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JEAN-MARIE CARRÉ<br />
sobre la mesa, con la cabeza entre las manos, se echó a llorar.<br />
Jamás olvidaré esta <strong>de</strong>soladora escena. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las<br />
nueve, se levantó diciendo: "¡Vámonos!" Lo acompañé hasta<br />
la puerta <strong>de</strong> la selva <strong>de</strong> la Havetiére, a dos kilómetros <strong>de</strong> la<br />
ciudad. Me estrechó la mano sin <strong>de</strong>cir palabra, pero ahogado<br />
en llanto, tomó un sen<strong>de</strong>ro en medio <strong>de</strong>l bosque. Me quedé<br />
cinco días sin verlo.<br />
Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su muerte, durante una conversación<br />
que mantuviera con Isabelle, le conté estos inci<strong>de</strong>ntes, <strong>de</strong> los<br />
que ella nunca había tenido ningún conocimiento. "Lo que<br />
usted está diciendo, dijo, me explica ciertas palabras incoherentes<br />
varias veces pronunciadas durante su <strong>de</strong>lirio.”<br />
El último recuerdo <strong>de</strong>l secreto amor revivía en la agonía.<br />
Cuando su amiga lo <strong>de</strong>jó -su vocación literaria exigía<br />
este sacrificio- <strong>Rimbaud</strong> salió por las calles, a la conquista <strong>de</strong><br />
París. A1 principio, un poco aturdido por la batahola y el<br />
movimiento, se <strong>de</strong>tuvo en las galerías <strong>de</strong>l O<strong>de</strong>ón, erró sin fin<br />
por los bulevares y se dirigió a casa <strong>de</strong>l buen caricaturista<br />
André Gill, cuya dirección había conseguido.<br />
Ya está frente a su puerta. Estaba abierta. Nadie en el<br />
taller. Entra con su habitual <strong>de</strong>sparpajo, y repite en casa <strong>de</strong>l<br />
artista lo que hiciera en el cuartel <strong>de</strong> Givet, en lo <strong>de</strong>l sargento<br />
<strong>de</strong> guardias móviles, y en Douai, en lo <strong>de</strong> su maestro Izambard<br />
: ve un diván, se acuesta y duerme. Por la noche, al regresar,<br />
André Gill, extrañado, ve en su casa a un durmiente<br />
<strong>de</strong>sconocido. "¡Eh! ¡Usted! ¿Quién es? ¿Qué hace aquí?"<br />
"¡Soy Arthur <strong>Rimbaud</strong>!", y luego, nuestro poeta, frotándose<br />
los ojos le dijo que hacía mal en <strong>de</strong>spertarlo, pues tenía sueños<br />
muy hermosos. "¡Yo también, dice Gill, pero yo los ten-<br />
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