabe, multiplicaron, uno y otro, en<br />

verso y en prosa las más equívocas confesiones, <strong>de</strong>sorientando<br />

al lector mediante afirmaciones contradictorias. Por<br />

una parte nos encontramos con sospechosas confi<strong>de</strong>ncias<br />

líricas, y por otra, con una autobiografía sincera, pero terriblemente<br />

transformada y <strong>de</strong>formada: Una temporada en el<br />

Infierno. Frente a las inquietantes páginas <strong>de</strong> Romanzas sin<br />

palabras (Laeti et errabundí) y <strong>de</strong> Paralelamente (Estas pasiones),<br />

era siempre posible oponer las formales <strong>de</strong>legaciones<br />

<strong>de</strong> Verlaine en sus cartas a Lepelletier; frente a los<br />

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